CAPITULO 3

Después de que Livie me abandonara a mi suerte en la azotea, me dispuse a arreglar su cámara de tortura particular, la cual contaba con un variado espacio de diferentes suplicios para que yo, aparentemente, eligiera mi propia causa de muerte.

Con el permiso de la presidenta de condominio, una viejita de unos setenta años, ambos habíamos acondicionado una clase de gimnasio en la azotea del edificio; y, cuando decía “clase”, era eso, ya que apenas contaba con unas cuantas mancuernas, una bicicleta estacionaria que uno de los vecinos nos había donado y una caminadora que el padre de Livie iba a vender pero que, gracias a su hija, ahora adornaría un espacio específico para hacerme sudar, literalmente, la gota gorda.

Según el horario que me había hecho Livie, ahora debía levantarme todos los días a las seis de la mañana (sí, claro) y comenzar con aquel yugo en donde tenía que durar quince minutos en la caminadora para estirar mis músculos aparentemente atrofiados, quince minutos en la bicicleta y otros quince minutos saltando la cuerda ― ¡ja! no me hagas reír Olivia― y después, luego de descansar unos diez minutos, es que podía desayunar.

Así que apenas si me sobraba una hora para prepararme para la escuela; como trabajaba por las tardes en una tienda de Discos, Livie me había propuesto irme caminando desde casa cuando llegara de clases y yo, como todo idiota enamorado, sin saber en lo se metía, había aceptado, por lo tanto, ese lunes había llegado diez minutos tarde al trabajo, ganándome el primer regaño de la semana por parte del jefe, un tipo que parecía salido de una película de Tim Burton.

―Sanders―Me había llamado nada más verme entrar a la tienda― llegas tarde, entiende que le descontaré cada minuto ¿cierto?

―Si, señor, pero verá, esto pasó porque...

―No me importa porqué pasó, Sanders―me había cortado― esos discos no se arreglarán solos ¿sabe? así que haga su trabajo de una vez.

―Si, señor― le respondí dirigiéndome a las cajas señaladas― estúpido intento de esqueleto ambulante, ojalá apareciera una manada de pitbulls y te atacaran por tus escasos huesos― dije por lo bajo.

― ¿Me está hablando? ―preguntó apareciendo por encima de uno de los estantes donde se colocaban los discos.

―Diablos, Sr. Fitcher, me asustó― salté hacia atrás al ver su cara ante mí― yo... yo solo estaba, Hmm... peleando con la caja― contesté tartamudeando e intentando no lucir tan nervioso― pero no quiere abrirse...

―Tal vez abriría si utilizara uno de estos para romper los precintos― explicó mi jefe extendiéndome un cúter― creo que le facilitaría la vida Sr. Sanders.

Si le clavara el cúter, ¿sangraría? me pregunté mentalmente.

Yo personalmente no lo creía.

Mi jefe era una persona un tanto... peculiar. Se me quedaba mirando cuando creía que estaba descuidado, a mis otros compañeros les llamaba por su nombre, pero ¿a mí? por mi apellido, siempre.

El Sr. Fitcher era de la clase de personas que se reía de los chistes después de tres horas y siempre, siempre se estaba peinando el único mechón de cabello que tenía, en el reflejo que le daba el vidrio de la tienda.

Esto último no es broma, una vez había dejado su peine y le había preguntado a Samantha, otra compañera de trabajo, si le podía prestar el suyo, ganándose una mirada de asco de la pelirroja.

Comencé a acomodar los discos por estilo de música en los estantes, había unos cuantos que tal vez le gustaran a Livie.

Recordé que no la había visto desde el sábado después de nuestro casi beso, sabía que Livie solo me había dado unas burdas excusas para no verme el domingo, pero también sabía que no podía hacer nada, ella necesitaba su espacio para pensar en lo que casi había ocurrido entre nosotros, y además, yo también tenía deberes de la escuela por hacer y por supuesto adelantarme a arreglar mi habitación antes de que mamá entrara de nuevo y esta vez me lanzara de verdad lo que sea que tuviese en mano y me dijera que su casa no era un refugio y que no acogía a vagabundos, por eso, cuando tres horas después, mi querida madre entró a la habitación, había quedado impresionada y con eso me había ganado una mirada de amor de su parte.

Ese domingo en la tarde, tuve que venir a trabajar y por ser fin de semana, hubo mucho movimiento en la tienda, gracias a eso había llegado molido a la casa y directo a la cama.

La había visto muy poco en la escuela, ella me había dicho que no le esperara después de clases y así me diera chance de irme caminando al trabajo, lo cual le agradecía profundamente pues no quería encontrarme con los tres mosqueteros de la maldad enviados directamente por el diablo para que se metieran con un gordito virgen en específico.

En ese momento hice una nota mental de preguntarle cómo le había ido con Hillary con el tema de su diario.

― ¡Sanders! ―  gritó el Sr. Fitcher haciéndome salir de la nebulosa que me encontraba y ganándome una cortada con el arma mortal que tenía en la mano.

―Mierda―Chillé viendo unas gotas salir de la cortada que me hice entre los dedos índice y pulgar izquierdo.

―Oh, lo siento ¿te cortaste? ―preguntó idiotamente.

 Nooo, sólo es kétchup que me quedó del almuerzo.

Lo miré significativamente a la vez que le enseñaba la sangre.

―Bueno, en el baño hay antiséptico, venía a decirte que trabajarás el sábado ya que Samuel está de baja por reposo.

― ¿Qué? ―volví a chillar― No, Sr. Fitcher, no puedo, verá es el cumpleaños de mi mejor amiga y ya tengo todo planeado para ese día y...

―Sanders―me cortó mi jefe― ¿Acaso tengo cara de que me interesa? Ni en lo más mínimo. Ya le había preguntado a Samantha y a Nicholas―los dueños de los nombres alzaron la cabeza con sonrisa apenada― y ambos dijeron que no podían.

―Pero, Sr. Fitcher por favor escúcheme, yo tampoco puedo, mi...―no pude continuar porque mi jefe había tomado mis labios entre sus dedos, apretándolos uno contra el otro.

 Qué asco, ¿en dónde habían estado esos dedos?

―Ya le dije que no me interesa, Sanders― Me calló el muy hijo de perra―si hubiera llegado a su hora como debía, tal vez se habría salvado, pero como ese no es el caso pues usted es el elegido, además― prosiguió― no sé de qué se queja, tendrá un día de paga doble por trabajar en su librado, dijo que estaba reuniendo para la universidad ¿cierto? ― apenas si asentí―pues ahí tiene, tómelo como una ayuda, adiós― dijo dándose la vuelta regresando a su oficina.

Oh, Dios.

Era hombre muerto, ya veía mi nombre en el periódico como titular de primera plana:

"Murió asfixiado por causa de tener una mancuerna atravesada en la garganta"

A menos que...

***

―No, Mark, no puedo― dijo Nick― mi abuela está hospitalizada y mamá dijo que teníamos que ir todos sus nietos― explicó su compañero de trabajo.

A mí no es que me caía mal Nick, todo lo contrario, aun con el aspecto que traía siempre (alto, siempre vestido de negro al estilo gótico, escuchando música rock y metal y por lo que veía en el cuello, fan acérrimo de los tatuajes) Nick era un tipo tranquilo que siempre me ayudaba, pero en estos momentos lo odiaba a muerte.

― ¿En serio tienes abuela? ―le pregunté incrédulo, ganándome una mirada dolida de mi compañero; mierda, si tenía―perdón, es solo que no tienes idea de lo que mi amiga me hará cuando se entere que trabajo el sábado― expliqué tratando de barajar la situación.

―Pues para que lo sepas― contestó Nick― soy el favorito de mi abuela por ser el mayor de sus nietos y de verdad lamento no ayudarte con tu novia loca, de lo contrario lo haría.

―No es mi novia―respondí con rapidez.

―Ya, claro viejo―fue lo único que dijo Nick.

― ¿Y Samantha? ―pregunté cambiando de tema.

―Tiene una presentación de ballet que no puede perder―dijo Nick con una mueca en la boca― nos invitó ¿no recuerdas?

―Ahora si―respondí secamente.

Se me habían agotado las municiones.

¿Qué hacía? No podía irme a otro país ya que tenía el pasaporte vencido.

¿Suicidarme? No, no era opción.

Era definitivo.

Moriría a los dieciocho años gordo, virgen y miope en manos de Livie.

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