Capítulo 6: El Primer Encuentro

Es lo único que me faltaba, es como que quiero empezar a arrepentirme de haberle dicho que sí. Mi padre y sus ganas de ayudar a todos, pero no sé qué tanto hablo si yo soy igual.

Me miro al espejo para ver cómo estoy, pero después pienso que no voy a ver a nadie importante para mí, así que me da lo mismo. Además, aunque quisiera, no podría mejorar mucho mi aspecto

- ¿Lista? - me pregunta curioso cuando subo al auto -.

- No lo creo, pero vamos – él sólo se ríe, de mí, por supuesto -.

- Antes de irnos, te tengo otro regalo - saca una caja -. Hablé con tu abuela, está de acuerdo con esto porque eres responsable, seria y pasaste a cuarto medio. 

Abro el paquetito y hay un teléfono, grande. Jamás había tenido teléfono personal, mi nana nunca quiso que tuviera uno.

- Papi, yo... no sé qué decir. Pensé que tendría que esperar a los dieciocho años para esto – no sé si mirar la caja o a mi padre -.

- Pues no, por mí hace mucho tendrías uno. Pero no quería pasar sobre tu abuela - se encoge de hombros -. Ya no más intermediarios.

Lo abrazo y lloro. Esto es lo que quise desde hace mucho, llamar y escribirle a mi padre con total libertad, en el momento que se me diera la gana, incluso en el colegio, como lo hacen algunos de mis compañeros. Aunque sea para que los vayan a buscar -.

- No llores, en pleno 2015 que no tengas teléfono es demasiado arcaico – susurra, como si alguien más pudiera oírnos -. Como tu abuela.

- Y yo que ya me sentía especial ja, ja, ja – su broma me hace sonreír -.

- Lo eres y serás siempre, con o sin teléfono – me dice con devoción mi padre -. Ahora vamos porque tengo hambre.

No quiero preguntar a quién veremos, creo saber la respuesta. En el trayecto sólo saco el teléfono de su caja y lo enciendo. Está cargado y, por lo que veo, tiene plan. Podré tener la mensajería disponible en todo momento, ya no tendré que esperar a llegar a casa para llamarlo y decirle que me saqué una buena nota o que me dieron otro premio de la biblioteca.

Llegamos al terminal pesquero, donde están todos los puestos de venta de productos del mar y los restaurantes, aquí hay un local donde hacen un sándwich de pescado maravilloso, como escuché en un video de YouTube, una ambrosía de los dioses griegos. Al llegar vemos que hay mucha gente, no creo que encontremos lugar.

- Hola Rosalía - saluda mi padre a alguien que no alcanzo a ver aún -. ¿Me guardaste una mesita?

- ¡Claro que sí! - responde una mujer regordeta, con un pañuelo blanco en la cabeza -. Y con la vista al mar, como te gusta.

- ¡Gracias! 

Camina por entre las mesas y vemos una mesa libre con un letrero de "reservado". No tenía idea que hacían eso aquí, en fin, seguro que ya que es cliente frecuente y debe tener algunos beneficios. Nos sentamos y mi padre revisa su teléfono. Escribe algo y lo deja a un lado.

- Nuestro invitado ya está en el estacionamiento. Ya lo conocerás – me guiña un ojo y yo quiero correr lo más lejos posible -.

- No puedo imaginarme quien será - digo sin interés -.

- Graciosa, deja el sarcasmo. Mejor respira el aire limpio, a ver si te da más ánimo de conocer al muchacho.

- Y ¿Cómo se llama?

- Mira, la verdad, no tengo idea – me dice moviendo las manos -. Joaquín lo viene a dejar y se va a trabajar otra vez... - ¿Joaquín? ¿Quién es ese? Ah, debe ser el compañero -. Ahí vienen, sonríe un poquito, por favor.

Viene un señor de unos cuarenta, igual que mi padre, cabello negro, alto y una sonrisa agradable. Tras él un muchacho tan alto como él, de pelo castaño claro, ojos cafés claro y una sonrisa tímida, tal vez algo forzada.

Siento un codazo suave en las costillas, mi padre me hace el gesto para que cierre la boca. ¡Rayos! Jamás había reaccionado así por un chico, y he conocido algunos que parecen modelos o actores de Hollywood.

Será que es porque no quería nada con él, porque me sentía obligada a conocerlo. Pensaba que sería un chiquillo flacucho y feo, por eso está sin amigos. Me causa ternura de inmediato, me da pena que no conozca a nadie aquí. Espero que nos llevemos bien, porque si no sería una lástima. Sí, soy voluble y acabo de cambiar de opinión.

- Joaquín, que tal todo – le estrecha la mano al hombre, este le sonríe -. Te presento a mi hija, Estella

- Estella, un gusto – nos saludamos con un beso en la mejilla -. Te presento a mi hijo, Arturo.

- Hola, ¿qué tal? - le extiendo la mano, porque no podría resistir un beso en la mejilla -. Que gusto conocerte.

- Hola... eh, si ¿verdad? - me da la mano y siento una cosquilla en el estómago, la retiro rápidamente, me mira asustado -.

- Bruno, me tengo que ir – dice el hombre mirando su reloj, les ha pasado por alto nuestra reacción -. Te lo encargo.

- No te preocupes – le guiña un ojo -, yo lo llevo a la casa después de que terminemos aquí.

- Si quieren ir a pasear, me avisan y nada más - le guiña un ojo a su hijo y este se pone rojo como tomate. Lo entiendo, no es al único que le han arreglado una cita. Nada más que a él lo han estafado de seguro, porque le tocó una chica sin gracia alguna -.

- Gracias, papá – dice algo sonrojado y pasando sus manos por su short -. Ahí veremos.

Joaquín se va y nos quedamos mirándonos. Arturo está frente a mí, por un momento se cruzan las miradas y agacha la cabeza a la mesa, buscando el menú. Es muy lindo.

- Yo creo que me voy a comer un ceviche de entrada y después un pescado frito con papas fritas – me interrumpe mi padre, gracias a dios -. Ustedes, ¿qué van a querer?

- ¡Sándwich de pescado! - nos sale al mismo tiempo -.

- Mmm... esta juventud. Bueno, iré yo a hacer el pedido, porque no veo mesero por aquí.

Miro desesperada a mi padre que se va, lo hace apropósito ¡Qué hace! Apenas conozco a este muchacho y me deja sola con él. Me miro las manos y luego miro al mar. Trato de evitar mirarlo otra vez.  Mi estómago tiene algo raro, algo que nunca había sentido. Sigo queriendo escapar de aquí, las zapatillas fueron una excelente elección.

- Es hermoso, ¿verdad? - me dice con seguridad -. Me gustaría vivir aquí.

- ¿No vives con tu padre? - lo miro con cara de duda -.

- No - responde sin dejar de mirar el mar -. Mis papás se separaron hace poco, yo me quedé con mi mamá en Chañaral y él se vino por trabajo aquí.

- Y es muy bueno en lo que hace - interrumpe mi padre -. Es seco con los computadores y esas cosas. Él me ayudó a elegir el teléfono y lo dejó listo para que lo uses – me sonríe mi padre, al menos él está feliz -.

- ¿Ya pediste papi? - me he quedado estupefacta por la sinceridad de un chico que recién conozco -.

- Sí y me tomé la libertad de pedirles postre. Supongo que les gusta el helado, ¿o no?

- Por supuesto - otra vez al mismo tiempo, que pasa en el universo. Arturo se sonroja nuevamente -.

- Que bueno. ¿Me esperan un poco? tengo que hacer un llamado, me dijo Rosalía que se demorarán unos veinte minutos en traer el almuerzo.

- Ok papi - pero ¿qué hace?, por qué me deja aquí sola otra vez. Si se le da lo de Celestino, parece -.

- Perdón por haberte contado algo tan personal, apenas nos conocemos – dice con la vista hacia sus manos -.

- No te preocupes, tengo el don de escuchar - trato de que no me tiemble la voz, pero me cuesta demasiado, no sé qué me pasa -. Entonces, ¿viniste por unos días o todas las vacaciones?

- Por dos semanas, llegué hace tres días – veo que se va relajando -. Mi mamá se fue a visitar a mis abuelos y yo no quería ir. Ellos viven en Santiago, no le veo lo entretenido en este tiempo.

- Sé de qué hablas. Yo vivo allá y es una fortuna escapar dos meses en verano, el calor es insoportable. Además, no es entretenido en ninguna época.

-Creo que cuando llueve debe ser hermoso. Amo la lluvia, aunque aquí nos toca algo muy insignificante de vez en cuando, así que no sé lo que es la verdadera lluvia.

-Pues sí, es lo único bueno que tiene – le digo pensando en que es lo que realmente vale la pena allí -, la lluvia.

- No sé si es muy atrevido lo que te quiero pedir, pero… últimamente no tengo muchos amigos - baja la mirada y se sonroja -. ¿Me darías tu número de teléfono? Es para poder hablar contigo y preguntarte a dónde se puede ir, para estar tranquilo aquí… pero si no quieres, está bien

- Eh... - ¡Rayos! ni siquiera sé mi propio número - Mira, te lo daría, pero, ehm... Este es mi primer teléfono, mi padre me lo dio recién hoy, así que ni siquiera conozco el número – le extiendo el aparato -. Si tú sabes cómo sacarlo, no tengo problema.

- Ja, ja, ja ¿en serio? - al ver mi cara de ofendida, se calla y baja la mirada -. Lo siento, es que es muy raro escuchar algo así. ¿Cómo lo haces para hablar con tus amigos?

- Ah, bueno, eso no es problema. No tengo - me encojo de hombros y lo miro directo a la cara, que sepa esta vez que no miento -. O sea, sí. Una amiga, pero ella me acepta con esa rareza y nos hablamos cuando podemos por el teléfono de mi casa.

- Pues, dame tu teléfono - lo desbloquea y marca a su teléfono, guarda su número en mi agenda y el mío en la suya. Luego abre el WhatsApp - Mira, por aquí nos vamos a escribir, sabes usarlo, ¿verdad?

- Si, mi abuela lo usa para mandar videos motivantes y cadenas sin sentido.

- Pues eso a la gente joven no le gusta - sonríe, es tan hermoso verlo -. O sea, sabes usarlo sin problemas.

- Si, lo del número fue... no sé, me tomaste desprevenida. Solo la falta de costumbre.

- Si ves tu lista de contactos sólo tienes tres personas, tu papá, tu abuela... y yo - me mira y me sonríe. Me quedo paralizada en sus ojos café claros y siento que me pierdo, mi mente se va a blanco, no sé de qué me hablaba. Por primera vez realmente quiero besar a alguien y está frente a mí -.

- ¿De verdad solo tienes una amiga? – me mira directo a los ojos -.

-Sí, Antonia. Ella ha sido mi incondicional toda la vida, es a quien le cuento mis problemas y la única amiga que tengo en Facebook, además de mi padre.

-Te entiendo… - veo que algo triste se le cruza en la mirada -. Yo perdí a mi único amigo justo antes de salir de clases.

Cuando le voy a preguntar la razón, alguien nos interrumpe.

- ¿Para quién los sándwiches? - el mesero trae nuestro pedido, veo en la cara de Arturo la decepción de que cortara ese momento tan hermoso -.

- Uno para ella y el otro para mí – le dice Arturo -.

- Muy bien, aquí tiene la señorita y aquí está para su pololo.

- No es mi pololo, es un amigo solamente - casi le grito las palabras -.

- Disculpe, señorita – dice algo avergonzado el chico -. ¿De qué sabor quieren sus helados?

- Chocolate - nos mira raro cuando respondemos juntos -.

- Muy bien, me hacen una seña con la mano y se los traigo.

Mi padre se acerca a la mesa, sigue con el teléfono y discute que mañana ya regresa a ver el desastre que dejaron en un día de ausencia. Cuelga, nos mira y sonríe.

- ¿Ya se conocen un poco más? – dice mientras toma asiento -.

- Sí, señor Bruno – le responde Arturo –. Y quería saber, si Estella está de acuerdo, si podemos ir a la playa después de aquí, para caminar y ver si hay algo interesante.

- Por mí ni un problema, ¿Estella? – mi padre me mira, ¿esperanzado? -.

- Sí, por qué no. Sería la primera vez que saldré sola aquí. Me gustaría mostrarle el Moai que está en la explanada.

- ¿Hay un Moai? – me mira sorprendido, se ve aún más adorable -. No sabía, claro que quiero verlo.

- Pues, ya está – dice mi padre, moviendo sus manos -. Vivimos muy cerca. Cuando quieran ir a casa, pueden caminar y más tarde te llevo a la casa de tu papá. Creo que después de este almuerzo me toca una siesta larga.

- Muchas gracias, señor.

Con una sonrisa mi papá cierra la conversación. A él le gusta comer en silencio, cuando ya le falta poco, se anima a contar unos chistes, bastante malos, por cierto, pero nos causa risa de todas formas.

Somos tan escandalosos, que una pareja de ancianos nos mira feo desde su mesa, la que está muy cerca. Mi papá se encoje de hombros cuando se voltean otra vez y les dice:

- ¡Hay que vivir la vida, señores! - se pone de pie y levanta su vaso de bebida - ¡Salud por la risa, el remedio para el alma!

Yo me encojo de vergüenza, pero veo que Arturo también se pone de pie y varios más en otras mesas y gritan ¡salud! 

- Pucha que me cayó bien este cabro – dice mi padre, mientras se sienta -. Ojalá que no se te escape Estella, como el resto de tus amigos.

Arturo me mira y me sonríe. Creo que mi cara se quema, pero no por el sol.

Este chico me tiene embobada, no sé por qué.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo