Capítulo 5: Bienvenida

Abro los ojos cuando el auxiliar del bus me toca el hombro y me dice que ya pasamos el peaje. Le doy las gracias, pero pudo despertarme a la altura del aeropuerto, son unos quince minutos más de sueño. Me doy cuenta que no tengo acompañante y el asiento del frente está libre, le pregunto si me puedo cambiar allí y me dice que no hay problema.

Me acomodo en el asiento y me arreglo el pelo, saco de mi mochila la chaqueta, seguro que hace frío igual que siempre. Muchos creen que, por ser el norte, en verano, no hace frío. Se equivocan, las mañanas son muy heladas, a veces con niebla, mejor dicho, camanchaca, así le llaman acá. Tras pasar el aeropuerto, me quedo atenta al camino, una de las cosas que me gusta de este trayecto es la animita que le hicieron a la Difunta Correa.

Algo de lo que me contó mi padre de esa historia me fascinó. Se trata de una mujer argentina, que en la época de las guerras su marido se fue a la batalla. Ella estaba embarazada y esperaba que su hombre llegara, pero la guerra terminó y él no volvía, con su bebé en brazos, se decidió a ir en su búsqueda. Pero se topó con el desierto y murió, la encontraron algunos días después y su bebé estaba vivo, porque se alimentó de su pecho.

Algunos dicen que fue un batallón que venía de regreso y allí estaba su marido. Otros dicen que fue un pastor. Quién haya sido, la enterraron en el desierto y comenzaron a llevarle ofrendas de agua, para que protegiera a los viajeros en el desierto. Veo el pequeño homenaje a la mujer y allí se encuentra igual que siempre, con varias botellas de agua, sobre todo de camioneros que buscan la protección en el camino que les toca recorrer.

Luego pasamos una serie de animitas, en honor a Santa Gemita, tras eso está el cementerio de mascotas y luego más desierto. Hasta que por fin veo la ciudad por la ventana de enfrente, donde me encontraba sentada, y aparentemente, no hay nada nuevo, aunque no es que preste mucha atención a esos detalles.

Veo aparecer la misma cristalería a la entrada, las pocas casas a ambos lados de la carretera y la estación de servicio.

Al pasar la estación de servicio que se encuentra en la carretera muy cerca de mi destino, pienso en que llegué viva y sin rasguños hasta aquí. Creo que ya mi mal genio por haber tenido que venir sin ganas se ha disipado, pero me cuesta reconocerlo. Soy testaruda, lo sé.

Veo el letrero que señala a Chañaral más al norte y pienso en mi buena suerte, porque según lo que sé, es más aburrido aún. Falta poco para llegar a la entrada, donde hay un lugar con piscina y muchos árboles frente a esta. Allí debe estar mi padre esperando.

El auxiliar vuelve para ayudarme a bajar, el bus se detiene y me toca salir.

-No era necesario, gracias – le digo al chico -.

-Su abuela me encargó que no la dejara sola y que la ayudara con todo lo que pudiera, estaba preocupada por usted.

Si tanto le preocupaba, pudo haber venido conmigo o yo acompañarla a ella. Como sea, ya estoy aquí.

A penas bajo del bus veo la sonrisa de mi padre. En ese momento se me espanta el sueño y el mal humor por viajar hasta aquí. Este hombre ha dado todo por mí desde que nací, no podría pensar en cambiar a mi padre por una tía abuela o abuela tía, como sea que se llame el parentesco, que ni siquiera recuerdo su nombre.

Me da un abrazo breve, me indica el auto con la cabeza mientras va por mi maleta. Revisa el ticket y verifica que es la mía, sonrío por eso, le da las gracias al muchacho y corre al auto.

Mientras él estaba en ese trámite, al abrir la puerta del auto me doy cuenta de una frazada, taza con restos de café y envolturas de galletas. Mi pobre padre tan ansioso, ha pasado la noche aquí, seguro. Ahora me siento mal porque no quería venir.

Guarda la maleta en el asiento trasero y se sube rápidamente.

- ¡Uf! que frío que hace, vamos a la casa rápido, pero ¿te parece si pasamos por unas marraquetas de Don Nino?

- Papi, yo ya no como pan.

- Ay, esta juventud de ahora, que dejan la comida como si nada.

- Ja ja ja, vamos, tengo hambre y ese pan es la mejor bienvenida, es una broma. No lo podría dejar.

- Chiquilla odiosa, por cierto, bienvenida - me da un abrazo tan grande como es posible de asiento a asiento.

- Gracias papi, aunque no la merezco - bajo la cabeza avergonzada – Ya sabes que no quería venir.

- ¿Mucho mejor ahora? – pregunta mirándome de frente, mientras se adentra en la ciudad por la avenida Diego de Almeyda.

- Claro que sí, sé que encontraré qué hacer. Mira hacia delante, que vas a chocar – le digo señalando hacia el camino -. Aunque quería acompañar a mi nana al sur, sé que aquí estaré bien.

- No sé por qué querías contagiarte el olor formol y la vejez, ja ja ja. Yo creo que podrías ir las próximas vacaciones.

- Papi, que eres malo con mi nana, no está tan viejita. De todas formas, mi nana fue muy clara y no me dejó ir, pero no importa. Probablemente me habría aburrido yo sola entre señoras de quién sabe cuántos siglos de edad. Seguro y me contaban las historias de cuando conocieron los libertadores de Chile.

- ¡Ja! y yo soy el malo. Se nota que te interesa la historia, pero ni se te ocurra decir eso delante de tu abuela. Es capaz de llevarte al sur como castigo.

- Tan tonta no soy. Apure, que quiero esas marraquetas con mantequilla y queso.

Son casi las 8 de la mañana y hay una pequeña fila para entrar a comprar. Esta panadería hace el mejor pan de aquí. Y son tan buenos en eso, que no venden nada más que pan. Si quieres algún acompañamiento, puedes comprarle al señor que se pone justo en frente de esta en su vehículo, vende queso de cabra (cuando es temporada), paltas y huevos.

Nos bajamos y vamos juntos a hacer la fila. Me cuenta que el otro día vino como a las 8:30 y ya no quedaba pan. Eso es lo otro, venden el pan y se cierra. No son como las demás que trabajan todo el día, y es porque muchos negocios pequeños venden este manjar.

Cuando es nuestro turno, pedimos sólo las marraquetas y nos vamos. Por supuesto que en el camino vamos picoteando un trozo de pan caliente, esto es una delicia.

Llegamos a casa y, mientras mi padre baja la maleta, yo abro la puerta principal. Lo primero que veo al llegar es a Piringa, su gato siamés, que al verme se baja del sofá y se pasea entre mis piernas con su cola parada. Nos adoramos, me encantan los gatos, son independientes y si no quieren algo te arañan, pueden ser muy indiferentes o no dejarte en paz durante todo el día. Son criaturas agradables.

- ¿Cómo está el rey de la casa? – le digo mientras lo tomo en brazos y éste empieza a ronronear de inmediato -.

-No lo mimes tanto esta vez. Después, no me deja tranquilo para nada, tiene cama nueva, así que deja que duerma allí, no en la tuya.

-Trataré… - le digo acariciando la barriga del animal, es un amor -.

Deja la maleta en el living, moviendo la cabeza, resignado a que no será así. Nos vamos a la cocina, yo cuelgo la mochila en una silla y comienzo a buscar las tazas, platillos y todo lo necesario para el desayuno. Mi padre ya tiene agua caliente en un termo, así que nos sentamos a tomar algo caliente y a comer marraquetas. Él rompió el silencio.

- Recuerda tomar agua del surtidor, no del grifo.

- Si papi, esta vez no me olvido – le sonrío -.

- Llevo años diciendo lo mismo y se te olvida igual – me frunce el ceño -.

- Pero sólo los primeros días, en Santiago no tenemos ese problema – me encojo de hombros -.

Una de las reglas de vivir en Caldera, o visitarla, es no tomar agua del grifo. Hay mitos de todo tipo, desde gusanos en el estómago hasta desaparecer. Yo no he sufrido nada de eso, más que tolerar el mal sabor. Verán, no es lo mismo tomar agua de la cordillera que agua de napas subterráneas.

Aun así, le doy gusto a mi padre y bebo agua embotellada. Lugar que visitas, te darás cuenta de que tiene su surtidor de agua correspondiente. Mi padre se aclara la garganta y me mira, seguro necesita algo de mí.

- Necesito pedirte un favor, Estella – ya lo sabía -.

- El que quiera, menos salir con alguien – le digo señalándolo con el dedo junto a las últimas palabras -. Vengo a flojear y a leer todo el verano.

- Mmm... Que pena, porque te quería pedir que salieras con el hijo de un amigo, el que llegó hace unos meses a la empresa. El chico tiene tu edad.

- ¿Me está buscando pololo? – me pongo los brazos en la cintura -.

- Obvio que no, pero pensaba en ti cuando me contaba que el muchacho no conoce a nadie – se encoge de hombros -. Dieciséis años y aburrido, no creo que sea lo mejor.

- Pucha, papi, porque me hace esto – suspiro, casi resignada -. Supongo que no le dijo nada a su amigo.

- No – agita sus manos para apoyar la negación -, no sabe que venías siquiera.

- Mmm... – miro mi pan, se ve tan delicioso con el queso -. Mire, acepto – le detengo antes que me diga lo que sea que me quiere decir -. Pero no voy a salir todos los días, quiero descansar y levantarme tarde. Y si es muy aburrido, no salgo más.

- ¡Tan linda mi hija! Por eso te ganaste una cama nueva y lo que quieras para arreglar la pieza.

- Usted sabe que es mentira, si fuera linda me lloverían los pretendientes. Hasta ahora ni uno. El "casi beso" fue una tontera, nada más – le doy una mordida a mi pan y le digo con la boca llena -. Además, a esta casa no se le puede hacer nada, porque la arrienda.

- Ya no – y me quedo con la boca abierta, mi padre me la cierra -, la compré hace dos meses. No te dije nada porque era sorpresa. Así que puedes hacerle lo que quieras.

- ¡Que bueno papi! – me paro y me lanzo a darle un abrazo -. Me alegro mucho, pudo decirme antes. Esas cosas se cuentan.

- No, sorpresa – me dice con la boca llena -.

Nada más que decir, me río y sigo con mi desayuno. En verdad me alegro de que le esté yendo bien, sé que es un buen trabajador, por los premios que le han dado.

Hace unos años, para el aniversario de la empresa, regalaron un viaje a unas termas en el sur, para el mejor trabajador. Sus compañeros votaron por él y se las ganó. Fueron unas lindas vacaciones de invierno junto a mi padre. Sí, mi padre es mi orgullo.

Cuando terminamos, me levanto para limpiar la mesa, pero me manda a dormir un rato. No me cree que dormí todo el viaje.

Por hoy almorzaremos afuera, me dejará dormir lo que yo quiera, aunque creo que es más por él. Estar toda la noche en un auto, sabiendo a la hora que yo llegaba, como si el bus se fuera a adelantar en el horario. Atrasar sí, pero adelantar jamás. Bueno, esas son las consecuencias de no tener teléfono.

Le hago caso y me entierro en mi nueva cama, Piringa llega hasta mi lado y yo lo dejo entrar bajo la cobija. Se acurruca y empieza a ronronear, eso me lleva a un sueño tranquilo y cálido.

El sueño es bastante reponedor, la cama nueva está fabulosa, pero el calor que comienza a hacerse presente me despierta. Veo que también cambió las cortinas, ahora entiendo las preguntas acerca de colores favoritos de hace unas semanas.

La casa está frente al mar, en un sector alto de Caldera. Desde aquí puedo ver toda la playa Mansa, el muelle fiscal, el terminal pesquero y parte del centro. En la noche es hermoso, las luces se reflejan en el mar.

Recuerdo que una vez se cortó la luz y pude ver las estrellas reflejadas en el mar, es una de las cosas que más amo de venir aquí. Aunque desearía vivir con mi padre, a él le preocupa mi educación, prefiere que tenga acceso a todo y que no me quede sola. Mi nana no se vendría a vivir al desierto, como dice ella. A mí me da lo mismo, con mi cerebro podría estar donde sea y aprendería igual, lo que he querido siempre es vivir con él.

Que tonta al querer cambiar a mi padre por una señora que no conozco y una ciudad que es peor que Santiago en verano, por el calor.

Veo la hora en mi reloj, son las 12:17. Me cambio ropa, el clima está agradable, ya tenemos ese sol exquisito y ese mar me invita a meterme en él para refrescarme. Mi padre golpea la puerta.

- Estella - susurra - ¿Estás despierta?

- Sí papi, ya salgo, me estoy poniendo zapatillas más cómodas – me he decidido por un short corto de jean, una polera de manga corta de color turquesa y unas zapatillas bajas de color negro -.

- Te espero en el auto, vamos a juntarnos con alguien para comer.

Ay, no.

¡Rayos!

Seguro conoceré al amigo y al hijo del amigo.

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