CAPÍTULO 7

Cuando empecé a recobrar la conciencia y mis sentidos, intenté abrir mis ojos, pero la pesadez casi me impedía hacerlo. Escuchaba voces a mi alrededor y podía percibir el movimiento que acontecía a unos cuantos centímetros de donde me encontraba. 

Me dolía la cabeza de una forma intensa y palpitante, era como si con cada pálpito se incrementara el dolor y la horrible sensación se extendiera por cada milímetro de mi cuerpo. 

—¿Estás bien? —cuestionó, una temerosa voz conocida—. ¿Me escuchas, cariño?

—¿Bella? —preguntó otra voz.

Me apresuré a abrir mis ojos y luego de varios intentos forzosos, al fin pude abrirlos, aunque con gran dificultad. Todo era como una visión borrosa, o al menos así lo presenciaba mi interior. Con los ecos de las voces y los sonidos distorsionados, era poca la realidad que lograba reconocer.

Miré a mi alrededor y recibí una gran carga de luz. Volví a cerrarlos y tragué saliva, tenía la boca seca y mis extremidades estaban adormiladas, como si tuviera mucho rato de estar en una misma posición. 

—¿Qué ha pasado? —pregunté con voz ronca, aún adormilada—. ¿Dónde estoy y qué me sucedió? ¿El bebé está bien?

—Te desmayaste y te caíste, recibiste un golpe en la cabeza y estuviste inconsciente durante cuarenta y cinco minutos, y sí, el bebé sobrevivió —respondió mi mamá con voz temblorosa. 

—¿Estás bien, cariño? —preguntó Mell en un lloriqueo y sentí como se recostó a mi lado—. ¿Te duele algo?

Hice un sonido afirmativo y llevé la mano a mi frente. Rápidamente distinguí una venda atada a mi cabeza y me volví a acostar. Intenté recordar y solo provoqué un dolor más agudo. Sin embargo, las escenas lograron reaparecer en mi memoria y un vacío profundo se abrió paso en mi estómago. 

—¿Dónde está James? —pregunté de inmediato. Necesitaba que me explicara lo que había sucedido—. James, ¿estás aquí?

El silencio se hizo presente y solo escuchaba el carraspeo de mi padre. Reuní toda la voluntad y abrí mis ojos por completo. Me encontraba acostada en una camilla de hospital, con una aguja intravenosa incrustada en mi brazo y rodeada de algunas personas, y no, no estaba él. 

Reparé en cada uno de ellos, mis padres intercambiaban miradas entre sí y mantenían una expresión seria y preocupada. Luego posé mi vista en Angie y frunció los labios, posteriormente miré a mi mejor amiga, que estaba a solo unos centímetros de mí y suspiró con pesadez. Pero ninguno articuló palabra alguna. 

—¿Dónde está James? —volví a interrogar, esta vez molesta—. ¿Dónde rayos está James?

Mell me miró con ternura y negó con la cabeza. Luego, apretó mi mano y carraspeó un poco para aclarar su voz. 

—Cariño, se ha ido de nuevo —confesó en voz baja.

El dolor en mi cabeza se profundizó al escuchar esas palabras y mi corazón se aceleró., a tal punto que podía escuchar los latidos resonar en mi interior. 

—¿Có-cómo? —interrogué entre balbuceos, me sentía nerviosa y alterada. 

¡No! No podía estar haciéndome esto, no de nuevo...

—Bella, escucha…—pidió mi mamá acercándose.

—Nena, tienes que ser fuerte—suplicó Mell, interrumpiendo a mi madre y dirigiéndole una mirada de molestia—. Ese cobarde vendió el apartamento, me llamó para que te fuera a buscar. Cuando llegué estabas desmayada; tenías sangre y un golpe en la cabeza, había unas personas que dicen ser los nuevos dueños y que están buscándolo por una estafa o algo así.  Cuando entré, te vi acostada en una cama, llena de sangre y….

—¿Y? —pregunté alarmada.

—Te dejó una nota —intervino mi madre y se acercó para extenderme un papel.

Mell hizo un sonido de molestia y negó con la cabeza, pero se apartó un poco para que pudiera tomar la nota que mi madre me ofrecía. Tomé el papel con las manos temblorosas y noté que era un pedazo de página arrancada de un cuaderno y en el cuál se leían algunas palabras. En ese instante imaginé una carta de amor, como las que acostumbró a escribirme en los primeros meses de nuestro noviazgo, quizás era su dirección o la de algún lugar donde me estaba citando para darme una explicación y pedirme disculpas por todo lo que estaba pasando.

—Espero puedas perdonarme, Bella —leí en voz alta y rodé los ojos, pero provoqué un profundo dolor en mi cabeza.

Mis expectativas fueron arrancadas de una forma agresiva y decepcionante. Además de la tacaña carta, la letra era espantosa como si lo hubiese escrito mientras estaba en una caminadora y para colmo la tinta del bolígrafo se estaba acabando y las últimas letras de mi nombre casi no se veían. Giré el papel y busqué hasta el mínimo detalle intentando descifrar un mensaje oculto, pero todo fue en vano. Esa era su despedida, una estúpida y miserable nota. 

—Junto a la nota estaba esto—continuó mi madre y sacó de su bolso, el reloj de arena. ¿Qué significaba esa bajeza?

Mis ojos no podían retener las lágrimas, sentí como se partía mi corazón en millones de pedazos, de los pedazos ya rotos. James había tocado cada partícula de mi corazón con su acción tan miserable. 

—Le dije que solo la pondría peor —replicó Mell mirando a mi madre y negó con la cabeza—. No debió decirle todo eso. 

—Y... ¿mis cosas? —pregunté entre sollozos.

Mell se rascó la nuca y me miró dulcemente. Luego se acercó y tocó mi mejilla.

—Cielo, juré que no iba a decirlo, pero en vista que ya te dijeron lo demás, creo que debes saber esto para que no sigas creyendo que ese reloj de arena o esa nota pueden librar a James de ser un idiota —susurró—. Estafó a los compradores del apartamento, haciéndoles creer que pagaban por el inmueble amueblado, pero se llevó todo, incluso, los botes de basura. Y tus cosas, las dejó tiradas a un lado de la cama, solo era una caja con tu ropa, zapatos y eso—. Señaló mi mano, donde estaba el reloj. 

Apreté con fuerza la nota que me había dejado. Qué cobardía dejar todo en papel, como si cinco años no pesaran nada en su memoria y en su corazón. Como si aquel retraído y tacaño pedazo de papel valiera el amor que nos tuvimos por tanto tiempo. 

—Cielo, iremos a casa —replicó mi madre, y pasó un mechón de mi cabello por detrás de mi oreja—. No te preocupes, todo estará mejor. 

Cerré los ojos y negué con la cabeza. No estaba dispuesta a irme con ellos. 

—Mamá, no quiero vivir donde constantemente me van a estar juzgando —respondí de inmediato y tratando de no sonar tan grosera—. Si ya pasar por todo esto ha sido lo suficientemente doloroso, no quiero tener que soportar sus prejuicios y sus cuestionamientos. 

—Es que no va a ser así, hija —susurró mi papá y se acercó—. Entendemos que todo esto ha sido muy difícil para ti. No vamos a dejarte sola con mi nieto, por ahí desamparada. 

—Intentaremos que todo mejore —murmuró mamá y esbozó una sonrisa forzada—. Tu padre tiene razón, no vamos a darte la espalda, queremos apoyarte. 

Un suspiro salió de mi interior. No quería ir, pero tampoco tenía donde vivir. Necesitaba un lugar donde refugiarme y darle seguridad a mi pequeño bebé. Ahora estaba segura de que por un tiempo debería depender de alguien más, pero no sería así por mucho, tenía que empezar a sobrevivir por mis propios medios y empezar a vivir por mí misma; pero me encontraba en una situación de vulnerabilidad y sin hogar. 

—Está bien, acepto —cedí, al cabo de unos minutos—, pero de forma temporal. Apenas consiga un lugar donde vivir, me iré y espero que lo entiendan desde ahora. 

—El tiempo que quieras, Bella, es tu casa —repuso mi mamá con seriedad. 

—El tiempo que desees, mi pequeña —susurró mi padre y besó mi mano.

 Una enfermera entró seguida de un joven doctor y al verme despierta y llorando, se escandalizaron y rápidamente se acercaron, pidiendo que se alejaran de mi alrededor. 

—Por favor, deben abandonar la habitación, la paciente necesita recuperarse y debemos hacerle unos cuantos chequeos —intervino el doctor con voz grave y seria—. Por favor. 

—¿El bebé está bien? —interrogué apenas quedamos solos y el doctor se aproximó hasta mi cama. 

Me miró con compasión y asintió.

—Lo está, pero pudo no estarlo. Tuviste un fuerte golpe en la cabeza, lo que provocó que tuvieras una mínima hemorragia; lo que, a su vez, disminuyó las probabilidades de vida de tu hijo en un treinta por ciento, en todo el tiempo que estuviste sin atención médica —informó sin apartar su mirada de la mía—. Hemos logrado detener la hemorragia antes de que se convirtiera en una mayor, y te hemos hecho una ecografía mientras estabas inconsciente para determinar la situación del feto, y a pesar de todo, se mantiene bien, apenas se logró distinguir porque mide aproximadamente cinco centímetros y al parecer, por su su tamaño logró ser protegido con el líquido amniótico que amortiguó el golpe. 

Suspiré de alivio.

—Sufriste un cuadro de síncope, es decir, perdiste el conocimiento debido a una disminución transitoria del flujo sanguíneo al cerebro, y a lo que me comentaron tus familiares, fue por ansiedad y emociones fuertes. Quiero que estés consciente de que necesitas estar relajada, no es recomendable que te alteres, y que apenas sientas mareos, tomes precauciones, Esta vez no fue tan grave, pero puede llegar a ser peor. 

Asentí con la cabeza y sentí un dolor en la parte trasera.

—Vamos a examinarte —susurró y encendió una pequeña linterna para revisar mi visión. 

Tres horas más tarde, salí del hospital, con una venda en mi cabeza y un fuerte dolor en todo mi cuerpo. Necesitaba descansar, dormir y recuperarme completamente. 

Mis padres se mostraron muy amables en todo el camino, pero intentaban no mencionar nada de lo que estaba sucediendo, mientras mi hermana y Mell se dedicaron a adecuar la habitación para que pudiera estar más cómoda cuando llegara a casa. 

—Quiero que estés lo más tranquila posible, Bella —pidió mi papá, luego de acomodar una almohada bajo mi cabeza para que pudiera estar a una buena altura—. El bebé está bien, pero todo depende de ti. 

Asentí y cerré mis ojos, sin embargo, escuché unos pasos y al abrirlos, lo primero que vi fue el reloj de arena en la mesita de noche, y fue imposible no recordar lo que había pasado horas atrás. 

—Creo que debes tener esto, se ve que es caro, no podía tirarlo a la basura —susurró mi madre.

Mell se aproximó furiosa y lo quitó con rapidez al ver que mis facciones comenzaban a tensarse y mis ojos a humedecerse.

—Señora Amanda, entienda que esto solo la altera más —exclamó molesta.

—Tu eres la que tienes que entender que James es el padre de su hijo y en algún momento estarán juntos de nuevo, te guste o no —replicó mi mamá, casi gritando, lo que hizo que el dolor en mi cabeza se incrementara y empezara a darme todo vueltas de nuevo.

—¡Ya basta! —grité furiosa antes de que Mell respondiera nuevamente, y el silencio se apoderó de la habitación—. Necesito descansar y no me están ayudando. Quiero estar sola. 

—Pero…

—Quiero estar sola —repetí en tono firme y seguro, aunque las lágrimas empezaban a correr por mis mejillas.

—Lo siento, cariño —se disculpó Mell y le dirigió una mirada molesta a mi madre antes de salir por la puerta.

Luego mis padres y Angie abandonaron la habitación, dejándome sola y con un dolor en el alma al recordar todo lo que estaba viviendo. James se había ido, al parecer para siempre, y además de comportarse como un delincuente, también me estaba demostrando con cada cosa que hacía que era un idiota y que nunca mereció que le entregara mi corazón y cinco años de mi vida, además, a nadie le había contado que lo había visto con otra mujer, ese era uno de los detalles que más me dolían y me provocaba rabia y dolor, y yo era quien llevaba un hijo suyo en el vientre, un bebé que estuve a punto de perder debido a la conmoción que James me había hecho sentir. 

Miré hacia el reloj de arena y sentí como todos los sentimientos se removieron en mi interior, no podía mentirme, aunque una parte de mí odiara con todas sus fuerzas, la otra seguía enamorada de él, amándolo y deseando suu regreso. Era terrible sentir amor y odio a la misma vez, pero no podía dejarlo de amar de un segundo a otro, no podía arrancar las raíces de una vez por todas, de lo que había cultivado por tanto tiempo y que algún día me había hecho feliz. 

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