Capítulo 7

*—Callen:

El comentario de su asistente la dejó sorprendida.

¿El padre de Chloe?

Chloe era su nueva empleada de medio tiempo, la que contrató vía sus hermanos menores. Se había integrado a la tienda recientemente, con la excusa de que necesitaba experiencia y que también quería ayudar. La chica provenía de una familia rica, puesto que estudiaba con sus hermanos becados en un instituto de renombre, en donde varias familias adineradas de la ciudad tenían a sus hijos.

Callen había estado negada la primera vez que vino, ya que no entendía cómo era que una chica como Chloe, adinerada y sin necesidades, quería trabajar en una tienda de ropa de segunda mano, una que ya no era ni la sombra de lo que fue hace ocho años. Chloe había insistido bastante, la visitó todos los días para hablar y tratar de convencerla. Al final tuvo que aceptarla, pero lo hizo con la condición de que tuviera el permiso de sus padres.

Miró el hombre que en ese momento se giró y tomó una prenda de un perchero. Chloe le había dicho que su padre no tenía problemas con que trabajara allí, incluso le había firmado el permiso. Además de eso, había mencionado que su padre no se acercaría a la tienda, ya que, estos lugares no eran los que su progenitor frecuentaba. Sumándole que mencionó que él siempre estaba muy ocupado con su trabajo. Miró la hora, él debería estar laborando a esa hora según le había comentado la chica.

Entonces, ¿qué hacía el hombre allí?

Callen tragó nerviosa y esperó que no fuera algo malo. Miró a Anabelle, buscando que le informara algún detalle más sobre su visita.

—Se nota un poco enfadado —comentó a la nada, viendo hacia la pantalla—, ¿quieres que le haga entrar? —le preguntó la chica.

Asintió. No era buena idea intentar rechazar una reunión con él; quizás le traería inconvenientes con su empleada, pero si no lo hacía, podría ser peor. Suspiró. Ya evaluaría más tarde la situación por la que estaba pasando. Además, quería saber porque estaba allí. Se supone que este hombre, quien era un reconocido magnate, no pondría un pie en una tienda como la suya, pero allí estaba.

Anabelle abandonó la oficina, Callen se apresuró para recoger los papeles del escritorio y hacer que su oficina se viera decente. Echó un poco de aromatizante para disimular el olor a moho y dar una buena imagen. Se sentó en su sillón y se arregló la ropa. Gracias a Dios que se había vestido decente para el día, ya que, los últimos días, Callen había estado vestida con chándales y con las camisetas de la tienda, pues habían estado haciendo inventario, pero hoy llevaba una camisa de rayas coloridas y un vaquero desteñido, pero usable. Su cabello, el cual era rubio, estaba recogido en una coleta en lo alto de su cabeza y llevaba un maquillaje suave. Sí, se veía decente.

Escuchó voces del otro lado de la puerta de su oficina y se acomodó en el sillón. La puerta de metal de color blanco de abrió y Callen observó la figura de un hombre alto, que tuvo que bajar la cabeza para pasar por el umbral al entrar en la oficina.

Sus ojos se abrieron sorprendidos al verlo. Este hombre era guapo y Callen notó las similitudes entre padre e hija. Chloe tenía el pelo oscuro como su padre, pero no había sacado los gélidos ojos grises de este. Además de eso, Chloe se veía amable, este hombre frente a ella, se veía aburrido y para nada agradable. Tragó nerviosa. Sacó su mejor sonrisa mientras se ponía de pie para recibirlo.

El hombre cerró la puerta a sus espaldas y se volvió hacia ella.

—¿Es usted, Callen Marie Townsend? —preguntó el padre de Chloe girándose por completo hacia ella. Callen odiaba su nombre, pero le sonrió al hombre.

—Llámeme solo Callen —respondió con su tono más servicial, pero el hombre hizo una mueca y se movió para tomar asiento frente a Callen. Trató de no ser grosera, pero ahora entendía lo que Chloe decía: su padre era un hombre adinerado y narcisista que miraba todos por encima de su hombro. Era la primera vez que lo veía y ya lo estaba leyendo, pero era fácil de ver.

—Soy Sebastián Edevane —se presentó el padre de Chloe.

—Sí, eso lo sé —dijo Callen—. Un placer, señor Edevane —comentó antes de extender una mano hacia él, pero Sebastián miró la mano con reserva, sin tomársela. ¿Qué? Su mano estaba limpia y aunque no tenía la manicura hecha, sus uñas estaban decentes. Callen frunció el ceño, mordió su lengua con disimulo. Retiró la mano comprendiendo que el dinero no te dota de modales y tomó asiento en el sillón con un porte cargado de dignidad—. Entonces… ¿en qué puedo ayudarle? —le preguntó Callen yendo al meollo.

Mientras más rápido saliera de este hombre, mejor.

—Tengo entendido que mi hija Chloe trabaja aquí —comenzó diciendo con tono apacible, casi como si dudara de sus propias palabras. Callen asintió. Ya lo sabía, pero, ¿que tenía eso que ver? —. Lo que deseo saber es: ¿Con qué permiso está respaldándose? ¿Quién la autorizó para emplear a una estudiante que aún es menor de edad?

Callen parpadeó confusa.

¿Con qué permiso? Pues era obvio que era con el suyo, tenía una carta firmada junto al resto de documentos de la chica. ¿¡Quién la autorizó?! ¡Por supuesto que él también! Incluso poseía el acta en un sobre timbrado y sellado. Lo último que a Callen le gustaría añadir a su lista, como era de esperar, serían más problemas. Mucho menos con los que pudiesen llevarle a un tribunal.

—Con el suyo —le respondió aún aturdida.

Sebastián soltó una carcajada, fue una risa muy burlona.

Callen apretó las manos en puños. No entendía lo que pasaba, pero este señor frente a ella estaba a punto de sacarla de sus casillas. ¿Por qué era tan cretino? ¿Era lo que el dinero provocaba en las personas? ¿Acaso hacía que estos dejaran de ser educados? Sebastián posee esa aura de caballero con su pulcra apariencia y el completo dominio de sus gestos al moverse; sin embargo, en cuanto esos carnosos labios se separaban para hablar: la fachada caía, dejando al apático tirano en todo su mugroso esplendor.

—¿Estás segura?

—¡Por supuesto! —aseguró, ni siquiera permitió un segundo de duda—. Tengo una carta que lo amerita.

Cuando Chloe llegó una hora después de la exitosa entrevista, trajo consigo el sobre que contenía el acta de consentimiento. Y si bien todo parecía correcto, las alarmas de Callen se activaron y no quiso tomarla, quizás porque sabía que los chicos falsificaban las firmas de los padres o porque ni quiera anexaron algún modo para contactar al señor Edevane. Como sea, no le creyó en primera instancia.

Conversaron un poco más mientras tomaban una taza de café, hasta que la tertulia tomó ese tono, la intención comenzaba a notarse en el tono de voz de la gerente: rechazar esta postulación.

Sin embargo, Chloe fue astuta e hizo una llamada a… su padre, quiso creer Callen. Media hora después, un hombre llamado Donato Maserati, o algo así, llegó a su tienda. Dijo ser íntimo afiliado a la familia Edevane, algo así como un tío para Chloe, y le dejó su tarjeta de negocios, también mencionó que Sebastián no pudo asistir al encuentro porque era un hombre ocupado. De su chaqueta sacó tres sobres timbrados, firmados y sellados, similares al que la chica le había extendido con anterioridad, confirmó la autenticidad del documento e incluso estuvo de acuerdo en él hacer de representante legal.

¿Acaso ese documento era falso? ¿Ese Donato Maserati era un impostor?

¡¿Cómo podría ser posible eso?!

—No recuerdo haber firmado algún documento que incluya el nombre de su tienda —dijo Sebastián negado, luego la observó con detenimiento—. Tampoco a usted o que le vincule. Créame, tengo excelente memoria.

Entonces, aún incrédula, Callen decidió demostrar la valía de tienen sus palabras.

Alzó su dedo índice para que aguardara un momento, luego hizo girar la silla ejecutiva. Fue hacia pesada credenza de metal y abrió una de las gavetas, donde guardaba los expedientes del personal; incluyendo desde postulantes hasta los antiguos empleados. Tomó el de Chloe y lo colocó sobre el escritorio. Buscó el acta firmada por el señor Edevane entre los pocos papeles apilados del archivo, extrayéndola junto al distinguido sobre para acercárselos al hombre.

Sebastián los tomó, esta vez no hizo una expresión de repugnancia o algo por el estilo.

Callen observó cómo Sebastián evaluaba la carta para luego soltar otra carcajada, pero esta fue diferente a la anterior, se vio muy divertido y relajado. ¿Había dejado por fin de atacar? Callen no se relajó, sin embargo, esperó el próximo ataque.

El señor importante podía verse como un modelo de catálogo, pero era un ogro por naturaleza.

—La rúbrica, los sellos, el sobre... son mi refrendo, lo admito —dijo Sebastián y los regresó al sobre, deslizándola por el escritorio sin despegar su mano de el—. Pero no fui quien la firmó —concluyó, remarcando su punto mientras acaricia el papel. Callen lo miró sorprendida.

¿Qué acababa de decir? Callen tomó los documentos y miró los finos trazos del señor Edevane. Este mismo decía que era su firma, pero que a la misma vez no había sido él quien firmó. ¿Acaso Chloe…?

—Pero vino con su tío —dijo Callen de inmediato, sin entender cómo Chloe había hecho, mucho menos por qué razón lo hizo.

—¿Con su tío? —preguntó Sebastián arqueando una ceja.

—Un hombre alto que parece italiano—respondió Callen recordando al atractivo hombre que vino con Chloe ese día.

Los ojos grises de Sebastián se abrieron sorprendidos antes de suspirar. Se pasó la mano derecha por el rostro, para luego hacer un delicado movimiento con la cabeza. Se veía enfadado ahora, pero no parecía que estuviera de esa manera con ella.

—Dante —murmuró Sebastián y Callen recordó que ese sí era el nombre del sujeto que su empleada trajo. Ella asintió y Sebastián soltó otra carcajada—. Ese imbécil —insultó al hombre con gracia.

¿Quién era? ¿En verdad era el tío de Chloe? Viendo al señor Edevane y al tal Dante, no había similitudes entre ambos, solo que eran atractivos.

—¡Sí, ese mismo! —exclamó Callen aliviada, ya que, por donde iba el asunto, ella pudo verse liada con todo esto, pero se notaba que Chloe había falsificado la firma y que le había pedido ayuda al tal Dante.

—Así que Dante sabía que Chloe trabajaba aquí desde antes… —comentó Sebastián tomándose la barbilla con una mano—. Aun así, lo que no entiendo es porque Chloe ha decidido trabajar en este basurero —dijo el hombre haciendo una mueca de asco y dando una mirada hacia el techo, donde había una enorme mancha de humedad.

Callen miró al magnate con furia.

—¡Mi tienda no es un basurero! —exclamó golpeando las manos en el escritorio. Sebastián la miró con una ceja arqueada, pero con las facciones tranquilas.

¡¿Quién diablos se creía para insultar su humilde tienda de esa forma?!

Sebastián le dio una larga mirada y se rio.

—La fachada es un asco, pero eso no es lo único de lo que tienes culpa: hay perros callejeros vigilando tu entrada y haciendo sus necesidades en ella; el olor de la tienda no es agradable debido a las fallas de la instalación; por lo que veo, la ubicación no es la adecuada y pareces no darte cuenta. Podría mencionar la asquerosa bienvenida que obtuve, pero, en definitiva, la peor parte es la localización que has elegido —dijo y movió la cabeza—. ¿Me quieres decir que no es un basurero? —volvió a soltar una carcajada seca—. Si estuviera en otro lugar, te hubiera dicho algo diferente, pero con eso ahí afuera… no se diferencia de un almacén olvidado que lo han transformado en vertedero de harapos —se jactó, haciendo un ademan de manos.

¿Cómo se atreve a insultar el trabajo de su madre?

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