Un nuevo infierno

I

A Magdalena le prometí amor eterno en su cumpleaños número treinta y uno. Yo estaba cerca de estos cuarenta que hoy me tienen con el abdomen abultado y el cabello nevado. Ella lucía hermosa en vestido blanco y tenis con percha juvenil. Yo usé un traje de color negro y una camisa blanca. En mi cuello colgaba un moño plateado y llevaba los zapatos más pulcros que nunca. Porque nunca usaba zapatos. Porque nunca me había casado.

‘’Acepto’’, le dije al sacerdote y después besé a Magdalena en una de esas conexiones que casi siempre acababan con mi mano en su cintura y mis deseos flotando por cualquier lado, mas entonces no era la ocasión. Hube de controlarme, que la emoción de a poco me levantaba el pantalón a la altura de la entrepierna.

No pude no acordarme de aquella noche afuera de la capilla, cuando me le a

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