Capítulo 2

*—Sebastián:

Después de repasar los siguientes pasos de su plan y ver dónde estaban los posibles errores, consideró que todo estaba listo.

Una sonrisa surcó en su rostro mientras veía a su asistente entrar a su oficina con un gran sobre de manila en sus manos y este no tenía nada que ver con el trabajo, lo sabía. Su sonrisa se ensanchó más cuando su asistente, Joseph, colocó el sobre frente a él encima de su escritorio y Sebastián pudo leer el nombre de la empresa de investigación que había contratado para el trabajo.

Eso había sido rápido.

Podría jurar que la persona tardaría una o dos semanas recopilando las informaciones, pero sólo tardó tres días. Los grandes trucos que esconde el dinero; siempre moviendo a las masas a su antojo y sin esfuerzo, basta con un elegante empujoncito con el dorso de la mano, ¡et voilá!, se pueden conseguir ciertas cosas “inasequibles”. Sonrió en verdad complacido. Miró hacia Joseph y luego asintió, sin poder ocultar la sensación de victoria que cubre su piel.

Su asistente movió la cabeza y se excusó, retirándose poco después.

Cuando la puerta se cerró a la espalda de este, Sebastián tomó su teléfono y le marcó a su gran amigo y hermano, quien había estado a su lado desde que eran unos niños, Dante Lombardi. Por años, festejaron juntos en los buenos tiempos y las mejores noticias; se aferró a su mano en las malas y le empujó con fuerzas que desconocía. Para cuando Sebastián tuvo que dejar de ser un niño para convertirse en un adulto, Dante estuvo allí, ni siquiera giró la cabeza para confirmar su presencia.

Cualquier cosa que estuviera pasando en su vida, Sebastián siempre terminaba comentándoselo a su mejor amigo. No podía evitarlo, Dante tenía una visión más amplia que él en ciertos tópicos, y en los temas familiares, este era un experto.

Pese a los intentos, no respondió y el buzón de llamada saltó poco después. Este debía de estar en alguna reunión o atendiendo algún compromiso con relación a su trabajo como auditor de una firma muy reconocida. Le escribió un mensaje de texto, en donde le explicaba que tenía la información de su hija y que esperaba que se vieran en la noche para la cena.

Dejó su teléfono a un lado y miró el sobre cerrado encima su amplio escritorio. Le picaban los dedos por abrirlo y verificar qué información el investigador encontró acerca de su hija. Había muchas cosas que Sebastián desconocía de Chloe y que necesitaba saberlas para poder buscarle la salida a esta situación.

Ahora mismo, su hija lo era todo para él. Incluso la empresa, la cual es una de sus importantes creaciones, podría irse al demonio en aquel momento. No quiere perder a su hija. Ya ha perdido a su pareja y tenía que hacer todo lo que estaba en sus manos para no perder más piezas de su vida.

Su móvil sonó con la notificación de un mensaje. Cuando lo tomó, vio que era Dante. Le decía que estaba estacionando el vehículo en el edificio donde se encontraba Sebastián. Este último se sorprendió por esto. ¿Acaso estaba enterado de que ya tenía los resultados? ¿Acaso fue Joseph quien le avisó con antelación? Seguramente era esto último.

Llamó a su asistente para indicarle que enviara dos cafés -sin azúcar- a su oficina, pero cuando le dio la orden, Joseph estaba ya a un paso por delante, comentándole que había enviado la orden de sus bebidas. A veces, las cosas que su asistente hacía no terminan de sorprenderle. Por eso es el mejor asistente que había tenido y perderlo implicaría un desastre para Sebastián.

Mientras esperaba a su amigo, se dedicó a buscar en internet como utilizar el control parental en los móviles. Tenía que colocarle uno a Chloe, ya que, de ahora en adelante, tenía que vigilarla un poco más.

Unos minutos después, la puerta doble de madera se abrió. Cuando alzó la vista de su computador, observó que un hombre alto, con pelo y los ojos del color de la miel, entraba en su oficina. Sebastián sonrió mientras Dante caminaba a sus anchas por la estancia, completamente acostumbrado. Ataviado con un traje formal de color negro hecho a su medida y con esa expresión intimidante que tenía, su querido amigo a veces parecía un mafioso.

—Deja de babear —comentó Dante cuando vio que Sebastián lo miraba fijamente. Este se movió hacia el pequeño juego de sofás que había en un extremo de la gran oficina, cerca del ventanal panorámico que mostraban la hermosa vista de la ciudad de Los Ángeles, en donde tomaba asiento.

Sebastián soltó una carcajada mientras se ponía de pie y caminaba para encontrarse con su amigo.

—Eso fue rápido —comentó Sebastián, extendiendo poco después una mano hacia Dante para estrechársela—. Me imagino que Joseph te aviso, ¿no?

—Joseph es muy diligente —explicó Dante, encogiéndose de hombros y refiriéndose a que, como había señalado antes, Joseph siempre iba a por delante de Sebastián; era un chico muy eficaz.

El mencionado entró poco después a su oficina con la bandeja pulcra y la orden luciendo brillante en ella. Se acercó a la mesa ratona frente a los sofás y dejó las esperadas bebidas y algunos bocadillos que sabe serán de agrado de los señores.

—Si necesita algo más, señor Edevane, favor notificarme —comentó el muchacho rubio y delgaducho antes de darse la vuelta y desaparecer por donde había venido. Discreto, servicial y profesional. Cualquier jovencita estaría agradecida de tener a alguien tan atento como novio, era una pena para estas que Joseph bateaba para el lado contrario.

Se volvió hacia Dante, quien ya estaba tomando asiento y sirviéndose un poco de café en una taza. Se apresuró a tomar el sobre del escritorio para reunirse con su amigo y poder discutir sobre el contenido de este. Antes de ello, también se sirvió una taza.

—¿Para que soy bueno? —preguntó Dante poco después.

—Ya tengo la información de mi hija —comentó Sebastián para luego tomarse de un largo trago.

Necesitaba estar lleno de energía para lo que le esperaba. Quería que no se encontrara con nada del otro mundo, pero viendo las actitudes rebeldes de su hija, sabía que algo pasaba con esta.

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