4. La chica de mis pesadillas

 Daniel se dirigía a su departamento después de haber acompañado a su padre y su hermano a la casa, llovía, pero eso no le importaba, era su primer día en su nuevo departamento y debía estar allí. La lluvia caía en una buena cantidad sobre el cristal de su auto y aunque no podía ver con mucha claridad el camino a pesar del funcionamiento del parabrisas, sabía dónde se dirigía.

 Se encontraba ya a pocos kilómetros de su departamento cuando de pronto creó ver una figura en uno de los bancos que se encontraban junto a la gasolinera, estuvo a punto de pasar de largo, pero luego decidió regresar a ver de qué se trataba. Aparcó justo en frente de donde se encontraba la persona; al fin podía distinguirlo, pero estaba oscuro y no podía saber quién era. Rápidamente salió del coche y se acercó para saber que le pasaba, pero para su sorpresa de trataba de ¡una joven! Lo que faltaba, no quería estar en contacto con ninguna chica, pero tampoco podía dejarla allí, no se movía; pasó sus dedos por su cuello para probar su pulso y sí, seguía viva pero inconsciente. Suspiró durante un rato mientras procesaba lo que estaba a punto de hacer, no le quedaba de otra, lo haría y quizás mañana todo habrá vuelto a la normalidad y por esta vez tenía que salvarla y saltar sus principios. 

 La tomó entre sus brazos y la metió en el asiento trasero de su auto con cuidado, regresó al asiento del conductor y a toda velocidad se dirigió a su departamento. Una vez llegado, bajó del coche y la sacó del auto, seguía inconsciente y todavía seguía lloviendo a cantaros y no sabía qué hacer con ella.

Entró en la casa y la llevó directo al único cuarto de invitados que tenía; abrió el grifo de la bañera y la llenó de agua caliente, más tarde la metió en la bañera, la observó durante unos instantes, le parecía que había visto este rostro antes pero no se acordaba dónde ni entendía el por qué, dado que no se daba con chicas. Unos segundos más tarde ella se despertó inspirando hondamente como si acaba de salir de un lugar sin aire. Se sobresaltó al acordarse del último lugar donde se encontraba y al verse en un lugar que no conocía.

—¿Dónde est...?—se giró y vio a Daniel que estaba junto a la puerta muy preocupado y espantado—¿profe?

¿Le había llamado profe? ¿Acaso era su…? O sí, debía ser una de sus estudiantes, pero ¿será que por eso le recordaba a alguien? Le parecía que era de algo más pero no había tiempo de pensar de qué era.

—¡Dios, tengo frío! —y mientras decía eso estaba tiritando encogiéndose por el frío.

Daniel se acercó a ella y le tocó la frente para notar qué tan mal se sentía, estaba ardiendo y se preocupó aún más.

—Por favor quiero que te salgas del agua y te cubras con la toalla—le entregó una— voy a buscarte algo para ponerte.

—Gra...gracias—dijo muerta de frío.

—Vuelvo en seguida.

Daniel subió a su cuarto, abrió su perchero y buscó una de sus camisetas y un jersey con un chándal, no se le ocurría nada mejor, se pasó los dedos por su cabello mientras daba vueltas locas por la habitación, ¿y si había cometido un error al traer una chica a su casa? Pero tampoco tenía que ser tan malo ayudar ¿o sí? Pero es que era una chica ¿Cómo podía alguien como él lidiar con algo así? Esperó hasta que estuvo seguro de que ella había acabado de secarse. Regresó al cuarto de invitados, llamó a la puerta del baño, pero nadie contestaba. Abrió la puerta para ver que se encontraba sentada en el suelo con la toalla rodeándole el cuerpo, estaba tiritando de frio y ni siquiera podía ponerse en pie. Se acercó a ella y probando que no podía ponerse en pie, se tragó sus principios y la llevó en brazos a la cama, era tan delicada… la colocó cuidadosamente sobre la cama y le cubrió con un edredón, tenía la fiebre muy alta por lo que buscó por unos calmantes, la hizo tomarlos y la acostó. Estaba tan preocupado que le daba miedo que le sucediera algo, no sabía qué le pasaba y no podía forzarla a que le contara lo que sucedía; acercó una silla hacia la cabecera junto a ella, quería estar seguro de que los comprimidos realizaban su efecto. Ella tenía los ojos cerrados y con el paso del tiempo se le fue calmando la fiebre y dejaba de tiritar. Se veía tan bonita e incluso más que en sus sueños… ¡sus sueños! Sí, de allí la recordaba, pero ¿qué hacia ella aquí? No iba a creerse que haya sido una casualidad porque eso no existe para él, pero entonces ¿a qué venia todo eso? todo parecía tan raro que no lograba entender cómo estaban sucediendo las cosas de ese modo. Tenía las manos apoyadas en su barbilla mientras la miraba mejorarse.

—Durante todo ese tiempo he vivido en una mentira—ella empezaba a hablar aun con los ojos todavía cerrados—el que creía que era mi padre, en realidad no lo es y mi madre se encargó de no contármelo—Daniel la estuvo mirando mientras hablaba—he estado soportando sus malos tratos durante toda mi vida creyendo que nos lo merecíamos mi madre y yo cuando no tenía por qué hacerlo—empezaban a resbalarle unas cuantas lágrimas de los ojos—no puedo seguir así.

Daniel seguía observándola detenidamente, así que todo eso había sido por sus padres, no era feliz con ellos, pensó en secarle las lágrimas, pero no lo hizo, no se atrevía, más tarde le hablo.

—Nunca se puede esperar que los padres sean perfectos, aunque se lo crean—habló con voz suave—he tenido algunos conflictos con mi padre, pero nunca he permitido que eso interfiera con alguna de mis decisiones. Nosotros mismos somos arquitectos de nuestro destino por lo que decidimos cómo queremos que sea, por lo que no hemos de dejar que otros la dirijan. En cuanto a tus padres—dio un suspiro—no sé por lo que estaréis pasando ni necesito saberlo, lo único que puedo hacer es asegurarte de que te quieren y que siempre hay una razón por la cual uno se arriesga a hacer algo, pero si los juzgamos antes de escucharlos corremos el riesgo de arrepentirnos cuando tal vez ya no haya oportunidad de solucionar las cosas, pero aun estas a tiempo.

Sídney abrió los ojos y lo miró, sí que era un sabio, tenía razón en todo lo que había dicho.

—No tienes que decirme nada, solo necesito que descanses y te lo pienses y ya mañana te llevo a tu casa si lo prefieres.

—Gracias.

—Descuida.

Le echó una última mirada y confirmando que estaba mejor que antes, se puso de pie y se despidió. Subió a su cuarto e intentó descansar, había tenido un día larguísimo y bastante raro, eran las dos de la madrugada cuando se dejó caer en la cama y se puso a dormir, al fin podía hacerlo…

    

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