Capítulo 9: Inocencia de Juventud

Al llegar a la playa, buscamos rápidamente un lugar donde instalar nuestras cosas. Optamos por un lugar cerca del agua, en caso de que tengamos que salir rápido.

Mi ritual es ponerme protector primero, esperar treinta minutos y luego meterme al agua. Afortunadamente, mi necesidad de esconderme de mi padre me adelantó el paso del protector y no necesitamos esperar tanto. Pero hoy lo cambié, porque era la primera vez para Arturo en el mar, el pobre estaba tan ansioso que casi se mete con zapatos y todo.

- Hey, la idea es que tengas ropa con la que devolverte a casa – señalo sus pies -. Mojar tus zapatillas en el mar puede ser un terrible error.

- Lo sé, es que siempre quise hacer esto y siento que ya no puedo esperar – se me encoge el corazón, porque se ve totalmente adorable -.

- Pues, primero las zapatillas, la polera y todo objeto valioso en tus bolsillos. ¿Sabías que los teléfonos no se llevan bien con el agua?

- Pfff, claro... - saca todo de sus bolsillos y me las pasa para que las guarde en mi bolso -. Ya estoy listo, ¿vamos?

- Espera, tengo que sacarme la falda y mi blusa... Y tú la polera.

- No, así estoy bien – se cruza de brazos, tratando de protegerse de algo. Yo me quito la falda primero -.

- Pues no lo creo – me acerco a él y le tomo las manos -, nadar con polera es muy incómodo... ¿Sabes nadar?

- Si, mis abuelos tienen piscina. Mi padre me enseñó a los ocho años - se sonroja -. Y no me sacaré la polera.

- Ok - y ahí voy con mi historia -. Para que lo sepas, esta es la primera vez en mi vida que me podré bañar con bikini y sin polera. Mi abuela me obligó a usar traje de baño completo toda la vida, con una polera dos tallas más grandes. Necesito apoyo, para no sentir que todos me miran – y me deshago de la polera -.

- Es que, no me siento avergonzado, bueno un poco – toma el bajo de su polera -. Lo que sucede es que hago mucho ejercicio y...

Se la quita lentamente y me quedo sorprendida. Este no es el cuerpo de un chico de dieciséis, ahora si me siento intimidada a hacer lo que quería. Pero ya abrí la boca, hora de exhibir a la chica flacucha y pálida.

- La verdad ahora sé por qué tu abuela se esforzaba en esconderte – me dice mirando mi atuendo mientras ríe -.

- No te rías - no puedo estar más roja, es como si el sol me hubiera rostizado toda la tarde -. La verdad, es que no me siento a gusto con mi cuerpo.

- Eres perfecta – me toma las manos y me da un beso rápido -.

Rayos, eso no me lo esperaba. Siempre me he preparado mentalmente para las burlas, tengo buenas respuestas para todos los tipos, pero los cumplidos nunca los he manejado del todo bien. No sé qué responder, siento que al decir gracias es reconocer que tienen razón y se me hace de lo más engreído. Bajo la vista para que no vea mi rostro. 

- Ya sé, no puedes con un elogio sincero y de corazón – con su mano en mi mentón, me obliga a verlo a sus ojos llenos de alegría -. Otra razón de tu eterna soledad, ¿verdad?

- Pues, sí. Es que se me hace muy egocéntrico decir "gracias".

- Entonces... - se acerca y me abraza, esto es incómodo, puedo sentir su piel -. Sólo dame un beso cada vez que te diga algo así, para que me calles. Pero sólo conmigo, ¿de acuerdo? – sus latidos me llevan a un lugar tranquilo, lejos de todas mis inseguridades -.

Pero rompo el contacto, para no alargar más el momento de su felicidad. Me río y me separo para correr hasta el agua azul. Nuestra cercanía vestidos así, o casi vestidos, me afectó. Pero no de una manera sexual, es que en verdad el contacto con otras personas no es lo mío. Ni siquiera recuerdo haber abrazado a otra persona que no fueran mi padre y mi nana. Y no es que alguien me hiciera daño, es que mientras menos sentimientos le entregue a una persona, menos daño puede hacerme.

Me da miedo. Hoy veo que la gente vive un amor libre, lleno de cosas que no me gustaría experimentar, como la violencia, las adicciones, los embarazos adolescentes y miles de otras situaciones que no van conmigo. Si mantengo la distancia, puedo estar más segura de no sufrir nada de eso, porque es un chico al a que recién conozco y me arriesgué.

Creo en un amor puro, de esos a la antigua, donde un caballero se esforzaba por conquistar a la dama y se trataban bien, donde nunca estaban solos en la oscuridad. Eran fieles y se apoyaban el uno al otro a ser mejores, alcanzaban sus metas juntos a través del tiempo, mientras en el camino se habían casado, tenido hijos y obtenido todas esas cosas materiales que buscan las parejas para ayudar a la felicidad. Y es ese el orden que quiero en mi vida, pero no mis pares.

Hoy mis contemporáneos quieren vivir la vida como se les dé la gana, sin importar las consecuencias. Si hay un hijo de por medio o un centro de rehabilitación, es sólo un tropiezo más que les ayuda a ser más fuertes, y no los juzgo por querer vivir así. Pero yo no quiero eso y me angustia que dejara entrar a un chico que apenas conozco, sin saber si él piensa igual total o parcialmente, o simplemente me dejará por ser tan boba y retrógrada.

Me alcanza justo en la orilla, dejo de correr y le doy la mano, sé que esto es tan o más importante para él que ver el Moai. Nos miramos y me sonríe, parece un niño comiendo por primera vez un helado.

- Gracias por estar conmigo aquí, siempre quise hacerlo y... el que seas tú quien esté a mi lado... – me mira con sus ojos llenos de alegría – esto hará que jamás te olvide. Es como si me enseñaras a montar una bici.

- Que bueno que te sientas así, aunque yo no sé ni cómo tomar una.

- Entonces yo te enseño.

Tira de mí hacia él, entramos al agua con su brazo sobre mis hombros y una sonrisa hacia el horizonte que vemos lejano, sé que hay mucha gente en la playa y al frente hay embarcaciones, pero es como si sólo estuviéramos los dos. El agua está fría, pero esa es la sensación del inicio, me mira como si estuviera asustado, pero sin quitar su sonrisa. Cuando el agua ya alcanza mi cintura, trato de soltarme, pero no me lo permite.

No puedo evitar pensar lo que diría cualquier otro de este momento, que es lo más idiota que ha visto o escuchado, cómo puede ser tan especial meterse al mar por primera vez. Pero yo lo entiendo.

Tuve que hacer un trabajo sobre contaminación extrema y lo que sucedió en Chañaral es la mayor catástrofe en la historia de nuestro país. Especies únicas murieron y no las veremos jamás, pero no sólo eso. Muchos perdieron la posibilidad de trabajar en el mar en su propio hogar. Y, por supuesto, la gente para poder usar una playa segura, descartaron la propia por su integridad física, ya que nunca se les dijo con certeza lo que pasó, o al menos eso creen.

Y aquí estoy, con uno de ellos, cumpliendo un sueño. Cuando el agua llega a mi pecho me suelta y se para frente a mí.

- Este es el momento para sumergirse - y desaparezco -.

Cuando salgo a la superficie nuevamente, él también ha desaparecido. Sale y está increíblemente feliz. Comienzo a nadar un poco más lejos de la orilla, para escapar de los niños que gritan y lanzan agua, él va a mi lado con sus ojos llenos de algo que no había visto en nadie antes.

Me detengo, es una zona en donde apenas toco con las puntitas de mis pies el agua me llega a la nariz. Él está parado sin problemas, por lo que me toma de la mano y me ayuda a no esforzarme tanto.

Y así nos vamos soltando un poco más, hablando de sueños, metas y riendo de los niños que se escapan de las olas, de una chica que se cree modelo y que unos muchachos la mojan al pasar corriendo por su lado. A lo lejos, vemos en la zona del muelle fiscal algunos osados que se lanzan de las rocas o de la estructura vieja y oxidada. Pronto vemos que todos se lanzan y escapan por el agua, miramos en dirección al restaurante y vemos que vienen dos uniformados de la armada.

-Está prohibido tirarse de allí – le digo ante su cara de pregunta -. Además, luego llegará el catamarán, para dejar pasajeros y dar otro paseo por la bahía.

-Un día podríamos hacer ese recorrido.

El agua cada vez está más exquisita, el sol baja poco a poco y se esconde en el cerro que queda tras la casa de mi padre, en la cima se pueden ver las antenas telefónicas y las casas que están a sus pies se ven oscuras. Hemos nadado, flotado y nos hemos sumergido. Nos besamos y abrazado, nos hemos salpicado agua y hemos escapado de las consecuencias, para atraparnos y besarnos otra vez. Aquí todos mis miedos se han ido con la corriente, ojalá pudieran adherirse en una embarcación y se los llevara mar adentro, quiero ser feliz, aunque sea un par de meses nada más.

El agua está tibia y hay una ligera brisa, el momento perfecto para salirse, hacerlo un poco después significaría morir de frío.

-Nos tenemos que salir ya – le digo acercándome a él -.

- Un poco más, por favor.

- Ja ja ja, es mejor hacerlo ahora o nos dará mucho frío. Por la posición del sol deben ser pasado las siete de la tarde. 

- Guau, que chica más lista. Me saldré sólo porque recordé que harás pizza y adoro las masas con ingredientes ricos.

- Pues no se nota, tu cuerpo atlético no lo demuestra. Vamos.

- Es porque me ejército, nada más - dice muy sincero mientras caminamos hacia nuestras cosas -. Pero si soy muy glotón.

- Voy a llamar a mi padre – me seco el rostro y busco mi teléfono -, para que venga por nosotros.

- Primero sécate, antes que te dé frío.

Me cubre con la toalla y me abraza sobre ella. Se siente tan bien... me siento protegida y amada, que le importo a alguien además de a mi familia.

Y me coy convenciendo de que sí había alguien para mí en este universo, que no soy tan rara después de todo.

Llamo a mi padre y me dice que espere en la esquina frente al Moai, para ir directo al supermercado. Probablemente estará saturado de gente, como cada verano, ya que llega demasiada gente desde fuera. Y no los culpo, Caldera tiene las playas más lindas del país. Cuando estamos llegando a nuestro destino, llama el padre de Arturo, él le dice que estaremos comprando y que nos puede alcanzar allí.

Esperamos a mi padre, seguro no encontraba las llaves. Aprovechamos de mirar un poco más el horizonte, con la caída del sol se ve espectacular, muchas personas van abandonando la playa y el sonido leve las olas lo vuelve un lugar mágico, cubierto por la tranquilidad.

Miramos a nuestro cómplice de piedra, mi chico sonríe tímido, estamos abrazados y sin dejar de mirar hacia la calle por donde debería aparecer mi padre.

- ¿Sabes? Nunca dejaré de agradecer a tu padre por la genial idea de pedirte que me mostraras la ciudad - me mira y veo su sinceridad -.

-Y yo nunca dejaré de pensar que, el verano que creí que sería el más aburrido de mi vida, ha resultado ser el mejor de todos – me da un suave beso y me acaricia el cabello -.

Cuando aparece, nos subimos juntos en la parte de atrás. Mi padre sonríe por el espejo y nos vamos al supermercado.

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