Parte 2. El Rostro

EL ROSTRO  Parte    I

Iba caminando a pasos cada vez más lentos. Su mirada buscaba ansiosa en las miradas  de la muchedumbre. Los rostros eran escudriñados con detenimiento.  En su mente, un monólogo permanente lo incitaba a seguir buscando.

Era quizás una obsesión de ubicar entre tantas caras, los rasgos trazados sobre el lienzo de papel por el dibujante Fernando, del Departamento de Planimetría, según lo expresado por la víctima y la casual testigo.

Dos retratos hablados que superpuestos afianzaban tantas diferencias como similitudes. Estas últimas convertidas en las cifradas esperanzas del “Investigador Criminal”.

Aquel rostro pululaba, un día tras otro, en sueños  inconclusos e interminable pesadilla para tres policías; una Fiscal del Ministerio Público en Materia de Menores; tres miembros de una reducida familia y, Hania.

Como un efecto dominó se proyectó la angustia, repercutiendo en los familiares y amigos de los investigadores del crimen y de las víctimas, unidos sin saberlo, por la acción de un ser sin alma, sin nombre propio, por ahora boceto en el papel del dibujante.

   

Se convirtió como un hábito, el paseo por la vuelta de El Calvario y detenerse a comer “helados de vasitos” en el negocio contiguo a la venta de loterías. En la acera de enfrente, a escasos veinte metros, la cabina telefónica de la última llamada local identificada.

Con recelo, la mirada esquiva ante cualquier tema de conversación, pero jamás hacia aquel aparato azul instalado en la pequeña caseta del poste sembrado en la acera gris. Desde allí podía apreciar los rostros de los usuarios del servicio.

Una y otra vez, detallaba cada rostro masculino que comparaba con las líneas trazadas que definían los rasgos físicos grabados en su conciencia.

Con lentes y sin estos, con barbas y sin ella, con cabellos según los diversos colores creados por tintes y con la cabeza al rape. Retratos modificados para superponerlos sobre una copia del original, sospechando así el posible disfraz de aquel temible criminal.

A través de sus veintitrés años de servicio policial había investigado diversos crímenes de mucha violencia y saña, donde se desdice de la calidad humana. Desde homicidios con múltiples mutilaciones y hechos donde quedaban comprometidos miembros de una misma familia, sobre todo niños inocentes vilmente masacrados,  como violaciones  a niños, niñas y ancianas, donde por lo general el autor fue un vecino o un familiar cercano, las causas variadas.

Empero, en esta ocasión, algo había marcado de alguna manera significativa la vida del investigador, en lo que, para cualquier otro policía sería sólo un caso más.

No sabía por qué había puesto a la disponibilidad todo su tiempo libre y su vehículo de uso familiar, para apoyar al pesquisa que tenía asignado el caso.

Ya de por sí su horario de trabajo lo había ofrecido por entero para apoyar con sus recursos propios al investigador.

En la mente de este veterano se orquestaban las preguntas: ¿Por qué de este apasionamiento? ¿Por qué de su indignación? ¿Por qué de su empeño y pesadillas? Sí, porque esta forma de fijación se había convertido en una pesadilla compartida con la víctima, la testigo, familiares de la víctima, el investigador del caso, con su propia esposa, hijos y amigos.

Al tratar de justificar su actitud, en vez de hipótesis o afirmaciones, recurría de nuevo a preguntas: ¿Será que le angustiaba que el investigador del caso era un “pasante” de la Policía Municipal de la localidad, que no había recibido ningún tipo de preparación académica en materia de investigación criminal? ¿Será por cuanto tenía una hija de la misma edad que la víctima y temía a la bestia que andaba suelta? ¿Será por las condiciones como se desencadenaron los hechos? ¿Será porque un crimen de esta naturaleza y saña no debe quedar impune? ¿Será...? ¿Será...?.

Pues sí, todas estas razones además de las miradas de dolor y angustia de la víctima, la testigo, la madre y el hermano, grabadas en su mente lo impulsaban a buscar, identificar y detener a aquel monstruo.

Por tal motivo, captaba las imágenes que se desplazaban en la calle frente a el, cuando caminaba por las aceras, bulevares o los centros comerciales. Igualmente, cuando se desplazaba en su vehículo por los alrededores del centro de la ciudad, del terminal de pasajeros, de El Rodeo, El Roble o de El Calvario.

Aunque para la víctima la pesadilla comenzó aquel fatídico día del ultraje y para el investigador – Torrealba – el día en que conoció del caso, para él, la pesadilla había comenzado la mañana aquella en que por causas inexplicables del destino, se dio el encuentro casual de la víctima con aquel desconocido dentro de aquella camioneta de pasajeros. Justo allí comenzó esta historia, sin siquiera querer imaginarse cuantas pesadillas iguales se pudieran estar viviendo por causas de ese sujeto y su forma de proceder en cualquier otro lugar.

  

El investigador,  trataba de esquivar la sospecha de pensar en cuantas víctimas ya existían.

Para él, la búsqueda del rostro se remontaba más hacia el pasado. Se iniciaba desde aquel encuentro en el andén del terminal de pasajeros en Ocumare del Tuy.

Año Dos mil, mes de mayo, día sábado, horas de la mañana, avenida Lander de Ocumare del Tuy. Ana Karlina, pequeña adolescente de apenas quince años de edad. Su contextura menuda le hacía aparentar menos. Su cuerpo delgado, impregnado de inocencia se desplazó sin coquetería a través de las delgadas aceras.

Vestía un pantalón en gabardina de color beige sin bolsillos, blusa de algodón color crema y unas sandalias de color marrón. Sus labios disimuladamente delineados por creyón en color nácar hacían un lindo contraste con los pendientes del mismo color con la forma de una lágrima en cada una de sus orejas.

Jamás hubo un ápice de temor en su caminar y sus pasos la llevaron a detenerse justo en el primer andén. Su pensamiento totalmente distante de aquel entorno le hizo continuar sus pasos por la cola de personas en la calzada y subir los escalones de la camioneta de pasajero que la llevaría con destino a Caracas.

El curso de inglés la esperaba. Anduvo por el pasadizo central y se acomodó en la segunda línea de asientos  del lado izquierdo, justamente dos puestos detrás del conductor de la unidad.

En su interior consideró que esta ubicación no le permitiría visualizar los paisajes montañosos del trayecto, pero, se encontraban ocupados casi todos los asientos del lado derecho, en especial los que daban a las ventanas.

Se acomodó a su lado aquel individuo que, a pesar de su buen aspecto, generó en la adolescente cierto rechazo por haber detectado que éste no se encontraba en la cola. Su reacción no se hizo esperar y sin dirigirse a él de manera específica expresó su descontento ante la actitud de algunas personas que intentan aprovecharse de la confusión que se genera cuando los que están detrás comienzan a empujar para subirse y los que no han hecho la  cola se valen de ello para meterse adelante quitándole, de manera deshonesta, la oportunidad a los que si han hecho el esfuerzo de esperar.

Su comentario fue aprovechado por el desconocido para intentar entablar una conversación que en un primer momento fue rechazada por la adolescente.

Minutos más tarde, cuando ya la unidad de transporte se desplazaba por la carretera, el sujeto comenzó a abrir carpetas y dejó ver hojas con rayas y formatos que llamaron su atención. Aquel individuo, al darse cuenta que fijaba su mirada en los documentos, se dirigió a ella buscándole conversación.

Era un sujeto de cabello negro ondulado, como de un metro sesenta de estatura, de piel morena, cara alargada, nariz perfilada y pequeña, con lentes de montura delgada que caían sobre esta. A través de ellos se podían ver sus ojos verdes, con expresión aguda que hacían contraste con unas cejas poco pobladas. Para ese momento vestía un pantalón negro tipo jean, chaqueta de cuero negra y una camisa en tela de franela tipo chemise del mismo color. Debajo de la chemise se observaba el cuello redondo de una franela blanca. Combinaba su atuendo con unos zapatos y una correa de color marrón, ambos de cuero.

Al dejar desplazar entre sus manos las hojas de trabajo de color verde con rayas, de las comúnmente utilizadas para realizar asientos contables, en cada una de ellas se dejaba ver de manera resaltada en oscuro, el nombre ZENAEL SEGUNDO RAMÍREZ. En otras líneas se leían nombres femeninos con números al lado que hacían presumir que se trataba de edades, la mayor de dieciocho años. 

El individuo abordó sin presentarse, diciendo: “Estudio contabilidad”. De inmediato le preguntó: ¿Para dónde vas?

Ana Karlina primero dudo en dar respuesta. Al final respondió: “Para un curso de inglés”.

El sujeto continuó: “Trabajo como mensajero en la Escuela Naval y tengo diecinueve meses estudiando para graduarme de Auxiliar de Contabilidad. Vivo en Parque Central de Ocumare del Tuy, Torre B y tengo un equipo de voleibol playero”.

Luego interrogó: ¿Tu cómo te llamas? La adolescente suministró su nombre.

¿Qué haces?

“Estudio un curso de inglés” – respondió -.

“Soy entrenador deportivo. Tengo un equipo de básquetbol llamado “Los Crogollos”, aunque le pienso cambiar el nombre”  - indicó -, a fin de crear una atmósfera de confianza. Luego agregó: “Tengo un hermano  que fue director del liceo Pedro Vicente Núñez, actual Lía Imber Coronil de la urbanización Luis Tovar en Santa Teresa del Tuy”.

Los lugares y nombres referidos eran del conocimiento de la menor de edad por razones de su actividad estudiantil y deportiva dentro del liceo donde estudiaba. A medida que se fue desarrollando la conversación recordó que existía una preocupación en el seno familiar, por cuanto su hermano había dejado de estudiar, no conseguía trabajo y tampoco estaba desarrollando ninguna actividad. Esto último preocupaba a Mercedes (su madre), por lo que, al considerar que se encontraba ante un entrenador deportivo, expuso el problema familiar y suministró datos y el número telefónico de su residencia, con la esperanza de que pronto este desconocido le trajera una solución para su hermano.

A medida que la travesía se realizó, llegó a simpatizar con el sujeto. Al final de la misma, en el Nuevo Circo de Caracas, se despidieron con un amable apretón de manos, y un “hasta pronto”.

Día jueves, hora: 06:30 PM. La tarde transcurrió serena.  El sol se despedía hacia el horizonte. En el Oeste, sobre las nubes blancas y grises aparecían pinceladas de tenues colores  violáceos que despuntaban más allá de las delineadas crestas color naranja. La brisa comenzaba a correr empujando las ondas de calor que se habían posesionado de la tarde. 

Ana terminaba de llegar del liceo. Indiferente se desvestía en su habitación para disponerse a darse un baño. Afuera en la calle aún se escuchaba la vocería de los muchachos que correteaban jugando a la guarimba. Su madre también acababa de llegar de su trabajo y se encontraba en la cocina realizando los preparativos para la cena. El repiquetear del timbre del teléfono llamó su atención. Sin sospechar se dirigió a la mesita de noche y tomó el auricular pronunciando la palabra “Haló”. Desde el otro lado de la línea telefónica una voz suave se dejó colar:

“Hola Ana Karlina, soy Zenael. ¿Cómo has estado?”.

La voz impactó en el cerebro de la adolescente inquietándola, no obstante, en fracciones de segundos ya había identificado al hombre.  Aquel se justificó manifestando que había llamado para solicitar unos datos que requería para el llenado de una planilla, lo cual hacía en ese momento, solicitando de una vez el número de la cédula de identidad y otros datos identificativos de la menor, de sus padres y dirección exacta, requiriendo otro número de teléfono para un “por si acaso... ”. La menor suministró los datos requeridos.

El individuo dijo estar llamando desde un teléfono monedero de la ciudad de Ocumare,  y sugirió la posibilidad de que se vieran esa misma tarde en un centro comercial de la ciudad. A ella le pareció extraño y balbuceo, el hombre expuso que sería propicio para que ella le entregara una fotocopia de su cédula de identidad.

La adolescente se disculpó utilizando como pretexto lo avanzado de la hora, tratando de seguirle la corriente manteniendo una conversación armónica. Algo le hizo pensar que ya había suministrado demasiada información para realizar un rechazo de manera abrupta.

El sujeto también se disculpó de su insistencia, pero no sin antes manifestarle que era una necesidad el encontrarse de nuevo para que suministrara las fotocopias que requería, tanto de la cédula de ella como de su hermano. Así concluyó esa conversación que se había extendido cerca de unos veinte minutos.

Día martes, hora 10:00 de la mañana. Recién bañada se vestía alegre para dirigirse al Liceo. El sonido del aparato telefónico la atrajo. Pensó que era su hermano quien había salido temprano a buscar trabajo. Se quedó sorprendida al escuchar la voz ya familiar:

“Hola. ¿Cómo amaneciste?”

La respuesta no se hizo esperar y esta vez con un poco más de confianza:

“Bien. ¿Y Usted?

El hombre insistió: “Por favor, ¿Qué te pasa. Es que acaso no te he dado suficiente confianza para tutearnos? Dime Zenael o Chen”

Ella asintió: “Está bien… Chen”.

“¿Cómo le está yendo a tu hermano?”

“Todavía nada. Hoy salió hacia Santa Teresa para ver si consigue algún trabajo”.

“Por cierto, ¿me conseguiste las fotocopias de las cédulas?

“Sí, las tengo en mi bolso”.

“¿Por qué no me las traes hasta el Centro Comercial Roimar?”

“Okey. ¿Está bien a las once y media?

“¿Por qué no antes, para así tener una hora para tomarnos un jugo y platicar?”

“Okey. Estaré allí cerca de un cuarto para las once”.

Cerró la llamada y terminó de acicalarse. Delineó sus delgados labios con creyón rosa y se enrumbó con plena calma hacia la calle. Total, sabía que aún le quedaba suficiente tiempo para llegar a la cita.

Así, diez minutos más tarde, con su uniforme de colegiala, se desplazaba a pie por el pasillo interior del centro comercial. Allí, a lo lejos lo divisó. Un fuerte, suave y prolongado apretón de mano selló el encuentro. Y por breves momentos continuaron caminando uno al lado del otro en silencio. Él lo rompió:

“Creí que no vendrías”

“¿Por qué?”

“No lo sé, sólo lo creí, pero me alegra mucho volverte a ver. ¿Que te gustaría tomar: café, jugo o refresco?

“Una merengada de fresa”.

“A mi también me encanta la fresa”.

Se sentaron en las pequeñas mesas y mientras tomaban las bebidas intercambiaron opiniones referentes a diversos tópicos, entre ellos el clima de la mañana, la actividad deportiva y la académica del liceo, así como el problema del desempleo para los jóvenes, entre otros. Allí transcurrió un poco más de una hora.

Entregó lo solicitado por él y caminaron de regreso hasta la avenida donde subió en la camioneta de pasajeros que la llevaría a sus clases de ese día.

A partir de esa mañana, las llamadas telefónicas se sucedieron por lo menos cada dos días, hasta que se volvieron a encontrar en aquel mismo lugar, después de una llamada telefónica en una mañana de la primera semana del mes de junio.

Volvieron a intercambiar ideas, pero en esta ocasión el tema principal de la conversación se enfocó en una actividad deportiva que se estaba realizando en la Población de Santa Teresa del Tuy, quedando ambos de acuerdo en una futura invitación en los días sucesivos, para acudir juntos a dicho evento.

A partir del primer encuentro furtivo en aquel Centro Comercial, Ana Karlina le había confiado todo cuanto le había acontecido, a quien consideraba su mejor amiga y compañera de estudio, de tal manera que la información referente a cada detalle vivido desde aquel primer encuentro en el terminal de pasajeros era del conocimiento de Hania. Ésta en un primer momento le recriminó el hecho de haber incurrido en el otorgamiento de tanta confianza   a aquel desconocido. Después con el transcurrir de los días, se limitó a  decirle que debía desconfiar de aquel individuo. Al final, en virtud del entusiasmo de Ana, también quiso formar parte de aquella relación de amistad.

Por tal razón, no puso objeción en darle fotocopia de su cédula de identidad, cuando Ana Karlina se la solicitó para dársela a su amigo Chen, para formar parte de un equipo de voleibol. También se entusiasmó con la invitación que Ana le hiciera para acudir a aquel evento que se desarrollaría entre las seis y ocho de la noche de aquel día trece de junio. Entre las dos buscaron el pretexto para justificar el regreso tarde a casa, que estimaban cercano a las nueve de la noche.

Por ello, al salir de clases se dirigieron hasta el terminal de pasajeros de Ocumare del Tuy. Impacientes caminaban de un lado a otro entre la multitud que transitaba por el tercer andén, parada de las camionetas que viajan hacia Santa Teresa, pero no lo veían. Por unos veinte minutos debieron esperar, hasta que por fin apareció entre el tumulto de gente y de una vez abordó a Ana tomándole la mano con el ademán de un cordial saludo y la palabra “Hola”. Luego dirigiendo la mirada hacia Hania manifestó que no podrían ir las dos, por cuanto el evento se realizaba en las instalaciones de un liceo y no permitían que los alumnos utilizaran el uniforme para estar allí y, sin dejarles tomar una decisión continuó diciendo que si iba una sola de las dos él podía alegar que era familiar suyo, pero que no podría decir la misma mentira si iban las dos por cuanto no se parecían.

Ante tal inconveniente, Hania consideró que lo más prudente era que no fueran. El individuo insistió que lamentaba el hecho de que Ana perdiera la invitación que se había hecho con tanta antelación, que lo ideal era que hubieran tenido ropa en el morral estudiantil para cambiarse el uniforme.

Las dos adolescentes se miraron a los ojos, en lo que Hania adivinó el deseo por parte de Ana Karlina de disfrutar de aquella actividad deportiva. Entonces, guardó silencio. El hombre como adivinando sus pensamientos aprovechó la ocasión manifestando:

“Hagamos una cosa: Hoy va Ana y la próxima vez traen otro tipo de ropa y van las dos. Esto lo digo porque no sé si ustedes podrán regresar un poco tarde a sus casas y porque yo siempre me voy temprano. Hoy hice la excepción de salir a esta hora para que pudieran ir las dos”. Ante esta última alternativa las dos amigas consintieron, por lo que Hania se despidió de ellos retirándose del lugar al mismo tiempo en que Ana y Chen se subían en el colectivo.

Una vez adentro de la camioneta de pasajeros, la conversación versó acerca del inconveniente que se había generado y que impedía la presencia de la recién retirada amiga. Después, ambos guardaron silencio por largo trayecto.

La camioneta se desplazó por la carretera Ocumare – Yare – vía Santa Teresa. A los breves minutos de haber pasado la población de Yare, el sujeto rompió el silencio:

¿Cómo te sientes?, ¿estás bien?

“sí”.

¿Entonces, por qué tan callada? ¿Es que acaso te preocupa algo?

“No, no es nada. Bueno sí, estaba pensando en mi amiga, ya que la había entusiasmado para que viniera y creo que se quedó triste”.

A partir de ese momento surgió de nuevo el silencio, hasta que, pasando el sector La Esperanza, el individuo aproximó su rostro hacia ella y le dijo en voz baja: “Quiero que conserves la calma, estoy armado y te estoy apuntando, así que te quedas tranquila y te bajas conmigo. Si no lo haces te mato aquí mismo”.

Intentó ver el arma, pero el sujeto mantenía su mano derecha dentro del bolsillo de su chaqueta de tela de marrón.  Fue cuando ella reparó que este vestía con un pantalón jean azul sin desteñir, una chemise blanca con rayas grises, la chaqueta y unos zapatos del tipo mocasines  de cuero marrón.

Intentó disuadirlo con la expresión: “¿Qué pasa, por qué me haces esto si somos amigos?

El respondió: “No digas nada y bájate”. Luego dirigiéndose al conductor de la camioneta gritó con voz fuerte: “Por aquí”. Se puso de pie cediéndole a ella el paso adelante.

Sus piernas comenzaron a temblar de una manera incontrolable. Sentía que su sangre se agolpaba en sus sienes aturdiéndola y su corazón parecía querérsele salir por la boca. Intentaba argumentar palabras pero un nudo en la garganta le impedía emitir sonido alguno. Sus lágrimas se colocaron a puertas de sus ojos, no teniendo más alternativa que caminar y bajar seguida muy de cerca por aquel sujeto.

La camioneta de pasajeros continuó su ruta perdiéndose en la distancia, mientras que la pareja caminaba al borde de la carretera hasta pasar un pequeño puente, debajo del cual corría el agua de un riachuelo. Un poco más adelante tomaron una  carretera de tierra arcillosa que se dirigía hacia el norte, en la que se veían las huellas del transitar reciente de algunos vehículos.

Ya habían caminado bastante, por cuanto las piernas de la adolescente le flaqueaban por el cansancio y la falta de consumo de aire, comenzando a trastabillar.  En eso, el sujeto, como adivinando lo que le sucedía, la agarró por el cabello halándoselo, manteniéndola erguida a la vez que la obligaba a desviarse a la izquierda, hacia el montarral y caminar entre la maleza, empujándola por breves momentos.

Cuando ella por fin dobló sus rodillas para caer al suelo, él le habló ordenando que se quitara los zapatos. Mientras ella intentaba hacerlo la interrogó acerca de si llevaba dinero consigo, exigiéndole que se lo entregara. Lo complació y una vez esto la empujó hasta tenderla en el suelo, la volteó boca abajo y le ató cada mano a cada pie con las trenzas que le quitó a los calzados, luego le preguntó que si era señorita. Ella sin pronunciar palabras asintió con movimiento de cabeza.

El individuo insistió en la pregunta. Con un grito le respondió que sí. Él le tapó la boca con sus manos y manteniéndola así boca abajo le dijo que no le iba a hacer daño, no obstante, con un movimiento rápido metió su otra mano por la parte trasera de ella, debajo de su falda y luego la desplazó por dentro del short y la pantaleta que ésta usaba sorprendiéndola al introducir uno de sus dedos por su conducto anal.

Ante tal sorpresa ella intentó zafarse pataleando mientras él la mantenía prensada con la introducción realizada. Con los movimientos bruscos logró girar de medio lado hasta quedar de frente consiguiendo que las manos del sujeto resbalaran. En ese momento el sujeto la golpeó en la cara logrando anular su resistencia y cayendo ella boca arriba, momento que el aprovechó para desprenderle la falda y quitarle el short y una de las piernas de la pantaleta y como ella comenzaba a reponerse presentando nueva resistencia la golpeó otra vez desmayándola. Allí el sujeto le quitó la camisa azul del uniforme, la franelilla blanca y el sostén. Acto seguido volvió a amarrar las manos pero con una sola trenza.

Se fue reponiendo y tomando de nuevo conciencia de lo que le estaba sucediendo. El sujeto se bajó los pantalones y se subió sobre ella para penetrarla. Una reacción de asco la impulsó y logrando librar una de sus manos le permitió tener cierta libertad de movimiento y comenzó a empujarlo mientras hacía fuerzas con sus piernas logrando golpear con sus pies en las partes íntimas del sujeto.

Él se dobló por el dolor y ella logró incorporarse e intentó salir corriendo, pero estaba desorientada, no sabía hacia dónde ir, sin embargo corrió unos pasos, pero fue alcanzada por el sujeto, quien la agarró por la parte de atrás del cuello y la apretó haciéndole una fuerte llave que la hizo flaquear cayendo de rodillas. El la empuja y ella cae al suelo boca arriba. Entre lágrimas le suplicó  que por favor no le hiciera más daño. Le ordenó que se quedara quieta, que no lo obligara a matarla.

El terror se volvió a apoderar de ella neutralizándola. Él se subió de nuevo para poseerla. Un último minuto de débil fe la hace reaccionar y mientras apretaba sus piernas, con su llanto ahogado le suplicó el por qué le hacía eso a quien no tenía la culpa de cualquier problema que él tuviera, recurriendo a un último recurso de argumentar que a él no le gustaría que le pasara lo mismo a una hija suya, que si tenía familia que pensara en ellos. El sujeto sin pronunciar más palabras la volteó boca abajo y la volvió a amarrar en la posición inicial. Esta vez le quitó las medias de los pies y se las introdujo en la boca.

Ella forcejeaba. Intentaba zafarse para golpearlo con sus pies y manos, pero no lograba su cometido. Entonces el sujeto la volteó boca arriba y comenzó a golpearla en la cara quedando en un estado semiconsciente sintiendo el ultraje del cual fue víctima.

Una vez satisfecho se separó de ella. Su cuerpo quedó inmóvil, apenas respiraba. Regresó con el pantaloncillo y un zapato. En el primero le introdujo la cabeza cubriendo su cara, quizás para no ver su expresión de dolor y después le colocó el zapato a manera de almohada. Luego ajustó las amarras de los pies y manos. Ella terminó por perderse en el desmayo profundo.

Al despertar, la oscuridad y el silencio reinaban por doquier. Sólo el sonido de grillos y de los matorrales al ser movido por la brisa. En su interior, un dolor intenso que no estaba relacionado con su cuerpo físico sometido a tan severo castigo. Lo que sentía iba mucho más allá de la dolencia física, el asco y la vergüenza.

Eran las 08:40 de la noche. Mercedes se sentía impaciente y se mantenía en la sala.  Había regresado a casa más temprano que de costumbre. Preparó una ensalada de atún con tomate y perejil para comerla con las arepas. Como cosa rara, Ricardo había regresado temprano y quiso comer en su cuarto. Ella le preparó dos arepas rellenas y un tarro de batido de lechoza. Hasta ella llegaba el sonido de la televisión.  Por lo general cuando llegaba del trabajo ya Ana Karlina estaba en la casa, salvo que estuviera en casa de alguna compañera de estudios realizando algún trabajo para una siguiente clase o en una actividad deportiva, en cuyos casos siempre tenía por costumbre avisar con anterioridad.

Hacía diez minutos que había telefoneado a la casa de Hania y conversado con ella, quien le manifestó que Ana Karlina había salido a realizar una tarea con una compañera de nombre Rosa, a quien no trataba y desconocía donde residía.

Mercedes ansiosa, miraba a intervalos el aparato telefónico sobre la mesita rinconera. Algo en su interior le advertía que algo no estaba bien. De hecho, no había creído la versión de Hania. Así fueron pasando los minutos.

Ana Karlina no supo cuánto tiempo transcurrió. Su cuerpo convulsionaba por un llanto ahogado que salía de lo más profundo de su ser. La garganta seca a pesar de que su boca producía mucha humedad, pero toda era absorbida por la media en su interior. Una tos insistente la hizo encorbar y girar de medio lado quedando en una posición muy parecida a la fetal. Creyó que moriría. Si no por el dolor espiritual, sería por el daño físico o quizás por la mordida de algún animal. Pensó que era preferible morir y por breves minutos se abandonó.

Hania se sentía avergonzada de haberle mentido a la mamá de Ana, aunque ésta no había sido la primera vez. Quizás la cosa hubiera sido diferente si hubieran estado juntas, pero era la primera vez que no compartían una misma aventura y esto la ponía en una situación un tanto difícil.  Tampoco se atrevió a delatarla, por lo que mintió de acuerdo al plan inicialmente concebido. Pero le extrañaba que Ana no la hubiera llamado una vez que llegó a Santa Teresa o durante el desarrollo del evento.

En la penumbra, entre la oscuridad de la noche y el montarrascal pensó en su hermano, su mamá y en el dolor que les ocasionaría su muerte. Fue entonces cuando consideró preservar su vida y comenzó a forcejear contra las ataduras. Poco a poco se fue soltando las manos. Logrado esto, sacó la obstrucción de su boca y se despojó de las amarras de los pies. Después, sin reparar en el ramaje corrió en la oscuridad hasta que sintió que el suelo era de tierra. Entonces caminó. No supo cuánto. Fue como perder de nuevo la conciencia de tiempo y espacio. El frenazo de un automóvil le hizo darse cuenta que iba deambulando desnuda en la oscuridad, sin rumbo fijo por la carretera de asfalto.

Comenzó a pedir auxilio. Otro conductor frenó casi atropellándola. Ella le suplicó que la ayudara. Le gritó con sus lágrimas que había sido violada. Aquel le respondió que no la llevaría porque no quería problemas, pero que le avisaría a la policía más adelante y se fue.

Continuó caminando. Unos minutos después se paró otro vehículo. Ella le contó lo mismo y este otro la subió en su coche y sin preguntarle más la condujo hasta el servicio de emergencias del hospital de Santa Teresa del Tuy. Allí aquel ciudadano conversó con unos policías que se encontraban presentes,  quienes la abordaron con preguntas. Ella les relató lo sucedido ese día, pero sólo a partir del momento en que viajaba por la carretera desde Ocumare hacia Santa Teresa.

La vergüenza y un sentimiento de culpabilidad le hicieron ocultar gran parte de la información, limitándose a decirles que  había visto por primera vez a aquel sujeto ese día dentro de la camioneta de pasajeros. Nunca relató la existencia de una relación de diálogos previos.

Eran las 11:30 de la noche, cuando Mercedes se volcó llena de angustia sobre el teléfono después de su primer repiquetear. En su interior, un torbellino de angustiantes  pensamientos le alertaban la mala noticia. Sus piernas le flaquearon cuando desde el otro lado de la línea, el funcionario de la Policía Autónoma de Miranda, de guardia en el hospital, le informó que su hija estaba lesionada. Tuvo que vencer el sufrimiento y el miedo. No obstante a que el funcionario le decía que la niña estaba bien, la ansiedad le hacía preguntar una y otra vez que cómo estaba ella, qué le había pasado. El agente de policía le dijo con frases entrecortadas: “Su hija fue violada”. El grito de dolor se dejó escuchar en el sector de la Urbanización La Rosaleda en un infinito ¿por qué...?

Su hijo la tomó del brazo y sentó en un mueble. Recogió el teléfono que había caído en el piso y  terminó por atender la llamada telefónica, enterándose de esa manera de lo ocurrido. Después, ayudó a su madre a reincorporarse y la llevó hasta la calle. Ella lo acompañaba como sonámbula. Había caído en una especie de trance. Caminó con ella hasta donde tomaron un taxi que los condujo a la población de Santa Teresa del Tuy. Mercedes estuvo sumida en un mutismo durante todo el trayecto. Al día siguiente no recordaría cómo hizo para salir de la casa. Tampoco quien la acompañó.

Para él, la sorpresa, el dolor familiar y la impotencia lo habían sumido en la indignación. Se culpaba así mismo, a su hermana, a su padre y a su propia madre. Pensaba que unos se habían excedido en sus libertades y los otros en sus complacencias. También a él le tocó llorar, en silencio, lejos de la vista de los demás. Ante la derrota de su madre y las heridas de su hermana, alguien tenía que ser el fuerte de la familia y ahora le tocaba.

Ana estaba sobre aquella deteriorada camilla. Su cuerpecito desnudo apenas era cubierto por una sábana quirúrgica desechable azul celeste. Dormía bajo el efecto de un sedante que le fuera suministrado en aquel nosocomio. Su rostro se veía desfigurado por los hematomas, y equimosis, además presentaba diversas excoriaciones. De primer momento estaba irreconocible.

Una vez vestida con la parte superior de la franela que vestía Ricardo debajo de la camisa y después de haber sido asediados por las preguntas de los funcionarios policiales y de los médicos que trataron el caso y de una Fiscal Especial del Ministerio Público, se les permitió retirar del hospital quedando citados para la mañana siguiente por ante la sede de la Fiscalía del citado ministerio. Una comisión policial los condujo de regreso hasta la casa.

Al día siguiente, para mayor sorpresa y disgusto de Mercedes, el caso era reseñado por la prensa regional. El parte del organismo policial había sido la fuente.  La madre acudió a la cita haciéndose acompañar por una amiga de nombre Asunción, mientras que en el domicilio otros familiares cercanos cuidaban de Ana. Allí la Fiscal que conoció del caso les libró oficio para llevar a Ana a la Medicatura Forense para los exámenes de rigor y boletas de citación para que compareciera junto con su madre por ante el Cuerpo Técnico de Policía Judicial.

En el despacho policial las esperaban el Comisario Bastardo y la misma Fiscal con competencia en Materia de Menores. Primero se entrevistó a la madre, cuyo interrogatorio fue breve por cuanto desconocía los pormenores de lo acontecido, de tal manera que no supo explicar el cómo sucedieron los hechos. Después a la adolescente, cuya primera entrevista e interrogatorio se realizó en presencia de su progenitora y de la Fiscal, arrojando parte de la información que se constituyó en la primera guía para la localización del sitio de suceso y la realización de una primera Inspección Técnica y demás pesquisas preliminares.

Dos días después se realizaba un nuevo interrogatorio de la menor agraviada con representación de la Fiscal y sin la presencia de la madre, surgiendo nuevos datos que en una primera declaración no fueron suministrados. No obstante, aún quedaba la impresión en los investigadores de que aquella menor ocultaba información valiosa para el esclarecimiento del caso.

Entre otras cosas les llamó la atención que la agraviada hacía énfasis que el móvil del hecho había sido el robo e inclusive en la segunda declaración manifestó que había sido despojada de prendas y dinero en efectivo en una cantidad poco usual para estar en su posesión. Por otro lado el sitio de suceso hasta donde condujo a la comisión investigadora del crimen, no tenía la configuración del lugar narrado en la primera declaración y del rastreo realizado en toda la zona no se consiguió ningún tipo de prendas de vestir ni evidencias que demostraran que había sido allí. Por último, aseguró en su segunda declaración el haber sido violada reiteradas veces por su parte anal y los exámenes Médico Forenses demostraron que la penetración sólo se produjo por la parte vaginal, salvo ciertas lesiones equimóticas cerca del año. Lo que si era evidente fue la saña con la que aquel sujeto actuó golpeándola y atándola hasta romperle la piel, dejando cicatrices en tobillos y muñecas.

Hania aportó cierta información que tampoco había sido suministrada por Ana, ayudando al establecimiento de la relación  víctima-victimario, obligando a una nueva entrevista con ésta. Se realizaron tres retratos hablados. Uno con cada una por separado y un tercer retrato estando ambas. De allí el contraste en cuanto similitudes, diferencias y concordancias.

En la sede Detectivesca le fue asignado el caso al Grupo de Investigaciones número 03 y dentro de este, al funcionario Carlos Torrealba. Este era un Agente de la Policía Municipal, quien hacía cuatro meses había sido enviado a la Seccional del cuerpo investigador para entrenarse en materia de substanciación de expedientes, pero, por lo acucioso en la búsqueda de información a través de los interrogatorios, se le habían ido asignando algunos casos sencillos en los últimos meses.

No se trataba que este caso fuera considerado sencillo. Pero, se había generado cierto escepticismo por parte del resto de los investigadores, quienes consideraban que la agraviada ocultaba información y hacía declaraciones que disimulaban la verdad de los hechos. En tal sentido se pretendía que Torrealba con su insistencia en los interrogatorios venciera la barrera y lograra que aquella adolescente suministrara toda la verdad. Sin embargo, surgieron otras limitantes: la primera, una denuncia interpuesta por parte de la progenitora por ante la Fiscalía del Ministerio Público, por considerar  que su hija estaba siendo torturada al ser sometida a las entrevistas y segunda, una carta procedente del Ministerio de la Secretaría de la Presidencia de la República, donde solicitaban información relativa a este caso y remitían anexa una carta enviada por la madre de la víctima al ciudadano Presidente de la República, donde además de una breve reseña del caso hacía énfasis de que ese cuerpo detectivesco no hacía nada para esclarecer el hecho, cuando la verdad era que para ese momento los pesquisas de dicho cuerpo ya habían hecho dos inspecciones técnicas, una en el lugar señalado por la víctima y otro en el terminal de pasajeros; había declarado a los testigos referidos en la causa, a la víctima, progenitora y funcionarios policiales que tuvieron conocimiento la noche de los hechos;

También, se habían realizado los retratos hablados en la ciudad de Caracas y con estos se realizaba entrevistas a diversos conductores tanto de la línea Ocumare-Caracas, como de la línea Ocumare-Santa Teresa del Tuy; se había verificado la información en el liceo Imber Coronil de Santa Teresa, así como los registros de equipos deportivos con los nombres indicados en las declaraciones, obteniéndose resultados nugatorios; se hubo realizado una pesquisa documental a través de la Dirección de Identificación y Extranjería para obtener listados de personas con la combinación de nombres y apellidos suministrados. También ante el servicio nacional de telefonía residencial se había requerido una relación de las llamadas telefónicas recibidas en casa de la víctima, de acuerdo a las fechas suministradas por esta, además de haberse emitido los oficios mediante los cuales se practicaron nuevos exámenes médico forenses a la víctima.

La avalancha de casos que se habían recibido y continuaron en los días sucesivos y que eran asignados a los diferentes investigadores, sumado al contenido de aquella “carta”, hizo que la mayoría se alejara de este caso y dejaran solo a Torrealba.

Sin embargo, él, quien trabajaba en una Brigada de delitos cometidos por bandas especializadas, continuó apoyando aquella investigación como lo había hecho desde su inicio por cuanto ese hecho le había causado consternación.

Desde el principio había prestado su vehículo personal para realizar algunas de las investigaciones practicadas hasta ese momento e inclusive había viajado en dos ocasiones a Caracas, para la realización de dos de los tres retratos hablados.

En consecuencia se hizo compañero de Torrealba durante este proceso de pesquisa y se pusieron de acuerdo para que en el momento en que alguno de los dos obtuviera información que contribuyera a la captura del victimario, se la comunicaría de inmediato al otro a objeto de que le sirviera de apoyo.

Así comenzaron los recorridos por los lugares donde se presumía se podía localizar aquel sujeto, como lo eran la Avenida Lander, el Terminal de Pasajeros, La Plaza del Estudiante, el Centro Comercial Roimar y el centro comercial de las torres de Parque Central. Ya sea juntos o separados era un permanente observar de los rostros de cada hombre que transitaba por esos lugares, buscando aquellos ojos verdes detrás de unos lentes caídos sobre una nariz en una cara alargada. Cada uno con fotocopias de los retratos hablados entrevistaba transeúntes, para ver si acertaban  encontrar a alguien que pudiera haber visto a aquel sujeto.

Fueron pasando los días, sin obtener mayores resultados y el ámbito de búsqueda se amplió a partir de que se recibió la relación de llamadas telefónicas de la empresa de telefonía, donde además de los sitios antes citados aparecían otros del casco de la ciudad, e inclusive números de casas de domicilios, lo cual obligó a citar y entrevistar a muchas más personas, pero sin descuidar el terminal, la plaza y los centros comerciales.

Una noche, cerca de las siete, recibió una llamada telefónica de parte de Torrealba, en la cual le solicitaba apoyo para detener a un ciudadano, que según información que había recibido, parecía ser el sujeto requerido, al cual tenía localizado dentro de una peluquería en el Centro Comercial Piar de la Avenida Lander. No perdió tiempo en trasladarse al lugar, en especial por cuanto sabía que Torrealba estaba solo por ese sector, dándole instrucciones de que solicitara apoyo de cualquier funcionario policial que viera cerca y en caso de que no hubiera ninguno y ante la posibilidad de escape del sospechoso, debía apoyarse con cualquier particular que pasara por el sector. Mantenían una comunicación telefónica a intervalos a través de los teléfonos celulares a medida en que se iba desplazando al lugar, pero de pronto se cortó la comunicación y al llegar al sitio los curiosos le informaron que habían subido al sujeto retenido a un vehículo particular y se lo llevaron hacia la sede del Cuerpo Policial, por lo que tuvo que dirigirse hacia el Despacho, llegando justo cuando Torrealba bajaba a aquel hombre de la camioneta tipo ranchera en que le fue prestada la colaboración.

Torrealba le explicó que al mostrar los retratos hablados a unos dependientes de aquel centro comercial, ellos le manifestaron que la peluquería del lugar era visitada por un sujeto con dichas características fisonómicas y, al dirigirse a dicho establecimiento pudo observar en su interior a aquel sujeto con facciones similares a la de los retratos hablados, con unos ojos verdes pequeños y lentes de montura liviana.  Acto seguido efectuó la llamada telefónica a aquel veterano de la investigación que le brindaba el apoyo, solicitando su ayuda en la aprehensión y traslado, pero, en un momento determinado a su teléfono celular se le descargó la batería, coincidiendo con el momento en que aquel ciudadano salía del local. De Inmediato lo abordó identificándose como funcionario policial y manifestándole que realizaba una labor de investigación, pidiéndole la colaboración para que se identificara, lo cual,  al sujeto hacerlo pudo constatar que en su cédula de identidad aparece el nombre de SEGUNDO RAFAEL RAMIREZ, nombre que además de coincidir fonéticamente, su composición de alguna manera concordaba con los nombres recordados por la parte agraviada, por lo que no le quedó dudas de que se encontraba ante el sujeto requerido. De inmediato le solicitó que lo acompañara hasta el Cuerpo Policial y, al individuo oponer cierta resistencia, solicitó la colaboración de los comerciantes del lugar quienes le prestaron ayuda y uno de ellos puso un vehículo para trasladar a aquel ciudadano hasta el Despacho detectivesco.

Al llegar a la dependencia policial, Torrealba puso a aquel ciudadano en conocimiento sucinto de lo que se trataba la investigación. Acto seguido notificó vía telefónica a los jefes naturales de la oficina y a la Fiscal Especial del Ministerio Público que conocía del caso. Al sujeto se le instó a que llamara a sus familiares y a un abogado de su confianza.  Una hora más tarde, la sede del cuerpo policial era de total agitación. La Fiscal Especial solicitó al Juez de Control de Guardia realizar una prueba anticipada de Reconocimiento en Rueda de Individuos, pero este la pautó para el día siguiente en horas de la mañana y en acuerdo con la Fiscal decidieron mantener el ciudadano retenido.

A la mañana siguiente, comparecieron el Juez de Control y la Fiscal del Ministerio Público que actuarían en el Acto; el detenido estuvo acompañado por un Abogado provisorio nombrado por él; Ana estuvo con su madre y Hania con la suya. Fueron incorporados cuatro testigos de entre el público de denunciantes y agraviados que se encontraban en el recinto y luego de llenarse las formalidades de rigor, se llevó a cabo el Acto de Reconocimiento. Para decepción de los investigadores y de la Fiscal, Ana y Hania, por separado, aseguraron que ese no era el sujeto que había actuado en contra de la primera.

El detenido fue puesto en libertad plena y todos los presentes se fueron retirando del despacho policial. Al expediente se le incorporaron las actas realizadas ese día y a solicitud de la Fiscal se remitió el original a su  oficina, dejándose en la sede del cuerpo detectivesco copia de las actuaciones.

Apenas Ana llegó a su casa con su madre, repicó el teléfono. Al tomarlo la adolescente escuchó la voz de aquel criminal del otro lado de la línea, quien le dijo: “¿Viste todo lo que hiciste? Pero no me van a poder agarrar. Te aconsejo que te quedes tranquila y no vuelvas a ir a la PTJ si no quieres que te haga más daño. Sí, estuve todo el tiempo allí y vi todo lo que hicieron, pero no podrán conmigo. Si insistes puedo llegar a matar a tu mamá o a tu hermano, mira que los tengo bien chequeados”. A todas estas, Ana no decía nada. Sólo se limitaba a temblar no sabiendo que hacer. A Mercedes le pareció extraño ver a su hija parada con el auricular a la altura de su oreja derecha, pero palidecida y le quitó la bocina telefónica de las manos y logró escuchar la voz del otro lado de la línea cuando decía: “Aunque ahora te sientas adolorida sé que te gustó y que cada vez que lo recuerdes lo disfrutarás”. Mercedes perdió el control al darse cuenta de lo que se trataba y comenzó a insultar a aquel sádico y a golpear, bajo una crisis de nervios e indignación al aparato telefónico, soltándolo después.

Segundos más tarde reaccionó y tomó el teléfono, pero ya el sujeto no estaba en línea. Entonces interrogó a Ana en relación a lo que le había dicho aquel individuo y ella le narró lo que el sujeto le dijo a través del teléfono. Acto seguido Mercedes marcó el número telefónico de la seccional del cuerpo policial, siendo atendida por el funcionario de guardia, a quien le narró todo lo ocurrido.

La información se difundió rápido y en escasos diez minutos, una comisión integrada por varios funcionarios, entre ellos Torrealba y él estaban en la residencia de la víctima. Al llegar se enteraron que el sujeto había vuelto a llamar amenazando por el hecho de que habían notificado a la PTJ. Allí se fraguó un plan por parte de los investigadores, que consistió en dejar a Torrealba esa noche en casa de la víctima, con un radio, reloj y tarjeta de notas. Este consistía en dejar que el sujeto llamara; Ana debía atender y dejarle hablar o buscarle conversación para tomarle la hora de la llamada y el tiempo que duraba, a objeto de tener una detección más precisa cuando correspondiera analizar la relación de llamadas que se pediría a la central telefónica.

La comisión que regresó al despacho informó lo que estaba aconteciendo en aquella residencia y el jefe de la seccional se comunicó con la División de Inteligencia del cuerpo policial, para solicitar que el número telefónico fuera intervenido para rastrear las llamadas y poder hacerle un seguimiento en caliente. La sugerencia recibida fue que dicha solicitud se hiciera por escrito y así se hizo.

Mientras tanto en la casa de Ana se recibía nuevas llamadas telefónicas: En la primera, estando allí Torrealba, el sujeto manifestó que sabía que allí estaba un funcionario tratando de rastrear sus llamadas, pero que eso no le importaba. En la que le siguió la adolescente no quiso tomar la bocina y atendió Mercedes. El sujeto repitió lo mismo y amenazó que si el PTJ no se retiraba mataría a Ana. En otra posterior  atendida por la menor, le habló usando un tono suave, alegando que él no quería hacerle daño, que tampoco sabía lo que le estaba pasando con ella, pero que debía protegerse y lo mejor era que ella no lo acusara para que se evitara más problemas. Después no volvió a llamar en el resto de la noche. Al día siguiente, a eso de las siete de la mañana, repicó el teléfono y Ana no quiso atender y la mamá si lo hizo, suplicando a aquel sujeto que dejara tranquila a su hija.

Esa misma mañana, Mercedes se llevó a su hija para la casa de unos familiares en la ciudad de Caracas y  Torrealba regresó al despacho con su reporte. Dos días después, cuando Mercedes regresó, repicó el teléfono y era aquel individuo, quien le manifestó que nada había hecho con llevársela, y que él pensaba dejarla tranquila. Ella lo insultó y el sujeto cerró la comunicación.

A los días la División de Inteligencia negaba el uso de los recursos por no tener disponibilidad para ello y, al llegar el reporte de las llamadas telefónicas, como sorpresa para los funcionarios del cuerpo de policía, el número telefónico que aparecía reflejado como la primera llamada que se recibiera de aquel sujeto, después de que Ana y su mamá regresaron del reconocimiento en rueda de individuos, era el de la Secretaría del cuerpo detectivesco. Las demás, en cuanto al orden y el tiempo se sucedieron de unos teléfonos ubicados en El Calvario, La Plaza del Estudiante y El Roble, terminando las dos últimas llamadas en la curva de El Calvario, cercano a una venta de terminales.

Por eso, para él y Torrealba, el sujeto se movía en círculos y siempre, por alguna razón utilizaba los mismos sitios, pero poniendo en práctica cierta táctica que consistía en saltar el orden y el horario para hacer las llamadas.

En consecuencia, cada vez que podían visitaban disimuladamente aquellos lugares. Primero utilizando distintos tipos de camuflajes. Después, cada uno por separado se fue haciendo cliente o amigo de algunos negocios que les permitiera tener una visión hacia las casetas telefónicas sin ser detectados.

Fue transcurriendo el tiempo y aquellos lugares por ser de tránsito común se hicieron como una obligación recorrerlos. Además en cuanto al terminal de pasajeros, ya Torrealba había desistido de visitarlo. No obstante, para él, seguía siendo un lugar imprescindible para la pesquisa, por cuanto allí se había iniciado esta tragedia.

A medida que se alejaba el tiempo y la vida de Ana, Mercedes, Ricardo y Hania se fue desarrollando de una manera normal, reincorporándose todos a sus quehaceres habituales y el tiempo de Torrealba fue absorbido por el tropel de casos que le fueron asignando en las sucesivas guardias. Para él, se fue extendiendo el lugar de búsqueda más allá del Centro Comercial Roimar, La Plaza del Estudiante, La Avenida Lander, el Centro Comercial Pio Doce, el Terminal de Pasajeros, las otras plazas, los boulevares, las calles del centro de la ciudad, entre otros. En cada rostro de una adolescente veía a Ana Karlina y a Hania. En cada rostro masculino buscaba los rasgos trazados en aquellas hojas de papel y al no encontrar parecidos, entonces intentaba adivinar el germen de la criminalidad para adelantarse a otras pesadillas.

Así, sus pasos se fueron haciendo cada vez más pausados para tener más tiempo para observar los rostros. A veces se preguntaba así mismo: ¿Será que estoy obsesionado con este caso? Y como respuesta se respondía: “Quizás, quizás”.

Otras veces, mientras se encontraba a solas en su casa, se dirigía a su pequeño estudio y revisaba las notas de aquel caso que reposaban en su vieja agenda. Rememoraba las fechas y rostros, retomando nuevos ánimos para recomenzar.

Hacía ya más de un año que había sido transferido de aquella seccional, pero siempre que tenía la oportunidad realizaba una llamada telefónica para conversar con el Agente Torrealba. Siempre tocaban el caso. Ambos inferían que aquella menor se había guardado datos para sí, detalles que eran de vital importancia para el esclarecimiento del crimen. No obstante, pensaban que con aquella incipiente información, en algún momento darían con aquel criminal que quizás estaba involucrado en otros casos y dicha información era parte de la cifra negra, por lo que no llegó a sus manos y ese sujeto seguía cometiendo hechos similares. La esperanza estaba cifrada en que tarde o temprano, cometiera un error que le permitiera a la ley cumplir con su objetivo: Impartir justicia.

Ahora, trabajando en otra dependencia del cuerpo policial en Caracas, al recordar el caso de Ana Karlina, veía a la cara a cada hombre que pasaba por su lado, detallando sus facciones y contrastándolas con aquellos rasgos trazados en aquel boceto realizado por Fernando y que habían quedado grabados en su mente. Y si le correspondía ir a los Valles del Tuy, consideraba una buena oportunidad para darse una vuelta por el terminal de pasajeros de Ocumare y venirse observando los rostros más que el paisaje de la carretera.

Si la ocasión lo permitía, como ocurrió varias veces, llegaba a hacer la cola en el primer andén y una y otra vez se subía en las camionetas de pasajeros y esperaba paciente, mientras observaba a cada hombre que se subía. Al final, justo en el momento antes del despegue, se apeaba de las mismas.

En algunas ocasiones se quedaba embarcado y se dejaba llevar por el divagar de la idea y el rugir del motor en su destino hacia Caracas.

Otras veces, dentro de ese mismo terminal, en vez de hacer la cola, deambulaba por los pasillos internos y externos, dejándose llevar por las elucubraciones que se generaban en su mente, al mirar pasar a alguna adolescente con exagerado maquillaje.

En una oportunidad sintió tristeza, al mirar a unas niñas con inmoderados rabos en los ojos, púrpura y carmesí en sus labios delineados con creyones y reflejos de diversos colores en sus cabellos, que iban desde el verde hasta el rojo, exhibiéndose con insinuantes movimientos por los andenes, quizás por simple coquetería o tal vez ofreciéndose como presas fáciles para cualquier facineroso.

   El Rostro   Parte    II

Él, se fue alejando de aquellos lugares poco a poco, aunque sus recuerdos se mantenían. Ni él, tampoco Torrealba, se imaginaban que aquella noche del mes de febrero, algo los volvería a unir.

Año 2002, día jueves, 07:40 p.m. Las dos siluetas en silencio se desplazaban entre la penumbra. Ya se habían adentrado en la carretera accidentada, de tierra y piedras. A ambos márgenes la vegetación les miraba. Un paso más y otro. Adelante lento y frenado por el miedo; el de atrás un poco más acelerado, obcecado, empujando. Llanto en un rostro, mueca sardónica en el otro; frenar, empujar.

Se habían alejado de la carretera negra y andado por este camino unos mil metros o más, cuando la mano atrás brindó el empellón  hacia la izquierda. Las cintas, espinas y  ramas desnudas rasgaron su falda y su piel. Su mano tosca golpeó con fuerza sobre la nuca, su mente quedó un tanto aturdida.

Su cuerpo cayó sobre aquel irregular suelo  de maleza y tierra, pero no perdió el conocimiento, sino que aquella última acción fue como  si la sacase del estupor en que la había sumido la sorpresa desde que, aún estando dentro de la camioneta de transporte colectivo, fue obligada a bajar amenazada de muerte.

Como escapando del letargo, reaccionó con fuertes manoteos que alcanzaron al sujeto en diversas partes del cuerpo, entre ellos el rostro. La riposta no se hizo esperar y un fuerte golpe con el puño cerrado se estrelló en la boca de su estómago y otro en su mandíbula derribándola. Después, como enloquecido la haló por la cabellera y la arrastró unos cinco metros mientras ella luchaba por zafarse perdiendo sus zapatos.

Volvió sobre su cuerpo y la pateó por un costado, después por el otro dejándola revolcar por el dolor. Segundos después, de un solo tirón la dejó sin falda e inclinándose sobre ella la golpeó con ambas manos juntas sobre el vientre dejándola sin aliento.

Rompió la blusa sobre su pecho y luego el sostén. Ella atinó a agarrar una piedra del suelo y la estrelló con fuerza contra la cabeza de él, un poco más arriba de su oreja izquierda. El perdió el equilibrio y cayó de lado. Ella,  de un impulso se puso de pie y corrió entre el monte sin ninguna orientación.

No supo cuánto corrió. De pronto, un fuerte impacto sobre el pecho la hizo rebotar hacia atrás cayendo tendida boca arriba. Apareció sobre ella una lluvia de patadas desde diversos ángulos que, a pesar de que luchaba por protegerse con sus manos y pies, estas impactaban en forma sucesiva y otras a un mismo tiempo, lesionándola en la cabeza, cara, pecho, espalda, glúteos y piernas. Así se dio cuenta que eran varios los que la agredían. Intentaba no desfallecer, pero su cuerpo entumecido del dolor no le respondía.

Aquellos se dieron cuenta que ya no luchaba y la tomaron por los brazos y piernas. Eran cinco siluetas de hombres. Cinco sujetos que actuaban como bestias salvajes sobre su cuerpo poseyéndola. Reían y decían cosas que ella no lograba entender. Aunque sus pupilas se adaptaban para que pudiera ver las formas en la oscuridad. Los hematomas sobre sus párpados le cerraban los ojos no permitiéndole ver sus rostros. Sólo siluetas y agrestes olores humanos se sucedieron sobre ella que gemía del dolor y la humillación.

Su mente escapó. No supo cuánto tiempo pasó ni cuanto le hicieron. Mientras tanto tuvo una especie de sueño en el cual se encontraba en su casa. Adentro era blanca y tenía una amplia sala. Estaba tranquila, muy serena. Allí permanecía recostada en una cama también vestida de blanco y amamantaba una cría de pocos meses de  nacida que no era suya, que nunca había visto. Su madre, cariñosa como jamás lo fue en vida se le acercaba a ratos y le brindaba a beber tasas de avena tibia, de leche dulce, de agua clara y fresca;  en cada ocasión  le acariciaba el cabello y besaba su frente.

Su mamá muerta y cariñosa aparecía una y otra vez como una repetición del mismo acto. Aquella cría en sus brazos le sonreía y ella la amamantaba otra vez. Terminaba la escena con las caricias de su madre y volvía a empezar.

El chorro de un líquido sobre su boca y la cara la hizo salir del sueño. La respiración serena se volvió un ahogo fuerte, seguido de un entrecortado respirar. El ardor que causó aquel líquido en sus ojos, garganta y fosas nasales asfixiándola la hicieron convulsionar. Así recobró la conciencia para ver a los hombres allí.

A través de las pequeñas rendijas que le quedaban entre sus pestañas y párpados, en la oscuridad, quizás por lo dilatadas de sus pupilas, distinguió los rostros del señor Antonio Barrios. Sí, era él y Ricardo. También distinguió a un tercero; aquel otro era el primo de Raquel. Todos conocidos suyos. ¿Pero por qué? ¿Qué hacían allí? ¿Quiénes eran los otros, los que no lograba identificar? ¿Por qué le hacían eso...?

Quiso moverse, pero su cuerpo maltrecho se lo impidió. Un sonido gutural salió de su garganta a manera de quejido. Le volvieron a echar. Distinguió el sabor y el olor, era ron, conocía su olor por cuanto lo había probado en otras circunstancias. Comprendió que aquellos hombres bebían, quizás celebraban su hazaña. Ellos hablaban entre sí. Quiso distinguir sus voces y lo que decían, pero su propio pensamiento en una lluvia de incoherencias e incógnitas no le permitían asociar los sonidos que escuchaba.

La golpearon de nuevo en el rostro y otra vez más licor. Un sujeto se subió sobre ella violándola de nuevo y al cabo rato lo hizo otro. Escuchaba que se hablaban mientras lo hacían.  Le echaban ron en la boca y la golpeaban en la cara para mantenerla despierta, quizás para escucharla gemir de dolor, tal vez para que fuera testigo fiel de su desgracia. Comenzó a ahogarse, Algo le apretaba la garganta. No podía respirar. De pronto algo la atrajo hacia adentro precipitándola en una vertiginosa caída. No sabía contra qué chocaría, pero sintió que el impacto  era inminente acrecentándose la sensación de angustia. Sin saber cuándo ni cómo ocurrió. Su cuerpo ahora flotaba dentro de una oscuridad sin fin y en un último instante fue como el atravesar un foco de luz intensa y la existencia ya no estuvo más, se disipó en la nada.

Cuando los sujetos se marcharon, Escarlet  quedó inerte  y ensangrentada sobre el suelo.

Por aquellos días la prensa reseñó:

“En Los Valles del Tuy”

“HALLADA MUJER CASI MUERTA CON SIGNOS DE TORTURA Y VIOLACIÓN”

“Sin documentación alguna y casi desprovista de toda vestimenta, en unos matorrales de la vía Yare-Santa Teresa... La misma presentó además de los signos de violación y tortura, una severa deshidratación... fue encontrada por... La misma ingresó al Hospital General de Los Valles del Tuy, encontrándose en muy mal estado físico. Los médicos luchan por salvarle la vida.”

A los días, aparecía nueva noticia:

Valles del Tuy

IDENTIFICADA MUJER ENCONTRADA AL FILO DE LA MUERTE EN MATORRALES DE...

Fue identificada por familiares como... y tenía dos días de desaparecida para el momento en que la encontraron... fue trasladada hasta el Hospital Clínico Universitario de Caracas, donde se encuentra luchando por su vida en la Sala de Cuidados Intensivos. Los médicos que la tratan no garantizan su recuperación.”

Así, durante días sucesivos, la crónica del hallazgo había sido reseñada por “La Voz de Miranda”, diario de circulación regional, la cual obtuvo la información por las Notas de Prensa presentadas por la Policía Judicial y, a partir de la primera información los periodistas de sucesos se mantenían en permanente monitoreo en busca de la nota periodística, por lo que había sido noticia durante días continuos.

Cuando despertó se encontraba aún en el Hospital Clínico Universitario. Se espantó cuando vio su rostro en el espejo de aquel cuarto de baño. Estaba desfigurada por las fracturas en los huesos de pómulos, bases orbitales y maxilares. No tenía sus dientes frontales y sus labios eran unos colgajos informes de tejido carnoso. Estaba enyesada por las fracturas en sus costillas y cadera. Habían transcurrido veinte días de su hallazgo.

Su hermana se encargó de contarle que había sido encontrada dos días después de su desaparición, por unos niños que cazaban lagartijas entre unos matorrales en una zona cercana a Santa Teresa del Tuy.

Ella le narró que aquel día, andaba buscando empleo, por lo que visitó varias tiendas y oficinas en el centro de Ocumare y, en horas del mediodía, se dirigió hasta el Centro Comercial que queda en la parte baja del conjunto residencial Parque Central de Ocumare, lugar donde trabajaba su amiga Teresa Morles. Allí mismo se dispusieron a almorzar en la Lunchería "El Rincón de Camila", cuando de pronto se les acercó un sujeto y les preguntó que si ellas eran fulana y sutana, suministrando dos nombres de mujeres. Al responderles que no, él les manifestó que había quedado en encontrarse allí con dichas muchachas para efectos de un empleo en la empresa de telefonía móvil Celtel, alegando que era un colocador de empleos. En vista de su necesidad de colocarse en un trabajo, ella consideró que era una  oportunidad y le dijo que también andaba buscando trabajo. Este le sugirió que le diera copia de sus documentos personales. Ella por tenerlos en ese momento, fue a la tienda cercana y les sacó copias, que entregó al sujeto. Aquel le pidió un número telefónico para llamarla ese mismo día. Él le escribió un número de teléfono y su nombre ZENAEL RODRIGUEZ en una servilleta y se retiró.

Esa misma tarde, a eso de las tres y treinta la llamó por teléfono y le dijo que ya había hecho los contactos para emplearla y que debía acompañarlo para una entrevista con los dueños de la empresa, por lo que la esperaba en el Terminal de Pasajeros de Ocumare del Tuy, porque debían dirigirse hasta la población de Santa Teresa. Siendo las cuatro y media llegó al terminal y allí estaba el sujeto, quien le dijo que estaba esperando otras muchachas más que también iban a presentar. Así esperaron hasta las cinco, momentos en que ella le preguntó que a qué hora era la entrevista y el individuo le dijo que no debía preocuparse por cuanto la oficina principal de la empresa trabajaba hasta las ocho de la noche, por lo que tenían suficiente tiempo. Así transcurrió una media hora más en que el sujeto le manifestó que iba a llamar a las otras personas por teléfono y se ausentó del lugar pidiéndole que lo esperara. Ya cuando regresó eran las seis, manifestando que había surgido un inconveniente a una de las muchachas que iba para la entrevista y las amigas de ella habían decidido ir al otro día, así que se subieron en una de las camionetas de pasajeros que cubren la ruta Ocumare - Yare - Santa Teresa - Santa Lucía, la cual debieron esperar que se llenara, calculando ella que salieron del terminal cercano a veinte para las siete. Una vez que recorrieron gran parte de la carretera Ocumare - Yare - Santa Teresa y hubo oscurecido en el trayecto. Cuando ya se encontraban próximos a la población de Santa Teresa del Tuy, muy cerca de la fábrica de Calzados Laura, el sujeto la conminó a bajarse de la camioneta de pasajeros, apuntándola con un arma que llevaba oculta bajo su franela. Una vez a pie por la carretera, la obligó a desviarse hacia otra carretera de tierra.

Así, detalle a detalle, Escarlet Gómez le contó a su hermana Amarilys todo lo que vivió aquella fatídica noche, sorprendiendo a esta última con los nombres de aquellos vecinos de toda la vida del Barrio Piloncito. Esta no quiso creerle. Por cuanto, para sus adentros pensó que su hermana había sufrido de alucinaciones. No obstante, en virtud de la seguridad con la que Escarlet narraba los hechos, no puso objeción a su declaración a la Policía Judicial y a la prensa.

La Policía Judicial había tenido conocimiento, por cuanto el Cuerpo de Bomberos  de Los Valles del Tuy reportó el traslado, hasta el Hospital General de Los Valles de Tuy, de la persona con signos de severos daños físicos y violaciones, que fue localizada en una zona boscosa utilizada para botar escombros en la población de Santa Teresa del Tuy.

Las investigaciones se centraron en las Inspecciones Técnicas respectivas y la búsqueda de evidencias, de las cuales encontraron que se trató de una zona de liberación y los rastros de sangre condujo hacia otros lugares del mismo sector. Igualmente entrevistaron a los policías del cuerpo uniformado de Miranda que acudieron al lugar y le dieron notificación al Cuerpo de Bomberos, así como a  los niños que hicieron el macabro hallazgo y a los vecinos que acudieron después.

Teresa, solo pudo corroborar lo concerniente a la participación de aquel supuesto colocador de empleos. En un principio ninguna de las dos se sintió en la capacidad de poder suministrar suficientes datos para la elaboración de un retrato hablado.

Al final fue Escarlet la que acudió para que un dibujante del Departamento de Planimetría trazara los rasgos sobre el lienzo de papel.

Con la nueva información obtenida se localizaron otros sitios de sucesos relacionados con el hecho y se practicaron nuevas Inspecciones Técnicas.

      

Se desplegó todo el proceso de investigación, mediante el cual se logró la plena identificación de los ciudadanos Antonio Barrios como Aparicio Antonio Barrios Acosta y Ricardo como Rigardino José Seijas Vegas y el supuesto primo de Raquel nunca pudo ser localizado, aunque a través de dicha ciudadana quedó identificado como Pedro Rafael  Matos Acevedo. Estos ciudadanos en todo momento negaron su participación en los hechos, alegando que siempre habían tenido problemas con la ciudadana Escarlet Gómez por un terreno que colindaba entre sus casas.

Pasados los días, las pruebas de origen seminal, tricológico, hematológico y dactilar sobre las evidencias de semen, rastros de sangre, apéndices pilosos y envases de bebidas alcohólicas localizadas en los sitios de sucesos comprobaron la participación de dichos ciudadanos en los hechos, por lo que fueron detenidos y puestos a la orden del Fiscal del Ministerio Público y les fueron dictadas medidas preventivas de libertad por el Juez de Control correspondiente. Se determinó a través de las experticias que otras evidencias que quedaron en resguardo pertenecían a otros sujetos no localizados.

No se logró identificar y mucho menos localizar, para ese momento, al individuo del retrato hablado. Sin embargo en el seno de la organización detectivesca se consideró la posibilidad de que aquel sujeto debió actuar en complicidad con los que fueron identificados gracias a que la víctima no falleció.

La información de su total recuperación y los pormenores del caso, inclusive lo  referente al sujeto que le ofreció el trabajo apareció reflejada en los diarios, como una versión que concluía de con el boom publicitario que los diarios le dieron a aquel hecho.

Una llamada telefónica de parte de Torrealba lo puso en alerta. Le informó acerca de los pormenores de aquel caso, cuyo elemento en común era el sitio donde se hubo consumado y el modus operandi empleado por el individuo del retrato hablado.

De inmediato se trasladó hasta la Seccional de Ocumare del Tuy del cuerpo policial y se entrevistó con Torrealba y obtuvo de aquel una copia del nuevo retrato hablado, donde las nuevas facciones se diferenciaban de las del sujeto que actuó sobre Ana Karlina. Sin embargo decidieron no descartarlo al considerar que la nueva víctima tuvo muy poco tiempo para relacionarse con su victimario, por lo que la búsqueda de aquel primer criminal debía continuar. Por otro lado se determinó como estrategia mostrar aquellos retratos hablados a esta nueva víctima.

A los días, Torrealba le informaba que  Escarlet Gómez no estuvo en capacidad de reconocer los rasgos de los retratos hablados que le fueran mostrados. Tampoco Ana Karlina veía en el último retrato hablado al individuo que actuó en su contra. En tal sentido,  había que considerar la incorporación de una nueva hipótesis: "El sitio de suceso podía ser un área de acción utilizada por distintos violadores para consumar sus fechorías". Siendo así, existía una conexión entre estos, lo cual hacía más complejo el proceso de investigación por la protección que los delincuentes se proporcionan entre sí. Ahora, se presentaba un nuevo rostro a su memoria que podía conducirlo a él o a Torrealba al primer criminal.

Fueron pasando los días y a casi un mes después, en la Seccional de Ocumare del Tuy se recibió una llamada telefónica de una ciudadana, quien dijo llamarse Berta González y laborar en la empresa Boyer, ubicada en la planta baja del edificio Torres de la Avenida Rivas, manifestando que se sentía muy preocupada por cuanto a una amiga suya de nombre Marta, un desconocido, quien decía llamarse Luis Rodríguez, le estaba ofreciendo empleo para trabajar en una empresa de telefonía celular y el sujeto estaba allí. Dijo inquietarla por cuanto hacía poco tiempo había leído en el periódico que un sujeto que ofrecía empleos para una empresa de telefonía celular se había llevado hacia la vía de Santa Teresa del Tuy a una joven, quien después apareció violada y casi muerta.

El investigador Rovira, quien había trabajado el referido el caso, se trasladó en compañía del Detective Mendoza hacia la citada dirección, donde se entrevistaron con la   ciudadana de nombre Berta, quien les informó que en ese momento su amiga Marta se trasladaba en compañía del individuo por la avenida Rivas, subiendo hacia la Plaza del Estudiante, indicando las características fisonómicas de su amiga y el cómo iba vestida. Los funcionarios sin perder tiempo salieron a la búsqueda, dándoles alcance justo frente a la plaza, donde le solicitaron al sujeto su identificación, quien al entregar su cédula de identidad en la misma aparecía el nombre de Jaime Jaimes Moreno y no el de Luis Rodríguez. Al solicitarle documentos que hicieran constar que trabajaba para una empresa de telefonía celular, manifestó carecer de lo solicitado, lo que les hizo pensar que algo irregular estaba aconteciendo, por lo que le instaron a que los acompañara hasta la sede del Cuerpo policial, no oponiendo resistencia.

Una vez en la Sede detectivesca, sometieron al individuo a una serie de preguntas y le impusieron de su presunta participación en los hechos acontecidos donde resultara violada la ciudadana Escarlet Gómez, en las cercanías de Santa Teresa del Tuy, informándole que por eso debía ser sometido a un reconocimiento en rueda de individuos. El sujeto manifestó que él no violó a dicha joven, que él fue contratado por los señores Antonio Barrios y Ricardo Seijas, quienes le entregaron una fotografía de la mujer y le pagaron trescientos mil bolívares para que la llevara hasta aquel lugar para ellos obligarla a entregar unos papeles de propiedad de un terreno que les interesaba. Ante esta versión de los hechos, se notificó al Fiscal del Ministerio Público, quien en común acuerdo con el Juez de Control acordaron tomarle muestras para ser comparadas con las evidencias en custodia del caso; a la vez que determinaron efectuar un reconocimiento en rueda de individuos. Las experticias demostraron su participación en los hechos y fue reconocido por Escarlet y Teresa, como el sujeto que mediante el ofrecimiento de trabajo, la trasladó hasta aquel lugar donde fue víctima de aquel agravio. A éste le fue dictada medida preventiva de libertad por el Juez de Control que conoció del caso.

Torrealba, al tener conocimiento de que este sujeto estaba detenido y en virtud al Modus Operandi utilizado para violar a sus víctimas, puso al tanto a la Fiscal Especial en Materia de Niños y Adolescentes, quien logró que el Juez de Control autorizara su traslado a la Sede detectivesca para ser sometido a un reconocimiento en rueda de individuos,  en presencia de Ana Karlina y Hania, quienes al verlo lo reconocieron como el autor material de la violación que hacía casi dos años había sufrido la primera de las mencionadas, por lo que la causa le fue acumulada al individuo en cuestión.

Para una mayor sorpresa de los investigadores de la Seccional de Ocumare del Tuy, al llegar los antecedentes de aquel criminal, presentaba en su haber diez registros por diversos delitos, de los cuales cuatro eran por robo a mano armada, tres por violaciones, dos por hurto, uno por homicidio y se encontraba solicitado por dos robos  a mano armada. Además tenía una requisitoria por un Juzgado Penal de Ejecución por revocatoria de un beneficio de régimen abierto.

Cuando él se enteró ya habían pasado tres meses. Se resintió con Torrealba por no haberle informado sobre la detención. Sabía de su interés por aquellos casos que se habían constituido en una pesadilla en su afán de encontrar aquellos rostros de los retratos hablados.  Aún, a pesar del tiempo transcurrido, se trasladó hasta la Seccional de Ocumare, donde se entrevistó con los investigadores y solicitó las copias de los expedientes, los cuales les fueron facilitados. Una vez leídos estos se retiró inconforme con las actuaciones.

Sabía que no eran culpables los investigadores de los casos, que la mayor responsabilidad recaía en los legisladores que crearon aquel modelo de Código Orgánico Procesal que obligaba a poner a los imputados a la orden de los Fiscales del Ministerio Público en un término de tiempo demasiado corto, limitando las actuaciones policiales hasta el grado que, muchas veces, no permitía reseñar a los imputados y mucho menos verificar todas las informaciones, no pudiéndose practicar ninguna diligencia  si el Fiscal del Ministerio Público no lo ordenaba. Esta deficiencia también se puso de manifiesto en este caso, por lo que no se verificó la dirección de residencia que suministró Jaime Jaimes. No se allanó en la búsqueda de elementos que pudieron relacionarlo con estos casos y tal vez con otros, como el material conformado por carpetas, planillas y formatos que utilizaba como "gancho" en cada ocasión. Tampoco hubo tiempo para rastrear en la Sala de Operaciones la información acerca de otros casos con modos de proceder similares.

Por la premura, aquel criminal no fue reseñado. Es decir, que al consultar sus antecedentes, estos últimos casos y otros que le hubieran sido abiertos a partir de la vigencia de este moderno Código Procesal, no le aparecerán registrados.

Mientras iba caminando hacia su vehículo particular sintió un fuerte estremecimiento en todo su cuerpo. Fue más que un escalofrío, después de pasarle por la mente las siguientes preguntas: ¿En cuántos casos de mujeres halladas muertas y violadas no estará involucrado este sujeto? ¿Cuántos otros casos existirán donde ha actuado este individuo con su mismo modus operandi? ¿Cuántos investigadores, en otras ciudades lo andarán buscando entre los rostros que se cruzan frente a sí, a partir de los rasgos trazados sobre un lienzo de papel por un dibujante como Fernando? Quizás alguno... Tal vez muchos...

Podría estar sucediendo que, como este sistema procesal penal contempla como imperativo el ser juzgado en libertad, en este momento, mientras mi mente es un barullo de contrariedades y tristes pensamientos, en cualquier lugar, este criminal y otros como él, disfrutando de los beneficios del sistema, pudieran estar cometiendo iguales crímenes...

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