CAPÍTULO 2

Los días siguientes no fueron los mejores, no fueron muy distintos a aquel doloroso momento que viví frente al altar. Me costaba despertar un día más; un cansino y repetitivo día más. Superar aquella decepción me estaba costando muchas noches sin dormir, días sin vivir y mucha angustia y dolor.

Aquella mañana no era la excepción de una rutina segura a la que ya venía viviendo desde hacía un par de semanas. Ni sabía qué hora era imposible seguir durmiendo oyendo las voces al otro lado de la puerta.  Abrí mis ojos con lentitud y fastidio. Ya me imaginaba la escena de todos los días; era predecible lo que estaba a punto de ocurrir.

—¡Bella! ¡Abre la puerta! —clamó mi mamá, tocando con sus nudillos la madera dura de la puerta.

Justo ese era el episodio matutino de mis días, ya había olvidado las veces que pasaba lo mismo cada mañana.

—¡Quiero estar sola! —grité molesta y cubrí mi rostro con la almohada. Luego lo destapé para agregar—: ¡Mamá entiende que no quiero salir, no quiero hacer nada más que dormir!

Acto seguido escuché un bufido al otro lado, seguido de otro toque a mi puerta.

—Por favor, Bella Graze, ¡no es el fin del mundo! —gritó furiosa y pude escuchar como dejó caer con fuerza la canasta de la ropa.

Resoplé y negué con la cabeza. Nadie me entendía. Para nadie era lo suficientemente doloroso lo que había vivido, más que para mí.

—No puedes seguir así —dijo con voz pausada, algunos segundos después—. Te haces daño, Bella.

Contuve un gemido y cerré mis ojos. Sabía que mi mamá tenía razón, pero necesitaba vivir mi dolor hasta dejarlo ir, disiparlo hasta olvidarlo, aunque costaba porque cada noche que lograba dormir soñaba con ese duro momento, cada madrugada en la que conciliaba el sueño, aquella escena que quise vivir, aquel si acepto, aquel hasta que la muerte los separe, aquel beso de amor, tomaban forma en mis sueños y al despertar el vacío se hacía cada vez más profundo, más intenso, más doloroso.

—Abre, Mell vino a verte.

Abrí mis ojos de golpe y me levanté de un salto; las palabras de mi mamá actuaron como una dosis de adrenalina. Si algo necesitaba era hablar con Mell, mi mejor amiga, la única que sabía mis secretos y confidencias. La única que me podía entenderme.

—¡Cariño! —exclamó con efusividad y se abalanzó sobre mí apenas abrí la puerta—. ¡Me has hecho tanta falta!

Sonreí con tristeza y la abracé, aquel refugio en sus brazos me impidió contenerme, aquel calor que tanta falta me hacía fue el detonante y rompí a llorar sobre su hombro.

—Voy por el desayuno —replicó mi mamá con voz maternal y salió de la habitación dejándonos inmersas en un abrazo de lamentos y sollozos.

—Bella, cálmate —pidió Mell, al verme tan deshecha—. En serio nena, por favor cálmate. Necesitamos hablar.

—Me dejó... me abandonó —balbuceé entre sollozos que salían de lo más profundo de mi ser—. Mell, él se fue y me dejó ahí, sola después de tanto...

—¡Lo sé! —exclamó con rabia—. Es un patán, un idiota, es un tarado, un...

—Mell, no puedo con este dolor —interrumpí en un gemido, antes de que dijera alguna mala palabra, porque ella era experta en decir groserías—. Me siento terrible, me duele en lo más profundo de mi corazón. Han sido días horribles, a veces siento que no puedo seguir y…

—Cariño, lo sé y lo entiendo —murmuró con dulzura y se sentó en mi cama—. Pero no puedes seguir así —prosiguió y señaló mi habitación con su mano.

Realmente no me enorgullecía mi habitación en esos momentos.  Era un total desorden: ropa sucia por todos lados; mi cama desordenada; las cortinas cerradas; todo estaba oscuro y sombrío; álbumes de fotos esparcidos por el piso; algunas fotografías rotas; vidrios de cuadros quebrados; libros esparcidos a los pies de la cama; restos de comida; envases de helado vacíos y películas esparcidas por toda la habitación. Era un total y completísimo desorden.

—Aquí está —resonó la voz mi mamá en la oscura habitación. Solo vislumbramos su sombra en la puerta porque la oscuridad no permitía ver más allá.

Mell se aproximó con rapidez a ayudarla con la bandeja de desayuno. Pero al intentar acercarse a una mesa, mi mamá se tropezó con uno de los álbumes de fotos. Afortunadamente en ese instante estaba pasándole la bandeja a Mell y esto hizo que pudiera sujetarse de ella para no caer.

—¡No puedo con esto! ¡Estoy harta! —gritó enojada—.  ¡Esto es un basurero! ¡No pareces una persona! —exclamó y salió dando un portazo.

Resoplé y negué con la cabeza, pero me topé con los ojos de Mell que brillaban en la oscuridad y supe que ella estaba de acuerdo con mi madre. Se levantó y depositó la bandeja en uno de los muebles no sin antes hacer espacio para poder acomodarla.

Encendí la lámpara que había a un lado y al hacerlo distinguí tostadas, pan con mantequilla de maní —mi favorita—, huevos revueltos, dos rebanadas de queso para cada una y dos vasos de jugo de naranja.

Mell se aproximó a la ventana y corrió la cortina, de forma inmediata los rayos traspasaron por el vidrio, dando luz a toda la habitación. Mis ojos se encandilaron al sentir la luz de lleno en mi demacrado rostro.

—Parece que hace mucho que no ves la luz ¿verdad? —interrogó luego de un chasquido de lengua al notar mi reacción.

—No me he sentido bien —dije rápidamente para justificarme—. Creo que pesqué un resfriado y...

—Ajá, un resfriado llamado James —interrumpió con sarcasmo y rodó los ojos—. Aunque creo que ni el Covid es tan maligno como ese idiota.

Me rasqué la nariz y froté mis ojos, estar expuesta a la luz solar me hacía sentir incomoda después de varios días a oscuras.

—Pareces un vampiro aquí, encerrada en la oscuridad y entre tanta basura —reprendió molesta.

Nuestras miradas chocaron y en sus ojos vi tristeza, decepción y compasión. Su presencia me inspiró confianza y no pude evitar decirle la verdad, el porqué de mi tristeza y de mi encierro como si estuviese en cuarentena.

—No puedo hacerlo —confesé en un hilo de voz—. No puedo salir, enfrentar mis problemas, enfrentar esta decepción ante los demás, dar distintas versiones de lo que pasó solo para no ser juzgada. Me da miedo dar la cara, explicar lo que ni yo misma sé explicarme. Tengo miedo de seguir con mi vida sabiendo que amé y me entregué por completo a alguien que no lo valoró, a alguien que me olvidó, a alguien que quizás nunca me amó.

Las lágrimas corrían por mis mejillas y nuevamente empezaba a sentir ese hueco en mi pecho que me atormentaba en las noches cada vez que pensaba en lo que sucedería cuando tomara la decisión de salir de aquellas cuatro paredes y enfrentarme a mi nueva realidad.

Suspiró y se acercó. Extendió sus manos y tomó las mías.

—Bella, te entiendo, créeme. Pero han pasado dos semanas, no puedes seguir en éstas condiciones. Ya no comes, no sales, no te ríes y por lo que más quieras ¡Mírate! Pareces un monstruo. Discúlpame, pero te ves horrible.

Gruñí molesta por su sinceridad, pero sabía que tenía razón. Estaba espantosa, las ojeras casi llegaban más abajo de mis pómulos, mi cabello enredado, reseco y hecho un asco, mi piel pedía a gritos una crema hidratante y mis uñas estaban sin brillo, además de que llevaba un pijama viejo y desgastado de corazoncitos rojos que ya eran casi blancos y ni qué decir de mi higiene personal, tal vez el ultimo baño había sido hacía un par de días.

—Mell, yo no puedo... simplemente mi vida se acabó —musité sin ánimos, dejándome caer sobre mi desordenada cama.

—¡¿Estás loca?! —exclamó alarmada y abrió los ojos casi como platos—. ¿Estoy hablando con un cadáver o qué? Hello, nena. —Hizo un gesto con sus manos y agregó—: Tienes veintidós años, estás joven, tienes una vida por delante, falta mucho por hacer y conocer.

—James era todo, era mi mundo— interrumpí con un suspiro de decepción.

Abrió su boca en una perfecta o y luego me tomó por los hombros y me zarandeo un poco.

—¿Y tú? ¿Y tú familia? ¿Y tus amigos? ¿Y yo? —preguntó dolida—. ¿En serio crees que el mundo se reduce a una sola persona? ¿No te das cuenta que a tu alrededor hay más personas que ese imbécil poco hombre? ¿Tienes idea de lo mucho que estamos sufriendo por esto? ¿Acaso sabes lo mucho que he llorado imaginando lo que sientes? 

La miré y contuve un gemido. Mell estaba hablándome en un tono bastante serio y preocupado, pero a la vez me estaba reprendiendo y eso me dolía.

—Sí, lo sé.

—Es obvio que no lo sabes. No tienes idea de lo mucho que nos afecta ver cómo te estás muriendo, literalmente, por culpa de un idiota. No tienes idea de cómo a mí me afecta verte en ese estado y de ver cómo has apagado tu brillo.

—Lo siento. —Suspiré—. Tienes razón, no lo sé. Pero entiende que no estaba preparada para sufrir esta decepción, no era algo que yo había planeado vivir, me tomó por sorpresa tanto dolor y no sé cómo manejar esta situación.

—A todos nos tomó por sorpresa Bella, así como la muerte de alguien querido. Pero si te pones a ver, estás viva, tienes una vida entera por recorrer, por disfrutar… un muerto no puede hacerlo. Tienes una ventaja muy grande…

—Uf, si… estar viva sin sentirte viva no es vida— repuse de inmediato.

—No es vida si cada vez te tiras más a la muerte, a la tristeza, al abismo.  ¿Te has puesto a pensar qué a veces las cosas pasan por alguna razón? Tal vez por algo no sucedió. No podemos forzar el destino, no podemos, Bella. Tienes que entender que hay una razón porque hoy no estés unida a ese tipo que no vale la pena.

—¿Puedes decirme cuál es? —cuestioné con sarcasmo y dejé escapar un suspiro—. Porque llevo quince días buscando esa maldita razón y sigo sin encontrarla.

Mell titubeó un poco, pero se limitó al silencio. Luego se acercó y me dio un abrazo, permanecimos unos minutos así, en silencio y unidas. Luego nos separamos y Mell se acercó a la bandeja que había llevado mi mamá con el desayuno y tomó una rebanada de pan con mantequilla.

—¡Wao, esto está exquisito!

Mi estómago rugió de hambre. Se me había olvidado la última vez que había comido. Siempre decía "después como" y el después no llegaba. Los últimos diez días mi dieta se había basado en helados de todos los sabores, donas rellenas de chocolate, sobras de pizza y muchas barras de chocolate.

Tomé una rebanada de pan y comí, la saboreé como si fuese la última vez.

—Aún hay cosas por hacer y por comer —dijo Mell con la boca llena, no entendía como nunca se le había quitado esa costumbre.

Rato después terminamos de comer. A regañadientes y obligada por Mell me puse a limpiar mi cochinero. Algo inusual en mi vida normal, porque me encantaba mantener mi habitación ordenada, pero aquel desequilibrio también afectaba mi personalidad.

—Esto era una verdadera cochinada, Bella —regañó Mell mirando con satisfacción la nueva habitación reluciente y aspirando con gusto el aroma a cloro, lavanda y aromatizante de rosas.

—Bueno, en mi defensa puedo argumentar y asegurar que tengo derecho a alguna vez hacerlo. —Me encogí de hombros—. Nunca lo hago y creo que a veces se necesita un poco de desorden.

—¿Un poco? ¡Esto era muchísimo! — exclamó asombrada—. Ahora sí, cada cosa en su lugar y cada basura en el suyo —agregó y tomó los álbumes de fotos y recuerdos para tirarlos a la basura.

—¡No! —exclamé—, eso no, por favor —supliqué y me apresuré a quitárselos de las manos.

Se detuvo en seco y rodó los ojos con fastidio. Me observó con su típica mirada de regaño y negó con la cabeza rotundamente.

—Bella, por favor, eso solo te hace daño —intervino luego de fruncir los labios con fuerza para contenerse lo que realmente quería decir.

—Quiero conservarlos— susurré con firmeza y los guardé en un cajón—. Son recuerdos.

—¿Recuerdos? —inquirió enarcando una ceja—. Son malas experiencias, Bella, y sí, serán recuerdos, pero no creo que se los quieras contar a tus nietos, no creo que quieran saber la historia de cómo un poco hombre hizo sufrir a su abuela al punto de que no quiso seguir viviendo.

—¡Son cinco años! —exclamé dolida y sin darme cuenta se me quebró la voz—. Quizás no se los quiera contar a mis nietos, pero no puedo borrar lo que ya viví y fueron cinco años, Mell...

—Ya, vamos nena. No llores, no quiero verte mal— pidió arrepentida. Se acercó y me abrazó—. Tampoco es para tanto.

Sus palabras calaron en mis huesos y la rabia se apoderó de mi de inmediato. Fue imposible contenerme.

—¿No es para tanto? —Me separé y la miré ofendida─. ¡Me dejó plantada en pleno altar! Todos me miraban, ¡todos! Teníamos todo planeado, nuestro apartamento, la luna de miel, nuestros planes. Cinco años a su lado, cinco años Mell, mi primer novio, mi primera vez ¡¿Y dices que no es para tanto?! —terminé casi gritando.

Mell se quedó en silencio, no decía nada, pero su mirada lo decía todo.

—Por supuesto, para ti es muy fácil decirlo. A ti tu novio no te dejó en el altar vestida y alborotada, no te dejó con el corazón roto y el alma pendiendo en un hilo, no te miraban y señalaban. ¡Todo salió perfecto en tu boda! ¡Tienes un esposo que te ama y que no te hizo semejante humillación! —proseguí en el mismo tono con las lágrimas casi rozando mi cuello, quería mucho a mi mejor amiga, pero no me comprendía y ya estaba harta de que todo el mundo minimizara mi dolor.

—¿Terminaste? —preguntó con paciencia y respirando de forma pausada.

—Sí —respondí en un hilo de voz y me eché a llorar otra vez como todos los días—.  Discúlpame Mell, he sido muy dura contigo —agregué entre sollozos.

—¿No te ha llamado? —preguntó de forma tímida y jugando con su cabello como disimulando la intención de su interrogante.

Negué con la cabeza mientras sacudía mi nariz con una toalla desechable. Qué más hubiese querido que me llamara y me explicara por qué lo hizo, que me diera una razón para entender su desplante. Pero no, el muy cobarde ni se había manifestado, me había bloqueado de sus redes sociales y cambiado de número telefónico.

—¿No quieres buscarlo? —interrogó en un hilo de voz y su pregunta me asombró mucho, viniendo de ella era lo que menos me hubiese podido esperar.

—¿Para qué querría buscarlo? —cuestioné confundida.

—Para matarlo —sugirió con una sonrisa pícara.

Suspiré y me dejé caer en la cama.

—Ya Bella, era una broma —murmuró—, pero no me enojo si es lo que quieres hacer.

Negué con la cabeza y cerré los ojos. Era imposible hablar con ella.

—Ya en serio, si quieres buscarlo yo te apoyaré ya sea para matarlo, para vengarte o… para pedirle una explicación—dijo con seriedad— pero no te dejaré sola.

Me limité al silencio. No sabía qué rumbo iba a darle a mi vida, no sabía qué hacer con ella, no sabía cómo continuar, mucho menos sabía que iba a hacer después de aquel giro traumático y decepcionante a causa de James, y claro estaba, tampoco sabía si quería una explicación o si quería acabar con él. Lo único que sabía era que Mell había prometido estar conmigo, y que si me dejaba influenciar por ella lo más seguro era que fuese la segunda opción.

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