Capítulo 2: El Escriba que ella llegó a odiar...

La escalerilla era de madera y Niccolo se subió a ella para alcanzar el cuero duro del libro en la parte superior del anaquel, oculto. Tanteó estirándose hasta tocar la piel vieja y curtida. Estuvo a punto de caerse cuando lo tomó con un pequeño salto, pero se mantuvo en pie.

Había una fina capa de polvo pero Niccolo la barrió con la palma. Se lo llevó a la larga mesa de fresno y leyó Los Cuentos del Siervo del Bosque. El mito de un viejo écrivain sobre un adusto magician henchido de rabia que causó un incendio en gran parte del Bosque Espinoso tras ser rechazado por una bella ninfa. La deidad del Bosque se entristeció por los árboles y animales que murieron quemados, y mientras el mago dormía sembró una semilla de manzana en su saco de vino. Cuando el resentido mago lo bebió, se convirtió en una criatura obscena que parecía una mezcla de todos los animales. Maldito por el bosque, los hombres y los dioses. Rechazado e irreconocible. Se adentró en lo profundo del Bosque Espinoso con la creencia de proteger el bosque para ganarse el perdón de la deidad y volver con los hommes…

<<El amor transforma a los hombres en bestias>> reflexionó. Lo que estaba haciendo no era correcto, a los ojos de los dioses y los hombres, ella era sólo una niña. Aún le dolían los dedos de tanto escribir y los tenía manchados de tinta. La luz se filtraba por las ventanas, una luz blanca que se fue tornando amarillenta mientras llegaba el mediodía. Arriba, a su tío Vidal lo habían traído entre seis hombres, borracho con una cuba lo dejaron sobre su cama; el perro bermellón inmenso de su tío llegó meneando el rabo y se subió a la cama mientras le lamía el rostro.

En cambio Marcel. Era un hombre más sereno, gordo como un barril, alto como los Brosse y muy intelectual. Era un guérisseur del Templo de las Gracias, uno de los mejores en su oficio, permanecía en el Château de la Coupe recientemente donde velaba por un delicado Lord Milne desde que el Grand Maître Chett había fallecido… 

–Lord Milne era un hombre sano y muy fuerte–inquirió Marcel Brosse–. Lo he visto tragar jarras de ron y vino como agua… Tenía un estomago fuerte, pero ahora vomita todo lo que come. Está flaco como un hueso… Ya no podré hacer más…

>>Y el maître Chett. No había nadie con más vitalidad que él. Nadie abrió su cadáver… Muchos piensan que sus labios negros eran por el veneno… Todo es culpa de esa sombra, ese lacayo que le susurra al oído al roi. Nadie sabe de dónde es, ni que quiere.

Niccolo también había escuchado los susurros en la bibliothéque. Algunos decían que era un nuevo consejero como los otros. Por otro lado, había escuchado sobre oscuridad, secretos en las celdas del château, magia antigua y olvidada. Que el roi no era tal, sino un impostor y que aquella sombra al pie del trono podía infundir vida a los muertos…

<<Cuentos–imploró el escribano–. Al final todo son cuentos y leyendas>>.

–Sir Cedric desapareció–le había dicho Miackola hace días–. No es sólo eso… Lord Beret ha ordenado un reclutamiento de todo tipo de personas para una guerra, es decreto real. Los magicians desentierran magias inmemoriales bajo el mandato de Lord Verrochio. Se han mandado a abrir sepulturas y sitios olvidados. Se han despertado males dormidos.

>>Las pesadillas del Homúnculista muerto vagan por el Bosque Espinoso. He escuchado sobre ellos, los he cazado…, son horribles. No se parecen a nada que conozcas.

>>El comercio se está estancando y se dice que se han perdido todos los cultivos del sur. Se rumorea que se cobrará un impuesto para el nuevo ejército.

–El reino se muere–comprendió Niccolo–… Los héroes están muertos.

<<Y los hombres que quedamos somos monstruos con pieles de hombres…–Él nunca quiso a la jovencita Leroy. Ansiaba a la indómita Mia de cabello rizado y negruzco, labios rojos y mirada desafiante–. Pero soy un hombre débil>>.

Esa debilidad lo había llevado a caer en la insistencia de la fille que era su alumna… Al principio pudo ignorar sus sonrisas trémulas, caricias disimuladas y miradas atrevidas. Pero Louis fue más allá, se había osado a poner un afrodisiaco en el té de Niccolo. Esa tarde a solas, algo despertó dentro de él. Una bestia dormida abrió sus fauces, el calor le recorrió el cuerpo y la sangre estuvo a punto de salírsele por los oídos. No pudo resistirse y lanzó a la joven contra la mesa mientras ella se reía. Sostuvo sus muñecas y sus rodillas en un forcejeo que terminó entre coléricos gimoteos y sonidos húmedos. Acabó por mancharse con la virginidad de la doncella… No se detuvo hasta muy tarde, cuando se dio cuenta de lo que había hecho.

Así la fille lo tuvo a su merced… Con el brillo atrevido de sus ojos y la insaciable maravilla que había encontrado entre sus piernas. Era más adictiva que cualquier droga de la que hubiera leído…, y mucho más corrosiva. Aquel veneno lo estaba cambiando. Pero cuando Louis lo recibía dentro suyo, presionándolo, apretándolo con sus menudas piernas. No podía evitar imaginar estar ante la indómita Mia, de ojos chispeantes, astutos, como los de Annie. 

<<Esta debilidad es mi maldición, soy el siervo de una diosa lujuriosa>>.

Louis podía hacerlo dudar, callarlo, con una simple acaricia en el lugar adecuado, una palabra. No podía resistirlo, aquello dentro de él despertaba. Siempre terminaba con aquello rígido, adolorido, debía saciarse… ¿En que se había convertido? Niccolo, en sus labios aún tenía el beso tímido y húmedo de Mia… Estaba amaneciendo y aun no podía dormir. Recordaba el dolor con el que había llegado la joven envuelta en la capa roja... Lloraba a mares relatando los terrores que vivió: hablaba de demonios, árboles que se movían en la oscuridad, de Cedric… Niccolo la tuvo entre sus brazos como una niñita, le regalaba caricias de consuelo, hasta que lo besó… Sus labios se tocaron y Niccolo sintió unas cosquillas tiernas, era el primer beso que daba, no sabía que hacer. Ni siquiera Louis se tomó la libertad de besarlo. Mia lo llevó hasta un lugar oculto dentro de su mente sin decir palabra y lo trajo de regreso cuando aquellos labios suaves, rojos y cálidos se alejaron de los suyos…

–Debemos irnos, Niccolo–imploró Mia.

Al principio no entendió…

–¿Adonde? –Quería volver a besarla, dejarse llevar… pero–. No tenemos a donde ir.

–Lejos… A Puente Blanco, escondernos.

–No podemos…

–Vi los ojos del roi Joel–confesó Mia mientras lo acariciaba–. Sentí algo malvado, como… muerto. Cedric desapareció… ¡Quizás lo mataron! Nada de esto me gusta. Escuché profecías oscuras, la luna teñida de sangre, gusanos blancos que salen de la tierra…

Niccolo pudo haberla consolado con mucho más que palabras y caricias. Pero algo en él tenía miedo. No podía seguir con aquello; temía por él, por Mia. Pensó en el hechizo que Louis Leroy tenía sobre él, había cambiado. A la medianoche Mia terminó odiándolo…

–Al final acabé por convertirme en una persona horrible para ella–extrajo del saquito de cuero un mechón del cabello castaño de Louis entre un montón de estrellas de cobre–… Todo por tu culpa…

Aquello era un amuleto de buena suerte… El mechón de una doncella tímida.

<<Mi suerte es el cabello de una doncella no tan tímida>> se rió por lo bajo… No podía cambiar aquello, así que aquello terminó cambiándolo.

La mesa estaba llena de libros, pergaminos, tinta y la botella de alcohol de madera que usaba para limpiar las plumas. <<Muchos magos usan polvos, brebajes, venenos y amuletillos. Yo tengo papel, pluma, tinta y palabras>>. Era un Brosse, en su sangre no corrían los ríos de la <<quintaesencia>> que le daba forma al camino de las verdaderas maravillas. Los Brosse de antaño eran jinetes de alicantos: aves impresionantes de plumaje dorado. Pero aquellas bestias ya se habían extinguido, la última era un poco más grande que un halcón corriente y murió hace seiscientos años.

Cuando el alquimista llegó, ya llevaba completo todo el relato del Siervo del Bosque. Se abrochaba la capa negra con un dragón de plata con los ojos de granate.

–Merci, monsieur Niccolo–depositó el libro al otro lado de la mesa.

Era viejo y grande como un anciano dragón: Las Clavículas de Salomón. Eran un aparejo de demonios redactados por algún escriba del viejo continente. Uno de los libros más antiguos de Gobaith y un tesoro de la familia Brosse.

–Uno de los pocos libros que sobrevivieron al éxodo del Rey Exiliado–recalcó con una sonrisa–. ¿Encontraste lo que buscabas?

Los ojos rojos del alquimista centellaron.

–Encontré más preguntas que respuestas–aquellos charcos de sangre recorrieron todas las estanterías del recinto–. ¿Aquí estudia la hija de Lord Verrochio? 

Niccolo asintió.

–¿La conoce? –Era mucho más joven que él, dudó un instante. El alquimista tenía un aire íntimamente.

–Soy muy cercano a Lord Verrochio... Nada importante.–Clavó sus ojos en Niccolo con una fuerza suficiente como para derrumbar un dique–… Usted me interesa.

–Je?

El alquimista tomó asiento al otro lado de la mesa.

–Oui monsieur–había un fuego en los ojos de aquel joven, pero no estaba seguro de que clase de fuego–. Éste es el lugar perfecto y usted es un anfitrión ideal.

<<Es como un dragón negro>> pensó, dándole vueltas a la cabeza…

–¿Es un Scrammer? –Preguntó.

–Los verdaderos dragones están todos muertos… Los que quedan no tienen alas ni colmillos y si el rey Sisley quisiera borrarlos, daría una simple orden.

Niccolo se levantó de sobresalto, nervioso.

–Qui êtes-vous?

El alquimista sacó una mano enguantada de la holgada cape noir. Tenía un puñal de acero brillante y lo dejó sobre la mesa.

–Al igual que vous Niccolo–los dedos negros acariciaban la hoja afilada–. Soy alguien que sabe cosas, que escucha lo que los otros susurran. Sólo que yo no llegué a donde estoy por casualidad.

>>Todos hablan en esta biblioteca vieja, y sólo usted escucha. También escuché de iletrados que vienen a redactar sus cartas y a qué se las lean. ¿O me equivoco?

Lanzó el puñal al aire, lo atrapó y lo clavó en la madera. 

–Quiero que vous sea mis oídos en esta ciudad, quiero que hablé con la verdad y quiero conocer a los que conspiran contra el roi Joel Sisley. Escriba y envié las cartas que le pido, sea mis manos y quizás no le diga a los habitantes de la rue Obscura lo que usted hace con madeimoselle Leroy.

Niccolo tragó saliva. 

–Non…–Fue lo único que logró decir mientras la sangre se enfriaba en su pecho.

El alquimista tamborileó la mesa con sus dedos negros.

–Vendré cada vez que Diana esté de cara a la tierra, y su luz impregne la oscuridad–arrancó el puñal de un tirón y se lo guardó–. O… Todos sabrán que acontece con Niccolo Brosse y sus alumnas. Quizás Lord Verrochio no sea tan piadoso con vous. –Se levantó mientras la tela negra bailaba a su alrededor.

–Esperé–carraspeó Niccolo–. ¿A quién le guarda lealtad usted?–Preguntó, cansado. Le sudaban las manos, temía la respuesta…

El alquimista le dedicó una sonrisa cómplice un tanto siniestra que podía o no, ser la respuesta…

 La vela se había consumido casi por completo cuando la sombra negra se presentó ante él. La llama nadaba moribunda en un charco de grasa… Niccolo lo había esperado toda la noche pero solo llegó al despuntar el alba sobre un cielo plomizo. Había dormido de a ratos sobre la desgastada mesa.

 La capa negra lamía sus botas altas de cuero y llevaba la capucha levantada de manera que sólo se veían sus ojos rojos a través del rostro ensombrecido… parecía un demonio. Le tendió una carta con una mano negra y luego se llevó un dedo entre los labios…

 –Ahora eres un conspirador–le había dicho–. Enviaras las cartas sin saber su contenido, guardaras cosas y obedecerás, o…–no necesitó palabras para amenazar, sus ojos hablaban por él.

Y de esa forma había enviado cartas sin molestarse en leerlas. El alquimista venía cada tres noches, muy tarde, en la oscuridad; pero nunca de día. Enviaba y recibía cartas, cierta vez pidió cambiar la carta de un noble…, quizás un representante de alguna rue. Después se enteró que ese mismo noble fue sentenciado a la horca por conspiración… Esa tarde Niccolo no pudo comer, sentía las tripas como serpientes revueltas.

–¿Por qué a estas horas? –Le preguntó cierta vez.

–Cumplía con mi deber. –Sus ojos brillaban con malicia–. Este mensaje es muy importante, debe llegar a Pozo Obscuro.

Niccolo tomó el rollo de pergamino y subió a la pajarera de la segunda planta por la complicada escalera de caracol. Había tres jaulas de las cuales sólo una tenía un par de pájaros… Los pájaros no estaban regresando… quizás emigraron fuera de la isla.

<<Mala cosa>>pensó…

Sujetó al ave, le ató el rollo y la hizo volar por el gran ventanal redondo. Cuando bajó a la oscura bibliothéque, el alquimista le estaba hablando a las sombras… ¿o hablaba solo?

–El tiempo se acaba–dijo una voz suave.

–Están cada día más cerca, y lo que implicaría. –Aquella voz era desenfocada. Un cuervo grazno.

–Merde–inquirió el alquimista–. Pero lo hecho, no se puede deshacer. Ya no puedo hacer nada por ella…

Se acercó más para ver a aquellas sombras, sentadas alrededor de la mesa… Sus pisadas resultaron extrañamente silenciosas…

–Es una pena–tenía una sonrisa cruel. Sus ojos violáceos bailaban como esferas brillantes llenas de humo. <<Un Daumier, un perjuro, un nahual>> el cuervo en su hombro lo miró de manera extraña y soltó un graznido.

Todos guardaron silencio al ver a Niccolo, un silencio donde enterrar los pensamientos… Había una cruel historia entre los Daumier y los Brosse, y el pasado sangriento hacía que se le congelaran los huesos.

–Niccolo Brosse–el alquimista le señaló una silla–. Siéntate con tus compañeros.

Escuchó una melodía, aunque quizá sólo fueran cosas del cansancio. Había una voz muy suave, casi empalagosa en su mente dando vueltas:

<<Que dirías si tú escoges una estrella, vuelo alto y voy por ella. Si te llevo a otro universo, y después te pido un beso… y si bailamos esta noche y te llevo aquí en mi corazón…>>

<<¿De dónde es esta canción? >>pensó intentado despejar su mente.

Se sentó en la mesa junto a los enemigos… Sintió un vacío glaciar en el estómago, recorriendo su vientre con punzadas de dolor: estaba rodeado de personas pero se sentía muy solo… Tenía ganas de abrazar a Miackola en medio de toda aquella melancolía, no supo explicarse a sí mismo el por qué, pero pronto recordó que ella lo odiaba y algo en su pecho empezó a rasguñar sus costillas.

<<Si te cuido... cada día–recordó una canción que escuchó desde fuera de la bibliothéque–, dime niña..., que dirías. Si yo aquí estoy… Y nunca me voy… ¿me dirías que no?>> 

El cuervo voló a la mesa, frente a Niccolo. Juzgándolo con sus ojos de pedernal.

–Siempre quise sacarle los ojos a un Brosse–dijo el joven pálido.

Tragó saliva, el corazón le latía tan rápido que sentía como se le salía del pecho o quizás se le saliera por la boca.

–Camielle–le reprendió el alquimista–. Es un aliado.

–Los aliados no necesitan dos ojos–el pájaro negro salto hasta su hombro, sus garras le lastimaban la piel bajo la túnica. Se sentía muy indefenso, no podía hacer nada, se quedó… petrificado–. Con uno…–miró de soslayo al hombre cadavérico a su lado–. Gene…

El otro sonreía… Tenía el rostro huesudo y lampiño, blanco como la leche cortada y flaco como un palo, su cabello color arena estaba bien cortado y sus ojos… de hielo, malvado.

–Ya–susurró con una voz suave–. Se va a mear del miedo…

Conocía al joven: Camielle era el hijo menor de los Daumier, los representantes de la rue Obscura. Fue élquien le rompió el brazo a Jean. Pero aquel Gene era un perfecto desconocido.

–Ellos son aliados míos–aclaró el alquimista–. Por ende, tuyos.

Niccolo asintió acobardado, no sabía que más hacer… Daumier le quitó los ojos de encima. Las motas de sus ojos bailaban en sus cuencas, fuego siniestro… ¿Qué veían aquellas cortinas burlonas? El alquimista los juzgó a todos con la mirada, luego vio a Niccolo…

–Podemos hablar–dijo. El cuervo salió despedido y se perdió entre las estanterías… Era reconfortante no sentir aquellas garras clavadas en su hombro.

–El mensaje no llegó–comenzó Gene y se sintió embelesar ante aquella voz suave embriagadora como el buen vino–. Habían cruzado el Bosque Espinoso, eran dos docenas de hombres y mujeres del bosque… Pero no pudieron explicar porqué el bosque estaba tan desolado, casi muerto… No había ningún ser vivo. Sólo el viento y sombras, se estaban volviendo locos…

>>El primero desapareció la tercera noche del viaje, según Pietro, se levantó a media noche a echar una meada, se quedó mirando las estrellas… y desapareció. Todos creyeron que algo se lo llevó.

>>Luego fueron dos, se los llevaron mientras dormían.

>>Y la noche onceava un… demonio cayó sobre ellos… Pietro me juró que era un hombre con piel de caribú, tenía zarpas negras como espadas. Lo último que pudo hacer fue tomar un caballo herido y reventarlo hasta los muros de la ciudad… El caballo botaba espuma por la boca y ambos estaban cubiertos de sangre. Cuando corrí a ayudar a Pietro Brunelleschi en mi guardia, vi que estaba cercenado, el último magician du Premieré Château murió como un cerdo horas más tarde en una cama llena de sangre.

<<Desaparecieron Niccolo–le había dicho su tío Marcel con un matiz de tristeza en los ojos llorosos–: Tus padres, la gente, todos…>>

–El Homúnculista–replicó Camielle.

–Se supone que el Dragón Escarlata, exterminó a todas sus creaciones–puntualizó Niccolo, inquisitivo.

–Eso nos dijeron–corroboró el alquimista–. No es sólo eso, el rey Sisley decretó un reclutamiento de todos los jóvenes y niños de Puente Blanco y Pozo Obscuro. Los hijos de los nobles no son la excepción–miró por un instante a Camielle–. Planea algo grande... escuché a Lord Beret hablar de un gran ejército, barcos… La tierra prometida.

<<Ya no sé qué creer. >>

–El reino se prepara para una gran guerra–replicó Gene, por su tono parecía preocupado…

–No entiendo–recalcó Niccolo, medio aturdido–. ¿Contra quienes?

–Sam–terció Camielle con una mueca.

El alquimista sonrió.

–Han trascurrido mil años o más, ya ni recordaran nuestra existencia. Todos… nos conducirán a la destrucción Niccolo, necesitamos tu ayuda, tu conocimiento, todo tú…

>>Exiliados, masacrados. Debemos tomar lo que nos pertenece por herencia. Arrancarlo con nuestras espadas de las garras de los que conquistaron nuestra tierra.

Niccolo lo comprendió…

–Non, no podemos. Nunca lo lograríamos. Se volvieron todos locos. Van a destruir el paraíso que el olvidado rey Exiliado creó para nosotros.

–Naturalmente–dijo Camielle. Se levantó y caminó despacio hasta donde Niccolo–… Eres un escribano ¿no? Bien sabes que les hacíamos los Daumier a los Brosse… Desde tiempos inmemoriales.

>>Los Brosse volaban en sus dorados alicantos, servían a los Sisley…

>>Hasta que un Daumier, no; de hecho el primer Daumier: el Terrorífico. Le juró fidelidad a los Scrammer y creó la Secta de Adoradores al Gran Devorador… Todos bendecidos con el don de… poseer a las bestias.

>>Poseyeron a los inalcanzables alicantos y les arrancaron los ojos a los Brosse.

Camielle sacó un puñal de su cinto bajo una holgada capa negra, era muy afilado, la luz del alba se fundía en su hoja. Se lo dio a Niccolo.

–Caían del cielo despedazándose como calabazas–dijo. Niccolo tomo el puñal, la punta estaba en el pecho de Camielle, quizás un poco de fuerza y…–. ¿No quieres cobrar esa deuda? El pasado está escrito con nuestra sangre y en este momento somos las últimas páginas… ¿O eres un cobarde?

Niccolo escudriñó dentro de aquellos ojos violáceos.

–Justicia–dijo al fin–. ¿Acaso eso traerá la paz?

Camielle le quitó el puñal de las manos y suspiró… parecía complacido.

–Es por eso que aunque no queramos–Sam le dedicó una sonrisa melancólica–. Debemos hacer las cosas correctas. No tenemos que pagar el precio de sangre que demanda el último roi Sisley. No tenemos que poner el mundo en nuestra contra.

La luz del día ya danzaba por la bibliothéque. Pero Niccolo aun creía que llevaban otros mil años discutiendo… Gene se levantó mirando a todos, se alisó la vieja capa morada, parecía muy triste.

 –Nos tocará hacer cosas terribles–sonrió. Tenía una sonrisa muy blanca y bonita. Pero a pesar de estar demacrado y famélico, se lo veía alegre–. Nos perseguirán, discriminaran y mataran… pero aun así, nunca perderemos la esperanza. 

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