CAPÍTULO II

No podría darle crédito a la puñalada que me había dado mi padre al enviarme a aquel internado, con ayuda de aquella bruja, ella era la única culpable por haberle lavado el cerebro a mi padre… la odiaba tanto. Siempre se entrometía donde no debía.

Ahora me encontraba en el auto con un hombre de confianza de mi padre en camino al aeropuerto, ya que mi querido progenitor no se había dignado ni siquiera en acompañarme porque tenía que cuidar a la bruja y a su nuevo hijo. Él era tan tonto que no se daba de cuenta que ella solo lo quería por su dinero. Pero tarde o temprano se daría cuenta de esto, y ya no tendrá a su hija detrás de él.

—El instituto es un lugar muy bueno, tu padre no se equivocó en mandarte allí —me dice aquel idiota a mi lado, mientras yo me encontraba con mi cabeza apoyada a la ventana del auto.

—¿Sabes la diferencia entre pedir una pizza y tu opinión? —espeto—, Que la pizza si la pido, más tu opinión no.

—¡Niña insolente! —me grita aquel hombre enojado mientras yo sigo en lo mío.

Unos minutos después llegamos al aeropuerto, aquel hombre hace todo el papeleo mientras yo me encontraba sentada en la sala de espera, esperando que pasara algún milagro.

Aunque sabía que eso no iba a pasar, de hecho, debería dejar de esperar cosas de la gente.

—Ya está todo listo —me dice aquel tipo volviéndose a acercar hacia donde yo me encontraba—, Toma, estos son tus papeles y tu pasaporte, hasta aquí llega mi compañía, pero cuando llegue estará un carro esperándote para llevarte al instituto.

—Ajá —le digo indiferente, tomando los papeles casi arrebatándoselos de la mano.

—Tu papá quería que supieras que-

—Me sabe a m****a lo que quiera el viejo —lo interrumpo—, Ahora te puedes ir muy a la m****a —musito molesta entre dientes, empezando a caminar hacia el avión privado que estaba estacionado frente a mí, ya que tenían miedo que me escapara del aeropuerto.

Me subo al avión, pongo mis auriculares a tope de volumen y segundos después el vuelo empieza.

—Disculpe señorita —me dice la asistente de cabina moviéndome suavemente—, Acabamos de aterrizar en Londres.

—Okey —le respondo quitándome los auriculares para después tomar mis cosas y salir del avión.

A solo un par de pasos estaba estacionado un auto de color negro, sin ni siquiera saludar al conductor que muy amablemente, él me sonríe y se sube al asiento de conductor mientras yo estaba en la parte de atrás. Minutos después el auto se estacionó en las afueras del que supongo que era el instituto, creo que a cualquier persona amante de Harry Potter le hubiese gustado este instituto, tenía aires de ser una clase de castillo. Con techos en forma puntiaguda, paredes de piedras, algunas ventanas altas y altos muros, sí que hacían la tarea imposible el tener que escapar.

—Buenos días, señorita Johnson, mi nombre es Sor Patricia —me saludo una clase de monja cuando salí del auto.

—Por favor llámame Ari, Patri—le respondí dándole una sonrisa.

—Niña Aria, bienvenida a Liberty Blue High school, una institución católica dedicada al amor a nuestro señor Jesús y nuestro padre Dios. Aquí tendrás un lugar de reflexión, cambio y devuelta al camino de bien y de Dios.

—¿Okey?

—Tendrás clases de canto, clases de tejer, cocina, alabanza y de instrumentos… ¡Y muchas cosas divertidas! —un gesto feliz se le formó en el rostro haciendo notar sus arrogas—, Acompáñame.

En ese momento entramos a aquella cárcel de la realeza.

—Quítate esos horribles aretes —dijo refiriéndose a mis piercings—, Los pones en la caja que cuando salgas del instituto será devuelto, te cambias de ropa por el uniforme, cero tacones o botas.

—¡Sin tacones! —grito, sorprendida—, Pero estos son de Marca, son caros, no puedo andas con cualquier cosa de mala muerte.

—Reglas son reglas. Cero celulares, cualquier arma corto punzante, bebida o sustancia alucinógena a la caja, eso sí sería desechado.

—Entiendo, entiendo —musito, molesta a regañadientes tomando la caja y dirigiéndome al baño, donde saco mi cajetilla de cigarrillos y la meto entre mi sostén, con mucho dolor me quito mi ropa de marca y la sustituyo por el horrible uniforme: una falda de color gris hasta las rodillas, zapatos bajos de color negro con medias hasta las rodillas de color azul oscuro, camisa con corbata de color azul oscuro con rayas amarillas y una chaqueta elegante de color azul oscuro con mangas.

¡Quién podía caminar con esta falda tan larga!

A regañadientes me pongo el uniforme y salgo del baño y le entrego la caja con mis cosas a Patri.

—Listo,

—Está bien, te voy a llevar a tu habitación pídeles a tus compañeras que te pongan al corriente de los cursos y horario de estudio. —me dice Patri caminando de forma apresurada mientras yo intentaba seguirle el paso—, Tu habitación queda en el pasillo de San Francisco de Asís.

—¿Y ese quién es?

—Fue un santo umbro, diácono, también conocido como "El Padre Francisco" y fundador de la Orden Franciscana, de una segunda orden conocida como Hermanas Clarisas y una tercera conocida como tercera orden seglar, todas surgidas bajo la autoridad de la Iglesia católica en la Edad Media. Renuncio a las seducciones del mundo para vivir en paz, humildad y libre de prejuicios, para predicar la serenidad y alegría a los necesitados, así fue como vivió San Francisco de Asís, el santo italiano que se festeja este 4 de octubre. Que Dios nos haga Instrumentos de Su Paz. Di amén niña Aria.

—Amén —dije indiferente rodando los ojos.

—Niñas —saludo Patri al entrar a la habitación, en esta había tres chicas.

—Buenos días Sor Patricia, Dios la bendiga —la saludaron al unísono.

—Buenos días, niñas, Dios las bendiga a ustedes también, les presento a su nueva compañera de clase y de habitación: Aria Johnson.

—Está bien Sor Patricia.

—Gracias Patri, nos vemos —me despedí viendo como se comenzaba a alejar—, ¿Y ustedes son?

Ellas me miraron con recelo.

—¡Bienvenida! Mi nombre es María —se presentó una chica con voz tierna, cabello corto en forma de hongo, ojos miel y mejillas sonrosadas—, ellas son Danna —señalo a una rubia que me miraba con el ceño fruncido, de ojos verdes y labios gruesos—, y Rebecca —señalo a una chica trigueña de ojos grises, cabello ondulado.

—Hola—me saludaron a regañadientes—, Es hora de irnos a la iglesia a escuchar la palabra de Dios —expreso Rebecca.

—¿Tengo que ir? —pregunto esperando que la respuesta sea negativa.

—Sip —me respondió con una gran sonrisa María tomándome del brazo y arrastrándome fuera de la habitación.

—¡Te vas a divertir mucho! Son superdivertidas las misas, cantamos y tocamos instrumentos.

—Si… qué divertido… —dije intentando mostrarme feliz.

 Caminaba junto a las chicas por el largo pasillo hasta llegar a donde suponía que era el lugar de la misa, donde estaba reunido miles de chicas, algunas en el escenario, otras tocando instrumentos musicales y otras sentadas con panderetas.

—Dios está aquí, qué hermoso es… quédate señor donde hay dos o tres —cantaban todas las chicas felices—, Quédate señor cada corazón, quédate señor en mí…

—¡Perfecto, chicas! Muy bien, gloria a Dios —hablo a través del micrófono al final un hombre alto, de piel trigueña, cabello castaño, musculoso, barba algo poblada, alto con mirada penetrante.

Sin casi darme cuenta nuestras miradas se cruzan y siento un extraño escalofrío que recorre toda mi columna vertebral, siento como si su mirada me atravesara.

—¿Quién es él?

—El profesor de religión, Jace Daniells… ¿A que es guapo?

—¡¿Ese es el cura?!

—Nop, el cura está en Italia en una capacitación. Ese es el profesor de religión.

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