Capítulo cinco

Lo ayudé a ponerse en pie y salimos del cuarto. Bajamos las escaleras con cuidado, lo llevaba agarrado de la mano. Al otro lado del salón se encontraba el despacho con puertas desplegables, cuando nos acercamos a ellas sentí que me apretaban la muñeca, miré al niño, tenía miedo.

—Hey, no pasa nada—intenté calmarlo—estoy contigo, todo saldrá bien ¿de acuerdo? —asintió con la cabeza. Llamé a la puerta y entramos.

Allí delante de mí, lo vi, era inconfundible con es aspecto impecable, estaba de espaldas concluyendo una llamada, depositó el teléfono sobre el escritorio y se volvió hacia nosotros. Sin duda él era su padre, tenían algún que otro parecido. No se me había pasado por la cabeza que trabajaría para él, el tipo perfecto y guapo con el que soñaba ¿seguro que era todo eso que decían de él?

—¿Tú? —por lo visto él tampoco se esperaba tenerme como la niñera de su hijo.

Hazel nos miró, seguro pensando de qué nos conocíamos. No tenía palabras.

—Hola, soy la nueva niñera de su hijo—le estreché la mano, haciendo como que no nos conocíamos por el niño y él me entendió. 

—Así que tú eres la señorita Morrison.

—Así es.

—Bien. 

Se volvió hacia Hazel, se acuclilló frente a él y le arregló el cuello de la camisa.

—¿Cómo es que no te has dado cuenta de que tienes mal la camisa?

—Lo...lo siento—el niño bajó la mirada.

—Ten más cuidado la próxima vez ¿sí?

—Sí papá.

Lo miré aterrada, ¿estaba consciente de que hablaba con un niño de tan solo cinco años? Se volvió a mí y nos pidió sentarnos. 

—Dime, Hazel, ¿qué sucedió en clase? ¿Sabes que me llamaron desde el trabajo verdad? —aún disgustado tenía una voz relajante. Estaba apoyado contra el escritorio de pie frente a nosotros con los brazos cruzados.

—Es que...yo...yo...—balbuceó el pobre niño.

—Ya eres todo un hombre, habla como tal que no voy a comerte.

—Nada, que fue un malentendido— hablé, se suponía que me mandaron a esa escuela para que lo informara yo, no tenía por qué acorralar al niño.

—¿Perdón?

—Me envió a ese centro para que pudiera informarle. En su clase hubo una pelea y se equivocaron, Hazel no tuvo nada que ver en eso—sentí la mirada del niño sobre mí, estaría sorprendido. Alex me miró durante unos segundos y volvió la mirada hacia su hijo.

—¿Es eso cierto Hazel? —él asintió—. Entonces puedes subir a tu cuarto, hablaré con tu niñera.

Vi cómo se ponía en pie y salía por la puerta. Ahora estaba sola en ese despacho con ese hombre totalmente extraño que trataba a su hijo como a un chico mayor.

—¿Y bien? Así que niñera. Pensé que querías trabajar en la empresa.

—No, este era el trabajo que quería.

—Bien.

—Y, por cierto, me gusta su niño, es estupendo y muy inteligente.

—Me alegra que piense así, le resultará más sencillo el trabajo. La verdad no esperaba volver a verla.

—Créame que yo tampoco esperaba volver a verlo, procuraré que no se arrepienta de haberme ofrecido el empleo. —le aseguré. Se quedó mirándome ahí de pie frente a mí, pegado al escritorio con las manos cruzadas, me hubiera gustado preguntarle sobre la madre de su hijo, pero suponía que él no iba a hablarme de ella mucho menos como nadie de la casa.

—¿Por qué niñera y no abogada o enfermera? —preguntó de pronto sin dejar de mirarme con esos ojos  verde intenso que me amedrentaban.

—Porque es mi pasión, me gusta y me hace sentir realizada, no podría cambiarlo por ninguna otra profesión. Adoro a los niños.

—De acuerdo—dio un suspiro —. Si necesita algo no dude en hacérmelo saber, supongo que ya conoce al resto del servicio—se incorporó y regresó al otro lado del escritorio.

—Sí señor, son agradables.

—En fin, puede marcharse—me puse de pie y me despedí alejándome —Ah, por cierto, cenará con nosotros. —lo miré sorprendida. —¿Hay algún problema con eso?

—No, ninguno —¿qué más podía decirle? salí por la puerta, si le contaba a mi hermana lo que me había pasado no se lo creería. 

Subí las escaleras y me dirigí al cuarto de Hazel, quería saber que estaba bien. Llamé a la puerta y la abrí, lo encontré tumbado sobre la cama. Me acerqué a él.

—¿Hazel estás bien? —él giró su cabeza hacia el otro lado. Me senté sobre la cama y le acaricié la espalda. —Sabes que tu padre te quiere ¿verdad?

—Y mi madre también, pero no la veo por ningún lado.

Me afectó oírle hablar así, ¿por qué era un misterio conocer el paradero de su madre? Giré mi mirada hacia la foto sobre la mesita donde aparecía la que se suponía era su madre su madre.

—Todo saldrá bien—fue lo único que pude decir.

—Quiero descansar.

Cumplí su voluntad y salí de su habitación para meterme en la mía y pensar en lo que habría sido de Celeste, la madre del niño. Cabía la posibilidad de que abandonara a su hijo, que Alex tuviera algo que ver con su partida o de algo peor, su estuvieron muerta y que esa fuera la razón por la que no se hablara de ella. Esperaba que eso último no fuera el caso.

Tomé mi celular y decidí llamar a Maura, contestó a la llamada y se alegró de que la llamara. Le conté lo que me había pasado y se sorprendió al tiempo que se alegraba por mí.

—Sabía que ese tipo era para ti— chilló desde el otro lado.

—Mau, no digas bobadas, es mi jefe.

—Un jefe que está bueno.

—Y que tiene un hijo con una madre—la hice recordar.

—La cual ya no está con el padre, ¿es que no te das cuenta de que todo está a tu favor?

—Eres intratable, mejor te dejo, hablamos en otra ocasión—y antes de que pudiera decir nada más, colgué el móvil. Ella era capaz de hacerte creer en lo imposible.

Me giré en la cama y bajo la almohada se asomaba el pañuelo que dejé allí escondido. Lo saqué de allí y le eché un vistazo, suspiré de nuevo, ¿qué me estaba pasando?. No podía enamorarme de alguien que apenas conocía y que probablemente no sea lo que me espero, ¿había alguna manera de que este trabajo fuera un poco más sencillo?

Me desperté sobresaltada con los golpecitos que le daban a mi puerta, me había quedado dormida sin darme cuenta. En mis manos tenía agarrado todavía el pañuelo, miré la hora en mi celular, daban las seis de la tarde. Salí de la cama y abrí la puerta.

—Es hora de cenar, la están esperando abajo—me comunicó Celestina.

—Gracias, bajo enseguida.

Me miré al espejo, iban a darse cuenta de que acababa de despertarme. Me arreglé el pelo, me recompuse la ropa y bajé al comedor. Alex y Hazel estaban ya sentados en la mesa.

—Siento llegar tarde—Alex me miró y sugirió que me sentara.

Cenamos en completo silencio. Hazel comió solo un poco y a continuación estaba jugando con su plato de verduras. Lo que más me sorprendía de todo era que ni padre ni hijo tuvieran algún tema de conversación, eso no podía ser normal y mucho menos sano sin contar con que durante la cena Alex estuviera pendiente de su móvil, ¿es que toda su vida giraba en torno a su trabajo?

Dos horas después le hacía compañía a Hazel en el sofá frente a la tele. Celestina se había marchado al concluir su trabajo, fue entonces cuando descubrí que ella y Alfred eran pareja y vivían al otro extremo de la casa, cortesía del jefe, eran tan buenos en su trabajo que no me había percatado de ello por el hecho de que demostraban su afecto después de trabajar.

—¿Qué puedo hacer para que te animes? —le pregunté a Hazel que tenía la cabeza contra el respaldo del sillón, no parecía feliz y no me sorprendía, pero me inquietaba.

—¿Tienes alguna tarta en alguna parte? —menuda manía con las tartas.

—No, pero si tanto te apetece podemos preparar una—me miró interesado y se acomodó en el sofá.

—¿Podemos?

—No veo por qué no.

—Entonces, hagámoslo—se puso en pie más animado de lo que me esperaba.

Nos dirigimos a la cocina y buscamos los ingredientes para el preparado. Tomamos unos huevos, azúcar, leche, mantequilla, harina y todo lo demás, lo colocamos sobre la encimera. Como Hazel era muy pequeño, lo elevé y lo coloqué sobre la encimera para que pudiéramos cocinar juntos. Los dos echábamos los ingredientes en un cazo y con la batidora eléctrica lo batíamos. Estaba feliz de hacer eso y me alegraba muchísimo que se sintiera así.

—¿Quieres probar si está lo suficientemente rico? —le pregunté cuando la masa estuvo lista. 

Metió el dedo en la masa y lo probó.

—Me gusta—dijo con una hermosa sonrisa en sus labios.

—¿Seguro? —tomé un poco con el dedo y se lo puse en la nariz. — ¿Todavía crees que esté rico? —intentó limpiarlo, pero lo detuve. — Estás en la cocina y es normal que te ensucies.

—De acuerdo—desistió y antes de que me diera cuenta, me arrojó un puñado de harina y lo miré estupefacta, se partió a carcajadas. — Ahora somos profesionales.

—Eres un mocoso tramposo—le dije y le hice cosquillas a modo de castigo sobre la encimera haciendo al niño partirse de risa.

—¿Qué es todo ese alboroto?

Nos detuvimos de repente y ante la puerta estaba Alex perplejo con el celular a medio oído. Le dijo a su interlocutor que lo llamaría después. Se acercó a nosotros y el niño se incorporó sobre la encimera.

—¿Queréis explicarme qué es todo esto? —nadie dijo nada. Se puso frente a Hazel y vio la masa que llevaba en la nariz, cogió el papel de cocina y se dispuso a limpiarle—¿Qué mosca os ha picado para que se os ocurra meteros a preparar no sé qué? ¿Para qué creéis que está el servicio? 

Se detuvo cuando sintió la harina sobre su cuello, Hazel le había lanzado harina con una sonrisa que poco a poco fue disipando ante la mirada de su padre quien iba a decir algo, seguramente nada agradable. Carraspeé y éste me miró.

—¿Podemos hablar un ratito? 

Nos apartamos a una distancia prudente del niño donde pude hablar claramente con él.

—Usted me ha contratado para que cuide de su hijo y estoy haciendo mi trabajo.

—¿Crees que haciéndolo cocinar y permitir que se ensucie de vez en cuando como si nada es, hacer tu trabajo?

—Si eso lo hace feliz pues sí, ¿puede decirme cuándo fue la última vez que lo vio reírse de esa manera o al menos cuándo fue la última vez que jugó con él? —me miró estupefacto, no tenía palabras. Suspiré e intenté calmar la situación. —Déjeme hacer mi trabajo y si cree que no podrá ayudarlo le ruego que no se acerque a él o lo hará sentirse mal, y si tanto le preocupa que hagamos ruido, descuide que intentaremos controlarnos.

La verdad es que no sabía de dónde sacaba tanto coraje para hablarle así a quien era mi jefe, pero es que me preocupaba muchísimo la situación de ese niño al que empezaba a cogerle mucho cariño. Me separé de él y regresé junto a Hazel ofreciéndole una sonrisa de despreocupación.

Suponía que Alex regresaría a su despacho a seguir con sus llamadas del trabajo o mucho peor, que decidiría despedirme por la forma en que le hablé, pero para mi sorpresa hizo algo que menos nos esperábamos. Se acercó de nuevo a nosotros precisamente frente a Hazel.

—Me has ensuciado. —el niño asintió arrepentido. Alex acercó su mano al tarro de harina y tomó un puñado de ésta haciéndola llover sobre la cabeza de su hijo que lo miraba sorprendido, otra cosa que tenían en común, ser fanáticos de los vengadores. En los labios de Hazel se fue alargando una sonrisa que me contagió. —Ahora estamos en paz— no sé si lo vi bien, pero de su rostro apareció una sonrisa satisfecha. Se sacudió sus manos sin apartar la mirada de su hijo. -Bien, ¿qué estamos preparando?

—Una tarta—contestó Hazel motivado.

—¿Ah sí? ¿Y cómo vamos?

—Solo nos queda por enviar la masa al horno durante unos minutos y cuando esté lista la recubrimos con nata—hablé.

—Chocolate—añadió Hazel.

—Suena bien, entonces manos a la obra.

Arreglamos todos juntos la masa y la introduje en el horno. Trabajar los tres en grupo era interesante y divertido, me gustaba ver a padre e hijo relacionarse de forma amigable, aunque minutos más tarde no me sorprendió en absoluto que Alex le estuviera quitando restos de harina de su pelo mientras que Hazel le sacudía la harina del cuello de su camisa mientras charlaban de cosas sin sentido, pero al menos lo hacían y yo los miraba embobada, no se presenciaba todos los días a los dioses de la hermosura.

Llegados los minutos, me puse los guantes de cocina y del horno retiré nuestra obra maestra colocándola sobre la encimera.

—¿A quién le apetece echarle nata?

—¡A mí! —elevó la mano Hazel. Alex y yo sonreímos. 

Abrí la enorme nevera y saqué el bote de nata acompañado de chocolate. Se lo entregué y observamos cómo cubría la tarta de chocolate. Lo ayudamos a adornarlo con algunas cerezas. Cuando ya todo estuvo listo nos dirigimos a la mesa con la tarta ya hecha donde la depositamos. Tomé tres platillos y nos servimos. Nos gustó y lo disfrutamos entre risitas y charlas que nunca me esperé tener con ellos.

Justa Margarita

Hola!! Espero que les guste la historia, me encantaría conocer sus opiniones e inquietudes. ¡¡Gracias!!

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