Capítulo 5

La expresión de Linares era de satisfacción. Por fin había conseguido joderme, aunque no fuera a cuatro patas como en realidad él querría. Con la sonrisa más descarada que había visto en mi vida me informó que me inhabilitaban y que estaba bajo investigación. Al parecer, la señora de Sagastumé, la bella Edna, actriz reconocida y rostro precioso de la gran pantalla, aseguraba que yo la chantajeaba y había puesto una denuncia contra mí. Yo, con las manos escondidas en los bolsillos del pantalón, escuché pacientemente la sarta de idioteces de mi jefe.

El capitán pidió que debía entregar mi móvil como prueba pues me acusaban de tener imágenes poco decorosas que podían dañar la reputación de la famosa intérprete. Definitivamente, Edna había escuchado el sonido de la cámara digital a pesar de estar entregada al sexo con su conquista. Quería distraer la atención de su caso, pero yo no conseguía entender por qué me jodía a mí en el camino.

Tuve que entregar mi placa y pistola al asqueroso de Linares. Este hizo que dos oficiales me acompañaran a forenses a dejar mi móvil y luego me tomaran las huellas. Otro chico joven me tomó declaración y, finalmente, me dijeron que probablemente pasaría la noche en prisión. En cuando me encerraron Uriñes apareció de nuevo. Trajo consigo un jugo y un sandwich. Se sentó en el suelo del otro lado de la puerta de mi celda y dividió a la mitad en pan. Acepté el detalle y esperé con calma por si quería preguntar algo.

— ¿Hiciste algo contra la chica?

— Estaba en su baño cuando entró al camerino a follarse a un tipo en pleno banquete de bodas. Tomé una foto con mi celular.

— ¿Ibas a chantajearla?

— Quería joderla un poco — dije con la boca llena.

— Creo que tu amiga es más peligrosa de lo que imaginas.

— La conozco desde muy chicas. Es una arpía.

— Entonces no entiendo por qué te arriesgaste.

— Un fallo lo tiene cualquiera.

Luego nos quedamos hablando un poco sobre el caso. La hipótesis de Uriñes era que Marcos le debía algo a una de sus conquistas, cuando era prostituto y se habían vengado de él. A mí la idea me parecía plausible, pero tenía la sensación de que la dificultad podía ser más grande. Le comenté esto a mi compañero y me sorprendió lo receptivo que fue al respecto. Normalmente, los policías te dicen que de nada valen los instintos. Las pruebas son lo único que cuenta. Pero aquel hombre de mediana edad y expresión cansada no parecía compartir ese criterio.

— Algunos buenos instintos suelen conducir a una que otra prueba —  dijo con una sonrisa.

Comentó que estaba que punto de irse a casa. Su niña pequeña tomaba clases de taekwondo y debía llevarla. Pidió que si yo necesitaba algo no dudara en llamarlo. Nos despedíamos cuando el oficial del calabozo se acercó con un hombre de traje al cual ya habíamos visto ese día.

Mientras el oficial me anunciaba que estaba fuera y que podría esperar las conclusiones de la investigación en libertad, Mateo esquivó mi mirada y escudriñó por completo a Uriñes. Parecía muy interesado en mi compañero que por demás estaba igual de atónito que yo.

Mateo me informó que yo era ahora su representada y debía acompañarlo. Miré a Uriñes una vez más y con mis ojos intenté hacerle saber que no entendía nada de lo que sucedía. Debió entenderme porque movió las manos como indicándome que me siguiera la corriente al abogado. Le dije que le llamaba más tarde y me fui con el esposo de mi amiga del colegio.

— ¿De qué va esto, Mateo? No tengo dinero para pagarte.

— ¿El abuelo es tu novio?

— No es tan viejo, pero no, no es mi novio. ¡No esquives mi pregunta! ¡Qué cojones pasa!

— Tranquila, no necesitas pagarme. Alguien más lo hará por ti. Alguien que también desea contratar tus servicios de investigadora.

— ¿De quién hablas?

— Tu amiga Edna.

Me dio un vuelco el corazón mientras salíamos a la calle. La limusina de la cuasi-estrella internacional nos esperaba.

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