Cap 4

El director le había avisado a Layla que su esposo Robert ya había llegado a recogerla, así que se dio un último vistazo en el opaco y desgastado espejo de su pequeña habitación pasándose la mano por el cabello perfectamente peinado en un moño francés para asegurarse de que hasta el último cabello continuara en su lugar, Evangeline, la amable enfermera encargada de su cuidado y supervisión inclusive la había prestado un poco de su labial y el poco maquillaje que cargaba en su bolso para que pudiera arreglarse más minuciosamente.

Sin poderse demorar más conociendo perfectamente el carácter volátil y explosivo de su terrible esposo se apresuró hacia la oficina del director siendo escoltado por dos de los gorilas que tenía por guardias, respiro hondo recordándose quién se suponía que era, metiéndose lentamente en la piel de su antiguo yo y en ese momento aquel traje en el que había vivido prácticamente toda su vida parecía quedarle pequeño, asfixiándola y haciéndola sentir incómoda, desacelero el ritmo de tus pasos haciéndolos más lentos y elegantes,  menos confiados y agresivos a favor de un ritmo más refinado y con su característica cadencia, se enderezo en su lugar pero no demasiado, mostrando una buena postura pero una suave timidez, entretejió los hilos de su mentira de forma meticulosa, su mirada como la de un cordero degollado en aquellos enormes ojos de gris azulados de espesas pestañas, bajo un poco la barbilla luciendo adecuada pero avergonzada, la mirada puesta en el suelo y sus manos unidas frente a ella en un suave y sutil toque, los hombros atrás y un tanto hundidos, y ahí estaba, con cada parte de su disfraz puesto en el lugar correcto justo a tiempo en el momento en que llego frente a la puerta del director donde uno de los gorilas ya había abierto la puerta la dejo expuesta frente a los que se encontraban dentro de la habitación luciendo la imagen que ella sabía perfectamente que proyectaba, y aquello le pareció casi cómico, una sátira de su antiguo yo, toda una escena dramática, ya que al lado de sus guardias mucho más corpulentos y altos que ella Layla lucía como una frágil princesa en las garras de los enormes monstruos que la devoraría si nadie la salvaba a tiempo.  

Y en su posición, justo donde esperaba verlo, Robert se encontraba parado en el centro de la habitación, su postura recta hasta un punto casi antinatural, sus ojos castaños tan fríos como los recordaba con esa característica mirada despectiva que lanzaba a todo el mundo cuando creía que nadie de importancia le miraba, y ese estúpido aire suficiencia… su cabello negro perfectamente recortado, su piel blanca ligeramente bronceada debido a su afición por la caza, sus manos grandes y severas, alto de un metro ochenta, sus facciones afiladas y su cara puntiaguda. Y fue entonces cuando se estremeció por todos los recuerdos de los dos habían compartido juntos. Bien, Marcus decía que las mejores mentiras eran las que tenían algo de dejo de verdad mezclada entre sus hilos.

—Te ves mejor que la última vez que te vi, y parece que tú estancia en este lugar te ha servido para que al fin consigas algunas curvas— elogio él irónico, casi con desprecio en una burla descarada acercándose a ella y tomándole el pecho derecho sin ningún pudor sin importarle que hubiera más personas presentes en la habitación que los observaban, ella miro el suelo y se mordió el interior de la mejilla evitando usar demasiado fuerza para que no fuera evidente, conteniéndose para no romperle la mano al cerdo de su esposo.

—Parece que al fin tienes el cuerpo de una mujer, me da gusto, ya no tendré que gastar dinero en cirujanos para arreglar ese problema— declaro pellizcándola un poco antes de soltarla. 

—Lo siento mucho Robert, no era mi intención causarte problemas— declaro ella con voz suave y dulce derramando algunas lágrimas que, aunque bien fueron producto del odio y la frustración de tener que decir aquellas palabras, ante la mirada de un espectador que desconociera la situación podrían pasar fácilmente por arrepentimiento. Robert la tomo por la barbilla y la hizo mirarlo a los ojos.

—Tranquila cariño, creo que has aprendido tu lección y ahora te esforzaras más por ser una esposa adecuada— señalo él, ella asintió con vehemencia dejando que él acunara su rostro en su mano, el rostro de ella expresaba una paz que correspondía únicamente alguien que hubiera estado viviendo una profunda angustia y al fin encontrará consuelo.  

Aquella escena no hizo más que dejar atónito al director que lo observaba todo atentamente, pero a ella no hizo más que causarle náusea, y así como Robert se había acercado a su esposa se apartó sin previo aviso limpiándose la mano con el pañuelo que tenía guardado en la solapa del saco.

—Es hora de irnos Layla, mi abuela desea verte. Director Boleth, vera los honorarios de este mes más un bono reflejado en su estado de cuenta por la mañana— le informó tomando a Layla del brazo con brusquedad al tiempo que ella lo miraba con adoración sacándola de la oficina y del edificio.

Ante aquel comportamiento por demás soberbio y despectivo el director no sintió el más mínimo remordimiento de permitir que aquel despreciable hombre se llevará su hogar a aquel lobo vestido de oveja que seguramente arrasaría con todo a su paso, aquello le saco incluso una amplia sonrisa de tan solo pensar en el resultado.

Ahora, sin albergar duda alguna en su mente o su conciencia por lo que acababa de hacer decidió que guardaría celosamente el secreto de la chica de forma voluntaria y completamente gustoso y complacido esperando ese momento en el que aquella pantera con ojos de cordero acabará con el hombre que desaparecía delante de él por el lúgubre pasillo con el precio de sus pecados siguiendo de cerca sus pasos.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo