Cap 5

Después de salir de la oficina del director, Robert ni siquiera se volvió a dignar a dirigirle la palabra, se dedicó como siempre a responder mensajes y llamadas hasta que llegaron al palacio de invierno.

El palacio de invierno, la residencia predilecta de la reina, era un lugar que parecía haber salido de una parecía haber salido de una pintura. Su arquitectura exquisita de torres y terrazas, de tejados azules y paredes blancas, lleno hasta el hartazgo de ventanas, ventanales y balcones que daban hacia el espectacular jardín del frente adornado con setos, fuentes y rosales cuidados con esmero, todo hasta el último detalle colocado de forma perfecta entre las flores y senderos empedrados, aunque por supuesto dentro de las puertas del palacio las muestras de extravagancia y opulencia no eran menos sorprendentes, con candiles, candelabros de cristal, oro y plata, y pinturas tan antiguas y famosas que valían más que ella misma, alfombras y muebles de la mejor calidad y la más exquisita manufacturación. 

Cuando su esposo la metido en una habitación en lugar de uno de los salones ella apenas se atrevió a mirarlo confusa. 

—No esperaras ver a la reina con ese aspecto—se burló él —Date un baño y ponte bonita para ver a mi abuela, ella no nos espera hasta dentro de una hora. Aprovecha bien el tiempo—indico antes de cerrarle la puerta en la cara y dejarla sola en aquella enorme habitación.

Layla miro a su alrededor para asegurarse de que no había ninguna persona o cámara que pudiera verla antes de hacerle un gesto vulgar a la puerta, acto seguido apresurándose para revisar los armarios y cajones.

Colores pastel le había dicho Marcus que debía de usar en eventos públicos y cuando no estuviera en privado con su marido, para darle impresión de inocencia. Algo que ella antiguamente había sido, pero de lo que actualmente ya no quedaba nada, sobre todo ahora que vería a la reina. Rápidamente eligió un vestido de tipo sastre de color rosa palo, con cuello halter, sin mangas, top drapeado, ajustado en la cintura, con una falda lápiz que le llegaba debajo de las rodillas, un delgado cinturón plata con diamantes y una gargantilla sencilla de brillantes, unas zapatillas blancas cerradas de tacón bajo y ropa interior blanca de encaje.

Velozmente y sin querer perder tiempo se dio una ducha rápida pero eficiente, se secó y arreglo el cabello con sus suaves y grandes rizos sueltos perfectamente acomodados en un estilo limpio, su maquillaje suave, elegante y simple, con labios rosados. Vistiéndose sin perder tiempo dándose un último repaso en el ornamentado espejo de cuerpo completo cuando la puerta se abrió. Robert parpadeo sorprendido.

—Veo que por una vez está en lista tiempo Layla—la elogio en un tono que pareció todo menos amable. 

—Lamento todos los problemas que pude haberte causado Robert— se disculpó pareciendo genuinamente avergonzada y él hizo un gesto despectivo ofreciéndole el brazo.

Por supuesto, siempre un caballero en presencia de su tía abuela la reina. Ella tomo su brazo y se dejó guiar por los pasillos del palacio mirándolo embelesada cuando al fin cruzaron las puertas dobles entrando en el salón de invitados preferido de la reina, una habitación de lujosos muebles tapizados en terciopelo.

La reina los recibió con una solemne sonrisa, ambos se soltaron realizando una pronunciada reverencia en gesto de respeto la mujer mayor de gesto grácil se encontraba sentada en un amplio sillón, ella era hermosa en un sentido clásico, su cabellos platinados sujetos en un moño francés, su traje sastre de dos piezas en color azul cobalto de impecable confección claramente echo a la medida, ligerísimas arrugas apenas perceptibles le surcaban el bello rostro de facciones respingadas, la nariz recta, los labios finos, los ojos ámbar de un tono casi dorado. 

—Ya es suficiente, por favor vengan a sentarte. Tomemos el té juntos— indico la reina con elegantes ademanes haciendo uso de esas manos finas. 

Ella había criado Robert como uno más de sus hijos cuando sus padres murieron en un trágico accidente heredando el título de duque de Nolan. Ella lo amaba como a su propio hijo ignorando indulgentemente sus defectos y consecuentando su terrible carácter como no lo hacía ni siquiera con sus propios hijos. Robert y Layla se sentaron en un sillón contigo a la reina.

—Querida mía, estas bastante recuperada, mi Robert me ha dicho que has estado los últimos tres años en un retiro para recuperarte de tu perdida, ante la cual te doy mi más sentido pésame— ofreció la reina estirándose un poco para tocarle la mano a la joven. Layla la miro un tanto sorprendida por el gesto de la soberana y agacho la mirada, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero contuvo el llanto, y el desprecio que sentía antes los causantes de su dolor. Robert le rozo la espalda indicándole que había guardado silencio demasiado tiempo y que debía responder a la reina.

—Agradezco profundamente sus palabras majestad, me resultan de gran consuelo— agradeció Layla y la reina le sonrío indulgente. 

—Ahora bonita, aunque Robert me ha dicho que has estado en un retiro los últimos tres años se ha negado decirme tu verdadero paradero, ¿Dónde estuviste todo este tiempo? — exigió saber la monarca dejando a la chica horrorizada, Robert pellizco discretamente su espalda y ella enderezó en su lugar.

—Como mi esposo lo ha indicado su majestad, me he encontrado este último tiempo en un retiro. Su Majestad suplico me disculpe por los inconvenientes que mi ausencia pudo haber causado— se disculpó ella y la reina le sonrío ampliamente luciendo complacida. Robert se relajó y la tensión de su cuerpo disminuyo significativamente a su vez retirando la mano de la espalda de su esposa.

 —Siempre has sido una chica muy lista mi querida muñequita. Ojalá mis hijos hubieran encontrado esposas tan sensatas como tú, pero mis nueras no hacen más que darme disgustos con su falta de sentido común— se quejó la mujer indicándole al personal de la sala que le sirviera a Robert y a su esposa una taza de té, la joven acepto agradecida y no tomo un solo sorbo de té hasta que la reina lo hubiera hecho primero —He pedido a las tartaletas de fresa para ti preciosa. Sé que son tus favoritas—ofreció la reina y Layla tomo una de las tartaletas de la bandeja.

—Agradezco profundamente sus atenciones alteza, es usted muy amable— agradeció la chica llevándosela la boca y dándole un delicado mordisco, la reina asintió con aprobación haciendo ella misma lo propio. 

—Ahora bien, querido Robert, he hablado con el publicista de la Casa Real y pudiendo observar con mis propios ojos las adecuadas condiciones de nuestra joven duquesa, hoy mismo se dará un comunicado oficial sobre su regreso a la vida pública gracias a la finalización de su duelo, confío en que ambos estén a la altura de las circunstancias— advirtió la mujer severa y Robert asintió sonriendo.

—Por supuesto abuela, tanto Layla como yo sabemos comportarnos según lo esperado. Aunque en los últimos años no lo haya parecido mi esposa sabe comportarse de acuerdo a su estatus, no te decepcionaremos—aseguro él poniendo su mano sobre la pierna de Layla, un gesto que a ella le resultó de lo menos agradable. 

Complacida la reina continúo con su reunión hablando de todo un poco, principalmente dirigiendo su atención a Robert y haciendo solo algún comentario ocasional para poner a Layla al día, tomando está el papel que siempre se esperó que ejecutara. El de un mero objeto decorativo que debería tomar la responsabilidad en algún momento de engendrar herederos, más nunca una opinión propia, siendo siempre una simple y hermosa muñeca que fuera muestra del poder y el estatus de su propio esposo.

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