El misterioso Conde

Los animados gritos infantiles que se dejaban escuchar en la plaza pública parecían a sus oídos bellísimos coros de ángeles, aunque no contribuían a aliviar su dolor de cabeza, niños corrían de un lado a otro disfrutando entre juegos de su tierna infancia, era un hermoso día de verano, el sol del medio día estaba en lo alto y bañaba tanto el valle como al viejo pueblito con sus cálidos rayos dorados de luz…su abuelo había pasado de nuevo la noche en vela, muy pendiente de aquella extraña niebla que de nueva cuenta había bajado desde la abadía, no era una mentira dicha por Nicoleta, su abuelo en realidad no pegaba pestaña durante esas noches, se quedaba en el pórtico del grande balcón de su alcoba apostado cual general en cuartel sosteniendo su rifle cargado con curiosas balas de plata a las que lo había visto márcales una cruz y rosearlas con lo que decía, era agua bendita, lo había visto un par de veces a diferentes horas de la madrugada cuando bajo a beber un poco de agua fresca en la enorme cocina, siempre dejaba la puerta de su habitación abierta y esta estaba de paso antes de llegar a las viejas escaleras que daban al comedor, había alcanzado a ver como parecía apuntar con su arma hacia la espesa neblina que curiosamente no ingresaba a los jardines de la propiedad de los Bennet, también podría jurar que lo escucho maldecir a algo o alguien varias veces…no entendía como es que un hombre de sus años podía tener tanta vitalidad y energía para soportar una noche completa en vela…ella se sentía fatigada porque aunque si logro dormir algo, una extraña sensación de incomodidad le impidió caer en un sueño profundo, se sentía observada, como si en aquella neblina fuera de su ventanal hubiesen muchos ojos escondidos…una sonrisa de ironía se dibujo en su hermoso y cansado rostro, la paranoia de su abuelo si que era contagiosa.

– Luces realmente agotada, ¿Te encuentras bien? – preguntaba el apuesto medico Emmeran.

Isobel bostezo, en verdad necesitaba ese café que su jefe le había invitado en su hora de comida para aguantar el resto de la jornada.

– Si…es solo que no descanse como es debido, me sentí muy incómoda anoche y mi abuelo con sus paranoias hacia la niebla no ayudo a mucho a relajar mis nervios, pasó la noche en vela apuntando con su rifle de cazador hacia la nada…según mi nana suele hacer eso en las noches de neblina – dijo Isobel de nuevo bostezando.

Emmeran guardo silencio por un momento antes de hacer un comentario, ya conocía al viejo osco, Velkan Bennet era un hombre bastante respetado en aquel lugar, su familia era muy famosa en aquellas regiones, se contaban muchas y variadas historias sobre ellos, desde que habían llegado a establecerse en la región hacia siglos, que ellos eran los indiscutibles fundadores del pueblo y que descendían de gitanos, hasta que habían sido cazadores de monstruos en los tiempos en que aquellos mitos se tomaban por verdades indiscutibles, lo cierto era, que el viejo gruñón era un fiel creyente de todo ello al igual que la mayoría de los ancianos del pueblo, en realidad, podría decirse que la población entera aun creía en esas leyendas de vampiros, fantasmas y otras criaturas que se contaba, eran los eternos habitantes de los bosques de los Cárpatos, por supuesto, a él, siendo médico, le costaba trabajo creer en ello…aunque…esas tierras ciertamente eran inhóspitas y bastante temibles, ocurrían cosas que simplemente desafiaban a la lógica y no tenían explicación.

– Soy un médico al igual que tu Isobel, no puedo permitirme creer en seres sobrenaturales, soy un hombre de ciencia, el pensamiento lógico y racional siempre es mi primera opción…sin embargo, cosas muy extrañas ocurren en los bosques de los Cárpatos…cosas que no parecen tener explicación…y en las que mi familia ha creído siempre – dijo Emmeran recordando aquellos eventos que hacían temblar su temple y cuestionarse si la ciencia en verdad era la única respuesta posible.

Isobel no respondió de inmediato, comenzaba a creer que todos en el pueblo en verdad eran supersticiosos, incluso Emmeran parecía dudar, mirando el café en su taza se pregunto si ella también podría dudar al estar en ese pueblito tan rustico y aun bastante tradicional, desviando sus ojos celestes en dirección a la Abadía recordó aquella extraña sombra que no estaba muy segura de haber visto despierta o en sus vividos sueños, aquella silueta se deslizaba desde el interior del viejo y derruido recinto hasta alcanzar las copas de los árboles…comenzaba a pensar que algo definitivamente extraño pasaba en esos lugares…pero aferrándose a su pensamiento lógico se pregunto si algo en esa neblina provocaba alucinaciones masivas a todos los que moraban allí…quizás seria bueno investigarlo primero antes que considerar siquiera posible aceptar que las leyendas eran ciertas…su mente sin embargo viajo a los recuerdos que tenia del extraño adonis que vio la noche anterior…la misteriosa belleza que aquel hombre poseía aun no se desvanecía de sus pensamientos, negando en silencio volvió a mirar su taza de café.

– Este café es estupendo, deberíamos llevar uno para la hermana Jenica junto a un trozo de pastel de mora, creo que le gustara – dijo Isobel sin querer seguir hablando de ese incomodo tema paranormal que desafiaba la lógica.

– Es verdad, seguramente le gustara, es tiempo de volver, pediré más café para nosotros y para la hermana, aun faltan varias horas para salir y no me complacerá que te quedes dormida – dijo Emmeran entre risas y sintiéndose aliviado de no tener que hablar mas de aquellos temas.

La tarde había llegado, y con ella los vividos colores rojizos que teñían las nubes en el cielo, el viento soplaba delicioso y se colaba a través de los ventanales en el salón de reposo que tenía el área médica, no había demasiado trabajo, ya habían hecho el recorrido por el área de los niños con enfermedades crónicas y afortunadamente no había ningún incidente para lamentar, Isobel pensaba en lo triste que era ver a niños tan pequeños enfrentando enfermedades tan terribles como lo era el cáncer, pero sabía bien que la fatalidad no respetaba edad, sexo o creencias…solo llegaba a devastar todo a su paso…como ocurrió con su amado padre.

– Te ves muy pensativa Isobel…supongo que lo entiendo, a nadie nos gusta pasar por el área de los pacientes pediátricos crónicos…es doloroso – dijo la hermana Jenica entendiendo la melancolía de la joven de cabellos castaños.

– Mi padre, el…bueno, nunca supimos que era lo que le ocurría, su enfermedad era extraña, inexplicable, sufría de anemias repentinas y devastadoras…un día simplemente ya no pudo mas y nos dejo a mi madre y a mí, estudie medicina por él, porque quería sanarlo, pero al final no pude vencer al tiempo y lo perdí…fue muy doloroso y por un momento creí que todo mi esfuerzo había sido en vano…pero ver a estos niños, me hace sentir que es aquí en donde debo de estar, ser medico es lo que siempre quise ser…y aunque no pude salvar a papá si puedo salvar a mas gente que sufren tanto como lo hizo el – dijo Isobel sonriendo mientras miraba el cielo rojizo fuera de la ventana.

La hermana Jenica sonrió ante aquel comentario…Isobel Bennet era genuina, una chica aun muy joven pero dispuesta a hacer algo para cambiar al mundo.

– Me alegra mucho que pienses así…ser medico es ser un ángel en la tierra, manos gentiles y bondadosas siempre dispuestas a cumplir su juramento Hipocrático – dijo Jenica con sinceridad. 

– Si no podemos hacer eso no tenemos derecho a ejercer, la vida es lo mas valioso y es nuestro deber el proteger de ella – respondió Isobel con determinación.

La hermana Jenica ensombreció su semblante…sus ojos verdes enfocaron a la vieja abadía que podía verse casi desde cualquier punto en la ciudad…a veces la vida perdía el sentido, cuando conocías a los horrores ocultos en la oscuridad.

– ¿Sucede algo? – pregunto Isobel al ver el semblante triste de la monja.

– No es nada, solo recordaba el momento cuando tome el juramento…creo que hay cosas que simplemente te hacen sentir nostálgica ¿No lo crees? – dijo la hermana Jenica sin intención de revelar lo que verdaderamente pensaba.

Isobel Bennet era muy diferente de su abuelo, Velkan había sido su amigo desde que llego como voluntaria al hospital, y el si creía en los horrores de la niebla y los inhóspitos bosques que rodeaban a la vieja abadía…ella misma los creía…los había visto.

– Es cierto, pero no deberíamos ponernos tristes – respondió Isobel con una sonrisa.

Jenica asintió también sonriendo, enterrando de nuevo en su memoria aquel horrido encuentro.

– Tienes razón, mañana tú serás quien me invite al café…a menos por supuesto que quieras ir de nuevo con Emmeran – dijo la monja con una sonrisa traviesa.

– Que va, sé que es un hombre muy atractivo, pero he visto como lo miran las enfermeras y otras doctoras…no quiero que aparezcan sanguijuelas u otros bichos en mi locker – dijo entre risas la hermosa castaña.

– No puedo asegurarte que no será así, Emmeran es el soltero mas codiciado…pero creo que le gustas, eres la primera chica que veo que invita a tomar algo, y si me permites decirlo creo que hacen una hermosa pareja – dijo la hermana con sinceridad.

– Tal vez…no niego que nos vemos muy bien juntos…pero solo tengo un día de conocerlo, quizás con el trato diario…- dijo Isobel entre risitas de broma.

Jenica sin embargo no había sonreído, sus ojos parecían mirar fijamente al enorme ventanal, una expresión de horror se plasmo en su rostro para luego correr hacia el y bajar las pesadas cortinas.

– ¿Ocurre algo? – pregunto Isobel.

– No, no es nada, es solo que ya esta anocheciendo y el viento suele tornarse más helado – dijo nerviosa la monja.

Isobel no creyó en las palabras de la hermana…pero no quiso preguntar al respecto, aunque si admitía que el hecho de una monja mintiendo era algo fuera de lo común.

Jenica se apresuró a salir, queriendo negar haber visto a ese ser mirando fijamente a Isobel desde el tejado oscuro de los locales de enfrente.

La tarde había caído, dando paso a la espesura de la noche, el viento soplaba fresco, pero bastante agradable, Isobel aún se sentía bastante sensible por los recuerdos de su padre, había decidido caminar en lugar de montar la bicicleta que arrastraba junto a ella, era una noche hermosa, el cielo lucia despejado y las estrellas brillaban etéreas.

«Juro ante Apolo, médico, ante Asclepio, ante Higea y Panacea, así como ante todos los dioses y diosas, tomándolos como testigos, que en lo que me fuere posible y alcanzara mi inteligencia cumpliré éste mi juramento y ésta mi obligación. A aquel que me enseñare este arte, lo apreciaré tanto como a mis padres, compartiré con él lo que posea y le ayudaré en caso de necesidad. A sus hijos los tendré por hermanos míos, y, si desean aprender este arte, los iniciaré e instruiré en el mismo, sin percibir por ello retribución alguna ni obligarles con ningún compromiso. Dictaré según mi leal saber y entender prescripciones dietéticas que redunden en beneficio de los enfermos, y trataré de prevenirles contra todo lo que pueda serles dañino o perjudicial. No administraré veneno alguno, aunque se me inste y requiera al efecto. Ejerceré mi arte y transcurrirá mi vida en la pureza y en la piedad. No ejecutaré la talla, dejando tal operación a los que se dediquen a practicarla. En cualquier casa que entre no me guiará otro propósito que el bien de los enfermos, absteniéndome de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras, y evitando sobre todo la seducción de las mujeres o de los hombres, libres o esclavos. Todo lo que yo viere u oyere con ocasión de la práctica de mi profesión, o incluso fuera de ella en el trato con los hombres, y que posiblemente sea de tal naturaleza que no deba propalarse, lo guardaré para mí en reservado sigilo, reputándolo todo ello como si no hubiera sido dicho. Si mantengo y cumplo éste mi juramento y no lo quebranto con infracción alguna, concédaseme disfrutar de la vida y de mi arte y ser honrado y venerado siempre por todos. Si lo violo y resulto perjuro, quépame en suerte lo contrario»

Isobel susurraba el juramento hipocrático, recordando a su padre y a aquellos niños enfermos…sintiéndose decaída se recargo en el llamado puente de los mentirosos que se hallaba justo al centro del pueblo, sin fijarse, había caminado sin rumbo y se había desviado un poco de casa, todo lucia limpio, no había de esa neblina a la que tanto temía su abuelo, así que supuso que por esa vez no estaría histérico esperando por su llegada, miraba a las personas sentadas en las bancas, caminando entre las calles, todos se veían genuinamente en paz, muy contrario a la noche anterior en que los vio esconderse con impaciencia dentro de sus casas, mirando hacia la abadía apenas y si alcazaba a notar la silueta del edificio, los bosques se tornaban bastante oscuros por las noches.

– El juramento hipocrático…hacia una eternidad que no lo escuchaba –

Una voz fuerte y varonil arrebato a Isobel de sus pensamientos, mirando en dirección a donde escucho aquella voz se congelo al ver al mismo hombre de hermosas facciones que había visto la noche anterior cuando la niebla llegaba al pueblo.

Cabello de noche, ojos dorados, ambarinos, que parecían brillar intensamente a la luz de las farolas en la calle, su piel era perfecto alabastro pulido, tan pálida como el papel, sus labios eran de un rojo intenso que parecía que los llevaba coloreados, aunque se notaba que no era así, su rostro era hermoso, tan hermoso que parecía un ángel…su mirada, sin embargo, era tan triste que podía casi tocar el sufrimiento que esta expresaba…era el hombre más hermoso que jamás hubiese visto.

– ¿Quien…quien es usted? – cuestiono Isobel a aquel hermoso extraño.

Aquel hombre observo a la hermosa y joven mujer frente a él…era hermosa, tan hermosa como la recordaba, sus cabellos castaños que casi estaba seguro lanzaban destellos dorados a la luz del sol, su piel estaba un poco mas morena de lo que había sido una vez, su rostro no había cambiado, aquellas cejas curiosas y abundantes se fruncían igual, su nariz respingada se arrugaba ante la duda como solía hacerlo, sus labios pequeños y rosados se apretaban en aquella mueca de desconcierto…sus ojos…sus hermosos ojos celestes eran los mismos hermosos espejos color cielo que reflejaban su alma…ella estaba después de una eternidad frente a él…sin embargo…no lo recordaba.

– Solo puedo decirle que soy un solitario Conde que lleva mucho tiempo viviendo en estas tierras – dijo el apuesto adonis de cabellos negros.

– Lo vi anoche cerca de mi casa…no estará siguiéndome ¿O sí? – dijo Isobel alzando una ceja en clara señal de extrañeza ante aquella respuesta que no le dijo nada.

– Creo firmemente señorita, que quien esta destinado a conocerse se conocerá sin importar el tiempo o el lugar…no fue coincidencia que nos viéramos hoy como no fue coincidencia que me viera ayer, sin embargo…temo que aun no es el tiempo…tenga cuidado, aquí en estos valles rondan almas viejas y seres aún más misteriosos que se esconden en la niebla, me hizo muy feliz verla esta noche…Isobel – dijo el hermoso hombre para luego marcharse.

– ¡Espera! Yo no creo en la vida después de la muerte…tampoco creo en esos monstruos que se ocultan en la niebla…ni siquiera creo en dios…pero…tus ojos…tus ojos que brillan como el oro…se que los he visto antes…y no se en donde – dijo Isobel repentinamente sin entender el porqué.

Aquel hombre miro a la hermosa doncella que lo miraba intensamente…aquellos ojos celestes no dejaban de ver a los suyos…como ya los habían visto una vez hacia tanto tiempo…

- Negar al espíritu es negar la vida misma…la vida después de la muerte no es más que la liberación de su alma hacia el eterno infinito…nuestra existencia no muere cuando el cuerpo de carne perece…es cuando negamos nuestra alma que dejamos de existir para siempre…vaya con cuidado bella Isobel…aun no es tiempo para nuestra reunión verdadera…- dijo el hombre mirando con tristeza a la hermosa castaña.

– ¡Espera! – grito de nuevo Isobel.

Una fuerte ráfaga de viento la sacudió y la hizo cerrar sus ojos un instante, cuando finalmente pudo abrirlos aquel extraño hombre se había marchado.

– Aun…no me dices…como es que sabes mi nombre…- dijo Isobel hacia aquel misterioso hombre mirando a la calle vacía.

Las calles de nuevo se miraron repletas de personas que caminaban y charlaban con total tranquilidad, rostros sonrientes, parejas de enamorados, la ciudad se veía con vida…se sentía extraño, era como si durante aquel corto instante en que aquel extraño se hizo presente el tiempo se hubiese detenido…como si no existiera nadie mas en el mundo salvo ellos dos…se sintió como una fría y triste soledad que repentinamente llegaba y al mismo tiempo como si no hubiese otro sitio en la tierra donde quisiera estar…se sintió vacía y triste cuando no lo vio más…era incomprensible, demasiado incomprensible, no había lógica en aquellas sensaciones que estaba experimentando, aquel hombre sabia su nombre y la dirección de su casa y aun así no deseaba correr a la policía a dar parte de un posible acosador…era como si lo conociera de antes, aquellos ojos dorados se veían familiares…lejanos…recordando sus extrañas palabras las sintió de alguna manera ciertas, pero negando con la cabeza comenzó a caminar intentando olvidar aquel extraño incidente.

Las calles empedradas lucían igual que siempre, su abuelo ya la esperaba fuera de la vieja casona con un gesto molesto grabado en su rostro.

– Demoraste mucho Isobel…ya te he dicho que no debes vagar por las calles cuando oscurece…no sabes lo que te puedes encontrar – regaño el abuelo Velkan en tono serio y molesto.

– Lo lamento…es solo que vi algo que me pareció muy interesante – dijo Isobel aun absorta en sus pensamientos.

– ¿A si? ¿Y qué cosa fue? – pregunto el viejo osco aun molesto.

Isobel dibujo aquellos hermosos ojos de oro en medio de sus pensamientos.

– Una obra de arte…que tenia unos bonitos ojos de ámbar que casi parecían ser de oro – respondió Isobel con la imagen de aquel hermoso y extraño hombre en su mente.

– Tonterías, se lo mucho que disfrutas pintar, pero te aseguro que las obras de arte se admiran mucho mejor a la luz del día…que no vuelva a ocurrir esto – dijo el anciano apresurando a su nieta a entrar en la casa.

– No se…si pueda prometer eso…- dijo Isobel en un susurro que no fue escuchado por su abuelo.

El extraño conde de ojos de oro miraba entre las sombras a aquella joven doncella que parecía pensativa…recuerdos de una antigua vida se dibujaron en sus memorias…cuando unos ojos celestes lo acompañaban a dar un paseo en los bosques que rodeaban a la entonces muy hermosa abadía…Isobel Bennet…la niña perdida que encontró en el bosque hacia 14 años atrás había regresado…y con ella aquella luz que había perdido siglos atrás…sin embargo, no podía permitir que nadie mas supiera que había vuelto…o aquel que se arrastraba en la niebla despertaría de nuevo para intentar robarla de sus manos.

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