Capitulo tres

Leyna

—Suéltala, —ordena con los dientes apretados. —Si no lo haces te golpearé. —¿pero se volvió loco o que?

—¿Quién te crees que eres? —maldito Dereck, ¿por qué has vuelto?

—Dereck Fischer, —me da esa sonrisa moja bragas. —¿Ya se te olvido? —susurra contra mi oído, está demasiado cerca.

—Obvio que no me he olvidado de ti, —sigo de espaldas a él, apoyo mi trasero en su entre pierna su amigo se emociona rápidamente. —Lo que no recuerdo es que número eres.

Sus manos van a mis caderas, haciendo presión en ellas, apoya su miembro semi erecto en mí, la fricción hace que me moje de excitación. Su aliento choca en mi cuello erizando todos mis bellos.

—¿De qué hablas mein Stern (mi estrella)? —maldito seas Dereck con ese apelativo.

—Que número de amante eres, —sus manos hacen más presión en mí. —Eres uno más de la larga lista.

Me hace girar tan rápido que casi caigo si no fuera por que me agarre de sus brazos bien marcados. Sus ojos azules flamean como el fuego, acerca tanto su boca a mí que creo que me va a besar, pero la desvía hasta mi oído.

—Sigues Siendo Mía, —maldito bastardo. —Mein Stern (mi estrella). —se aleja de mí rozando sus labios en mi mejilla, haciendo que mi cuerpo lo desee como cada vez que lo tengo cerca, pero esta vez no lo lograra.

—Nunca lo fui, —la que se acerca ahora soy yo. —Fuiste un pasatiempo. —beso, sus carnosos y adictivos labios, pero es una simple caricia.

Me alejo cuando quiere profundizar el beso, pero no mucho por que me sigue teniendo de las caderas.

—Dime que debo hacer para recuperarte. —mi corazón late desesperado por aceptar, pero no la Leyna que moría por escuchar esas palabras esta muerta.

—No puedes recuperar lo que nunca tuviste. —me suelto de su agarre, dejándolo solo.

Me alejo a paso apresurado para buscar mis cosas  irme a mi casa no quiero estar un maldito segundo más aquí, cuando llego a la mesa Cecilio se encuentra solo, debo tener mala cara por que se levanta de un salto.

—¿Qué te sucede? —pregunta escaneándome de arriba a bajo.

—Nada, solo me voy. —tomo mi bolso de arriba de la mesa.

—Vamos, —niego. —Leyna vienes conmigo te vas conmigo.

—Puedes quedarte. —trato de convencerlo, pero es en vano.

—No, vámonos. —me toma de la mano arrastrándome a la salida.

No hacemos más de diez pasos cuando Dereck se interpone entre nosotros, Cecilio hace presión en mi mano hago una mueca por el dolor, pero el italiano me suelta y me jala hasta pegarme contra su cuerpo, carajo el momento es demasiado incómodo, si no hago algo estos dos mastodontes se van a matar.

—¿Qué quieres? —pregunto mirando a Dereck.

—A ti, —suelto una carcajada carente de humor. —No descansaré hasta conseguirlo. —creo que se volvió completamente loco.

—Sobre mi cadáver, —fijo mi vista en Cecilio. —Hazte a un lado si no quieres problemas. —se retan con la mirada ninguno de los dos piensa ceder.

—Terminaron con su batalla de testosterona? —me suelto un poco del italiano. —¿Te quedas o te vas? —pregunto mirando a mi amigo.

—Nos vamos. —me vuelve a tomar de la mano.

Dereck tiene la mandíbula desencajada, pasamos por su lado sin mediar palabra. Cecilio me arrastra hasta su auto me abre la puerta, entro del lado del copiloto, camina hasta el lado del conductor.

—¿Cuándo volvió? —es lo primero que sale de sus labios cuando pone el auto en marcha.

—No sé, —me encojo de hombros. —Y no me interesa. —mentirosa, te mueres por ese hombre, puede ser, pero Dereck no obtendrá lo que quiere esta vez no.

—¿Segura? —Cecilio me saca de mi batalla mental.

—Sí. —respondo mordaz, no me gusta que se metan en mis asuntos.

—Haré que te creo. —miro en su dirección, niego lentamente, pero no le respondo no me creerá de todos modos.

Pasamos un rato más en silencio hasta que llegamos a mi departamento, Cecilio estaciona el auto y como siempre se baja abrirme la puerta por más que le he dicho que no es necesario no lo entiende, así que ya me acostumbre.

—Gracias por traerme. —digo una vez que bajo.

—Sabes que no me molesta. —me da una sonrisa moja bragas, ama hacer eso.

—Adiós böser bub (chico malo). —voy a dejar un beso en su mejilla, pero Cecilio corre su cara haciendo que bese sus labios. —¿Qué haces? —trato de alejarme, pero me toma de la cintura acercándome más a su cuerpo.

—Me gustas, —su confesión me deja sin palabras. —No te pido nada Leyna, solo sexo de una noche.

Si antes no sabía qué decir ahora menos, Cecilio es un hombre hermoso en todo el sentido de la expresión cualquier mujer estaría encantada con su invitación, no me disgusta, pero no quiero que confunda las cosas.

—Ya lo hablamos, —trato de alejarme, pero no me lo permite. —Se pueden confundir las cosas. —niega divertido.

—Tú no quieres una relación y yo tampoco, no veo lo malo de pasarla bien. —si no fuera tan apuesto sería más fácil negarme.

—Cecilio no sé qué decirte. —es verdad me gusta como hombre para una noche de sexo pero más de ahí no.

—No debes decir nada, —acerca sus labios a los míos. —Solo sentir. —sus labios se posicionan sobre los míos dejando un beso en ellos.

Se aleja un poco para buscar algún tipo de confirmación, parece encontrarla porque atacas mis labios en un beso demoledor, mete su lengua recorriendo toda mi cavidad bucal, ¡Dios que beso!, pero no es él, alejo todo pensamiento estúpido de mí, y solo me concentro en este candente italiano.

Cecilio baja sus manos hasta mis muslos, me levanta en el aire haciéndome enredar mis piernas a su cadera, intensifica más su agarre en mis muslos, enredo mis manos a cuello, nos hace caminar a lo que supongo es la entrada del edificio, sus pasos son torpes.

—Bájame, —me separo un poco de él, niega. —Nos mataremos, déjame caminar. 

—De acuerdo. —me baja demasiado despacio pasando sus manos por el contorno de mi figura.

Me guiña un ojo con picardía, niego divertida. Para nadie es un secreto que Cecilio es un Don Juan mientras entienda que no podrá haber nada entre nosotros por mí no hay problema con lo que haga de su vida.

Camino hasta la puerta con el italiano pisándome los talones, paso la tarjeta magnética una vez en la puerta esta se abre hago pasar a Cecilio primero y después yo, pero como si algo me llamara, busco con la mirada el aparcadero y la calle, mis ojos se encuentran con el auto de Marlene, pero sé muy bien que no es ella, Dereck no despega su vista de mí, no llego a verlo bien por la distancia, pero conociéndolo como lo conozco debe tener su maldito ego por los suelos, espero que sientas lo mismo que sentí yo durante todos estos años.

—¿Sucede algo? —pregunta en mi oído, niego.

—Nada, vamos. —cierro la puerta de vidrio, dejando mi corazón afuera y mi cuerpo aquí dentro.

Cecilio me vuelve acercar a su cuerpo, estampa sus labios con los míos, solo nuestros gemidos se oyen, caminamos hasta ingresar en la caja metálica. Estampa mi espalda en el frío acero me alejo un poco quedando más pegada a su cuerpo.

—Te haría mía aquí misma. —va dejando besos en mi cuello.

—¿Qué te lo impide? —Cecilio levanta su mirada, niega aún más divertido, se aleja y pausa el ascensor.

—Eres perfecta. —me toma de los muslos haciendo que enrosque mis piernas a su cadera de nuevo.

Sus besos comienzan a bajar por mi cuello, pero la tela del vestido no le permite ir más haya, gruñe molesto.

—Tienes demasiada tela, —con su mano libre abre la bragueta de su pantalón. —La próxima vez será diferente. —o no, no la habrá, pero no se lo digo.

—Lo que digas. —respondo mientras arranca mis bragas. —Duele. —me quejo mientras le doy un manotazo.

—Me estorban los planes. —sonríe con malicia.

Cecilio dirige la punta de su pene a mi entrada, va ingresando poco a poco para que me acostumbre a su grosor, que no es para nada pequeño, mis fluidos ayudan a que su trabajo sea más fácil, cuando lo metió del todo lo saca para volver a ingresar de una sola estocada, arqueo mi espalda por la intromisión, mientras muerde mi cuello.

—Más… —bombea despacio, maldito lo hace apropósito. —Quiero más. —ordeno, no soy de pedir las cosas de buena manera. 

—Lo que ordene mia adorabile signora (mi adorable señora). —susurra en mi oído.

Comienza a bombearme cada vez más fuerte, sacando todo su miembro y volviéndolo a ingresar, el ascensor está repleto de nuestros gemidos, Cecilio acaricia mis pechos con su mano libre pellizcando por encima de la tela del vestido mis pezones esa acción hace que me retuerza aún más en sus brazos.

—Cecilio… Dios… Sí… —mi voz sale ronca.

—Así nena, —bombea más fuerte. —Eres increíble.

Pellizca una vez más mis pezones, haciendo que se forme un remolino en mi bajo vientre, El italiano saca todo su miembro y me da una estocada que hace que me desmorone en un orgasmo. Tiro de su cabello mientras mis piernas tiemblan al rededor de sus caderas, bombea dos o tres veces más llenándome con su semilla.

Tratamos de tranquilizar nuestras respiraciones, sigo sobre sus brazos aún, me muevo un poco incomoda por la posición, Cecilio sale de mí y me baja suavemente, mi espalda queda pegada a la pared de metal, nuestras miradas se encuentran me sonríe, pero no puedo devolvérsela, nunca fui buena para hablar después del sexo, segura? No siempre fuiste así, ni caso hago a mis pensamientos.

—Cecilio yo… —niega, acomodando su ropa, hago lo mismo que él.

—Es sexo Leyna, —pone el ascensor a funcionar. —Nuestra amistad no tiene nada que ver con lo que paso ¿si? —se acerca y deja un beso en mi frente, me quedo estática odio las demostraciones, no sé cómo actuar ante una.

—Entiendo si, —me alejo un poco, las puertas se abren salvándome del momento. —¿Quieres pasar al tocador?

—Si no te molesta. —niego mientras llegamos a mi departamento. —Para nada, pasa. —me hago un lado dejándolo pasar una vez que abro la puerta.

Voy hasta la cocina, por una copa de vino mientras que espero que Cecilio salga del tocador, sirvo una para mí y otra para él, lo hago por educación no por que me interese que se quede a dormir, es más nadie lo hace no me gusta que invadan mi espacio personal. Siento la puerta ser tocada, ¿quién puede ser? ¿Quién más? Carajo, no puede estar tan loco y si, si puede abro encontrándome con Dereck, que me escanea con la mirada aprieta sus manos en puños.

—¿Qué haces aquí? —pregunto para qué deje de mirarme. 

Pero cuando habré su boca Cecilio aparece sin camisa del tocador, nos quedamos en un silencio incómodo el ambiente está tan pesado que el aire se puede cortar con un cuchillo.

Pero el silencio es cortado cuando Dereck se abalanza sobre el italiano estallando sus puños en su rostro.

☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo