Capítulo 2: Mi Padre

Hoy llega mi padre, son casi las nueve de la mañana y con mi nana ya tenemos la casa limpia. Ahora me dirijo a comprar el pan, porque no nos ha dado tiempo de prepararlo nosotras mismas. Y es que muy rara vez compramos ese rico manjar, mi nana hace un pan de muerte, seguro que mi papá hará un puchero por eso.

Cuando voy llegando de regreso a la casa, veo que un taxi se para frente a la puerta y que mi padre se baja de el. Corro para abrazarlo, pillándolo de sorpresa. Me abraza y me levanta en el aire, giramos riendo porque desde el verano que no nos veíamos.

-Estás bella, hija mía – me dice dejándome en el suelo -. Cada día más grande y hermosa.

-Papi – lo vuelvo a abrazar, me acurruco en su pecho -. Que bueno que pudiste venir para navidad, ¿cómo estuvo el viaje?

-La verdad, no tengo idea – me aparto de él y lo miro divertida -. Me dormí a penas me pidieron los datos a la altura del aeropuerto de Caldera y me desperté cuando el auxiliar me dijo que estábamos llegando al terminal – larga una carcajada, tocándose la prominente barriga que le estaba saliendo. Seguro que ya está comiendo chatarra otra vez -.

-Ay, papi, que eres gracioso. Vamos, el señor espera.

-Oh, sí. Discúlpeme – saca su billetera y le paga -. Yo bajo mi equipaje, gracias.

Saca su bolso del maletero y me toma de la mano. Ante la sorpresa de mi nana, que se acerca a saludarlo. Yo le quito el bolso a mi padre, para que pueda saludar sin problemas a mi nana y aprovecho de llevarlo a su habitación.

-Señora María, gracias por recibirme en esta fecha.

-No seas tonto, hombre. Esta casa es tuya, la compraste para nosotras ¿o no? – le dice mi nana mientras se sujeta de su brazo y lo lleva hasta la mesa, donde lo espera el desayuno -. Yo debería estar agradecida contigo.

-Quedemos en que los dos estamos agradecidos, usted cuida a mi niña…

Y no sigo escuchando, porque sé lo que se viene. Cada vez que se encuentran, empiezan a hablar de la bendición que he sido y que ambos están orgullosos de la mujer en la que me estoy convirtiendo.

Cuando me reúno con ellos nuevamente, mi padre se está riendo con mi nana por algo que le pasó al bajar del bus.

-Entonces, tuve que correr atrás de la señora, porque no iba a usar un vestido para la cena de navidad – y suelta una carcajada -.

-¿Otra vez te cambiaron el equipaje? Ay papi, siempre te pasa lo mismo.

-Por eso, a penas me lo entregan lo reviso. Soy hombre que aprendo rápido – me guiña un ojo y yo le sonrío. Tal vez esa es la razón de que siga solo, después de tanto años -.

-Bueno, voy por el agua caliente y a preparar los huevos.

-Yo voy nana, no se preocupe.

Ambos me miran con una sonrisa y yo me pierdo en la cocina. Me encanta estar aquí, será porque la mayoría de las cosas importantes de la vida las he aprendido aquí. Todo gracias a mi nana.

Pero sigo molesta por ese viaje al que no me llevará.

Dejo el termo en la mesa de la cocina, busco los huevos en el refrigerador y los preparo como a mi papá le gusta que se los prepare: revueltos, dejando que se cocine primero la clara y reventando las yemas al final, para que no queden tan secos.

Al terminar, dejo el sartén sobre una tabla y me llevo ambas cosas, el agua y los huevos, uno en cada mano. Al verme, mi padre se para rápidamente para ayudarme.

-Hija, ¿no te duelen las manos por venir así?

-Te he criado una niña fuerte – se adelanta mi nana -. No tiene miedo a la cocina, no se queja de limpiar ni mucho menos de que las cosas le pesan. No es que la obligara, ella sola ha tomado esas determinaciones.

-No me gusta sentir que no hago nada – mi nana me mira, porque nunca he dicho la razón de ser así. Luego de dejar ambas cosas sobre la mesa, tomo asiento al lado de mi padre -. Ustedes han sacrificado mucho por mí, me dan más de lo que necesito y estas son formas de retribuir eso.

-Pero mi niña, no debes sentirte así – mi padre me mira, también sorprendido -. Lo hacemos porque te amamos. El que estés sana, que te vaya bien en tus estudios…

-Ser agradecida está bien – dice mi nana, interrumpiendo a mi papá, él solo ríe -. Pero no debes decir que no haces nada. Cuando tu padre me pidió cuidarte – me dice mientras vierte el agua en cada taza -, tú me salvaste del dolor que llevaba por tanto tiempo después de perder a tu abuelo.

Eso es una total revelación, hasta para mi padre. Nos quedamos mirando a mi nana con los ojos muy abiertos, mientras ella distribuye las tazas a cada uno. Esta mujer también ha sufrido pérdidas, antes de que yo tuviera la mía.

-Pero ya pasó – dice firme -. Lo que importa es que ahora estamos bien, mi nieta crece siendo una buena persona y mi yerno resultó ser un hombre magnífico.

Mi padre se sonroja un poco, en silencio cada uno coge un pan y nos vamos tomando el turno de poner huevo en él.

Comenzamos a hablar de mis notas, de lo que se viene el próximo año, que será mi último curso y de lo que me gustaría hacer.

Como ellos están tan preocupados y hablan de los gastos del colegio, de la casa y de lo que podría ser la universidad, levanto mi mano. Los dos se ríen.

-No tienes que levantar la mano para hablar, hija. Dinos…

-Creo que deberías estar tranquilo, si lo que te preocupa es el pago de la universidad. Postularé a todas las becas que pueda, si es necesario al crédito estatal también, para que pueda pagarlo después.

-No, eso sí que no – me dice dejando su pan al lado y tomando mi mano -. Las becas, está bien, te las mereces por ser buena estudiante. Pero el crédito, no. Ningún estudiante de tu nivel merece endeudarse para estudiar una carrera decente.

-Pero, papi…

-Además, no es necesario – me da un golpecito en la mano y sigue con su pan -. Mi trabajo me da para todos los gastos que eso conlleve, incluso si te vas fuera de Santiago.

-Ah, no. Eso sí que no – dice mi nana -. Ella se puede ir a Copiapó o estudia aquí.

-Pero suegra…

-No, Bruno. Esta niña no se queda sola, hasta que salga de la universidad. En Copiapó no hay problema, porque puede viajar desde Caldera todos los días. Aquí, tiene su casa y cerca hay varias universidades buenas, incluso campus de las estatales.

Ella mira su taza, momento que mi padre aprovecha para guiñarme un ojo y yo sonrío. Seguro que ya tiene un plan para esto. No me voy a preocupar de eso ahora, tal vez a mediados del próximo año pueda tener mejores opciones y más claras.

-Me deben un desayuno con pan amasado – dice, mientras acerca su taza para beber – yo me río, porque se había demorado en decirnos eso -.

Cuando terminamos de desayunar, nos ponemos de pie y llevamos todo a la cocina. Mi nana manda a mi padre a descansar un poco, así que no tiene opción. Yo me dedico a lavar y ordenar la cocina, para que al momento de preparar el almuerzo no tengamos tropiezos.

Tras un rato, mi padre aparece, mientras con mi nana cortamos vegetales. Se sienta y hablamos de lo que será la cena de navidad de mañana.

Él mismo va haciendo una lista de ingredientes, tanto para mañana como para el día siguiente, para luego ir a comprarlos, esto porque los días 25 de diciembre los supermercados no abren. Nos reímos de anécdotas de su trabajo, nos cuenta de un compañero nuevo que ha llegado y de lo bien que se llevan, ya que ambos son solos.

Me pongo de pie, mientras mi nana le pregunta sobre ese hombre. Yo voy al baño y cuando vuelvo ellos están hablando de si será pollo o carne lo que estará en la mesa durante la cena navideña.

Nos proponemos ir todos juntos a comprar, luego del almuerzo. Mi padre ordena la mesa, mi nana termina algunos detalles del almuerzo y yo dejo los platos juntos al lado de la cocina.

Voy al jardín a buscar algo de menta, para preparar una infusión de menta y limón para acompañar nuestra comida. Al verme con las hojas, mi padre me dice:

-Compré menta, para tenerte en casa cuando vayas de visita.

-Gracias papi, supongo que es un enorme esfuerzo para ti.

-Tengo alarma en el teléfono, me avisa que debo regarla – y se ríe -. De otra forma no podría hacerlo.

Sonrío y me pongo a realizar la tarea de lavar las hojas de menta, las pongo en una taza, le dejo caer un poco de agua caliente sobre estas y tapo el recipiente con un plato. Al cabo de un minuto, la cocina tiene la mezcla del aroma de un rico charquicán (comida de las favoritas de mi padre) y de menta fresca.

-Amo esta cocina – dice mi padre -. Hace mucho que no como comida de verdad.

-No se nota – le digo tocando su barriga. Él solo se ríe y nos contagia -.

Me dan ganas de decirle que siempre puede quedarse aquí, que no tiene que irse. Pero sé que donde trabaja está bien, allí lleva años, ahora es jefe y su trabajo está bien valorado. Nunca entenderé por qué tuvo que irse de aquí para trabajar, si podía haberlo hecho en cualquier parte de Santiago.

Una vez que está todo listo, nos sentamos a la mesa y comemos en silencio un momento, mi padre es de disfrutar la comida que normalmente no come.

Lo observo unos segundos y veo que la edad ya se le está notando, a veces me da miedo perder a este hombre, que ha hecho de todo para que no me falte nada y que me ha dado su amor incondicional.

Cuanto te quiero papi, pero aun así quisiera ir al sur con mi nana, porque siento que debo ir allí.

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