Capítulo 2

Adrián Sokolov

Después de comprarle el regalo de cumpleaños a Isaías tuve que ir donde la abuela y ahora me encuentro entrando a la casa de mis padres.

Me encanta la decoración, se ve fina pero no exagerada, el jardín es muy grande y acogedor. Pongo la contraseña en la puerta y entro.

-¡Hermanito! -chilla Isaías corriendo hasta mi encuentro.

Isaías es mi hermano menor, hoy cumple 5 años de edad. Es adoptado. Mi madre insistía en que necesitaba alguien aquí para pasar el tiempo; ya que mi padre casi siempre está viajando, me mudé a los 20 años a mi departamento y mi hermano Frank de 22 años también se ha ido.

Lo cargo luego de dejar el maletín y él sonríe mientras recibe su regalo. Lo dejo en el piso y empieza a quitar el papel de regalo con entusiasmo. Me abraza feliz cuando ve la caja de un carro a control.

Amo verlo feliz con lo más mínimo. Sus ojos son tan dulce como la miel y su sonrisa muy encantadora.

Escucho un ladrido y miro a mi madre, ella me mira nerviosa y se rasca la cabeza mirando a otro lado.

Odio los perros.

Odio los gatos.

Odio las aves.

Odio los animales.

Un perrito peludo corre hasta mis pies y empieza a mover su colita. Isaías lo acaricia, lo toma en sus brazos y me lo extiende.

-¿Y esa bola de pelos? -pregunto mirando a mi madre quien se hace la desentendida.

-Es un perrito hermanito; está lindo -dice mostrándolo

Lo ignoro y voy hasta mi madre.

-¿Quién le compró ese perro a Isaías? -pregunto levemente molesto sin que el niño lo note.

-Lo trajo del colegio, dice que su mejor amiga se lo regaló -dice encogiéndose de hombros.

No tengo mucho que reclamar, pues ya no vivo aquí. Trato de calmar mis impulsos, ya que Isaías está aquí presente. Veo el brillo en sus ojos mientras juega con el perrito.

-Recuerda que mañana es tu turno de llevarlo al colegio -dice ella muy seria.

-Si, eso lo se -digo sacando mi celular.

Me despido de mi madre y mi hermanito para ir a mi casa. Necesito relajarme.

La manera de yo ser me está volviendo loco. Eso de ser frío, enojón, tan sincero, creerme mejor que todos me tiene prácticamente solo. Tengo 30 años, no estoy casado, la mujer más cercana que tengo es Lorent. A ésta edad ya yo debería estar casado. Pero aún no ha nacido la mujer que me haga cambiar, sin importar su físico y cuenta bancaria.

Dejé de creer en el amor cuando Neytan, mi mejor amigo, se suicidó por una chica. Él estaba enamorado desde los 12 años, a los 15 se hicieron novio, estábamos en la misma secundaria y el mismo día de la graduación él descubrió que ella lo engañaba con el capitán del equipo de Baloncesto. Se emborrachó en la fiesta y luego fue a su casa y con el arma de su papá se disparó en el pecho; no sin antes dejar una nota que decía: el amor es un pasatiempo que hay que valorar y disfrutar en el instante, porque no dura para siempre y al final siempre duele.

Ni en la otra vida vuelvo a creer en el amor.

Aún no supero su muerte, odio a Karla con mi vida, Neytan la amaba como a nadie, nunca le fue infiel, cuando hablaba de ella el rostro se le iluminaba e iluminaba a los demás. Se había vuelto un tonto desde sus 15 años. Su cara de ilusión era semejante a la de un niño cuando recibe un juguete.

Todos en el grupo éramos mujeriegos, amábamos las carreras, las fiestas y él era el único diferente y nunca le falló. Nunca se alejó de nosotros. Y sin embargo; ella lo engañó.

Las chicas solo deben ser para un rato, como las del Sexclub.

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