Capítulo 3. AMIGOS

—Casi morí —informó Fernanda al que, apenas unos minutos atrás, y en contra del desacuerdo de su madre, le había dado el pase a su casa y a su habitación.

—¿Qué?, ¿cómo? —preguntó preocupado el chico de cabello rubio cenizo y ojos color miel.

—Casi me atropellan —explicó la pelinegra de ojos oscuros—. Salí de la casa llorando, no vi venir el auto.

—¡Fernanda! —gritó el joven, molesto por la sonrisita burlona con que la chica había terminado su explicación, y luego suspiró—... eres tan descuidada.

» Debes tener cuidado. Ya te dije muchas veces que no atravieses la calle sin mirar el semáforo —reprendió el chico un poco menos serio y la regañada sonrió.

—Disculpa que mi vida tenga más problemas que necesidad de respetar las reglas de urbanidad —dramatizó la azabache y ambos se rieron esta vez.

—Pero, ¿estás bien? —preguntó el chico cuando la risa se terminó. Ella asintió.

—Solo un poco asustada —declaró Fernanda y recibió el abrazo que, ese que era su mejor amigo, le regalaba.

—Peleaste de nuevo con tu madre, ¿eh? —concluyó Alexander y Fernanda asintió.

Ese chico la conocía bastante. Y, cómo no, si se conocían desde bastante tiempo atrás.

Alexander era hijo de la mujer que, hasta unos años, fue mucama en la casa de los Marmolejo, así que prácticamente crecieron juntos. Siendo de la misma edad, y los únicos niños en esa casa, se acoplaron bien el uno al otro.

» ¿Qué fue esta vez? —cuestionó Alex, como habitualmente lo llamaban quienes le querían, dejándose caer en su cama, viendo a Fernanda pasearse en la silla rotatoria de su escritorio.

—Pues, lo de siempre —resopló la chiquilla, meciéndose de un lado a otro—, ella no me quiere nadita de nada. Hoy dijo que, a diferencia de las madres que darían la vida por sus hijos, ella no daría ni tres pesos por mí.

—Y se fue al caño mi plan de extorsionar a tu rica familia secuestrándote para salir de mi miseria —bromeó Alexander y Fernanda se burló de su amigo.

Ella sabía que eso era algo que nunca podría pasar, por eso le causó tanta gracia, incluso le dio el pésame a su amigo.

—Pues, lo siento —mintió la joven, dejando su sonrisa atrás—, pero, para eso, necesitas a alguien que quieran en su casa. No sé cómo es que Regina no me ha echado de allí.

Fernanda suspiró con pesar. Después de todo, Regina era su madre, y nunca dejaría de serlo.

» Hablando de madres —continuó ella restándole importancia a algo que la destruía lentamente día con día—… la tuya también me odia.

Fernanda caminó hasta la cama del chico, dejándose caer cerca de su mejor amigo y su único confidente, además de alcahuete y cómplice de locuras.

—No te odia —aseguró Alex—, solo tiene sus reservas. Además, no es por ti, es por la señora Regina. Ella puede hacernos mucho daño si sabe que sigues acercándote a nosotros.

Lo que dijo el rubio en ningún momento tuvo la intención de hacer sentir mal a la morena; pero era imposible que ella no se sintiera mal, mucho menos después de todo lo que ellos debieron soportar a causa de Regina.

—Lo lamento —se disculpó Fernanda, aferrándose al cuerpo de su amigo—, de no ser por mí, estarías terminando la prepa en una de las mejores escuelas de la ciudad.

Alexander abrazó a la morena con ternura.

—Eres mi mejor amiga —aseguró el chico después de besar la frente de esa que en serio quería, y mucho—. Vales ese sacrificio.

Y, aunque el pesar de su alma no se fue del todo, Fernanda sonrió.

—Creí que no valía ni tres pesos —repitió la joven de ojos oscuros apretándose al pecho del que la sostenía en sus brazos como buscando obtener la fuerza que necesitaba para seguir con su vida, y continuó hablando cuando al fin lo logró—. Bueno, ahora iré a hacer el vago por ahí.

—¿Quieres compañía? —preguntó Alexander, dejando la cama también.

Fernanda se negó.

—Hoy no —dijo—, pero el domingo sí. Habrá una tocada en el subterráneo de Cantoya.

—Fernanda, eso es peligroso —advirtió el adolescente y, con una destellante sonrisa, Fernanda guiñó un ojo a su mejor amigo mientras levantaba ambos pulgares haciendo puños sus manos.

—Por eso quiero compañía, para que me cuides —declaró convenciendo al hombrecillo que siempre se rendía a su sonrisa.

—¿Qué seremos está vez… Emos o Punks? —preguntó Alexander entre desganado y divertido.

—Seremos tú y yo —respondió ella con tremenda sonrisa—. Es un evento intercultural. No necesitamos apoyar a nadie, solo vamos a meterme en problemas con Regina.

Alexander movió la cabeza, divertido.

—Luego no te quejes por lo que ella te diga —advirtió el chico y Fernanda encogió los hombros.

—Con que diga algo es suficiente, su falsa preocupación alimenta mi malnutrido ego —dijo y se encaminó a la puerta.

Fernanda se despidió de una que, por mera cortesía, devolvió el saludo, pero que no la quería nadita de nada, y no la culpaba, Regina podía ser demasiado cruel cuando se lo proponía. Aunque era mucho peor de lo que Fernanda sabía.

—Te veo el domingo, Alex —dijo la morena al rubio de hermosa sonrisa.

—Te veo el domingo, Fer —repitió el mencionado y se despidieron en un abrazo.

Ellos eran solo mejores amigos, aunque en el corazón de ella él era mucho más que eso. Fernanda tenía años enamorada de ese chico, pero ella no le daría más problemas. Ser solo su amigo había logrado que Regina lo dejara sin beca y a su madre sin trabajo ni oportunidad de trabajar en ningún sitio más.

Y, aunque al final las cosas se arreglaron gracias a la intervención de Emma en el caso, eso les había hecho mucho daño a ambos. Así que Fernanda no se arriesgaría a que Regina les hiciera algo mucho peor a esos que ella de verdad apreciaba.

Aunque a Fernanda en serio le hacía daño ese sentimiento que cargaba, sobre todo porque sabía que no era correspondido. Lo que más le convenía a ella era alejarse, pero, después de todo, poder estar cerca del que uno ama es uno de los beneficios que te da el ser amigo.

Además, Alexander era la única persona incondicional a su lado. Él, incluso después de haber recibido lo peor de la familia de ella, continuaba a su lado; y, aun cuando su madre no aprobaba esa amistad, él no la alejaba de ella.

Es por eso por lo que Fernanda no se alejaría, porque si el que ella tanto amaba aguantaba tanto, ella podía con ese amor no correspondido por mucho tiempo más. Además, no quería ni podía perder el poco amor verdadero que había en su vida, aunque no fuera del tipo de amor que ella quería de él.

Fernanda caminó toda la tarde por todos lados y, cerca de media noche, llegó a su casa para encontrarse a su madre furiosa en la sala de su casa.

—¿Dónde demonios te metiste? —preguntó Regina bastante molesta.

—Como si te importara —musitó la chica.

—Claro que me importa —alegó la mujer, dejando perpleja a la casi joven que no esperaba tal respuesta—. No es digno de una señorita decente estar fuera de su casa a estas horas. ¿Qué harás si alguien te ve?

—Saludarlo, Regina, para que no piense que soy una maleducada —respondió Fernanda, riéndose de su estúpida manía de emocionarse por nada.

—Eres una…

—¿Insolente? —interrumpió la chica—… Sabes qué, no me importa. Tengo mucho sueño y no quiero escuchar una cantaleta que ya me sé. Ahorrémonos tiempo. Te amo, mamá —dijo burlona a una que se le pudría el hígado.

Fernanda caminó las escaleras y un pasillo, entonces llegó a esa hermosa habitación a la que estaba completamente acostumbrada, pero que no amaba demasiado.

En esa casa, ese era su único espacio. La casa era de esos padres que no la querían, pero esa habitación era completamente suya.

» Vaya día que he tenido, de los mejores, definitivamente —balbuceó, sentándose en la cama, dejándose caer de espalda para mirar un techo que no limitaba su imaginación, que no limitaba sus anhelos, que la dejaba atravesarlo y así llegar al cielo para rogar por un futuro mejor.

Fernanda agradeció que un año no fuera tanto tiempo. Y es que, por sobre todas las cosas, ella deseaba ser al fin mayor de edad para poder sentirse un poco dueña de sí. Pero, cuando uno espera, el maldito tiempo se torna interminable.

 

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