Capítulo 2. ¿Kim?

La sala estaba llena de Amarilis blancos y su olor inundaba todo el lugar. Me encontraba en el funeral de Kim.

Fue el momento más tenso y doloroso que pase en toda mi vida. Estar reunido en una sala llena de familiares de Kim, solo me hacía sentir peor, y provocaba que las tres palabras que tenía en mi mente se repitieran una y otra vez.

"Fue mi culpa". Y claro que lo era, ella me salvó de morir hace tres días, hablamos solo una vez y ahora contemplaba su delicado cuerpo en un ataúd. 

Le habían colocado un vestido blanco, su cabello liso y negro enmarcaba su rostro, que ahora era casi tan inmaculado como su vestido. De aquellas mejillas rosadas no quedaba ningún rastro. Era tan difícil verla sin sentir la culpa quemándome, yo debería ser quien estuviera en ese ataúd. Yo y no ella.

Unos leves sollozos me trajeron de vuelta, eran de su madre, una mujer diminuta y pálida que movía los labios y no lograba comprender si estaba hablando o eran simples sollozos. Me acerqué a ella, quería disculparme. Pero, ¿cómo carajos le pides perdón a una madre cuya hija murió por ti? Su padre era robusto y su cara expresaba una profunda tristeza, tenía la mirada fija en la blanca pared del salón. Kim tenía dos hermanos. Uno se llamaba Oliver, tenía 23 y el otro era Jun, él tenía 5 años. Los mire a todos con cuidado. Una familia que ahora estaba incompleta.

― Señora, yo...― no pude terminar esa frase ella hizo un ademán con la mano para callarme. Me miró y en ese momento pude ver el dolor reflejado en su mirada.

―No, tranquilo. Mi Kim lo hubiera hecho por cualquiera, no es tu culpa. Ella era...― y su voz se quebró, las lágrimas aparecieron implacables en sus ojos, se tapó la cara y comenzó a soltar sollozos estrepitosos. Su marido la tomó por un brazo y la apretó en su pecho, me miró de reojo y negó con la cabeza.

―Creo que no tienes nada más que hacer aquí― las palabras que me dirigió Oliver fueron cautelosas pero me transmitieron un mensaje bien claro, "lárgate".

El me odiaba, su padre me odiaba, su madre debía de odiarme, yo me odiaba. Por mí, una persona estaba muerta y una familia tendría un hueco que no se taparía nunca. Miré al pequeño Jun, estaba sentada mirando a la nada, tan apacible. Me pregunté si comprendía lo que sucedía, si sabía que su hermana no volvería jamás. Quizá no lo entendía, era un pequeño.

Jun giró en mi dirección y sonrío. Un escalofrío me recorrió en ese momento. ¿El niño me sonrió?

Era una sonrisa burlona, se volvió a dar la vuelta hacia donde había mirado antes, luego me miró de nuevo y una carcajada sonora me hizo sobresaltar.

Mis padres esperaban en la entrada, no dijeron nada. De hecho no estaba de humor, no quería que me reconfortarán y mucho menos que me dijeran que todo estaría bien y que no fue mi culpa. Patrañas. Quería estar solo con mis pensamientos. Tenía tiempo, en el instituto dijeron que necesitaba descansar, para recuperarme de un acontecimiento tan macabro.

Volvimos a casa y subí directo a mi habitación, me quité el maldito traje que traía puesto y arroje las prendas a un cesto. Me vestí con un pijama, playera blanca y pantalones azules. Me recosté en la cama y sin darme cuenta me quedé dormido.

Soñaba con el accidente, y entonces las personas que estaban ahí se convertían en la familia de Kim.

―Es tu culpa.

― Asesino.

― El que debió morir eres tú.

―Tu mataste a mi hermana mayor.

Desperté empapado en sudor y con la respiración agitada. Llevaba dos noches con ese sueño y estaba empezando a creer que no podría con este sentimiento.

― Fue mi culpa. Yo debí morir, no ella.― le hablé a la nada.

―No es verdad, Derek.― una segunda voz, y de mujer, se escuchó en la habitación. Por un instante pensé que era una tontería porque estaba solo, pero instintivamente respondí.

― ¿Quién está ahí? ¿Madre?

― ¡Hay, no es cierto! ¿¡Derek, me escuchas!?

Mierda, no estaba solo y no era de mi madre aquella voz. No quería hacerlo pero la reconocía. Sabia de quien era la voz, aunque solo la escuché una vez.

― ¿Kim?― Me aventuré a decir.

― ¡Si! Soy yo, aquí estoy.― giré el rostro solo para encontrarla parada de pie junto a mi cama. Vestía la misma ropa que la última vez que la vi con vida. Era prácticamente la misma, pero eso no podía ser, porque estaba... ¿Muerta?

Comencé a reír como imbécil. Y me levanté de un salto, retrocedí hasta topar con pared. Ella me siguió con la mirada y trató de acercarse.

― ¡No te acerques más! Se supone que estas muerta.

―Pues sí, lo estoy.― lo dijo de forma tan natural, que me hizo ver como un completo idiota.

―No, eso no puede ser. ― presa de la confusión y el pánico, busque una explicación razonable.― Debo estar soñando... Si eso deber ser, volveré a la cama.― y dicho esto me acosté de nuevo y me cubrí con las sabanas. Hubo silencio por un rato y pensé que todo había terminado, saqué la cabeza pero ahora ella estaba frente a mí, justo a unos centímetros de distancia. Tanto que pude observar a detalle aquellos ojos extraños que se cargaba.

―Derek, no estas soñando. Morí, pero estoy aquí. Vine a verte.

¡La madre!, ella estaba aquí porque vino a verme. Y si, estaba muerta. Salí disparado hacia la puerta de mi cuarto, ella me siguió y yo retrocedí cambiando de dirección bruscamente. Kim se detuvo en el umbral y se echó a reír.

― ¡No, no, no! ¡Esto es una maldita broma!― Ella se movió del umbral y me hizo una seña hacia la puerta indicándome que podía pasar. Bajé las escaleras corriendo y me topé con mi padre, se me quedo mirando y tragó un sorbo de agua del vaso que sostenía.

― ¿Qué te pasa? Estas pálido. ¿Le hablo a tu madre?

― No hace falta, estoy bien. ―Negué rotundamente, si mi madre me veía en este estado se asustaría más de lo que yo lo estaba en esos momentos. ― Escucha viejo, ¿me haces un favor?

― Depende... Si es sobre dinero. Olvídalo.

― Golpéame. Quiero saber si estoy soñando, y si no lo estoy sube a revisar mi cuarto.

― Hijo, no estas grande para esa clase de juegos.

― ¡Solo hazlo! ― exigí.

El me golpeó el brazo con ganas. Y como sospechaba, si me dolió. No estaba soñando, pero me rehusaba a creer que la había visto, quizá solo aluciné, tanto estrés me había afectado.

Seguí a mi padre por las escaleras, entró al cuarto y buscó sin saber que encontrar.

― ¿Feliz? ― preguntó. Y comencé a reírme de mi mismo. Solo había sido una estupidez. Despedí a mi padre y cerré la puerta. Pero al cerrarla Kim apareció a través de la pared.

― ¡Buuu!― gritó y me deje caer al suelo. Esto era suficiente. O estaba loco o era real. Deseaba que fuera lo primero.

― Esta bien, ya basta. Puede que seas una alucinación a causa del trauma, pero voy a creer lo que dices. Así que déjame tranquilo.

― Derek, eres un idiota. Y te diré una cosa, no te voy a dejar tranquilo. ¿Recuerdas que te dije que te arrepentirías de rechazarme?

― S..Si .― Esto no presagiaba nada bueno.

― Pues... Por eso estoy aquí, no me fui porque tenía cosas pendientes que hacer contigo.

―¿Va..Vas a Lastima..Lastimarme?― me sentí el hombre más cobarde del mundo.

―No, eso jamás. ― Y se sentó a mi lado, en el frío piso. Me sentí aliviado pero el pánico aún no se iba, sentía que me orinaría a en los pantalones. Esto era real, Kim regresó de entre los muertos para hacer que me arrepintiera de rechazarla. No dije nada, respiré entrecortadamente y ella solo me observó divertida.

― Digámoslo fácil y rápido. Ahora tienes una fantasma por acosadora. ― Debió notar mi cara de confusión porque lo aclaró mirándome a los ojos ― Si Derek, te voy a acosar hasta que estés completamente arrepentido.

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