¡Ai! que suerte
¡Ai! que suerte
Por: Amanda Castillo
Capítulo 1

— ¡Ah! ¡Me duele! —Gemí mientras sentía sus manos alrededor de mis brazos apretándome con fuerza— ¿A dónde me llevan? —pregunté inútilmente, no tendría escapatoria. Intenté zafarme de los robustos tipos, pero era en vano, mis pies ni siquiera tocaban el piso— Prometo no decir nada, lo juro, me iré —Mentí, llamaría a la policía en cuanto estuviera lejos— No tan duro por favor —Fue lo último que les dije casi entre lágrimas y mocos apretando los ojos negándome a lo que pudiera pasar.

Imagino que sería más fácil si empezara mi historia varias horas antes y con un poco más de contexto, cuando aún el sol estuviera afuera y yo tranquila y segura en mi casa, no en uno de los barrios más peligrosos del país, de esos donde no hay ley más que la propia, donde nadie conoce a nadie y solo les temen a los fuertes, donde yo claramente no pertenecía.

Mi nombre es Ai, Ai rin para ser más preciso, una humilde chica de 19 años que esa mañana como siempre había despertado envuelta parcialmente en la cama, con la mitad del cuerpo desnudo y el cabello entre la boca. El sonido de una notificación en mi móvil había hecho el trabajo de alarma; cuando abrí los ojos, apartando con torpeza los rizos molestosos que se entremetían en mi boca y el flequillo de mi frente, noté qué era lo que había hecho a mi celular vibrar: un correo electrónico tan esperado como mi libertad.

¡Si! Me senté de inmediato y luego salté fuera de cama celebrando con un bailecito de victoria, por fin estaba sucediendo, un mensaje de la galería, con esta última asignación de trabajo terminaría mi pasantía y podría volver a dormir todas las mañanas, tal vez hasta llegar a graduarme.

Corrí al baño pasando por alto a mi compañera de piso y me metí bajo la ducha sin siquiera ganas de desenredar mi anudado cabello, seguí al armario y saqué un overol corto junto a una blusa de tirantes que cubriría con un sobretodo tejido y finalmente mis botas favoritas.

— ¿A dónde vas? —Preguntó Mio, con su habitual humor matutino, es decir, cara de pocos amigos.

—A recuperar mis mañanas—Respondí victoriosa.

— ¿Mañanas? —Levantó una de las comisuras de sus labios—Son las once Ai, dejará de ser “mañana”—Pronunció la palabra haciendo comillas con sus dedos—En una hora.

—Shhhh, esta es la última visita que hago —Abrí la puerta tras tomar mi bolso de la mesa del comedor—Luego iré a la oficia y ¡puff! De regreso en mis pijamas.

—Ya vete —Hizo un ademan con la mano—Se te hará tarde.

Mio no solo era mi compañera de cuarto, sino que era mi mejor amiga, habíamos estado compartiendo piso desde hacía unos 2 años y no sabía si podía dejar de estar a su lado. Yo literalmente era su mascota, me alimentaba, jugaba conmigo y de vez en cuando me abrazaba en las noches que dormíamos juntas después de hacer un maratón de series o películas de Marvel, Dc o animes.

Pagaba por mis cosas con la promesa de mi parte de que algún día buscaría trabajo y la recompensaría por todo, o mejor, conquistaría a un hombre adinerado que nos sacara a ambas del hoyo, eso sí me ponía en el gimnasio de una buena vez por todas, de inmediato la recordé rodando los ojos, por ese pensamiento sobre mi peso o mis vacías promesas. Por lo menos la recompensaba con los quehaceres y la comida siempre lista.

Ella y yo éramos levemente (completamente) diferentes, mientras que yo intentaba desesperadamente salvar el cuatrimestre con una pasantía que no había logrado falsificar, ella ya era una lumbrera en las leyes, que trabajaba en un bufete de renombre sin siquiera haber entregado su tesis.

Yo tenía la piel color miel y mi cabello se alborotaba de verlo, mientras que ella tenía ese color blanco muerte y un cabello fenomenal recto y negro, y así éramos las dos, como el sol y la luna.

Tomé el transporte público mientras caminaba a toda prisa bajo el cielo nublado, sería lamentable si empezaba a llover ya que había dejado el paraguas. Saqué disimuladamente el celular del bolsillo delantero del overol y revisé nuevamente el correo que había recibido en la mañana, la fortaleza, leí en mi mente y mordí mi labio pensando cuanto me costaría llegar allá, la pasantía no pagaba para nada bien y Mio había dejado de darme dinero, pues lo gastaba en chucherías, una completa mentira, resoplé furiosa sacando una paleta de cereza del bolso.

Tras unas rutas más por fin había llegado, el cielo estaba tan oscuro que casi parecían las seis de la tarde, la brisa movía violentamente mi cabello y todo lo que había en el piso lleno de basura y desperdicios en las alcantarillas. Sentí la primera gota en mi nariz, mierda, dije en voz alta.

Las luces que parpadeaban se habían encendido automáticamente mientras se reflejaban en los charcos de agua, estaba ya lloviendo y había olvidado por completo abrigarme correctamente, pero no perdería el estilo por algo como un mal clima anunciado a ultima ahora por la radio, después de todo ¿Quién creía en el pronóstico del tiempo? Me cubrí con una funda que casualmente llevaba en mi bolso y cruce la calle hasta ese oscuro callejón que me conduciría a mi destino.

Caminé unos metros entre los olvidados edificios cuando de inmediato sentí unos murmullos que ponían mis vellos de punta, demonios, maldecía para tranquilizarme, todo pasaría, todo pasaría, entregaría la notificación hablaría con ellos un rato y me largaría corriendo sin siquiera llegar a la oficina, inventaría una tonta excusa, después de todo era mi último día y sabía que nadie me extrañaría por ahí.

Apresuré el paso y aferrándome a mi bolso sin mirar a los lados, pensando que sería un terrible día para ser atracada, entonces empecé a repensar todas mis decisiones, no tenía que haber aceptado ese estúpido encargo, cualquier otro menos yo podía haber ido, tal vez alguien de por aquí mismo, o alguien menos temeroso que yo. Sabía que nadie quería meterse ahí, ¿Por qué tuve que haber insistido tanto? Y lo recordé, era una maldita vaga que quería terminar cueste lo que cueste ese trabajo que pensándolo en esa situación no era tan malo.

—Cariño ¿A dónde vas con tanta prisa? —No quise mirar, comencé a correr sin siquiera ver al frente, podía sentir mi corazón en la boca, apreté mi bolso aún más y recé por primera vez en años.

—Te han hecho una pregunta bombón—Me tomaron del codo, frenándome en seco y logrando que mi bolso callera al suelo mojado, lo siento señores Pérez, su inductora no llegará.

La voz de la mujer sonaba muy áspera y ronca, era demasiado alta comparándola con mis 1.52 metros. Vi mi muerte en sus manos sujetando un cuchillo, tragué y empecé a temblar mientras ellas y otras empezaban a acercarse a mí apareciendo de la nada. En ese momento no me importaba mi bolso, ni el trabajo, ni la escuela, solo quería salir de ahí lo más pronto posible con mi dignidad y cuerpo completo.

—No sé si eres tonta o muy valiente, para cursarte por aquí luciendo así —Reprochó una del grupo examinándome de arriba abajo, esa era la primera voz que escuché al llegar y no parecía nada a lo que había imaginado, era casi tan bajita como yo y tenía el rostro fuerte y el ceño fruncido, logrando que retrocediera unos pasos hasta sentir la mojada pared detrás de mí, pero que más daba, hacía rato que estaba empapada.

Trazó un camino con el dedo de mi pecho hasta mi mandíbula, apretando con sus finos dedos mi mentón—no quiero problemas, pueden tomar lo que quieran de ahí—Mascullé asustada, pero la mujer solo se volvió a sus compañeras y empezaron a reírse como si hubiera dicho algo muy descabellado, o un chiste que no lograba entender.

—Vaya vaya —Dijo con una sonrisa— ¿Crees que porque soy negra y de un barrio soy una ladrona? Oyeron chicas, esta blanquita asume que somos simples atracadoras —Negué de inmediato, pues eso era lo último que pensaba, ni siquiera me consideraba una blanquita— ¿Sabes cariño? No somos eso—Se detuvo acortando dramáticamente nuestra distancia—Somos aun peor —Sentenció—Llévenla con las otras y sáquenle algo de provecho, sobre todo denle una lección por su actitud—me soltó, pero luego me miró— si crees que puede venir aquí a insultarnos estás muy equivocada niña, muy—Miré a los lados, estaba sentenciada, acabada y muerta.

Otras dos me sostuvieron de los hombros y empezaron a caminar conmigo a pesar de mi sinnúmeros de pataleos, pero rápidamente me metieron un golpe en el estómago logrando que escupiera y casi vomitara—Así te quedaras quieta —Dijo volviéndose a poner en marcha, pero un carraspeo lo cambio todo, de pronto sentí como fui tirada al suelo, aún estaba adolorida así que no podía ponerme de pie ni mirar muy bien, tenía los ojos humedecidos por la lluvia y las lágrimas así que solo escuché como unos pasos rápidos me abandonaban, las mujeres se habían ido ¿estaba salvada?

Ni remotamente…

Terminé de caerme de culo sobre el suelo cuando dos tipazos se mostraron frente a mí, no podía moverme, este sería mi final, limpié mi vista para verificar si no soñaba, pero no me había dado tiempo a nada, me cargaron por las axilas y empezaron a andar ¿este sería el día en que todos me cargaran? Mio se reiría de esto, y no me molestaba ya que si lo hacía indicaría que había sobrevivido.

Eran dos tumbas de inmensurable tamaño, y no pretendía moverme mucho, si las grandulonas me habían dejado privada del dolor no quería saber lo que me harían estos, bajo la lluvia no me quedo más remedio que llorar, estaba jodida y no sabía cuánto.

Así llegamos al inicio.

— ¡Ah! ¡Me duele! —Gemí mientras sentía sus manos alrededor de mis brazos apretándome con fuerza— ¿A dónde me llevan? —pregunté inútilmente, no tendría escapatoria. Intenté zafarme de los robustos tipos, pero era en vano, mis pies ni siquiera tocaban el piso—Prometo no decir nada, lo juro, me iré—Mentí, llamaría a la policía en cuanto estuviera lejos—No tan duro por favor—Fue lo último que les grité casi entre lágrimas y mocos apretando los ojos negándome a lo que pudiera pasar.

Uno de ellos me soltó dejándome sola con el otro que paso a cargarme con un saco de papas sobre su hombro sin ni una sola pisca de amabilidad, oí el estruendo de la puerta abrirse, y un aire frio nos invadió haciendo que se me erizara la piel al instante, pues estaba completamente mojada y no venía para nada bien.

La puerta se cerró detrás de nosotros dejando todo oscuro a nuestro alrededor, unos pasos más y nos detuvimos frente a una segunda puerta, donde todo se veía iluminado por una tenue luz roja y me pusieron de pie.

El cuarto donde estábamos era húmedo y oscuro, tenía frio y no podía parar de tiritar, era muy estrecho como algún tipo de lobby retorcido con vista a un pasillo y unas escaleras escalofriantes— ¿Dónde estoy? —Pregunté, pero no sabía ni porque lo hacía, esos dos no habían dicho una sola palabra y tampoco parecía que quisieran hacerlo.

Miré a los lados buscando una pista que llenara mis dudas, pero nada, solo eran paredes planas, los grandotes se habían parado detrás de mi sin hacer más nada que obstaculizarme el paso.

Uno de ellos me empujó con su ruda mano hasta hacerme caminar y con un ademan de su cabeza me pidió seguir por el único camino que había, la aterradora puerta con la luz roja encima, enseguida empecé a negar con el llanto pausado—Por favor, no, no —Casi supliqué, pero no servía, escuché uno de ellos resoplar y venir hacia a mi hasta tomarme del brazo y caminar conmigo que seguía llorando por piedad. Abrió la puerta agotado de mi.

Crucé el umbral hasta toparme con una oficina, lo que paro mi llanto de la sorpresa y el golpe contra el suelo cuando el animal me tiró allí ¿Qué demonios?

Entre todo lo demás a lo que no le di importancia había una butaca tan majestuosa que competiría con cualquier trono y entre ella había una silueta que me daba miedo averiguar, la luz roja solo iluminaba parcialmente su cuerpo, se quien sea que estuviera ahí, tenía la cabeza apoyada en su mano y las pierna cruzada, como si me hubiera estado esperando y ya había desentrañado todo esto, era carne fresca aquí y seria salvajemente violada y luego puesta a prostituir. Mio ayuda.

Ya no tenía ganas de llorar, solo temblaba y cuando el sujeto detrás de mi dio un paso hacia la salida me aferré a su pantalón buscando algo de cordura y piedad en su ser, pero solo me dejó allí a merced de su amo, sacudiéndome como perro latoso.

Deje caer la cabeza hacia delante y di un golpe en el suelo, entonces escuché unos pasos acercarse a mí, y no me quería volver, no quería mirar quien se estuviera agachando a mi nivel, apreté los ojos y tragué en seco, sin dejar de pensar en lo jodida que estaba y lo mucho que dolería lo que estaba pensando.

—Estas terriblemente mojada —Resonó una voz muy serena y ¿sexy? Me volvi de golpe cuando sentí algo cálido en mi espalda, me había cubierto con su chaqueta y atrapado con sus irreales ojos azules. Madre mía que hombre, casi dejo escapar en voz alta. Era demasiado bello a pesar de que su mirada era gélida como un glaciar, no tenía expresión alguna, sin dejarme descifrar si el seria mi mal o mi bendición. Solo estaba ahí a mi lado, demasiado cerca como para evitar que mi corazón latiese a mil por hora y que mi cara se pusiera roja como tomate—puedes relajarte ahora, estas a salvo— ¿A salvo? Dudé.

— ¿Cómo es eso? —Pregunté mientras lo miraba ponerse de pie, era muy alto y se inclinó pasándome la mano para ponerme igualmente de pie, toqué su mano a duras penas sintiendo su masculino agarre y calidez.

—Sí, porque ahora serás mía —Dijo ladeando la cabeza en un tono inocente levantando las comisuras de sus labios formando una sonrisa que sellaría mi destino.

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