Escena II

IVANA: (Mirando el bolso. Suspira) Lo suficiente como para borrar la palabra “necesidad” de nuestro vocabulario. (Evocativa) ¿Qué injusta es la vida, verdad? Algunos tienen tanto dinero que pueden tener el mundo a sus pies; y otros, en cambio, tienen tan poco, que no les queda más remedio que llevarlo cargado sobre sus espaldas. A veces creo que la sociedad funciona al revés, que todo está diseñado para mantener a la humanidad sumida en la desdicha.

JUAN: (Sorprendido) ¿Y hasta hora es que te das cuenta de eso? Cómo se nota que nunca has padecido por culpa de la pobreza.

IVANA: No tuve una infancia llena de lujos, pero tampoco me quejo. Y eso de no saber qué es la pobreza habrá sido antes, porque ahorita pobreza es lo que sobra. ¿Y tú, Juan? ¿Tú sí sufriste cuando eras un niño por culpa de la pobreza?

JUAN: (Melodramático) ¡Hasta podría escribir un libro! Yo sí sé qué es acostarse sin tener siquiera un pedazo de pan en el estómago. Pero lo que más recuerdo son las incontables noches que pasé en vela por culpa del frio y de la lluvia.

IVANA: (Conmovida) ¿En serio, amor? ¿Llegaste a dormir en la calle?

JUAN: No vale… Es solo que el techo de la casa parecía un colador. Había tantas goteras que más nos mojábamos adentro de la casa.

IVANA: Juan, ¿y por qué nunca me constaste esas cosas?

JUAN: (Evocativo) Ivana, “El corazón de un hombre es un profundo mar de secretos”. (IVANA  se ríe. JUAN se muestra herido) Turroncito, ¿tú te estás burlando de mí? (Lastimero) ¡Ya veo el poco respeto que me tienes!

IVANA: No se trata de eso, Juan. Es solo que dijiste…  

JUAN: ¡Claro!, como sí tuviste una infancia feliz. Seguramente tu sí recibías tu regalo de noche buena sin falta.

IVANA: Juan, no te pongas así. Yo solo…

JUAN: (Con voz llorosa) Descuida… Cada quien arrastra su cruz como puede, ¿no?

IVANA: ¡Ya te dije que fue sin querer! De verdad no fue mi intención lastimarte.

JUAN: ¿Y yo te estoy diciendo algo? (Llora).

IVANA: (Tierna) ¡Ay, no! ¡No llores, mi amor! ¡Se me parte el alma al verte así! ¡Perdóname, quieres! (Lo mima).

JUAN: Tranquila, Turroncito… Es solo que esto me afecta mucho. ¿Sabes?, una sola vez me dieron un obsequio para navidad. A los ocho años. Un perrito. Me lo regalo mi difunta abuela. Se llamaba Sahueso.

IVANA: (Enfática) Querrás decir “Sabueso”.

JUAN: No, así se llamaba: “Sahueso”. Es que literalmente parecía un saco de huesos. Para mí fue devastadora su pérdida.

IVANA: Y no es para menos. Debe ser muy duro ver morir de hambre a tu mascota.

JUAN: (Extrañado) ¿Y a ti quién te dijo que se murió?

IVANA: ¿No murió?

JUAN: No.

IVANA: ¿Y entonces?

JUAN: Es que el pobre no soportó tantas penurias y huyó de la casa a los pocos días. Supongo que pensó que se lo iban a comer. En el fondo fue una decisión inteligente. ¡Lloré como un niño! (Llora).

IVANA: Lo eras…

JUAN: ¡Por eso!

IVANA: ¡Qué horrible, amor! Ven, siéntate, siéntate… Ya, no te pongas así, por favor. No fue mi intención herir tus sentimientos. ¿Quieres un vasito de agua con azúcar?

JUAN: (Sorprendido) ¿Y tú tienes azúcar?

IVANNA: Sí, todavía me queda un poco desde la última vez que puede comprar. ¡La guardo como un tesoro!

JUAN: ¡Y no es para menos…! Está bien, tráeme el agua con azúcar… Es lo mínimo que puedes hacer por mí. Aunque dudo mucho que el azúcar pueda mitigar este dolor que desgarra mi pecho.

IVANA: (Al Público) Después dicen que las dramáticas somos nosotras. (A JUAN) Ya vuelvo. Verás cómo te sientes mejor después de que te la tomes (Se dirige al interior de la casa).

Pausa. JUAN deja de fingir la congoja. Se dirige hasta el bolso y lo abre. Mientras realiza dicha acción, las luces del escenario descienden un poco. Desde el interior del bolso vuelve a asomarse la luz.

JUAN: (Con descarada avaricia) ¡Una fortuna!  ¡Una fortuna!  ¡Con todos estos dólares puedo dejar de trabajar en esa mugrienta jefatura y dedicarme a una espléndida vida de ocio y llena de lujos! ¡Podría comprar lo que quiera, viajar a donde quiera, comer lo que quiera, tener a las mujeres que quiera…! Bueno, no, eso no, yo amo a mi Turroncito. (Al público) Si tan solo Ivana no fuese tan justa… tan decente… tan moralista. ¡Yo no sé por qué se empeña tanto en hacer siempre lo correcto! ¡Solo a ella se le ocurre ser honrada cuanto todo está tan caro! ¡Ya esa es una actitud romántica, pasada de moda! ¿O me van a decir ustedes que es mentira? Las cosas han cambiado mucho estos días. ¡Estamos en una nueva era, señores! Eso era antes que la gente se preocupaba en acumular virtudes. Hoy no, hoy lo importante es acumular otras cosas. ¿Qué cosas? Billetes, propiedades, siliconas, “me gustas” en las redes. Por cierto, si quieren me buscan: “Juanchito Cop Martínez”. ¡Para servirles!  Así me llamo en Facebook, Instagram y Twitter. Agréguenme a su lista de amigos y aprovechan para reaccionar a mis publicaciones. Ustedes saben: “Hashtag like for like”, “hashtag tú me sigues, yo te sigo”. Bueno, como le venía diciendo: Ivana es la persona más pendeja que conozco. Sí, no existe otra palabra para definirla: “pendeja”. Solo un pendejo es capaz de soportar a un patán como jefe y de conformarse con un suelo miserable, con tal de mantener su integridad en alto. (Medita) Yo no creo que ella acepte por las buenas si le propongo quedarnos con este dinero; si ni siquiera es capaz de colearse en la fila para pagar en el supermercado. Ella jamás entendería que hoy robar es un acto de lo más común. Sí, ¡hoy robar es casi un oficio digno! Además… Ese viejo se lo merece. ¡Quién lo manda a ser tan mezquino! Estoy seguro de que no necesita este dinero…

IVANA: (Desde el afuera) ¡En un momento voy para allá!  No consigo el bendito pote donde guardé el azúcar. Es que tengo que esconderla; la relación que tiene mi mamá con los dulces es peligrosísima… ¡Ah! ¡Aquí está!

JUAN cierra el bolso y lo vuelve a colocar donde estaba. Las luces vuelven a la normalidad. Se sienta de nuevo en el mueble.

JUAN: (Con voz lastimera) Tranquila, amor… Aquí te espero. (Para sí mismo) Tengo que convencerla, pero cómo…  (Interactúa con el público) ¡Ayúdenme! (Medita) ¿Y si le digo que…? ¡No, no!, cállate que eso no se lo va a creer. (Medita) ¡Ya! ¿Y si le propongo que…? ¡No!, eso tampoco funcionaría, ¿o es que no te das cuenta? (Medita) ¡Listo! ¿Y si le insinúo que…? Tienes razón, eso podría asustarla. Piensa, Juan… piensa… ¡Ah! ¡Ya sé! ¡Eso sí que no falla!   

Entra IVANA, viene con un vaso lleno con agua azucarada.

IVANA: Aquí tienes, amor… (Le entrega el agua) Bébela toda.

JUAN: ¡Gracias, Turroncito! (Bebe el agua de un solo jalón. Ahora se muestra sereno, lúcido) Sabes, Turroncito, creo que me tomé muy a pecho lo que me dijiste. No sirve de nada enfrascarse en el pasado.

IVAVA: (Al público) Vaya, sabía que se sentiría mejor, pero no tan rápido. No sospechaba que el agua con azúcar tuviera un efecto tan milagroso. (Para si misma) ¿Será igual de efectiva para tratar los cólicos?

JUAN: Pienso que lo que realmente te define como una persona madura, es cómo te enfrentas a las adversidades.

IVAVA: (Al público) ¡Es increíble! ¡Hasta te hace ver las cosas con más claridad! Con razón la venden tan cara últimamente.

JUAN: …Pero para hacer lo correcto hay que tener una visión muy amplia. No limitarse por conceptos arcaicos o ideas cuadradas.

IVANA: Puede ser, puede ser…

JUAN: Solo por dar un ejemplo. Para que veas la amplitud de mi mente. Gracias a mi profesión  descubrí que existen dos tipos de delincuentes.

IVANA: (Sorprendida) ¿Dos tipos de delincuentes? No sabía que se podían categorizar. (Despectiva) Para mí todos son iguales: ¡Gente sin oficio, sin educación y sin cultura! ¡Unos desechos de la sociedad!

JUAN: ¡Ay, no seas tan cruel, amor! Es en serio, Ivana. Escucha atentamente porque es una idea muy abstracta y puede que te confundas un poco.

IVANA: ¿Me estás llamando bruta?

JUAN: ¡No, Turroncito, para nada! ¡Yo sería incapaz de algo así! Yo sé que tu pesadez cognitiva se debe a un prolongado exceso de trabajo.

IVANA: Me alegra que lo tengas claro. (Intrigada) A ver… Ilústreme, señor filósofo.

JUAN: El primer tipo de delincuente, que es el más común, roba para satisfacer un vicio. Ese es un parasito, un cáncer para la sociedad, una mala hierba que debe ser arrancada de raíz.

IVANA: ¡Estoy completamente de acuerdo contigo! ¿Y el otro tipo de delincuente cuál es?

JUAN: Presta atención… El segundo tipo de delincuente, que es para mí un revolucionario, un rebelde, un hombre extraordinario, roba porque se cansa de ser humillado. En su intento por defender su derecho a una vida digna, no teme en revelarse a sus opresores. Lamentablemente, esos no se consiguen con facilidad. Pienso que el mundo necesita más “delincuentes” así, las cosas serían muy distintas.

IVANA: (Al público) Esa azúcar como que estaba vencida. A partir de hoy empezaré a usar papelón. (A JUAN. Consternada) Esto sí que es nuevo: un policía justificando la delincuencia.

JUAN: Pues es lo que pienso ¡Y yo nunca me equivoco! Vamos, medita en eso y verás que me darás la razón. En el fondo, todo crimen es una protesta contra un orden social mal organizado. Eso de la moral es solo un pretexto para mantenernos oprimidos. Es hasta grotesco: Te mantengo hundido en la miseria, pero si te atreves a protestar, te hago sentir culpable. Tú mismo te encargarás de consumirte en una guerra entre lo que deberías hacer y lo que no; entre “lo bueno y lo malo”. Y si eso no funciona, apelamos a las leyes, para condenar a quien no pueda comprarlas.

IVANA: (Medita) O sea, ¿me estás tratando de decir que dependiendo de las circunstancias, un hombre tiene derecho a cometer un delito?  “El fin justifica los medios.” ¿Es eso?

JUAN: ¡Exacto! Para un hombre victimado no existe la ley. Y tampoco para aquellos que contribuyen con sus obras en la sociedad. Por ejemplo, si los aportes del científico este… ¿Cómo es que se llamaba…? ¡El que tenía los pelos parados! El que era igualito a Mario Bros… ¡Alber Jeisten…!

IVANA: (Enfática. Irónica) Querrás decir Albert Einstein.

JUAN: ¡Ese mismo!

IVANA: ¿Y qué tienen qué ver Albert Einstein en todo esto? Qué yo sepa él era una persona íntegra y de buen corazón. Eso sin hablar de su ingenio. No me digas que piensas que era un criminal. ¡Eso es algo inconcebible!

JUAN: No me refiero a eso, Turrón. ¡Claro que era un hombre íntegro!  Lo que quiero decir es que, si por culpa de las circunstancias, no hubiera podido llegar a conocerse su obra, sino gracias a algún delito, él hubiera estado en el derecho de cometerlo. Mejor dicho, hubiera estado obligado. Eso garantizaría que sus descubrimientos llegaran a ser conocidos por el mundo entero.

IVANA: Suena razonable… Sin embargo, pienso que la honradez no debería perderse, aun cuando nos arrebatan el pan de la boca. Siempre hay caminos alternos para materializar nuestras ambiciones, sin necesidad de cometer actos ilícitos. ¡Solo se corrompe lo que tiene predisposición a ser corrompido! Un espíritu fuerte es capaz de mantenerse firme a pesar de las adversidades.

JUAN: O sea, según tú, hay que quedarse de brazos cruzados ante la injusticia. ¡Qué sumisa eres, Turroncito!

IVANA: Es mejor soportar injusticias que cometerlas, Juan. Eso es una verdad acreditada, aunque algunos se empeñen en asumir lo contrario. Además, ¿cómo determinas quién va a aportar algo valioso a la sociedad y quién no, como para autorizarlo a que actúe fuera de los márgenes de la ley? ¿Y si alguien común y corriente comete un delito al creerse un ser extraordinario? Porque, si lo que dices es cierto, no deberíamos quejarnos por cómo están las cosas en este país. (Irónica)  Si me ciño a tu lógica, podría decir que vivimos en un país gobernado por rebeldes, por seres extraordinarios que usan el crimen como estandarte. Lo único que falta es que hagan un apartado en la constitución donde promulguen una serie de artículos dedicados a los derechos de los criminales. Así podrían jactarse de sus marramuncias sin que se les considere cínicos ni corruptos.

JUAN: Me estás dando la razón, amorcito… ¿Si ellos actúan por encima de la ley, qué hay de malo en que sigamos su ejemplo?

IVANA: (Pasmada) ¡Pero qué disparate estás diciendo, Juan! Cuando el crimen está a la orden del día, los seres íntegros son los que evitan el caos. Gracias a ellos, la humanidad aún tiene la oportunidad de salvarse. Sinceramente, amor, esa autorización moral que le atribuyes al crimen es espantosa.  ¡Debería darte vergüenza!

JUAN: (Al público) ¿Se dan cuenta? ¡Esta mujer es más dura que un hueso! ¡Pero a mí no me va a ganar! Ella aun no entiende que en esta relación yo propongo y dispongo. (A IVANA) Sí, es verdad lo que dices, Turroncito, pero…

IVANA: ¡Pero ya, Juan! Hablemos de otra cosa, ¿quieres? Saca esos retorcidos pensamientos de tu cabeza; eso no traen nada bueno. (Mira su reloj) ¡Ay, mira la hora que es!, salgamos ya que se me hace tarde. No quiero que mi jefe crea que me perdí en el camino, o peor aún, que piense que…

JUAN: ¿Qué piense qué? ¿Que lo robaste? (Ríe irónicamente) ¿Por qué te da miedo decirlo? Por pensar de esa manera es que las cosas están como están. En este momento no recuerdo quién lo dijo, pero en alguna ocasión escuché algo que llamó mucho mi atención. La frase era algo así como… “obedece poco y resiste mucho”. Sabes, ya estoy cansado de obedecer y me resisto a seguir siendo un títere de las circunstancias.

IVANA: Juan, ¿qué te pasa? Cualquiera pensaría que quieres... ¡Ay, olvídalo! Salgamos ya que me urge entregar este dinero. (Coge su cartera y el bolso negro).  

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