Buscando al amor de mi vida
Buscando al amor de mi vida
Por: Jaime Garza Autor
Cerro, 1987.

Cardozo sabe que ocupa un lugar privilegiado en la vida de Marcela Peralta. No en balde es el único capaz de sacarle brillo a esos ojos color esperanza y tiene acceso a sus manos suaves y delicadas.

Su suerte es comparable, acaso, con la de esos chicos que bajan del tren y andan entre brincos, cantos y empujones. Todo de forma amigable, es sano aclarar. Como también es justo decir que los referidos no están locos. O quizás sí, pero, bajo tal perspectiva, Neize sería la capital de la demencia.

Las calles que dan techo al subte están repletas de muchachos con carita pintada y mirada ilusionada. Hombres y mujeres de todas las edades con el pecho izquierdo latiéndoles a mil por hora, porque ésta noche la selección nacional de Neize jugará su primera final de Copa America.

El rival es la Argentina de Maradona y los otros campeones del mundo. No tienen chance alguna de dar la vuelta olímpica por ahí de las once de la noche… o de las once y pasadas, a pesar de ser locales. El anhelo persiste, no obstante. Y es ahí donde la suerte de Cardozo se asemeja a la de estos y todos los chicos de Neize.

—Me estafó —suelta Cardozo, contemplando a los muchachos perderse entre la multitud.

—¿Quién? —pregunta Marcela, un tanto asustada.

Estaba tan concentrada en sus pensamientos, que las palabras provocaron en ella un ligero sobresalto.

—La vida —responde Cardozo—. La vida fue quien me estafó.

—¿Por qué dices eso? —pregunta Marcela, fingiendo estar tranquila.

Lo cierto es que el corazón está a punto de partirle el pecho en dos y el nudo en la garganta amenaza con convertirse en llanto.

—Siempre me vendió la idea de que en el fracaso se sufría, y míralos. Saben que esta noche les irá de la mierda. Que Maradona les meterá al menos un par de goles… si no, Valdano. E igual tienen todo listo para un hipotético festejo.

—Uno nunca sabe —agrega Peralta—. Todo puede pasar —concluye con una sonrisa torcida.

—Todo menos eso —insiste Cardozo—. Es como aferrarte a un imposible.

—¿Y qué se hace en esos casos? —pregunta Peralta, con real intriga.

Cardozo alza la vista y clava sus ojos en los de Marcela. Ella gambetea el gesto y de inmediato agacha la mirada. Esconde el par de lunas verdes en sus piernas apenas descubiertas por ese vestido amarillo que, diría Cardozo, le queda perfecto.

—No tengo la respuesta —agrega el joven—. Si la tuviera, no actuaría como ellos. No estaría emocionado por un imposible, y lo estoy.

—Me alegra que sea así —apunta Peralta, tratando de mandar el balón a saque de banda.

Muerde su labio inferior, señal de que lo dicho o lo escuchado le dolió hasta el alma.

—A mí no me alegra. Preferiría sufrir. ¿Y sabes por qué? —pregunta de forma retórica, en tono alto—. Porque quien sufre no piensa, solo actúa. Y yo quiero actuar. Quiero que me alcance el coraje para pedirte que no te vayas… ¡implorarte que te quedes conmigo!

—Puedo quedarme si me lo pides —interrumpe ella, en un hilo de voz que parece suspiro.

—Te digo que no me alcanza el coraje. No me perdonaría nunca si te corto las alas.

—¿Y yo para qué quiero alas si no puedo volar contigo? —pregunta Peralta y lo encara—. Pero es inútil que trate de convencerte. Pareciera que…

—¡Ni lo pienses!

—¡Pareciera que lo que quieres es que me vaya! Que todo este numerito de que persiga mis sueños no es más que un pretexto para dejarme. ¿Por qué no lo admites y ya? ¿Por qué no…?

Cardozo pudo continuar con el debate, mas lo estimó innecesario. Sobraban argumentos para convencerla de que realmente le mataba su partida, pero prefirió besarla. Y están en esto cuando ella para en seco y se aleja. Abre los ojos de norte a sur y pregunta:

—¿Por qué estás feliz?

—¿Perdón? —pregunta Cardozo, confundido.

Intenta descifrar el origen de tal cuestionamiento, mas a la incertidumbre se le suma también la rectitud del gesto… la ceja fruncida.

—Dijiste que comprendías a esos tipos porque estabas emocionado por un imposible. ¿Qué te emociona?

—Un imposible, ya te dije… una mentira.

—¿Y cuál es ese imposible? —pregunta, alterada—. ¿Cuál es esa…?

—Que estés bien sin mí —responde Cardozo—. Esa es la mentira. Perdona que suene egoísta, pero es que me mata pensar que en esa nueva vida puedas encontrarte con alguien más. Y a la vez…

—A la vez no quieres verme infeliz —deduce.

—¡Exacto! Y yo sé que serías feliz conmigo. Me encargaría de eso en cuanto a lo que la pareja se refiere. Pero la vida es más que dos sujetos que abrazados la pasan bien. Que besándose se sienten los reyes del universo. Hay sueños y metas por cumplir, y yo quiero que las realices todas… aún y cuando el precio sea nuestro adiós.

Cardozo y Peralta se besan como ninguna otra pareja de enamorados sería capaz de hacerlo. Eso es lo bonito del amor: que cada historia es única.

Se prometen estar bien… o no estar tan mal. Seguir adelante… o cuando menos seguir. Juran, sin que las palabras les salgan del alma, intentar volver a enamorarse. Porque los dos son jóvenes y tienen un mundo por delante. Lo estiman imposible, sin embargo. Y aunque pronto Cardozo se encuentra con una rubia que le mueve el piso, y al poco Marcela también reanuda los suspiros, jamás dejarán de pertenecerse el uno al otro.

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