Capítulo 6. PASIÓN

—¿Qué tal la fiesta? —preguntó divertido Alexander a la chica que entraba por su ventana.

—Espantosa, por eso me escapé —respondió Fernanda sonriendo, y se sacudió los restos de naturaleza que le hubiera dejado el árbol por el que trepó.

Alexander le miró demasiado divertido, incluso se notaba una carcajada atorada en su garganta. Eso le molestó a Fernanda.

» ¿Qué es tan divertido? —preguntó ella, casi molesta por sentirse burlada.

—Mi madre no está —explicó Alexander no pudiendo contener más la risa—. Pudiste entrar por la puerta.

—Me hubieras dicho —reclamó Fernanda con el ceño fruncido.

—¿Cómo te decía?

—En un mensaje.

—Sí, un mensaje diciéndote: “mamá salió, estoy solo en casa”. Eso sería muy comprometedor. Además, no sabía que ibas a venir.

—¡Ay, por Dios, Alexander! ¿Cómo que no sabías? Siempre vengo. Sabes que no soporto esas malditas reuniones sin sentido, mucho menos cuando tengo que soportar a esos imbéciles críos acosándome.

—Tú eres la única cría allí —recordó el rubio—, el resto ya son universitarios que van a cortejarte.

—Me molestan —señaló la adolescente, volviendo a caer en los brazos de su mejor amigo que estaba medio recostado en su cama.

—Y dime, hermosa Fer, a ti, ¿qué no te molesta?

—Tú —respondió la chica en seductora sonrisa a uno rodeado por sus brazos.

Alexander se tensó.

—¿Bebiste algo? —preguntó el joven a la chica.

—Nouuu —canturreó la morena, mintiendo.

Sí lo había hecho y su amigo lo notó.

—¿Por qué lo hiciste, Fernanda? —preguntó Alexander, incorporándose, alejándose de la chica que ni siquiera lo miró—. Acordamos que podías hacer lo que quisieras siempre y cuando no te dañara. El alcohol es malo, Fernanda.

Los ojos de Fernanda comenzaron a llenarse de lágrimas, pero no lloró. Sentirse regañada por ese que tanto quería le molestó, dándole una falsa fortaleza que siempre tenía como escudo.

—No es de tu incumbencia —aseguró Fernanda—, deja de meterte en mi vida, deja de fingir que te intereso..., ¡déjame en paz, m*****a sea!

—Fernanda, mírame —exigió Alexander. Ella le dio la cara, estaba furiosa, le dolía la caridad de ese chico—. Tú me interesas, de verdad me interesas, por eso no voy a dejar de meterme en tu vida. Eres mi mejor amiga.

Unas dulces palabras se convirtieron en la daga que atravesaba el corazón que las recibía.

—Pero yo no quiero ser tu mejor amiga —dijo la chica no evitando comenzar a llorar, agachando la cabeza—… me lastima que me quieras de esa forma cuando yo te amo demasiado…

El silencio se hizo profundo, invitando a Fernanda a buscar la reacción del chico que amaba. La morena levantó la mirada para ver solo sorpresa en los ojos del chico.

» Suéltame… —pidió jaloneándose la adolescente para librarse del agarre de las manos de ese chico que le dolía—. ¡Suéltame! —gritó mientras intentaba alejarse de él.

Pero él no la soltó, y no lo haría, pues, como le dijo al atraerla a su pecho y amarrarla en sus brazos, amor era un sentimiento que compartían.

—También te amo —respondió Alexander y el corazón de Fernanda se detuvo en seco.

Las palabras que él dijo hacían eco en su cabeza, golpeándose en las paredes de su cerebro que se negaba a asimilarlas.

Yo... también… Te… Amo…

¿Será que significaba lo que estaba deseando? No lo podía responder.

» Fernanda, ¿estás escuchando? —preguntó Alexander preocupado por la nula reacción de la chica.

—Sí —aseguró la chica—. Dijiste también te amo, pero no sé qué significa eso. ¿Qué quieres decir con eso?

—Pues que también te amo —explicó el rubio en medio de una sonrisa entre nerviosa y burlona—. Como tú me amas yo te amo.

—¿Por qué? —preguntó la chica, completamente confundida.

—Pues, no lo sé —respondió el chico—. ¿Por qué me amas tú?, ¿puedes responder eso?

—Sí, sí puedo —aseguró Fernanda—. Te amo porque eres lindo, porque me cuidas, porque estás siempre para mí, porque me sigues en mis locuras, porque me apoyas siempre y me quieres mucho. ¿Ves? Puedo responderlo

—Entonces también puedo responderlo —aseguró Alexander, sonrojado. Los halagos tan directos de Fernanda, diciendo que lo amaba, eran demasiado para su corazón—. Yo te amo porque quiero —dijo sonriéndole a una que parecía salir de la confusión.

—Eso no es justo —reclamó Fernanda—, el champán es demasiado caro para que no me durara la borrachera.

Fernanda dejó salir unas cuantas lágrimas más, pero ahora eran de felicidad.

—¿Ya no estás ebria? —preguntó Alexander.

—No, se me pasó con el susto —informó Fernanda.

—¿Cuál susto?

—El que me dio pensar que podrías rechazarme después de que me declaré, el de creer que te perdería para siempre, ese susto.

—Tú nunca vas a perderme, lo prometo.

Alexander abrazó a Fernanda, sonriendo demasiado feliz de poder tener eso que nunca siquiera osó imaginar obtener.

—¿De verdad me amas? —preguntó la azabache, levantando el rostro y chocando su mirada con la de él.

—De verdad verdadera —aseguró el chico buscando los labios de ella con los suyos, para hacer explotar de amor un corazón que amaba demasiado.

—¿Y qué vamos a hacer ahora? —preguntó Alexander cuando sus labios se separaron.

—Amarnos —respondió Fernanda segura de que esa era la respuesta correcta—. No dejaré que hagas otra cosa conmigo que no sea amarme.

—Eso será fácil, estoy acostumbrado —anunció el chico muy, pero muy feliz, y ella sonrió abrazándose a su pecho—. ¿Y cómo sugieres que nos amemos? —cuestionó el que la abrazaba a su pecho con el fuerte deseo de que ella se quedara para siempre allí, de no perderla.

Alexander haría lo que fuera por Fernanda, haría todo porque ella estuviera bien y fuera feliz. Eso prometió, sin saber que su profundo deseo podría ser su perdición.

—En secreto, a escondidas de los que no nos quieren juntos; amémonos en miradas cómplices, amémonos en caricias que nadie note, amémonos en besos fugaces que nadie atestigüe, amémonos como si no hubiera mañana, entregándonos totalmente al otro —dijo poéticamente la morena a un rubio demasiado sonrojado.

—¿Puedo amarte en cuerpo y alma? —preguntó él a ella y ella sonrió, entregándose al deseo que tenía rato llamándole.

Fernanda besó por segunda vez esos deliciosos labios, mientras se pegaba al cuerpo en que deseaba fundirse.

—En alma lo hemos hecho desde hace tanto, probemos con el cuerpo —dijo con picardía la chica, y recibió en respuesta la traviesa lengua del que la amaba explorando su boca y las cálidas manos del chico recorriendo su cuerpo.

Esa noche se entregaron uno al otro, justo como Fernanda pedía y Alexander deseaba, sin reservas, sin medidas, sin pensar en lo que hacían, entregándose solo a los deseos que sus sentimientos exigían se cumplieran, sin pensar en las consecuencias que sus apresurados actos podrían traerles.

 

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