Capítulo 3

Lucy

—Eres mi vida —le escucho susurrar sobre mi cabello. Sé que está arrodillado ante la cama y sé que sentir mi desamor le duele, pero nadie tiene derecho a apropiarse de la voluntad de otra persona. Y es en momentos como estos en los que desearía que todo fuera diferente. Que no me golpeara, que no me engañara con otras, que no infundiera ese miedo en mí y que me dejara ser libre. Libre para ser yo misma, libre para reír, gritar y llorar, libre para decidir amarlo desde mi corazón, y libre para estar a su lado por decisión —. Mía.

Acaricia mi mejilla y la besa. No sé si sabe que cada mañana finjo dormir cuando él despierta, que espero con ansias su partida para iniciar mi día e infundirme positivismo para encarar la vida. Si lo sabe y prefiere no decirlo, se lo agradezco infinitamente.

Como cada mañana, luego de esas palabras, deja un tembloroso beso sobre mi hombro, acaricia mi cabello igual que siempre, como si lo amara, y se va, dejándome estremecida de temor.

Escucho la puerta de la entrada principal abrirse y cerrarse inmediatamente con un fuerte golpe. Suspiro, aliviada, y me levanto para prepararme e ir a mi trabajo. Hoy es uno de esos días en los que desearía quedarme en cama y hacer mucha, pero mucha, mucha pereza.

Pero luego recuerdo donde estoy, y se me pasa.

Rio por mis estúpidos pensamientos infantiles. No pueden ser más inapropiados.

¡Se supone que intento madurar, por Dios!

Me encanta que ya sea viernes, así Chase llegará tarde esta noche.

Sus palabras de hace una semana aún retumban en mi cabeza, me han dejado muy aturdida. He pasado otra noche más sin dormir, no sólo por su libido incansable, sino también por ese horrible pensamiento de tener hijos con él.

Me cuido desde el primer día que tuve mi primera relación sexual, y jamás olvidé un día protegerme con esa pequeña pastilla. Chase se molestó cuando descubrió que las tomaba, decía que estaba seguro de que yo sería su mujer, su esposa, la madre de sus hijos; así que, según él, no había necesidad de cuidarse si estaremos juntos hasta que la muerte nos separe.

Gracias al cielo he nacido con algo de inteligencia. Decirle lo mucho que deseaba disfrutar de nuestra relación antes de que nacieran nuestros hijos, fue lo mejor que pude haberle dicho.

Pero no sé qué ha cambiado ahora.

Cada día siento más asco y sé que no puedo seguir viviendo de esta manera. Desde hoy empezaré con los clasificados para encontrar donde vivir y que no me vuelva a encontrar.

Lo necesito urgente.

No pienso rendirme.

Sé que esta vez lo lograré.

Resoplo mientras me miro al espejo e intento hacer algo con el enredo que tengo por cabello, intentando convencerme de que podré lograrlo, así él me haya encontrado antes, así lo denunciara e hiciera hasta lo imposible para alejarme de él. Todo sin éxito.

Desde hace mucho tiempo dejé de descifrarlo, de intentar comprender por qué hace lo que hace, a parte del terrible rencor que tiene hacia su madre, que murió meses atrás bajo su atenta y satisfecha mirada. Lo único que hago es soportar el sexo, ese que me lleva al orgasmo y me deja llena de vacíos en mi pecho y con culpa en mi corazón; tolero sus muestras de cariño, esos abrazos necesitados y esa desesperación que aflora constantemente. Abraza mis piernas, buscando consuelo como un niño asustado y desolado, y se queda allí por horas, rebuscando algo de cordura. Siento lástima por él cuando llegan esos episodios, se ve muy trastornado, pero no es una vida que yo merezca vivir obligada a tomar como mío su dolor y su destrucción.

[…]

Mis jefes, como siempre, nos reciben con una gran sonrisa, y junto a mis dos compañeras, empezamos con la limpieza para abrir y atender a los oficinistas que pasan sus días corriendo y persiguiendo nimiedades que harán ricos a otros.

Lo primero que hago es rebuscar en una pequeña caja en mi casillero asignado al empezar a trabajar, saco la papeleta y destapo mi pastilla del viernes. La vuelvo a guardar y reviso que el dinero que escondo de una parte de mis propinas esté completo. Salgo, sonriente y aliviada, a preparar la enorme máquina de café que abastece a los clientes desesperados y restituye sus energías con algo de sabor natural. Me apoyo en la barra con el periódico para revisar los clasificados. Espero poder encontrar algo bueno, quizás pueda pensar en estudiar algo...

O mejor no.

Aunque si no quiero que me encuentre debo dejar más que su casa. El simple pensamiento estruja mi pecho con verdadero dolor.

La risa de Lia llama mi atención y sonrío con melancolía al ver que esta es una pequeña familia que he empezado a apreciar, pero ahora…

Es momento de intentar partir una vez más.

—Buenos días, Lucy.

Levanto la mirada desde el mostrador y me encuentro con el adonis, el de ojos negros y divertidos. Parece el más gentil de los dos, lo digo casi con certeza. Lleva un perfecto traje oscuro que le sienta demasiado bien y mis compañeras babean a su alrededor haciendo que su ego vuele a la estratosfera. Que tipo tan odioso. Pero, como le he escuchado decir a Paula: Lo hace, porque puede.

Gracias al cielo estoy blindada contra hombres apuestos.

—Buenos días —saludo. Le correspondo la sonrisa cordial y decido que me agrada.

—Adam. Mi nombre es Adam, y el amargado de allá… —Señala a su amigo, apostado al lado de la puerta, mostrándose aburrido con su teléfono en mano tecleando como poseído. También lleva su traje y se ve aún mejor que su amigo frente a mí —, se llama Alexander.

—¿Siempre es así? —pregunto, y Adam ríe.

El tal Alexander levanta la mirada frunciendo el ceño y mira extrañado a su amigo que aún ríe. Rueda los ojos y sigue con lo que sea que esté haciendo en su teléfono, moviendo sus dedos a toda velocidad.

—El amor no correspondido daña nuestro corazón, pequeño saltamontes. —Río por cómo me ha llamado y asiento dándole la razón. El amor es una mierda. Tan guapo que es el idiota—. Regálanos dos de tus mágicos cafés.

—Enseguida.

Me vuelvo y empiezo a preparar los cafés de los dos hombres y otro par más para la señora que me grita detrás de él. Ya conozco sus preferencias, a Adam le gusta suave y dulce, lo que es una mala manera de tomar café, como si le robara la identidad a esa bebida tan deliciosa, y a su amigo amargado le gusta cargado y con poca azúcar, conservando la personalidad de un perfecto café. Un americano suave será suficiente para el hombre bello de ojos negro, con más agua que café para llenar el vaso mediano que siempre lleva. Al odioso de la puerta le preparo lo mismo, pero con un expreso doble y un poco más. No me imagino como será un día a día de ese hombre para soportar una bebida tan fuerte que podría dopar hasta a un caballo. He de reconocer que no es la primera persona que conozco que le gusta de esa manera, pero sus vidas son tan diferentes. Han venido cada mañana sin falta, siempre piden lo mismo y se van con sus bebidas.

Le entrego los dos cafés, con azúcar extra para él, y paga sin pedir el cambio, que irá a mi pequeño botín. Ahora recuerdo por qué soporto a su desagradable y aburrido amigo. En verdad, se me eriza la piel al ver lo amargado y duro que es. Nunca he soportado a las personas como él, que viven sus vidas sin alguna emoción a pesar de tenerlo todo monetariamente, que piensan que sus problemas superan a las del mundo entero.

Aunque ahora, conociendo un poco sus motivos, podría decir que es razonable. Así se escuche algo estúpido, yo no trato mal a las personas que me rodean porque tengo una pareja que me es infiel, me golpea cuando le llevo la contraria con alguna de sus mierdas, o porque le encanta llevar mujeres al mismo lugar donde vivo. Nadie ve más allá de sus propias narices y todos creemos que nuestros problemas son más grandes que los del resto del mundo.

Sacudo mi cabeza y trato de no pensar en lo que vivo cada día. Me tocó madurar a la fuerza y con golpes. Literalmente. Creo que estaré bien. Si he podido empezar de cero una y otra vez, no veo porqué no pueda hacerlo una vez más, pero me aseguraré de que esta sí sea la última. Es imposible tener tan mala suerte.

Creo que el mejor paso para dar es hablar con mi antiguo jefe, pagarle a pesar de que Chase ya lo hizo, porque siempre se trata de dinero, e irme de la ciudad sin mirar atrás.

Lo volveré a intentar.

Recuerdo la primera vez que me golpeó, dos meses habían pasado desde que empezamos nuestra "relación"; uno de sus amigos llegó al apartamento, Oscar, y reíamos por simples tonterías. Chase lo golpeó hasta dejarlo inconsciente y luego siguió conmigo, porque yo era suya y de nadie más. A nadie más le pertenecía mi sonrisa. Intenté irme luego de denunciarlo y tomar aquel dinero. Eso fue lo peor que pude haber hecho. No me levanté de la cama durante una semana gracias a los golpes; con el único consuelo de no tener algún hueso roto. Me vi obligada a retirar la denuncia y volver a su lado, pero lo más perturbador fue ver cómo me cuidaba, como si me venerara y se arrepintiera de sus acciones, más, se aseguraba que le temiera y que lo pensara bien antes de hacer otra estupidez. Desde ese entonces, trato de tener cuidado para que no se enoje conmigo. Básicamente, dejo que haga lo que quiera y así vivo tranquila. Si se le puede llamar de esa manera.

—Hoy es día de inventario —dice la señora Clark. Hubiera preferido ser yo, pero ya lo hice dos veces seguidas y ya me han advertido de no acaparar estas horas extras. Así que sigo mi trabajo limpiando mesas sin preocuparme de quien se quedará este mes—. El turno de quedarse es de Jean. Que descansen, mis niñas.

Con una gran sonrisa, la mía un poco más tensa que feliz, Lia y yo nos quitamos nuestros delantales y nos despedimos de los tres que se quedan. Podré llegar a la casa y tener un agradable sueño. Mañana ya es sábado y podré ver a las chicas. Aún no puedo creer que hayan aceptado unirme a ellas. Eso me ha mantenido con una auténtica sonrisa en mis labios toda la semana.

[…]

Camino hacia el paradero del autobús sin borrar mi evidente alegría por una noche tranquila. Como hacía mucho tiempo no tenía, mientras el trayecto a casa es más rápido de lo que desearía, me permito cerrar los ojos mientras el atardecer embellece y engalana lo que será una bella noche estrellada. El verano se acerca y amo el calor. Aunque creo eso será demasiado pedir para una ciudad tan al norte del país. Me detengo al ver la luz del apartamento encendida y el calor de mi cuerpo me abandona. La poca felicidad se esfuma tan rápido que duele.

Al llegar al piso escucho música en el apartamento. Un rock fuerte y perturbador que me pone alerta con su humor. Decido pasar, segura que no está haciendo algo que no haya visto antes. Ya nada de este hombre me puede sorprender.

Abro la puerta con cuidado y lo encuentro, como siempre, con una de esas mujeres que frecuenta casi que diariamente. La estúpida, o pobre, aun no lo defino, está arrodillada a sus pies con su boca en su pene haciéndole una felación mientras el cretino observa un juego de fútbol americano y bebe una cerveza, parece aburrido, a decir verdad. Lo que más me perturba es la sangre que brota por la nariz de la mujer y los suaves gimoteos que suelta mientras intenta complacerle.

No tarda en poner su atención en mí, sonríe con alegría, borrando cualquier signo de perturbación de su rostro, como por arte de magia. Aparta a la mujer como hace cada vez que llego, como si no existiera, y camina hacia a mí subiendo su pantalón.

Aún no logro comprenderlo.

—Preciosa...

Siento la bilis subir por mi garganta y las ganas de llorar me abruman. Y no es por él. Doy un paso atrás cuando procura tocarme, contengo una repulsiva arcada al ver esa falsa emoción en sus ojos, con esa exigencia voraz y el ahogo que, asegura, no le permite vivir sin mí. Si trabajo es porque quiere hacerme feliz, declara casi diariamente. Dice necesitarme, sólo a mí, y que jamás permitirá que me marche de su lado. Pero nada importa, en realidad.

—No lo hagas —sisea, nervioso, tembloroso.

Miro hacia la puerta a mi espalda, y se mueve reconociendo mi idea. Mi única reacción es huir. Corro hacia la habitación decidida a irme sin importar qué. Cierro la puerta con un fuerte golpe, pongo el pestillo y la tranco con una silla cuando escucho sus golpes en ella. Me aparto asustada cuando golpea más fuerte y grita.

—¡Abre la maldita puerta, Lucy! —grita, y mi piel se eriza.

No me importa lo que haga conmigo. Que me mate, si eso es lo que quiere. Lo que sea para no tener que seguir soportándolo. Primero muerta, antes de seguir al lado de este hombre que ha arruinado mi vida, me ha utilizado y me ha tratado como la peor basura fingiendo un amor que ha destrozado mi alma.

Doy traspiés hasta la cama y entierro mi rostro entre mis manos mientras Chase golpea la puerta una y otra vez ordenándome a abrir, quebrando mis nervios, pero no lo hago. Lo escucho chillar como un niño pequeño y desconsolado y mi corazón se deshace.

—Mi morena, por favor. No puedo vivir sin ti. Déjame tocarte.

No contesto, sólo lloro desconsolada y desorientada por él.

—¡Ya saldrás, maldita! Sabrás que no es bueno lo que tengo para ti. —Termina con un golpe tan fuerte que me sobresalta y por último se aleja.

Me descubro temblando por el pavor que infunde en mí. Sé que va a estar pendiente de mí toda la noche, incluso no trabajará mañana y así poder desquitar su ira en mí. No se detendrá hasta no darme mi lección.

Decido salir y acabar con todo de una vez. Da igual en qué momento lo haga. Recojo rápidamente mi poca ropa, tomo mi maletín y abro la puerta con sumo cuidado y me aferro a la poca valentía que me queda. Lo primero que escucho son los sollozos de la mujer y los gritos que acompañan cada golpe seco, cada palabra despectiva que escupe. Salgo del pequeño pasillo y lo veo en el sofá tomándola a la fuerza desde atrás mientras sujeta con fuerza el cabello negro de la mujer. Prostituta o no, siento lástima por cada mujer que ha pasado por su cama y recibido cada golpe que pudo haber dirigido hacia mí en todos estos meses. La mujer llora en silencio, sólo se escuchan sus sollozos ahogados y me sorprendo al ver otra mancha de sangre en su rostro, que brota con más fuerza.

Camino en silencio, estiro mi mano para tomar el pomo de la puerta, escucho un grito y sus palabras detienen cualquier acción.

—Quédate donde estás, Lucy. —Su voz me hiela los huesos y, literalmente, quedo paralizada del miedo—. Así me gusta.

Tiemblo al escucharlo cerca de mi oído llenándome aún más de miedo y el idiota ríe.

—Chase... —trato de hablar, pero jala mi cabello y grito por la impresión y el dolor que me causa.

—Una mierda, Lucy. Estoy muy enojado contigo —sisea. Me empuja y lo próximo que siento es su puño estrellarse contra mi mejilla y mi cabeza rebotar contra el suelo—. Y tú, maldita zorra de mierda, lárgate de aquí y mucho cuidado con lo que sale de tu sucia boca.

Alcanzo a ver como la saca del apartamento arrastrándola por el cabello. Ella patea y agarra su mano mientras llora y ruega que la suelte. Cierro mis ojos y sacudo mi cabeza tratando de recuperarme, de despejar esas pequeñas luces que nublan mi vista.

Es un maldito enfermo.

—Sabes que no debes huir de mí, preciosa —escucho su voz cada vez más cerca, lastimera, y abro mis ojos—. Parece que tengo que darte otra lección. Creí que habías aprendido. Porque tú de aquí, no te vas a ir nunca. Eres malditamente mía.

Siento sus manos en mi cuello y mis ojos se abren de manera exorbitante, al igual que mi boca, tratando de encontrar un poco de aire. Sujeto su mano luchando para que me suelte y pateo inútilmente, pero no logro nada. Golpea mi cara otra vez, con su puño, sin soltar mi garganta. Gruñe una y otra vez que es mi culpa, que soy yo quien lo provoca cuando no ha hecho más que amarme. No me dejará ir.

Mis brazos quedan lánguidos y pesados sobre el piso frío, sin vida, sin fuerzas para luchar por un poco más de aliento. Prefiero esto. La presión se va de mi pecho y el aire vuelve, con lágrimas de dolor. No me dejará ir.

—¿Por qué haces esto, mi amor? —llora y apoya su frente sobre mi pecho—. Me prometí cuidarte y amarte desde la primera vez que te vi, y lo he cumplido, pero tú no valoras lo que te doy. ¡¿Por qué?!

Golpea mi costado izquierdo y me quejo, pero no hay grito, ni un mínimo sonido sale de mi garganta.

—No… —intento decir.

—No permitiré que tú también me abandones. Nunca me dejarás, mi preciosa morena. Nunca.

Trato de detener sus manos cuando toma el cuello de mi camisa, no lucho cuando la rompe sin mayor esfuerzo, besa mi cuello y lo muerde con fuerza mientras dice que soy suya, que jamás lo dejaré. Mis lágrimas corren con impotencia, aunque no logro sentir nada más, no quiero más de esto.

Con brusquedad, baja mi pantalón, demostrando el poder que tiene y lo inútil que son todos los esfuerzos que haga para abandonarlo. Lo pateo, reclamando algo de fuerza, y vuelve a golpear mis costillas con mucha más fuerza, dejándome sin aliento. Se levanta y me toma del cabello para arrastrarme a la habitación.

Sé lo que viene. Dolor y más dolor, pero ya no siento nada. No hay nada más que lo irreal que se ve el apartamento, borroso y fantasioso.

¿Por qué no me voy cuando él no está? Si tan sólo tuviera la seguridad que él no me volverá a encontrar, que me dejará libre. Me encontró una vez antes de que saliera de la ciudad la primera vez que vi quien era él realmente; otra vez en un hotel al otro lado de la ciudad y un par de veces más. No sé cómo lo hace, pero no quería dejar de intentarlo.

Siento su miembro en mi entrada. Intento retorcerme para que no lo haga, siempre duele.

—Por favor —suplico, con mi voz rasposa y dolorosa —. No así.

—Te amo, mi morena hermosa.

Grito cuando me embiste con más fuerza de la necesaria y no se detiene. Sin importar cuanto suplique y llore, no se detendrá hasta que su frustración se haya ido. Reclama mi cuerpo.

No es el hombre que me encantó cuando llegué a esta ciudad, no es el dulce hombre que me vendió ese día.

Poco a poco la ira va drenando de su sistema, lo siento cuando sus caricias dejan de ser duras y pasan a ser más pasionales, pero no siento nada. El dolor no me lo permite. Cae sobre mi cuerpo, me aplasta un poco, y llora, desconsolado, mientras acaricia mi cabello.

—Dime que me amas —ruega, y llora con más fuerza—. Dime que no me abandonarás jamás, que eres mía y me amas como yo te amo, mi preciosa. Por favor, por favor, por favor.

Me abraza y besa mi cara. Me quejo, por que duele y eso lo alarma. Corre al baño y regresa con el botiquín. Se sienta a mi lado y cierro los ojos, detestando sus cambios. Detestando cada respiración suya sobre mí, cada beso.

Odiándome.

—Te dejaré como nueva —murmura, desesperado.

Con delicadeza limpia mi cuerpo, centímetro a centímetro, con adoración. Incluso mis incontrolables lágrimas de desesperación parecen desesperarlo.

—Te odio —mascullo, con la voz herida. Me mira, impactado y lívido. Niega y me abraza con fuerza—. No me toques.

Se aferra a mí y niega. Llora, mortificado, y repite cuan culpa tengo yo en todo. Soy suya, de su propiedad, para hacer lo que se le antoje. Es lo que repite y repite hasta desquiciar mi mente.

—No hagas que vuelva a lastimarte. Yo no quiero eso, mi preciosa. —Acaricia mi cabello y sonríe antes de continuar con mi cuidado. Se siente tan enfermizo que prefiero que me mate en este instante—. No quería traerla, sé que te molesta. Intento no hacerlo en casa por ti, pero ha sido un día de mierda y necesitaba despejar mi mente para poder ser lo que necesitas. Para ser el hombre que mereces.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo