Capítulo 1: Frágil.

Ante los ojos de muchos, él se podía comparar con un hombre atrapado en el cuerpo de un niño. Tal vez lo era.

Se encontraba plácidamente sentado en un aparatoso sillón de aquella empresa propiedad de su padre, el cuerpo del muchacho de tan solo trece años se hallaba elegantemente enfundado por un traje oscuro ceñido a su cuerpo, enjuto de carnes desde nacimiento, vestimenta que lo hacía lucir mayor, adicionándole a eso su descomunal estatura, para tan corta edad, parecía estar ya dentro de la etapa de la adolescencia. 

Derek, era un muchacho de aspecto saludable, dientes desiguales desde muy pequeña edad y personalidad algo pesimista para ser tan joven. Sus ojos, adosados recorrían cada margen de aquella oficina, sus pupilas eran inquietas, muy rápidas.

La mirada de Derek era una insondable, sus ojos eran ruines y recónditos, tan recónditos, que quien lo mirase podría sentir como estos le franqueaban el espíritu, tan malvados desde temprana edad que se sabía que nada bueno acarrearía su futuro. 

 —Ya no quiero estar aquí —se quejó, para luego apearse de su asiento de manera brusca, ubicándose de pie, dispuesto a irse de la empresa hacía su hogar, el cual no se encontraba muy apartado de allí. Derek no estaba seguro de saber llegar a la casa por sí mismo, pero se disponía a irse, y le firmeza se reflejó en su joven rostro, hasta que la puerta empezó a agitarse, como si alguien quisiera entrar—. ¿Estas esperando a alguien, padre? 

 —Sí —respondió el hombre, elevando la mirada de un cúmulo de papeles que se hallaban dispersos sobre el costoso escritorio, la mirada impasible de Derek no le inmutó, estaba acostumbrado a aquel comportamiento. Su padre, era un hombre que, pese a no ser joven, estaba bien conservado, de buen talle, caminar firme y piel pobremente arrugada—. Un señor, un posible cliente importante, tiene una hija, creo que me dijo que vendría con ella, tal vez te deje jugar con la niña si te comportas, tal vez así se te quite el aburrimiento.

Tal vez se iría el aburrimiento, pero algo mucho peor llegaría: la obsesión. Y para aquello no había alguna cura.

Al escuchar aquello Derek no se notó entusiasmado: no le agradaba jugar con niñas, seguía sin comprender por qué eran tan sensitivas, era incapaz de comprender por qué lloraban hasta que sus ojos se matizaran de rojo cada vez que Derek las golpeaba. Su manera de jugar era una que ninguna niña parecía entender, por lo cual desde aquella edad tan temprana, había sido la soledad su único acompañante de juegos.

Era intolerante al rechazo de cualquiera, especialmente de una niña. A lo largo de los años, las experiencias y los halagos habían ido alimentado su egolatría: nadie podía rechazarlo, él era Derek Wood, hijo de Matthew Wood, en su sangre corría la riqueza, la elegancia… la locura.

Fue extraído pronto de sus cavilaciones cuando la puerta a la que él se dirigía, se abrió de par en par y a la enorme oficina de su padre ingresó un señor, de pelo rubio, con algunos cuarenta años sobre él y ojos matizados de un color azul penetrante, detrás de él no venía nadie, por tal razón, Derek resopló, desinteresado, alistándose para caminar fuera del sitio.

No se mintió a sí mismo, un poco de decepción se vio despierta en él al ver a aquel hombre rubio entrando sin alguna compañía, aunque aquello no era algo que le afectaría mucho. Si el hombre traía a su hija o no. Todo eso pensaba... hasta que la vio.

A ella.

Una pequeña niña de algunos diez o nueve años, de pelo rubio fastuoso y piel como el invierno, pequeña, muy delgada y frágil, que sostenía entre sus manos a un oso de felpa color pajizo, y una paleta acaramelada en la otra, entró detrás de aquel hombre y empezó a contemplar todo el sitio con mucha curiosidad destilando de sus pupilas. 

Cuando le miró, Derek entreabrió sus labios, completamente atónito, observándola con una fascinación que jamás nadie había visto que su rostro expresara. Era hermosa, sencillamente adorable, sus ojos azules eran enormes y radiantes, su piel era blanca lechosa, porcelánica, sin ninguna pequeña mancha, de ella desprendía un aura de fragilidad tan puro, que quien la mirase quería protegerla a toda cosa.

Cerró por un momento sus ojos porque era tan hermosa que no parecía real. Y cuando los abrió, ella continuaba ahí, aquella pequeña muñeca dotada de una inigualable belleza seguía ahí.

—Hijo, este es el señor Blake y esta es su pequeña hija, Adalia —los presentó el padre de Derek colocándose de pie y saludando a hombre rubio con un cordial abrazo, después se agachó un poco y observó a la chiquilla—. Hola, pequeña Ada, soy Matthew, él es mi hijo Derek. —Señaló al muchacho quien hasta el momento palabra alguna no había dicho. 

La niña le miró, mas no le respondió. Observó a Derek, pero descarrió su mirada en un segundo, luego observó a su padre sin comprender mucho de la situación en la que se encontraba.

 —Saluda, Adalia, no seas maleducada —reprochó el señor Blake tomando a su hija por el brazo con poca fuerza, motivando a que esta sea el foco de atención y todas las miradas cayeran sobre ella, en especial la perversa mirada de Derek que parecía querer desmenuzarla con los ojos, no la había dejado de observar, y como si estuviese clavado en aquel sitio, ni siquiera se había movido un milímetro, jamás en su vida sus sentidos habían apreciado semejante belleza como la que poseía aquella diminuta figura de aspecto frágil, era hermosa, era demasiado hermosa, parecía irreal su pequeña belleza—. Discúlpenla, a veces le gusta hablar, otras veces, no —se excusó el padre esbozando una sonrisa y acariciando el pelo de la niña atado en dos pequeñas coletas; desde la escasa distancia, Derek consiguió apreciar la sedosidad de su melena.

 —No hay problema, todos los niños suelen ser así a esa edad, mi hijo Derek es bueno sacando conversación, es amable con las niñas y sus juegos son muy divertidos, es muy maduro, le aseguro que en un segundo se hará buen amigo de Adalia, ¿verdad, Derek? ¿Te portaras bien con la niña? —indagó el padre y sin esperar respuesta del chico que se hallaba sumido en un océano de entusiasmo ante la delicadeza de aquella niña, añadió—: hijo, ve afuera con la chiquilla, yo y el señor Blake hablaremos sobre temas de adultos. Tan solo tardaremos unos pocos minutos, ¿bien?

Y decir aquellas palabras fue uno de los peores errores que cometió aquel hombre en toda su vida, pero en ese instante no lo sabía. Y sería muy tarde cuando se diera cuenta. 

Derek salió de su ensimismamiento y precisó la mirada en su padre quien de manera disimulada elevaba sus cejas a modo de advertencia, sabía que su hijo era un poco agresivo y solo suplicaba en su mente que este no hiciera ninguna necedad con aquella niña, no quería recibir una queja más. “Derek golpeó a mi hija” “Derek abofeteó a Lucia” “¿Qué le sucede a tu hijo? ¡Golpeó a mi pequeña!”, los reclamos que Matthew había tenido que tragar por causa de Derek, daban vueltas por los pasadizos de su mente.

—Claro, padre —respondió Derek, aproximándose a la niña mientras sonreía enormemente, su padre lo notó, notó que en su mirada y en su sonrisa había una miscelánea de sentimientos que no eran identificables a simple vista, solo se podía asegurar que ninguno de aquellos sentimientos que Derek manifestaba eran buenos, nada en aquel chico lo era ni nunca lo sería—. Estaría encantado de jugar con Adalia en el jardín. Muy encantado, demasiado. —Al decir esto último, Derek le tendió la mano a la pequeña Adalia que, calada de inocencia, después de repasarlo con los ojos, la tomó y se dirigió con él hasta la puerta de la oficina. 

Y aquel fue su error, aquel fue su perdición, su martirio, su tragedia; nunca debió de haber tomado su mano, nunca debió ir con él, debió haberse negado, si aquella frágil pequeña, poseyera una idea de todo lo que ocurriría en el futuro, hubiese corrido muy lejos de él, pero para ese entonces, ella era muy inocente para estar al tanto de la maldad que poseía la mente de aquel niño. Ella era muy inocente para saber que él la haría pasar por el peor infierno de su vida.

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