Desde las Sombras

Después de varias caídas, a Aaron le pareció correcto cargarme aunque protestara, y aunque tenía razón y mi testarudez estaba al borde, el cansancio físico había vencido a la esperanza de conservar mi orgullo. Ya me había hecho la valiente al ver la herida que tanto me dolía y noté que no solo era un rasguño, eran cuatro largos y profundos cortes. Parecían hechos por filosas navajas. Mi jean estaba todo andrajoso, tieso por la sangre, por el lodo y rotos por las garras de aquel monstruo y esto era prueba de que no me había imaginado nada.

Mientras iba en los brazos de Aaron, me preguntaba ¿Qué eran esas criaturas? ¿Cómo se llamaban? Porque a decir verdad, no había leído nada con la descripción de ellos. «Aunque tuviesen nombre no me lo hubieran dicho, si hubieran tenido la oportunidad de devorarme lo habrían hecho antes de responderme…, pero qué patético que esté pensando en esto». Realmente patético, quizá solo era para no sentir el dolor, y mantener mi mente ocupada ayudaba, pero la duda me carcomía por dentro. Mis neuronas no daban para más cuando pensaba en las posibilidades ¿en serio me habían seguido o solo había sido casualidad? La curiosidad era mi mejor amiga, además, quería entender la razón por la cual me había sucedido esto a mí o ¿acaso le sucedía a todo el mundo? «Nadie que conociese sabría explicarme qué eran esas cosas». Oh, un momento, mis neuronas si podían funcionar si me lo proponía, el tío Cedric, el hermano de Aaron… «Él podría ayudarme» el tío Cedric era un hombre joven, de unos treinta y tantos años, al que creían loco porque decía y sostenía que podía ver, hablar y comunicarse con “los espíritus del más allá”, en otras palabras, un brujo; tenía casi el mismo rostro que Aaron, a excepción de que él era delgado y un poco más alto, joven y se había dejado la barba y el cabello debajo del omoplato, se vestía como los hippies; con el cuello lleno de amuletos y en las muñecas repletas de pulseras, vegano y hablaba siempre con misterio, la semana pasada que había ido a verlo, casi se ahogaba con su bebida al verme.

— ¿Podría ser la razón? ¿Él había visto algo en mí? —Me pregunté en voz alta, Greg había tenido que palmotearle la espalda hasta que se halló en perfección, tenía que hablar con él.

No me había dado cuenta de que Aaron se me había quedado viéndome. No había hablado desde que habíamos abandonado aquel lugar, solo había mencionado estas palabras: “¿podemos descansar?” o “¿alguien tiene algún medicamento para este jodido dolor?”, fue entonces cuando Aaron decidió cargarme, estaba cursando con fiebre de unos 39°c según él y un signo de infección. Pero aunque estuviera con fiebre, estaba segura de todo. Y nada podía cambiarlo.

Sentía frio y calor a la vez, Aberdeen era un lugar cálido en verano, y los oficiales se encargaban de llamar a sus compañeros diciendo que me habían encontrado.

— ¿Cómo me encontraron? —Inquirí mientras Aaron seguía caminando, admiraba su fuerza.

Al instante pareció nervioso.

—Mabel nos proporcionó tus prendas, se las dimos a los perros y éstos lo rastrearon —dijo no tan seguro.

—Fuiste tú quien me encontró —expuse sintiendo que los parpados me pesaban más de la cuenta.

Oía como los oficiales ordenaban una ambulancia y todo lo necesario, avisaban que estaba herida y que tuvieran listo inmunoglobulinas por si el animal tuviese rabia «claro que lo tenían, con esos ojos hasta estaban poseídos».

— ¿Aaron, puedes bajarme? Siento que quiero dormirme y eso es lo que menos quiero —claro que no quería, necesitaba estar despierta, evitar que me llevaran al hospital. Preferiría seguir ahí tirada acompañada de ese sexy desconocido a estar encerrada en uno de esos cuartos con toda la agonía cubriendo el ambiente.

Me bajó de mala gana, al llegar al linde del bosque me encontré con una carretera y al otro lado estaba el equipo de rescate. En la ambulancia se encontraba mamá y Greg. Cuando me vieron salir a rastras se quedaron sorprendidos, mamá cruzó la carretera, sus lágrimas habían dejado esos ojos rojos y se veía más pálida y con aquellas ojeras supe que no había dormido nada por mi culpa. Sentí la culpa oprimiéndome el pecho. Sin embargo, a pesar de que era una mala hija, ella me quería. Su cabello castaño que bien podría ser rojo estaba más despeinado que cuando salía de sus guardias nocturnas, su rostro alargado reflejaba el cansancio, se abrigaba con una frazada verde olivo, un jean azul mezclilla y unas botas grises que estaban sucias.

— ¿También estuvo buscándome? —Pregunté a Aaron.

—Hija… —dijo mi madre al llegar ante mí, abrazándome tan fuerte que sentí que me exprimía, me asfixiaba—. Pensé lo peor, ¿Cómo es que llegaste hasta aquí? Estuvimos buscándote… Oh, Dios, ¿no te pasó nada? —Repuso al oído mientras yo ya no podía articular palabra alguna.

—No puedo respirar —fue lo único que dije mientras veía como Greg se reía.

Greg estaba completamente vestido de negro a excepción de su camisola gris, con el pálido rostro por el frío, sonrió al verme y en su mano derecha sostenía una escopeta, odiaba verlo de esa manera, estaba en contra de la cacería.

—Lo siento…, lo siento —susurró tocándome los hombros inspeccionándome, me seguía viendo a los ojos con expresión de desconsuelo, le sostuve la mirada por un momento. Algo había pasado, era como si aquella situación me hiciera pensar en las cosas que había hecho.

—No mamá, yo lo siento —dije y ella me miró la herida del muslo con sangre coagulada.

Greg me abrazó diciendo:

— ¿Dónde has estado loca? Nos tenías preocupados.

—El infierno vino a por mí.

— ¿Qué demonios…?

—Te lo contaré luego —respondí en voz baja.

Aaron hablaba con mamá y ya me imaginaba más o menos de qué se trataba, así que Greg me llevó a la ambulancia, ayudándome a dar cada paso, como si fuese una inútil, pero se lo aguanté porque el dolor se hacía presente en cada paso que daba, nos esperaban dos enfermeras, más bien me esperaban a mí con los equipos que había requerido Aaron, ya preparaban el anestésico, al sentarme me dijeron lo que harían, sabía que la lidocaína calmaría mi dolor que era imposible seguir soportando mucho más tiempo.

— ¿No es un sedante para llevarme al hospital? —Pregunté entrecerrando los ojos.

—No —dijo una enfermera, me parecía conocida—. Soy Melissa, la compañera de tu madre, ella sabe que odias los hospitales así que te curaremos dentro de la ambulancia ¿está bien?

Desconfiaba de las personas.

—Es cierto, anda, antes de que te lleven de verdad —me animó Greg.

Así que acepté sin protestar más, después de que la anestesia hubo surgido efecto completo, dejé que hicieran la desinfección de la herida, Greg me dio una manta y me quité el suéter que además de sucio estaba húmedo y roto, mientras esperaba un poco más, hubo algo que hizo que viera de vuelta al bosque, y ahí estaba de nuevo, él. Al lado de un pino, lo veía perfectamente por encima del hombro de Greg que me platicaba sobre la excursión en las montañas del norte con sus amigos de una tribu de los pueblos Chinook, decidí interrumpir a su explicación.

—Greg, todo es muy interesante, pero ¿conoces aquel sujeto, que está al otro lado de la carretera? —Él se dio la vuelta para ver hacia el bosque donde se encontraba el desconocido.

— ¿De quién hablas, de los oficiales? —Replicó, curiosamente habían dos oficiales que se encargaban de pasear a los perros—. El alto y delgado es Brian y el moreno y musculoso, (como yo) —dijo con presunción, aunque él aun no tenía tanta masa muscular—, que si no me equivoco se llama Sam y ahí viene tu madre —culminó viéndome de nuevo.

—No, tonto, hablo de aquel sujeto que está más allá de los árboles, aquel de estilo gótico y cabello avellana dorado, estarías demasiado ciego si no lo vieras desde aquí.

— ¿Eeh?, no…, no veo a nadie con esa descripción, Mila —dijo observándome bien, quizás en ese momento pensaba lo que Aaron. Que me había golpeado la cabeza, que estaba alucinando, sus ojos cafés oscuros (como los de su madre) parecían extrañados—. ¿Estás bien? ¿Te golpeaste algo más? ¿Estás en celo y te imaginas a un chico sexy?

—En verdad que jamás se te quitará lo estúpido.

Tenía una mirada de cierta preocupación y veía de nuevo donde le había señalado, por mi parte, bajé la mirada porque ya no quería seguir viendo lo que nadie podía ver, no comprendía porque no lo veía. Regresé la vista a donde el desconocido, pero ya no estaba, se había ido o desaparecido.

—No. Olvídalo y deja de verme de esa forma o te golpearé.

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