CAPÍTULO 2

Entrando al edificio donde el departamento de su amigo estaba, saludó al portero del lugar, tomó el elevador al piso tres y, al entrar a casa, suspiró en soledad, deduciendo que ese estado era como el suyo, y como cualquier lugar en el mundo, quizá, con gente amable y otra no tanto.

Dejó su bolso en el sofá de la sala y se encaminó por una taza de café, el frío lo ameritaba; entonces regresó a la sala y, sentándose en el sofá donde antes dejó su bolso, se perdió en mil pensamientos hasta que el sonido de su teléfono celular le sacó del ensueño.

Mari tomó su bolsa, buscó su teléfono para responder a la llamada y en la pantalla de su celular leyó el nombre de su mejor amiga. Aceptó la llamada y escuchó una ansiosa pegunta de parte de una chica que tenía tiempo sin hacer más que apoyarla en todo.

—¿Y bien?, ¿cómo te fue? —preguntó Malena y Mari suspiró.

—Me fue horrible —anunció la cuestionada—, perdí mi maleta, el manuscrito estaba en ella, y también estaba ahí la memoria USB donde la guardé.

—No inventes —soltó la del otro lado de la línea luego de un sonido que delató su sorpresa por lo que escuchaba.

—No invento, de verdad me pasó en serio —aseguró la joven—. Llegué al aeropuerto y esperé por casi una hora y mi maleta nunca apareció, los guardias me dijeron que harían lo que pudieran, pero que no sería pronto, que me avisarían.

—¿Por qué no lo guardaste en tu bolso de mano? —preguntó Malena intentando con muchas ganas abrir un nuevo universo donde su mejor amiga no hubiera perdido su razón de viajar tan lejos de casa.

—Por pendeja, amiga —respondió Mari—. Sabes, debí esperarlo. Es decir, con la suerte que me cargo, y todo lo que había pasado antes de venir, debí darme cuenta de que las cosas no terminarían bien.

Al otro lado del teléfono, y a muchos kilómetros de distancia, Malena asintió. No es que ella creyera en cosas como la suerte, pero había atestiguado todo lo que había pasado antes de que Mari volara a Monterrey, y, si creyera en mala suerte, estaba segura de que era así como se veía.

Es decir, su vuelo de dos días atrás había sido cancelado y pospuesto hasta que al fin pudo volar, en otras aerolíneas no había vuelos a su destino, porque la temporada era baja, así que había volado sin mucho tiempo de sobra.

—¿No tuviste la oportunidad de imprimirlo de nuevo? —cuestionó Malena sin poder salir de su asombro.

—No —respondió Mari—, te digo que la memoria estaba en la misma maleta, y de la computadora lo había borrado cuando subí mis archivos al… Ahg, maldición, la tenía en la nube… Maldición, podía haber ido a imprimirla en lugar de perder mi tiempo en el aeropuerto… Te digo que soy pendeja.

Mari volvió a llorar, enojada y decepcionada ahora de ella misma, no solo de su mala suerte, aunque puede que fuera mala suerte que se olvidara de que sus archivos tenían un respaldo en la nube.

—¿Vas a regresarte pronto? —preguntó la del otro lado del teléfono luego de que sintió que había transcurrido el tiempo prudente para interrumpir el llanto de su mejor amiga.

—La verdad es que esperaba no tener que hacerlo hasta el mes siguiente —declaró Mari con pesar—, pero no tengo a que quedarme ahora que nada me detiene acá.

—Amiga, lo lamento tanto. Lamento haberte incitado, pero es que realmente creo que tu manuscrito era perfecto, estaba segura de que tendrías muchas posibilidades de ganar el concurso —se excusó la que, prácticamente, la subió al avión para que asistiera al evento que la editorial ofrecía para los escritores aspirantes a publicar en ella.

—Pues ya ni llorar es bueno. También creía que ganaría el concurso de escritura, pero no tuve ni la oportunidad de participar, eso me dejó sin posibilidades —dijo y ahogó un gemido provocado por ese llanto que ya no quería dejar salir—. Acá también se acabaron mis sueños.

—Lo lamento mucho, bonita, de verdad que sí —aseguró Malena, sintiendo pena por la pena de su mejor amiga y escritora favorita en todo el mundo—. Y, si de pronto quieres distraerte un poco, te envié la propuesta de modificaciones para la novela, puedes revisarlos.

—La revisaré y te marco para que discutamos —dijo la aspirante a escritora regresando a su realidad, una en que había más que un desperfecto que afrontar.

—¿Tenemos que discutir? —preguntó la mejor lectora que Mari conocía, y una de las mejores escritoras, a su criterio, también.

Malena también escribía, aunque géneros diferentes a los que ella, y aun así amaban leer a la otra, y también se daban consejos para mejorar.

A decir verdad, Mari no se imaginaba escuchando consejos o ideas de alguien más; bueno, tal vez de un profesional, si alguna vez algún editor profesional le diera la oportunidad… algo tonto que soñaba de vez en vez.

—Pues, si no quieres discutir conmigo, no deberías hacerles tantos cambios a mis escritos —bromeó la morena con su mejor amiga, respirando por medio segundo algo diferente a su pesar.

—No podemos llamar prostituta a un personaje solo porque te cae mal —explicó burlona la que había leído, amado y modificado solo un poco algunas partes de la novela de su amiga.

—Por eso le puse puta, no prostituta —señaló Mari y ambas se rieron.

Cuando María ponía los dedos en el teclado de la computadora, la historia comenzaba a correr prácticamente por su cuenta, por lo que habitualmente no se detenía a revisar la redacción, así que los cambios que hacían en sus escritos eran básicamente ortográficos y gramaticales.

Aunque, de repente, le pasaba que se ensañaba con quien hacía sufrir a su protagonista, y se le pasaba un poco la mano con ella. Es por eso que su lectora beta abogaba por los antagonistas a los que, al final, la escritora les hacía pagar cada uno de sus pecados, a veces demasiado caro.

—¿Cómo puedes odiar a alguien que nace en tu imaginación? —le preguntó en tono de burla Malena, Mari sonrió.

—Ni idea —dijo—, solo sé que pasa —y, después de hablar un poco más, se despidieron y Mari se puso a trabajar.

Después de ver la sugerencia que hacía su editora, en la que en lugar de que la antagonista de la novela cayera del balcón al intentar tirar a la protagonista, esta última perdonara a la primera, le exigiera que se fuera y la otra lo hiciera sin más, suspiró.

—Solo déjame matarla —susurró y escribió "Aceptado", pues sabía que era mucho mejor para el personaje ser una buena y bondadosa persona.

 

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