La hermosa Cadelia

Al salir completamente el sol del día siguiente, sus rayos dieron sobre los ladrillos dorados del Castillo hiciendo brillar la imponente estructura y darle un realce maravilloso. Cuando el reloj del pueblo anunciaban las ocho de la mañana, los cocineros del castillo tenían listo el desayuno. Los mayordomos, avisaban al rey y al príncipe, mientras las amas de llaves llamaban a los soldados; para que fueran al gran comedor.

Una vez más los habitantes del castillos se reunían en la larga mesa del comedor que disponía de veinticuatro sillas. En el día se podía distinguir mejor aquella habitación la cual, era amplia, sobre la mesa colgaba un candelabro labrado que funcionaba a gas. En las paredes colgaban cuadros con diferentes paisajes; detrás del asiento del Rey Milyus, había una chimenea y sobre la encimera de estas colgaba un retrato de la Reina Amelia la madre de Misem.

  Al terminar de comer. Los soldados salieron a su entrenamiento matutino, Misem tenia clases de historia antigua, y el Rey junto con el General Fransé, fueron a reunirse con altos jefes de los pueblos y aldeas del reino, que los esperaban en la sala de reuniones del Castillo.

La gente del pueblo también estaba en movimiento ya, los comerciantes abrían sus  negocios, los vendedores de diferentes productos tenían montados sus puestos. En una casa de dos plantas estilo colonial, una familia de sastres se encontraba desde temprano arreglando unos trajes de un Pedido importante que debía entregarse ese día. Su hija Cadelia ayudaba en los ajustes, de los pantalones de invierno para su amigo el príncipe Misem. La joven sabia muy bien el oficio que sus padres desde muy pequeña le habían enseñado, aunque no dejaba de estudiar otro tipo de cosas, en casa ya que en el pueblo no había una escuela. 

Cadelia era tan inteligente y hábil que a los 10 años había realizado su primer vestido de corte exclusivo, y en sus 14 años edad que tenía en aquel momento ya confeccionaban los trajes de los chicos y chicas del pueblo en el que vivía y de alguna de las aldeas. 

El oficio de sus padres venía desde la primera generación de su familia y sus padres eran brillantes en aquel oficio, tanto así, que el Rey Milyus los había nombrado los sastres oficiales de los habitantes del Castillo Dorado. Y el importante pedido en el que trabajaban aquella mañana era para sus clientes importantes del castillo. Se trataba de los trajes de invierno del rey y el príncipe y algunos soldados que no tenían dichos trajes. 

Era importante terminar y entregar los trajes aquel día ya que el invierno estaba por llegar y el clima cambiaba conforme pasaban los días.

Cadelia ajustaba con sus manos delicadas la bota de lo que sería el pantalón del príncipe Misem quien tenía piernas fuertes y delgadas. Mientras basteaba el pantalón, la chica pensó en su amistad con Misem y todo lo que habían hecho juntos, sabia que lo que sentía por el chico iba más allá que una amistad, pero le aterraba, no sólo el hecho de que el principe no sintiera lo mismo. Sino el hecho de que si lo sintiera, ya que no se sentía digna de ser una reina, pues aunque su estilo de vida era de clase media, sus padres y ella vivían de forma muy humilde y siempre ayudaban a la persona que lo necesitaran.

La chica dejo de pensar en su querido amigo, y tomo su máquina concentrándose en las puntadas, hasta que terminó de cocer ambas botas, esta era la última de sus piezas asignadas del pedido. Pero para ir a entregarlo, debía esperar que sus padres terminarán con algunas camisas.

El sol repuntará hacía el cenit, cuando Cadelia iba subiendo hacia el Castillo Dorado con dos cajas apiladas,  sostenidas por sus antebrazos y sujetada por sus manos.

 La chica caminaba despacio, con paso elegante. Llevaba un vestido de tela suave, con manga larga color azul y un su cabello castaño estaba recogido en una cola alta. Cuando llegó a  la puerta principal esta comenzó a abrirse y la Joven entró, dio las gracias a uno de los custodios que le dio la bienvenida y siguió con su paso ligero pero cuidadoso.

El patio principal del castillo era amplio, un jardín bien cuidado con frondosos árboles, pequeño  arbustos que enmarcaban el terreno a la puerta principal y flores de todo tipo, desde hermosas rosas, hasta simples flores silvestres.

Cadelia siguió el camino de arbustos, admirando el jardín, aunque lo había visto varias veces, no lo había detallado, se detuvo a mirar hacia ambos lados del camino, ya a pocos metros de la puesta principal. Divisó bajo uno de los frondosos árboles del fondo un asiento de mármol elaborado finamente y tallado. La chica imagino una escena romantica, en la que ella y Misem eran los protagonista y sonreía para si misma. Tan ensimismada estaba que no noto que la puerta de entrada al castillo se había abierto y de este salio Misem. Cuando la chica dejo de soñar despierta, retomó camino ya que los brazos le dolían. Pero al dar la vuelta se tropezó  y perdió el equilibrio. Sin  embargo, su caída libre fue detenida por unos delgados pero fuertes brazos que la detuvieron. La joven alzó la mirada por encima de las cajas y sus ojos marrones almendrados se encontraron con los azules de Misem, quien había llegado a su lado justo a tiempo para abrir sujetarla. 

Cadelia se incorporó con la ayuda del principe, la joven bajo la mirada pues se había sonrojado, ya que luego pensó en la  escena romantica que en había imaginado minutos antes.

Sin dejar de mirarla, el príncipe sonrió  y tomo las largas cajas de los brazos de la chica y luego pregunto con tono suave y un poco seductor: 

—¿Te encuentras bien Cade, no te lastimaste?.

—Estoy bien alteza, gracias por preguntar y Ayudarme—contestó la chica, aun algo apenada y sobando se los antebrazos que se le habían dormido.

—¡Qué bien! debes tener más cuidado—regaño Misem y luego invitó—Ven Entremos.

Cadelia lo siguió y pronto se encontraron en un recibidor pequeño donde habían dos muebles grandes uno frente al otro, una mesa de madera realizaba la divisiónentre entre ambos, bajo la mesa estaba desplegada una alfombra hilada con un Material suave al tacto.

Misem dejo las cajas sobre la mesa de madera, le indico a Cadelia el uno de los muebles para que está tomara asiento, la joven se sento y el príncipe se sentó en frente, y le en dijo en tono un tanto burlon:

—Ya era hora de que trajera los trajes, no sabes el frio que hacía ayer, se me congelaron partes que no se ven.

—Hay Misem, que cosas dices no puedes ser más serio, jajajaja—rió Cadelia.

—Me encanta verte reir, querida cadelia— expresó Misem y luego pregunto—¿estas segura que no te lastimaste al tropezar?.

—No me lastime majestad, descuide— respondió rápidamente Cadelia, quien se había sonrojado otra vez con el comentario anterior de Misem.

luego mirando las cajas de la ropa dijo:

—Bueno los trajes fueron hechos con una tela suave y cómoda pero a la vez es muy térmica, estoy segura que no sufrirás de frio.

—Confío en eso cade, gracias—fue lo que contesto Misem.

- !Ah! Otra cosa, mi padre dijo que si alguno de los trajes, necesita ajuste que le mandes una misiva y mi madre incorporó en las cajas, algunas flores de lavanda seca, es para que la tela no agarre mal olor—informo Cadelia

Misem asintió a todo lo que su hermosa amiga decia, la chica se levantó  y el joven también,  y ambos  salieron de entre los muebles quedando frente a frente. Misem le sonrió con picardía y extendió la mano, para dar las gracias a la chica, la joven le tomó la mano y el príncipe la atrajo hacía él y la abrazo fuertemente, luego la soltó acariciando suavemente los hombros cubiertos de la chica pasando por los brazos hasta llegar a sus delicadas manos las cuales tomó y en un gesto de caballerosidad beso una de ellas y la soltó con delicadeza, luego le dijo:

—Muchas gracias mi querida Cadelia.

—De... nada, ma...majestad—contesto nerviosa y sonrojada la chica.

Misem la acompaño, como siempre que iba, hasta la entrada, allí le dio un beso un poco más abajo de las mejillas, el cual fue lento y suave, y la chica se marchó, aun con la sensación de el beso en su mejilla, cuando cruzó el portón intentó salir de su trance y se dirigió a su casa. 

Ya repuntaba el medio día  y al llegar a casa, se encontró con la mesa ya servida, aunque ninguno de sus padres salio a recibirla como de costumbre. Llamo al entrar y escucho una tos muy constante y fuerte como de ahogo. Se fue de inmediato a la habitación de sus padres y allí su papá estaba sentado en la cama junto a su esposa que tocia sin parar. 

Cadelia tomo la jarra y el vaso que se encontraban en una cómoda al lado de la puerta y sirvió agua en el vaso de cristal, luego abrió una de las gavetas de la cómoda y saco un frasco de cristal oscuro, tomo una pastilla y se acercó a su padre con el vaso de agua en una mano y la pastilla en otra, su madre tomo la pastilla y bebió el agua y se rescosto.

El papá  de Cadelia le sonrió con pesar y la chica pregunto a su madre:

—Te sientes mejor mamá.

—Sí  mi niña gracias, solo descansaré un poco así que los dos vayan a almorzar—respondió la mujer con voz un poco ronca.

—¿Segura querida?—preguntó Suavemente el papá  de la joven.

—si amor, vayan—dijo contesto la mujer.

El padre de Cadelia salio de la habitación, seguido por la chica, quien contempló la figura de su madre extendida en la cama. La mujer era delgada, alta, con cabello negro y sus ojos, estaban cerrados respiraba poco a poco. La joven cerró la puerta con delicadeza al salir de la habitación

El papá  de Cadelia  ya había servido la comida y se encontraba parado junto a la mesa colocando los cubierto, Cadelia lo observó al entrar al comedor, su padre era alto con el cabello castaño, sus ojos eran negros, y tenía una mirada triste. La joven se acercó a la mesa a comer y su padre la observó antes de tomar los cubiertos. Al sentir la mirada de su papá, la chica levantó la vista y sonrió luego le dijo: 

—no te preocupes papá, ella estará bien, su medicina siempre la ayuda.

—Gracias cade, que tengas buen provecho.

—igualmente papá.

Ambos comian, pensando en la enfermedad de la madre de Cadelia, la cual tenía desde hacía un tiempo y como estaba muy avanzada no se podía curar, pero si controlarse. Sin embargo tanto el papá  de Cadelia , como la chica sabían que perderían a ese miembro de la familia en cualquier momento.

Al terminar de comer, Cadelia recogió los platos los llevo a la cocina y se puso a lavarlos. Su padre fue a la habitación a ver como se encontraba su esposa.

Mientras lavaba los platos y cubiertos, la joven se puso a pensar en el abrazo y el beso que le había dado Misem, no pudo evitar sonreír y quedarse embelesada. El lava platos estaba llenándose y la adolecen te sequía en las nubes algo le mojo el vestido. La chica apago el grifo y limpio el desastre, por último subió a su habitación.

Ya era media tarde, en el castillo Misem prácticaba lucha cuerpo a cuerpo con Fransé, el joven estaba un poco golpeado, pero no se rendía, y de pronto, el General lo invistió  y el adolescente calló sentado al piso. Fransé lo ayudó a levantarse y le dijo: 

—Fue una buena lucha majestad.

—Algún día le ganaré General—contesto Misem sacudiendo se el pantalón.

—Es posible alteza, pero siga entrenando, hasta ahora lo ha hecho bastante bien.

El príncipe sonrió, miro a el joven General, quien tenía 21 años de edad, era un hombre alto, de complexión fuerte, sus ojos eran negros y su cabello rojizo, se había casado con 19 años de edad y desde esa edad vivía en el castillo ya que su aldea había sido destruida. El general inicio como un soldado, aunque muy capacitado y pronto llego a su rango actual, conocía un poco al Rey Milyus y se habían hecho amigos y el era su confidente sobre todo después de ayudarlo y darle ánimos luego que falleciera la reina. 

Fransé se encontraba guardando las espadas del entrenamiento de esgrima que habían tenido más temprano y en eso llego el Capitán Trino, con paso fuerte y seguro con una carta en la mano.

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