¿Es una broma?

Es sorprendente como pueden cambiar las cosas, la luz era intensa y estaba sola. No había nadie, pensé en mamá y en Josh. «Si hubiera sabido que hoy moría probablemente le habría pedido al menos una disculpa a mamá… ¿Cómo fue que vine a parar aquí? Hoy estaba en casa de Polly… regresaba a casa y… ¿Por qué tuvo que pasarme esto a mí!» todo era de un blanco cegador, en la nada ¿en serio había muerto? Lo que más me asustaba era no ver nada, no sabía si soñaba o era una transición. « ¿Estoy muerta?» esa fue la pregunta que temía que alguien me la respondiera, pero no hubo nadie.

Sentí algo, como un destello a través de mis parpados, después la blancura desapareció y solo quedaba la negrura y una voz lejana que me decía:

Despierta…

— ¿Quién eres? ¿Dónde estás? No te veo —respondí intentando ver algo, sentí un alivio al oír esa voz.

Tardó unos minutos para que esa voz volviera a invadir mi cabeza, era más fuerte, aquella era suave y musical. Demasiado agradable.

Desperté.

Veía borroso aunque notaba el cielo de color azul añil, debía ser más o menos de las cinco de la mañana. Seguía dentro del bosque, apenas podía sentir mis manos, mi cuerpo entero adormecido, no podía moverme. Tragué, sentía la garganta seca al igual que los labios. Luego de recobrar bien la vista y los demás sentidos, oí la crepitación de las ramas al arder y un poco de calor, «un incendio o me cocinaran en minutos» pensé, ¿Qué más daba que muriera chamuscada en medio del bosque? De todos modos ya me sentía muerta, sabía que estaba herida y lo que había pasado había sido tan real como que las arañas con pantuflas no existían. Pero resultó no ser eso, busqué con la mirada y hallé el lugar donde nacía aquel sonido y el calor que emitía.

Era una simple fogata.

¡Vaya, pero que alegría!… ¿Quién demonios…!

Qué bipolar era.

Ahí estaba él, el muchacho de la noche anterior « ¡Mierda! Al menos tenía la maldita esperanza de que solo hubiera sido un sueño». El desconocido apenas se sentaba en un tronco viejo y podrido, y sí, estaba completamente vestido de negro. Su cabello alborotado era de un color avellano claro y dorado que me imaginé que a la luz del sol brillaría como el oro. Le ondeaba unos cuantos mechones delgados en su frente, su piel era ligeramente tostada, de facciones finas, mandíbula cuadrada; meramente un adonis. «Deja de idolatrar a ese que no sabes si es un monstruo» me dijo mi subconsciente y tenía razón.

Masticaba algo, esos labios estaban como para mordérselos y besarlos, rápidamente noté que estaban lastimados. « ¿Por qué diablos estoy viendo los labios de un desconocido que parece un peligro total?» Cuando me vio mirarle… sus ojos, eran de un gris intenso, tanto que sentí ser observada hasta lo más profundo de mí.

Un momento… sus ojos habían sido azules, ¡azules! Pero no podía reclamar por el gris, eran igualmente hermosos, nadie podía cambiar del color de sus ojos «claro que sí, con lentes de contacto.» Su brazo herido estaba cubierto por vendas. En el suelo yacía muchas cosas; entre ellas la espada que estaba clavada en el suelo que tenía joyas incrustadas en la empuñadura y la guarnición. Escrituras y símbolos extraños en la hoja que ni aunque aprendiera a hablar latín o griego podría entenderlas, su arco y carcaj estaba a un lado de ésta. Y además, había un perro que estaba a su lado, que si algo conocía bien era de perros; era un collie, hermoso pelaje y de carácter cazador y pastor inglés.

Y la pregunta del millón era ¿Cómo había aparecido el perro? Claro que había otras preguntas más importantes, pero esa fue la que me interesó más. No había visto ningún perro la noche anterior. Yo solo tenía a Aris, mi perro —de raza pug— y su nombre completo era Aristóteles, había aparecido en una noche helada, dentro de una canasta, era tan pequeño que podías llevarlo dentro de un bolso. Desde que papá había muerto era la única compañía agradable para mí, mamá no quería tener animales dentro de casa, pero me valía lo que ella dijera, puesto que nada era lo mismo, la muerte de mi padre me había marcado de una forma casi traumática, seis años, seis largos años en los que me faltaba él, el motivo por el cual había dejado de hablar con las personas como solía hacerlo. No confiaba en las personas y mucho menos con un sujeto que tenía armas a un costado de él y un perro mágico.

Aquel joven se encontraba observándome de una manera profunda e inquietante o como si al mismo tiempo dijera “¿de dónde ha salido ésta loca?” y ciertamente no debía ser unos años mayor que yo, aunque toda su postura era mucho mayor que él mismo. No era un psicópata como suponía, pero alentador en todo lo que tenía esparcido alrededor de la fogata. Ningún ser humano poseía esas cosas, esa fuerza que había demostrado al pelear con aquella horrible criatura. ¿Quién era él en realidad? Omitan eso; ¿Qué era él en realidad?, no sabía si hacerle esa pregunta o no, quizá le incomodaría o yo me mataría. Intenté incorporarme, pero al mover solo el cuello sentí la tortura de mi vida, era peor que dormir en una posición inadecuada. Sentí que se me había caído la cabeza. El dolor era terrible y en la espalda, indescriptible. Todos mis miembros yacían entumecidos, por el frio o el dolor o ambos. Me mordí los labios para no decir malas palabras.

— ¿Qué crees que haces? —Dijo al fin. Fue su primera palabra desde la noche anterior en que me lo encontré, tenía una agradable voz grave.

Miré a los lados menos a donde él.

— ¿Me hablas a mí? —Repliqué afónica.

Rodó los ojos. Y yo hice una mueca al moverme, el suelo era húmedo.

—No te esfuerces. —Él me miraba fijamente, eso siempre me acobardaba, nunca podía sostenerle la mirada a alguien. Pero no tenía que quedarme callada, lo malo es que no sabía ni se me ocurría que decir, era una orden lo que me había dicho. Sonaba como tal, y no una pregunta, me quedé en silencio.

Me rendí, el dolor no dejaba mover ni un solo dedo.

—Maldita sea —maldije al fin de un minuto o más del silencio.

— ¿Estás bien?

¿Cómo demonios preguntaba eso viéndome en este estado? ¿En serio éste héroe gótico era un idiota? Mi boca se torcía, quería decir un montón de palabras por lo que sentía y por lo que había sucedido. Ahora podría estar desfrutando de mis últimas vacaciones.

—Excelente, tanto que podría dar saltos de alegría —repliqué con sarcasmo, pero después, algo me hizo agregar—. ¿Acaso no ves?

—Estás herida, habrías muerto y de no ser una idiota habrías salido ilesa —dijo cogiendo una rama poniéndolo a la fogata, podría ser miserablemente sexy y hermoso y todo lo que él quisiera pero, decirme que era una idiota, lo bajaba de mi pedestal.

Aunque, tenía una táctica.

—Gracias.

— ¿De qué? — Preguntó aquel y seguía masticando; eran frutas secas, ciruelas pasas y manzanas sino me equivocaba, quería unos, tenía hambre. Y había caído, lástima que me había olvidado como seguía mi táctica. ¿Por qué sus ojos me hacían como olvidar todo? Como si yo fuese Dory.

—Por haberme salvado, claro está —respondí aun con la misma voz.

—Te habrías salvado tú sola si me hubieras hecho caso cuando dije que corrieras —replicó cortante.

Había sonado como a los reclamos de mi madre y no me iba a dejar aplastar por sus palabras.

—Te estaba atacando.

—No fuiste de gran ayuda, simplemente te expusiste al peligro ¿O acaso pudiste matar a uno? —Eso fue un golpe fuerte, incluso más fuerte de lo que mi espalda recibió al chocarse con el árbol.

— ¿Quién te crees para decirme algo así? —Jamás había hablado con un desconocido como lo había hecho en ese momento.

Él se quedó mirándome de nuevo y yo me sentí una idiota, como algo pequeño frente a algo demasiado grande que no se le podía ver.

—Lindo cabello —dijo después de otro minuto de silencio.

Se me cayó la mandíbula.

« ¿Acaba de mencionar mi cabello?» me pregunté con un tic en el ojo derecho. ¿En serio creía que me iba a olvidar la discusión que teníamos hacia unos momentos? Sí, mi cabello era hermoso, negro y estaba teñido de azul turquesa y verde menta de las puntas a la mitad. Lo tenía largo y lacio; me había costado mucho mantenerlo hasta donde estaba, a la cintura. Pero estaba demasiado enmarañado como para que él dijera eso.

—Gracias.

¿Gracias? De las mejores cosas se me ocurrió decir fue: “gracias”.  Quería levantarme para no sentir más su mirada. La herida que tenía en la pierna era lo más doloroso, mucho peor de lo que era la noche anterior, y antes de que dijera algo más que me hiciese sentir más cohibida, decidí preguntar:

— ¿Qué eran esas cosas de ayer…?

Él me miró de una forma no muy buena, antes de que respondiera oímos ladridos, eran dos o tres perros. Pude oír las voces de varias personas comunicándose por radio. Estaban buscando a alguien. Pero el desconocido hizo caso omiso a eso. Ni siquiera llamó para que viniesen a ayudarnos.

Reconocí una voz; era la del jefe de policía. Aaron, era un gran amigo de mi padre y de la familia, tenía alrededor de cuarenta y pocos años, era un hombre moreno, no tan regordete (pues vagas veces se ponía en forma con sus entrenamientos y las pizzas), de cabello castaño y una simpática sonrisa que agradaba al más amargado, que incluso ante la muerte de su esposa, siguió sonriendo; era el padre de mi mejor amigo, Gregory. Un chico de dieciocho años que nos conocimos desde que éramos fetos, nos conocíamos demasiado bien, tanto que si por alguna razón nos enojáramos, tendríamos que matarnos.

Hasta entonces nada de eso había sucedido. Él era igual que yo, amábamos la música y la literatura. Se había dejado crecer el cabello hasta los hombros, además de eso, le gustaba la mecánica y por esta razón habíamos decidido arreglar el viejo auto de papá solo para no meternos en líos. Mamá tuvo que aceptar que arregláramos eso a verme tras las rejas. Ambos somos distintos, pero nos entendíamos, sabíamos que no encajábamos ante la sociedad aunque hiciéramos lo que los demás hicieran; alcohol, drogas y Rock N’ Roll. Mi amigo y yo habíamos decidido que era mejor ir de paseo a las playas o a las montañas. Comprendimos que nos gustaban más las aventuras que estar ebrios, con alucinaciones —quizá por la resaca que causaba al día siguiente o que no nos acordáramos de nada—, en fin.

La vida solo se vive una vez, unos decían que era satanismo, otros que era la adolescencia, cambiaríamos y eso era cierto.

Todos cambiamos, aunque yo no esperaba este cambio.

—Creo que te buscan —mencionó después de un buen rato.

—Oh. No me había dado cuenta —aludí con sarcasmo.

Aquellas voces se acercaban cada vez más, nosotros nos encontrábamos bajo una pendiente, intenté sobreponerme una vez más, mis brazos temblaban. Justo cuando iba a ver la herida, Aaron se asomó por detrás de un árbol y su reacción me avisó que estaba muriéndome, bueno, no muriéndome pero que esto era grave. O quizá se debía a la presencia del desconocido. O porque me habían encontrado en medio, la orilla o quien sabe qué lado de un desconocido bosque frío.

El desconocido se levantó del tronco, viendo al jefe de policía.

—Me-Me. ¡Por fin damos contigo!… ¿Pero cómo?..., ¡Cielo Santo!, ¿Cómo viniste a parar aquí? —Decía bajando de donde yo había rodado.

No supe qué decir, estaban buscándome. Era como algo alentador, eso quería decir que Josh sabía…

Cuando Aaron estuvo a mi lado, ya me había cansado de sostenerme, detrás del mismo árbol aparecieron dos oficiales más con dos perros policías, al verme tendida se inclinó para ver la herida.

—Uhh, aay, tu herida, es horrible. ¿Cómo te lo has hecho?

—Fue… ¿Están buscándome dices?

Ya no sentía la atadura que le había puesto.

—Tenemos que llevarte al hospital. Tus heridas son graves —comentó sin responder a mi pregunta y los oficiales apoyaron eso, no quería ir al hospital, ese lugar olía a muerte, solo me había desvanecido por el choque con un viejo árbol, nada era tan grave.

El desconocido había hecho el favor de cuidar de mí mientras estaba medio muerta, pero ahora no decía ni “pio” al igual que su perro que veía a los otros. Y ellos tampoco hacían algo, esto era demasiado raro, ¿debía sorprenderme? En lo absoluto, ya había visto de más.

—No, no quiero ir al hospital. No fue tan grave, tan solo fue un… —repliqué, viendo al desconocido que me daba una mirada de advertencia. De todos modos nadie me creería—. Rasguño.

—Eso no es un solo rasguño, hija, venga. Te llevaremos.

Aaron me levantó con delicadeza, pero el solo movimiento me causó tanto dolor que pareció haberlo hecho a propósito. Otra mueca de dolor y maldije por lo bajo al tocar el suelo.

«Santos dioses del rock n’ roll, ¿Qué he hecho para que me merezca esto?»

—Uff, sino fuera por él no sé qué hubiera pasado —comenté después, y entonces Aaron se puso rígido y confundido, me miró con incredulidad (¿recuerdan ese algo que consumí hace mucho?) él creía en los efectos adversos. Pero no fue más que cinco o seis veces. O quizá porque Cedric lo había traumado con la idea de que los fantasmas existen.

— ¿Por quién? —Preguntó con perplejidad y asombro en sus ojos.

—De él. —Miré a mi héroe gótico.

—No veo a nadie. ¿A qué te refieres? —No comprendía, ¿Cómo no podría ver a alguien que estaba frente a sus narices? El joven estaba a un metro de él.

—Está en frente tuyo ¿Cómo no puedes verlo?

—Querida, aquí no hay más que árboles y arbustos. No hay nada. Creo que te golpeaste la cabeza, vamos, la ambulancia estará esperando.

De pronto, mi aversión a los hospitales se esfumó, ¿Cómo era posible que me imaginara alguien tan hermoso como lo era él? Eso no podía ser cierto. Estaba completamente segura, solo tenía que saber una cosa:

—Hey ¿Cómo te llamas?

Los oficiales estaban apenados, pensando quizá en que había perdido la cordura, pasaba mucho, los jóvenes drogadictos terminaban sumidos en un mundo donde había personas que les agradaba. Quizá querían reírse pero por ética no lo hicieron.

—Es inútil que lo sepas, él no te creerá.

¿Es en serio? Hijo de… esa respuesta fue de lo más descarado.

Me quedé sin habla. ¿Cómo podía pasarme estas cosas? Por supuesto que nada de eso había salido de mi cabeza ¿Cómo podría? Los monstruos, él y su extraña invisibilidad… ¿Qué demonios pasaba conmigo? ¿Era cierto que aquellas canciones que oía causarían estas alucinaciones (en caso de que fueran) como esa? No, claro que no, yo estaba completamente segura de todo lo que había pasado. Aaron me dirigía y me apoyaba a subir la pendiente, caminaba a paso lento, no quería que él me cargara y una vez que me volteé para ver al malnacido, seguía ahí en su sitio, inmóvil, al igual que su perro, cada vez que quería asegurarme de no habérmelo imaginado volvía a mirar, él seguía ahí, observando.

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