CAPÍTULO 4

Conociendo perfectamente la canción en turno, y siendo una completa desconocida para las personas que transitaban esa calle, María decidió hacerle compañía a ese joven que cantaba; pues, además, eso contaría como experiencia y, a veces, la adrenalina de haber hecho algo nuevo le ayudaba a la hora de escribir.

"Ha llegado tu recuerdo a desarmar mis horas, aprendí que en el silencio habita la verdad. Solo vivir no me vale la pena si la vivo a solas, ya no sé qué decir.

Si pudiéramos haber partido en dos esta soledad y el peso del dolor. Y si fuimos tú y yo...

Todo por igual, debería estar compartido el ardor de este frío. ¿Cómo tanto amor pudo hacernos tanto mal?

No sé cómo encontrar un rincón en el mar para ahogar la mitad del olvido. ¿Cómo tanto amor pudo hacernos tanto mal?

A ti, a mí, a ti, a mí"

Cuando la canción terminó se escucharon algunos aplausos, y monedas y billetes comenzaron a caer en la funda de guitarra que yacía a un lado de donde estaban ambos sentados.

—Creo que me hacía falta una hermosa voz femenina en una muy hermosa dama... En toda la mañana solo conseguí tener hipotermia —dijo el joven de enorme sonrisa.

Mari le sonrió.

—Te invitaré un café si hablas conmigo —invitó la chica y el joven le miró curioso.

» Soy escritora —explicó ella de pronto—, y me gustaría conocer las razones de que alguien que tiene una guitarra carísima, y una chaqueta de marca, cante en una plaza.

El chico la miró sorprendido y ella de nuevo sonrió.

—No eres de aquí —señaló el joven, comenzando a levantar sus cosas para seguirla.

—¿Lo notaste? —preguntó burlona ella.

—Es algo evidente una vez que abres la boca —dijo con seriedad el que se sentía un poco burlado.

La mujer que hablaba con él parecía estarse divirtiendo a su costa, lo pensó aún más cuando ella separó los labios dejándolos en forma de "O", pero sin emitir ningún sonido.

Mari estaba realmente divertida, se estaba comportando como una niña mimada, como no era ella, pero no le importaba, era divertido, y lo más seguro era que ella jamás se encontraría de nuevo con un ese joven, pues no le quedaban tantos días en ese lugar.

—Qué graciosa —farfulló el chico, imprimiendo un tono sarcástico a sus palabras, ella se río haciéndolo molestar.

—Tal vez solo estoy loca —sugirió Mari y llevó sus labios apretados a un lado, haciendo una tierna mueca.

—¿Qué haces acá? —preguntó el hombre, dirigiéndola a un café, pues, pese a su pesado comportamiento, algo en ella le llamaba demasiado la atención.

Mari pensó que era hora de ponerse seria, en serio quería conocer al futuro personaje de una de sus mil historias.

—Creo que vine a averiguar si mi mala suerte me alcanzaría si me iba lejos —explicó Mari ya sin burla, captando la entera atención del que tomaba asiento frente a ella.

—¿Cómo dices? —preguntó interesado el joven.

—Quiero ser escritora —declaró la joven—, bueno, ya lo soy, porque desde hace muchos años escribo, pero no me pagan por escribir, así que no sé si puedo llamarme escritora aún..., creo que lo dejaremos en que soy aspirante a escritora, una que de verdad se esfuerza mucho por lograrlo, pero que no se acerca nada a su meta.

El hombre no pudo contener la risa, y salió en un sonido raro escapando de sus cerrados labios.

A Mari no le molestó, ella tenía la mala manía de hablar rápido, y de decir tonterías, así que seguro fue algo divertido de escuchar toda esa palabrería que no daba mucha información.

» Había un concurso en el que quería participar —explicó la joven cuando volvió a hablar—. Mi mejor amiga y lectora beta dijo que tenía oportunidad, pues mi manuscrito era bueno, pero, en el aeropuerto perdieron mi maleta con el manuscrito y mi USB adentro, así que, al parecer, solo vine a perder el tiempo y mi dinero... Un mokachino, por favor.

Mari terminó hablando con el mesero del lugar.

—Un americano —dijo él y, viendo cómo el mesero se alejaba, hizo una pregunta a la chica morena—: ¿Por qué no te cargaste el manuscrito contigo, en tu bolso de mano?

—Porque tenía miedo de que me robaran mi bolso de mano y me dejaran sin todo, porque es ahí donde cargo mi computadora, a la que le borré todo para que, si me la robaban, no tuvieran acceso a mis archivos —explicó María divertida, y terminó sonriendo de nuevo al mesero a quien agradeció la entrega de su pedido.

—Le gustas al mesero —dijo burlón el joven músico al notar el evidente nerviosismo del joven que los atendía.

—Le gusto a muchos —concedió ella de manera seductora—, te gusté a ti antes de que te dieras cuenta de que no era norteña —declaró medio sarcástica, alzando una ceja y le dio un sorbo a su café sin apartarle la mirada.

El joven solo la miró y ella buscó su cartera para pagar la cuenta, dejó unos billetes en la mesa y se levantó para irse, pero la voz del chico la detuvo.

—Pensé que querías hablar conmigo —dijo alto el joven, provocando que Mari le mirara.

—Eso quería, pero es muy incómodo, así que mejor hablaré con cualquier otro cantante que me encuentre. En los autobuses hay muchos que no me mirarán raro por escucharme hablar —aseguró la chica y se encaminó a la salida.

—No te estoy discriminando —casi gritó él, captando la atención de más que la chica que lo miraba anonadada desde la puerta del establecimiento—. Es complicado hablar con una chica hermosa tan segura de sí misma, ¿no?

Él terminó hablando para las personas del establecimiento, algunos solo lo miraron, otros asintieron y ella se sonrojó.

» Vamos, vuelve, intentaré imaginar que hablo con mi solterona y gorda vecina, para no sentirme intimidado por tu belleza.

Mari agachó la mirada y negó con la cabeza, ese chico le había volteado la tortilla.

—Vamos chica, vuelve. Míralo como se esfuerza por no caer rendido a tu belleza —dijo una anciana que estaba acompañando, quizá, a su marido, y que la miraba con una sonrisa.

Mari sonrió, inclinó ligeramente su cabeza en señal de saludo y regresó sus pasos hasta la mesa donde aguardaba de pie el joven.

—Soy Marcos Durán —se presentó el joven hombre extendiéndole una mano y ella se preguntó si "Durán" sería un apellido común en el norte del país, pues recién había conocido a dos Duran, ambos se llamaban Mateo.

—María Aragall —dijo la chica aceptando la mano del joven que enarcó una ceja.

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