Quien susurra al oído del espectro

Hacía ya una semana desde que la tragedia chocó contra mi vida, el sol no alumbraba como antes, pero aún seguía brindando su luz, los pájaros seguían saliendo a cantar y las nubes seguían inmutables su trayectoria era como si al mundo simplemente no le interesara mi desgracia.

No sentía nada, el hambre, el cansancio y la sed, habían sido reemplazados por la vacía y amarga culpa que se aferraba a mi alma, rodeándola y enrollándose para estrangularla como una versión bastante retorcida de una enredadera.

Era otro día en el camino y el cielo se comenzó a nublar, las nubes oscuras que traían con ellas la lluvia lucían con orgullo sus relámpagos, dibujandolos en ellas como si fueran sus propio esqueleto brillantes y finalmente bañando al mundo con el diluvio

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