Capítulo 5

*—Sebastián:

Llegar a este lugar fue un poco difícil para él y no valió que colocara el estúpido GPS. La tienda quedaba en una parte de la ciudad no muy grata, en términos económicos o sociales; el mundo parece haber olvidado que esta zona existe. Los edificios se veían deteriorados, como si le faltara mantenimiento, y las calles eran del asco. Su auto sufrió varios golpes porque el asfalto de esas calles no servía, pero al menos, estaban trabajando en algunas “partes importantes”. El equipo de obras públicas tomó ese día para reparar algunas de estas calles, por lo que había desvíos por doquier. Esta fue la razón por la cual su GPS se descontroló hasta hacerle dar vueltas sin sentido, pero al menos llegó a su destino, o eso era lo que parecía.

Sebastián estacionó su Maserati en el andén frente a un edificio de ladrillo. Apagó el vehículo para luego salir de este. Hizo una mueca cuando aspiró el aire. Los hedores de las reparaciones de las calles cercanas llegaban hacia allí, el fuerte olor a petróleo molestaba en la nariz, pero no tan solo este. Olía a b****a y a algo más… agrio, espeso e incómodo de deducir.

Arrugó la nariz y trató de ignorar la pestilencia. Rodeó el auto sin prisas y caminó hacia la entrada del edificio. No parecía tan abandonado como los aledaños, pero tampoco que hubiera una tienda allí. Ni había un letrero que indicaba la existencia de algún tipo de local comercial.

¿Estaba en el lugar correcto? Miró por la calle para buscar algún odónimo, sin embargo, no encontró placa alguna con la cual confirmar la dirección. Solo había varias personas -con malas pintas, si le preguntan- fuera de los comerciales, le dedicaban una mirada de rechazo.  Debía de irse rápido de allí.

Se giró, para continuar la búsqueda, y en ese momento vio un señor caminando por la misma acera donde estaba, así que se acercó.

—Disculpe —lo llamó, obteniendo al instante su atención. Se veía como un trabajador de clase muy baja de los años treinta. Sus ropajes eran harapos sucios y no olía bien, quizás si los usó en aquella época. Siguió en silencio mientras el señor lo miraba con duda. Apestaba a alcohol barato y un toque de tabaco rancio; una mezcla casera de veneno que, si bien no ha matado a su consumidor, está dañando los sentidos de Sebastián—, la tienda de segunda mano de Callen, ¿es por aquí? —preguntó tratando de aguantar las náuseas.

El hombre se relamió los labios y luego escupió en la calle sin retirar la mirada, confirmando las sospechas de ser un viejo fumador. Para su desgracia, el viento sopló y lo arropó con el olor del desconocido. No podía quedarse más tiempo, sólo con rememorar la escena podría hacerle vomitar

—Está a dos calles de aquí, siguiendo el camino de adoquines hasta la entrada que conecta con la avenida principal —murmuró el hombre, arrastrando las palabras debido a un acento desconocido, definitivamente extranjero, pero entendible al menos. Su dedo huesudo señaló hacia abajo, por donde Sebastián ya había cruzado alrededor de cuatro veces.

¿Cómo podía ser posible? El sistema de navegación lo había traído allí tras actualizar su ubicación.

—Pero… la dirección me trajo hasta este lugar —se quejó Sebastián con irritación. Sacó su teléfono inteligente de su bolsillo con la intención de mostrarle a qué se refería, pero cuando vio que el señor miraba de soslayo hacia este, rápidamente lo devolvió a su lugar. No debía confiarse.

—Estaba aquí antes, pero la ha mudado —comentó el señor poco después, manteniendo el tono calmado y pastoso—. Cruza las dos calles, verás que hay un edificio de dos pisos de color gris. Abajo está la tienda —explicó antes de ladear la cabeza y añadir—: Usted se ve de dinero. Si fuera yo, no andaría mucho por aquí —murmuró con una sonrisa que mostraba los pocos dientes que le quedaban—. Mucho menos preguntaría alguna dirección a un desconocido. Recuerde que podrían orillarlo con tal de robar sus cosas.

Sebastián se rio nervioso. Eso ya lo sabía.

—Gracias —se apresuró a decir, ofreciéndole un billete a cambio de la información. El señor no dudó y lo tomó, guardándolo en los pantalones raídos. Moviéndose para retomar el camino hasta su auto y ver cómo regresaba por la calle una vez más, Sebastián se limitaba a ver por el rabillo del ojo de vez en cuando para confirmar que nadie le seguía.

—¡Váyase a pie! —le gritó el señor cuando el magnate casi abre su puerta—. Llegará más rápido a pie que en vehículo —dijo el hombre—. Esta ahí mismo.

Sebastián miró hacia abajo en la calle. Si, tenía razón, pero… Su vista se desvió a los mirones. ¿Sobrevivirá su auto deportivo? Se alejó del vehículo con la frente en alto y gesto duro, una fachada que espera ser lo suficientemente convencible para que nadie se le acerque. O a su auto. Era mejor que estuviera allí y que estuviera intacto a su regreso, o estas personas iban a pagarlo bien caro.

Tomó las indicaciones del señor al pie de la letra y llegó al edificio mencionado. No se había fijado, pero el señor tenía razón. La tienda estaba en el edificio y tenía un letrero lateral donde mencionaba los servicios que ofrecía. Observó que había varios perros callejeros cerca de la entrada, los cuales desprendían un olor desagradable.

¿En dónde se había metido? Esto se veía mal por donde quiera que viera.

Movió la cabeza y caminó hacia la entrada con puertas de cristal. El edificio no se veía tan mal, pero una capa de pintura y reparaciones menores le vendrían de maravilla. También eliminar esos perros le sentaría mucho mejor a la tienda. Esto no le daba buena imagen al negocio. ¿Así pretendía vender? ¿En plena suciedad?

El rostro de Sebastián parecía agriarse con tanta desaprobación. Para cuando se detuvo frente a las puertas automáticas que se abrieron frente a él, fue el colmo para su paciencia frente a la ironía.

La tienda por dentro no era diferente a las fotos, estaba bien arregladita y limpia, pero la fachada de fuera mataba el atractivo que tenía por dentro. ¿Cómo diablos Chloe había caído allí? No lo entendía. Chloe estudiaba en un colegio bastante caro, las amigas de esta provenían de familias enriquecidas y los lugares que Chloe frecuentaba eran costosos. Tenía una latente inclinación que le impulsaba de lleno a las cosas caras y ostentosas; a lo “estético y de buena calidad”, se defendería ella.

¿Qué le hizo cambiar? No lo entendía, pero lo averiguaría.

Se acercó al centro de la tienda donde había un mostrador amplio y una caja registradora computarizada. Detrás de este había una chica pelirroja con el cabello muy rizado, la cual movía la cabeza al ritmo de la música callejera que sonaba desde algún lugar de la tienda mientras que al mismo tiempo se limaba las uñas con entusiasmo.

Eso era asqueroso, pero no comentó nada al respecto, se limitó a presentarse frente a ella con paso sigiloso.

—¿Disculpa? —le llamó Sebastián, golpeando los nudillos un par de veces contra la madera del mostrador.

La chica rápidamente alzó la mirada de sus uñas y los ojos se le abrieron sorprendidos al verlo. Sebastián no pudo evitar sonreír. Siempre provocaba esa acción en las mujeres. Era un hombre muy atractivo y lo sabía.

—¡Oh, lo siento mucho! —se apresuró a comentar—, en verdad no lo noté llegar —añadió la chica para luego pasar la mano por el mostrador, retirando los residuos de sus uñas. Se limpió las manos con una toalla que sacó de debajo de este.

—Sí, me di cuenta —se limitó a decir Sebastián, ignorando las ganas de llamarle la atención por esas acciones repugnantes e inapropiadas durante el horario de trabajo; no son actitudes de un empleado destacable. No entendía cómo era que Chloe trabajaba allí. Este no era su lugar.

—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó la chica poco después.

—Quiero ver a Callen Townsend—demandó, pasando por alto que le acababa de tutear.

La chica se quedó mirándolo en silencio, asintió poco después de analizarlo sin escrúpulos. Salió por detrás del mostrador y se dio la vuelta como si fuera a caminar hacia la puerta que se veía en el fondo de la tienda, pero a medio camino se detuvo y regresó sobre sus pasos.

—¿Puedo preguntar quién es? —le preguntó la chica pelirroja—. Debo anunciar quien la busca. Además… a Callen no le gustan los desconocidos.

¿Quién era? Sebastián sonrió ampliamente. Él era muchas cosas: era un magnate de la tecnología reconocido, un atractivo playboy y un padre ejemplar a la misma vez, pero para Callen Townsend iba a ser su pesadilla si no respondía sus preguntas.

—Dígale que la busca Sebastián Edevane —le dijo a la chica quien abrió los ojos como luna llena al escuchar su nombre, seguramente haciendo un clic y conectando los cabos sueltos—. Menciónele que, si no viene a mi encuentro, estará en muchos problemas —terminó diciendo mientras se cruzaba de brazos, caminando despacio hasta el sofá de una plaza entre un par de maniquíes. Se sentó y miró caminar apresurada hasta el final del local. Era mejor que Callen apareciera o este iba a ser el último día en que abriera las puertas de su mugrosa tienda.

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