Capítulo 3.

Markus gruñó alto para que la persona que tenía enfrente lo escuchara.

— Está bien, Luisanna, déjala —murmuró, irritado.

Era increíble cómo una persona podía llegar a ser tan irritable, tenía más de ocho años de casados y jamás la tolero.

— Hmm, señor Pisinis, terminé con la mitad del reporte. Regreso dentro de unas pocas horas para terminar con el trabajo atrasado —dijo Luisanna mordiéndose el labio y Markus la vio con una ceja levantada.

— ¿Hacia dónde va otra vez, señorita Walsh? —Luisanna tragó duro.

— Yo, tengo que resolver algunas cosas personales, si no le importa —suspiró.

— Ya déjala ir, Markus —habló su esposa, irritada para luego sentarse enfrente de él.

Markus miró hacia el techo en un signo de cansancio evidente. Esa tarde iba a hacer la más larga de su vida, carajo que sí lo sería. 

— Está bien, vete. Recuerda lo que hablamos hace unas horas. No quiero que te vuelvas a retrasar otra vez —la miró en forma de reproche.

Luisanna asintió y luego salió de allí más rápido que de costumbre. Había cosas que no podían esperar toda la vida.

— Dime lo que sea, que tengas que decirme, Natalie, no tengo todo el día para estar escuchando tus quejas —pusó su atención en la computadora.

— Necesito más dinero, el que me estás dando no alcanza para ninguno de mis gustos —hizo un gesto de indiferencia.

— ¿Es en serio? ¿Sólo has venido a pedirme dinero? —preguntó, incrédulo mirándola y ella se encogió de hombros.

— ¿Que creías? Sabes que no me gusta mostrar muestras de afecto ante las personas —rodó los ojos—. Además si no vengo aquí ya que todas esas zorras están detrás de ti todo el tiempo y yo no quiero eso —se mordió el labio.

— Sabes perfectamente que odio cuando vienes aquí, además para eso tenemos una maldita casa en la cual dormimos todas las noches.

— Yo duermo en ella todas las noches —lo corrigió.

— No vengas ahora con que te hago falta en la cama, ambos sabemos de qué es mentira —suspiró, agotado.

— Sí, sí. Lo que tú digas, Pisinis. Ya dame el puto dinero, tengo que ir al club para recordar viejos tiempos con mis amigas.

Markus sólo rodó los ojos y luego le dio un cheque con una alta suma de dinero, del cual estaba seguro que tendría que darle más esa misma semana para otros de sus estúpidos caprichos innecesarios.

Ella gritó feliz y se levantó de su asiento para luego salir sin decirle gracias por haberle dado el dinero. Sólo pudo suspirar feliz al ver cómo al fin se quedaba sólo, pudo pensar mejor las cosas que haría esa noche con esa pequeña rubia de ojos azules.

Se mordió el labio al sólo imaginar cómo sería llevársela a la cama y hacerla gritar de todas las maneras posibles. Era una excusa barata las horas extras que había programado, si sus planes salían como lo tenía pensado, esa misma noche  tendría a la rubia en su cama.

Que irónica es la vida. Tiene todo lo que puede desear en la vida, mujer hermosa, sin hijos y dinero por montones.

¿Por qué no tener a la hermosa rubia?

Luisanna llegó al hospital con el dinero acordado para poder pagar aunque sea la mitad. Era demasiado dinero para alguien como ella. Pasó directamente a caja donde dio sus datos y el cajero que estaba de turno sólo la vio con una ceja levantada. 

Lo único que pensaba era cómo iba a conseguir más de un cuarto de millón de dólares en menos de una puta y perra semana.

No tenía sentido alguno pasar por la habitación de su hermana ahora. No tenía cara para decirle lo que estaba ocurriendo con su salud. Se veía tan feliz ese día contándole sus risas y las causantes de que estas fueran de alegría.

Tomó un taxi para llegar rápido a la empresa, era la hora de salida de los empleados.

Respiró varias veces en el elevador para controlar sus nervios, no quería quedarse varias horas con su jefe en la empresa, eso seguro. Llegó al piso destinado y vio como todos recogían sus cosas, signo de que Markus ya había dado la orden de irse o que él ya había salido de su oficina.

Tomó su libreta y tocó dos veces la puerta para que Pisinis supiera que era ella. Después de entrar se encontró a su jefe parado enfrente del gran ventanal.

Se sentó en la silla que estaba enfrente de su escritorio mirando sus manos, algo le decía que no era a trabajar a lo que iban ese día. No.

— Ya estoy aquí, señor Pisinis— lo miró cuando sintió los pasos de este cerca de donde estaba.

— Es interesante cómo una chica de apenas veintidós años, pueda hacer tantas cosas a la vez sin necesidad de repetirlas  un sin número de veces —rió colocándose enfrente de ella y luego se inclinó cerca de su rostro—. Dígame, señorita Walsh, es así de inteligente en la cama. Por qué estaría encantado de investigar esa faceta —dijo seductor, y Luisanna se sonrojó.

— Yo... hum. Creo que debo irme sino vamos a trabajar, señor Pisinis —desvió la mirada.

— El que dice la hora de salida soy yo, Walsh. Así que tu hermoso trastero se queda en donde está ¡y es una puta orden! —exclamó, bastante serio logrando que Luisanna saltará de su asiento.

Luisanna asintió rápidamente sin rechinar una sola palabra, no necesitaba a su estúpido y sexy jefe enojado con ella.

Markus levantó una de sus fuertes manos y la menor por inercia cerró los ojos pensando que Markus le iba a dar algún golpe en el rostro. Lo único que recibió fue una simple caricia en sus labios enviando descargas de tranquilidad a su sistema.

— Abre los ojos y mírame —ordenó Markus, y Luisanna así lo hizo.

Por unos breves momentos se perdió en sus ojos color chocolate, sólo por unos breves momentos sintió como todo a su alrededor se movía drásticamente. No había sentido tanta muestra de cariño desde que sus padres la abandonaron a ella y a su hermana.

Todo fue un gran borrón para ella, antes de que pudiera decir algo los labios de Markus estaban sobre los suyos de forma brusca, provocando un sin número de emociones. 

El beso no era comparado a los que alguna vez haya podido dar en el pasado, era brusco y lleno de cosas obscenas en él.

Soltó la libreta que tenía en sus manos cayendo al piso con un sonido sordo para sus oídos. Sus manos picaban por tocar la piel de Markus, así que llevó sus manos dentro del saco de este por encima de la camisa sintiendo la dureza de sus pectorales.

Las manos de Markus que se habían quedado quietas durante el beso se colocaron sobre la cintura de la menor poniéndola de pie y luego permanecieron en ese lugar dando pequeños masajes que no iban al ritmo del beso. Su lengua hacia una competencia absurda con la de la rubia, la chica no opuso resistencia alguna a que su sexy jefe hiciera con su boca lo que quisiera.

Se separó de los labios de la menor para mirar cómo sus ojos se mantenían cerrados intentando que su respiración se volviera normal, bajó su vista un poco topándose con unos pequeños labios que hace unos pocos minutos era rosado pálido y ahora eran un rosado intenso debido al beso que se acaba de dar con él.

Vio como los ojos azules de Luisanna se abrían después de que su respiración se volvió normal y no se contuvo a besarla otra vez con la misma intensidad de hace un rato. Caminó a ciegas hasta su escritorio donde tiró algunas cosas y luego colocó a Luisanna sobre este y el entre sus piernas de forma placentera.

Era totalmente increíble como la rubia se entregaba con cada beso, la forma en la que correspondía era fascinante. Sus besos fueron directamente hacia su cuello blanco y con algunos lugares extremadamente sexys para alguien como ella. Quitó algunos botones y tuvo más acceso a su cuello sacándole a la menor un gemido de placer que no pudo evitar.

Luisanna se sentía en el cielo con cada uno de los besos en su piel, pero algo hizo clic en su mente.

¿Se estaba volviendo loca? ¿Estaba a punto de tener sexo con su jefe? Y lo peor de todo ¿Iba a perder su virginidad en una oficina?

— No, no. Deténgase, por favor —lo empujó y Markus la vio confundido.

— ¿Qué demonios te pasa? Lo estábamos pasando bien, no entiendo porque te pones así ahora —la vio aún más confundido que antes.

Luisanna negó con la cabeza, su cuerpo había hablado por ella, eso estaba mal.

No podía tener sexo con su jefe, eso sería poco ético.

— Yo... tengo que irme, esto está mal —intentó levantarse pero Markus la detuvo.

— Quiero que me digas que diablos te sucede — la miró serio.

— Usted está casado y además es mi jefe —murmuró mirando hacia otro lado—. Eso sería poco ético de mi parte si me acostara con usted — Sí. Esa era la mejor excusa que pudo encontrar.

Markus rió sonoramente.

— Eso es lo de menos, nadie se enterara de lo que pase aquí adentro, además, no debes de preocuparte por tu trabajo aún lo conservarás después de hoy —acercó sus labios otra vez al cuello de la chica—. Si es por dinero, sólo dame una suma y en menos de lo que canta un gallo la tendrás en tus manos. Piénsalo bien. — dejó pequeños besos en su cuello.

Se iba a negar y pensó en la única solución que acabaría con el problema más importante de su vida.

— Acepto —dijo firme, y Markus despegó sus labios de su cuello para mirarla—. Pero quiero medio millón dólares en este momento.

— Eres una pequeña puta —rió, un poco —. Está bien, señorita Walsh. Tendrá ese dinero en este instante —mordió el labio de la menor antes de ir directamente hacia su maletín.

Tomó su chequera y puso más de lo acordado, se sentía generoso. Le pasó el cheque a la menor y esta se bajó del escritorio.

— Antes de irte, quiero que acabemos con lo que empezamos.

Luisanna suspiró asistiendo y Markus volvió a besarla.

Todo por mi hermana.

Todo por mi hermana.

Todo por mi hermana.

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