CAPÍTULO IV

Estaba en una clase de qué sé yo, porque desde el primer momento en el que empezó la clase me aburrí de mil maneras, no había ningún día desde que llegué a este horrible lugar donde no estuviese aburrida. En este lugar se estaban empeñando en hacerme ver como una santa paloma, hasta tenía miedo que entre tanto rezar me sacaran cualquier mierda que tuviese dentro y saliese siendo otra persona de aquí.

—Aria Johnson por favor a rectoría, Aria Johnson por favor a rectoría —repitió, ¿tan rápido se habían dado cuenta de mi pequeña bromita?

Sin más preámbulos me levanto y Maria me mira asustada… sabe que hice algo. Salgo del salón hasta llegar a la rectoría donde estaba Sor Patri.

Toque la puerta antes de entrar recibiendo como respuesta un: “pase”.

—Hola Patri.

—Aria Johnson, ¿me vas a decir lo que hiciste? —me pregunta Patri.

—¡Se supone que en este lugar están enseñando normas de cortesía Patri! —me hice la ofendida colocando mi mano en mi pecho—, No he hecho nada Sor Patri… —intento convencerla.

—¿Y lo del laxante en la sopa no fue nada? —me grita, fue tanta mi sorpresa que me exalto un poco.

—¿¡Yo!? Yo no he hecho nada Patri.

—Tenemos pruebas señorita Johnson, cuando se dan medicamentos se deja un registro, todo el instituto tiene cámaras de seguridad, vuelvo a repetir la pregunta y quiero LA VERDAD.

Trago de forma pesada al ver que justamente estaba atrapada, ¡carajo!

—Patri yo…

—¡¿Tú que?!

—Como le dije a la enfermera, tengo muchos problemas digestivos, no me hablo con nadie aquí, y sin querer confundí el laxante con la sal, no me di cuenta de mi error —empiezo a llorar intentando convencerla—, Soy muy feliz aquí Sor Patri, por fin me siento en familia, por favor no me echen del instituto —me hago la vil víctima.

—¡Cariño! —me responde sorpresivamente Sor Patri—, ¡Alabado sea el señor que te sientes así! —agradeció Patri mirando al techo…

—¡No te haré nada! Sé que eres un amor de persona, sé que pronto harás amigas.

—Gracias Patri, espero que si —No gracias, no quiero ser amigas de una mojigata—, ¿Ya me puedo ir?

—Oh, lo siento querida, Jace, el profesor de religión quiere hablar contigo, es también nuestro consejero —Patri toma mis manos—, Te puede ayudar con tus problemas…

—Este… si claro Patri, gracias

Justo en ese momento me levanto de la silla, seco mis lágrimas falsas, desde que aprendí a llorar de un momento a otro me había sacado de muchos aprietos.

Cuando salgo de la oficina, chocó contra un pecho fuerte y firme.

—Buenos días, señorita Johnson.

—¡Profe! Todo fue un malentendido —alzo mis manos como señal de rendición—, ¡Lo juro!

Para mi sorpresa, aquel profesor me toma del cuello y una parte de mi mandíbula y me acerca hacía él.

—Puedes engañar a Sor Patricia —me dice en un tono demandante—, Pero a mí no, sé que eres una chica problemática y un dolor de cabeza.

No respondo nada, estoy en blanco.

—Te mereces un castigo por mentirosa y mal portada.

—Yo…

—A mi oficina, ¡AHORA! —todo mi cuerpo tiembla con solo escuchar su grito, pareciese que rugiera como si fuese un animal feroz.

Asiento siguiéndolo hasta su oficina, una hermosa oficina con olor a bosque, de colores café.

—Apóyate sobre mi escritorio, boca abajo.

Yo lo hago sin rechinar muerta del miedo.

Él se posa detrás de mí, lo siento tan cerca que siento como todo me tiembla, sus manos acarician mis piernas desnudas a causa del corte que le había hecho a la falda.

—Además, eres una ramera.

—¡Disculpa! Voy a demandarte.

—Hazlo, y le diré toda la verdad a Sor Patricia y hablaré con tu padre para que te meta a un colegio militar o algo peor.

—¡No serías capaz!

—si tú lo dices.

Sus manos me vuelven a tocar mis piernas, pero esta vez alzan mi falda dejándome expuesta.

—¿Estás utilizando bragas de encaje? ¿A caso no utilizas las que te dan aquí? —me pregunta susurrándome sobre mi oreja.

—Eso es para monjas.

—¿Así que esa es tu excusa para utilizar la falda como una ramera y utilizar estas braguitas de… ¿Victoria Secret?

—¡Puedes decir lo que quieras! No me importa lo que pienses.

—¿A si? —me pregunta en un tono burlesco, tomando un lado de mis braguitas jalándolo y dejándolo caer sobre mi piel.

—¡Déjame en paz!

—Te voy a educar, como no lo han hecho eso lo prometo, eres una mal educada, grosera, contestona y manipuladora… Pero a mí no.

—¡Di lo que quieras! No me importa lo que digas.

En ese momento él baja un poco mis bragas, con solo su tacto siento como todo me tiembla y un extraño escalofrío recorre mi columna vertebral, su mano acaricia mi trasero de forma suave y amorosa, pero a la vez que firmeza y decisión.

Este hombre… ¿Me iba a castigar con nalgadas?

Mi respiración se empezó a poner errática, hasta que llegó el momento…

La palmada.

La primera palmada fue ligera, nada dolorosa, pero hubo una brusquedad. Todo mi cuerpo se había tensado en anticipación de lo que estaba a punto de suceder…

No podía creer que esto estuviese pasado.

Fue en ese momento cuando su segundo golpe impacto sobre mi otra nalga.

Esta vez fue mucho más firme, jamás me imagine en este momento, mis padres jamás me habían nalgueado ni nada de eso, pero este idiota me tenía tendida sobre su escritorio con mi culo arriba castigándome, sonrojada y lo peor de todo.

Con ganas de que él me follara.

Espera… ¿Qué?

Pero, a decir verdad, ya estaba mojada. Unas estúpidas nalgadas habían logrado ponerme…

Cuando después de golpear mi trasero, me acariciaba con amor me hacía sentir extraña, sentía un extraño hormigueo recorrer mi cuerpo sin razón alguna. Una parte de mí deseaba que él me poseyera, quería someterme por completo a él, y dejarle hacer lo que quisiera conmigo.

Jadee cuando el siguiente golpe, mordiendo mi labio inferior cuando note que de mis labios se estaban escapando gemidos

Otra serie de golpes fue difícil en sucesión. Dos, tres, cuatro, cada uno más duro que el anterior. Me dolió ahora. Tal vez, para este momento mi trasero debe de estar de color rojo carmesí, o al menos rosada, aunque la idea de que él me tomara del cabello y me follara... solo me excitó aún más.

¡Debo de estar loca!

Debe de ser porque hace tanto que no sabía que era tener una polla dentro de mí.

Otro, luego otro. Su mano gustosa aterrizaba por completo sobre su piel desnuda con una precisión aguda.

Dolor.

—¿Ahora si vas a ser una buena niña?

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