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Capítulo 4

 ¿Algo peor que pertenecer al circo?, ser la nueva atracción

Tan pronto como llegué al aeropuerto llamé a la señora Furléz, ella me dijo una clave para decirles a los guardias y ellos me dejaron pasar al estacionamiento de aviones. Observé un avión con el nombre "Circo Furléz" tenía colores misteriosos y daba la impresión de que saldría magia. Unos hombres musculosos hacían el trabajo de cargar a los animales y el equipaje, no era como si yo viajara mucho, pero notaba que ese avión era más grande de lo normal, todos los integrantes del circo andaban esparcidos esperando para abordar.

—Señorita Miles —escuché, voltee mi rostro encontrándome a la señora Furléz quien se acercaba contoneándose con una gracia inigualable.

¿Estás buceándote a una mujer Francia?

No, estaba admirando su belleza, ya cállate conciencia.

—Me alegra que haya decidido unirse a nosotros —dijo la señora Furléz cuando se acercó a mí.

—Solo estos cuatro meses de vacaciones —dije—, necesito salir de Pequeña Venezia.

—Si cuatro meses no son suficientes para usted, puede firmar con nosotros y ser parte de nuestra familia, imagínelo, viajar por el mundo, disfrutar de la vida, son cosas que no encontrará atrapada en esta ciudad.

—Tendría que pensarlo —murmuré.

Ni de broma me uniría a un circo de manera permanente.

—Claro que lo hará —dijo sin borrar su sonrisa—. Venga quiero presentarle a su nuevo equipo de baile.

Observó como yo comenzaba a arrastrar mi equipaje, así que alzó una mano en señal de que me detuviera, y le hizo señas a un sujeto lleno de sudor para que se ocupara de mis maletas. Por algo era bueno ser la dueña, todos le hacían caso.

Nos acercamos a un grupo de chicas ellas guardaron silencio al notar a la señora Furléz acercarse, yo buscaba al chico Mazo con la mirada, desde que llegué no lo había visto.

—Hola señoritas —dijo la señora Furléz.

—Buenos días Dama —dijeron todas a la vez haciendo una pequeña reverencia.

 ¿Qué? Ni que fuera su majestad.

—Aquí les traigo a su nueva profesora de baile, espero que la respeten –su tono comenzó a volverse severo—, ella estará solo cuatro meses, la idea es que quiera seguir enseñándolas y si escucho la mínima queja por parte de ella, habrá consecuencias.

No sé si eran ideas mías pero sentí como a todas se les erizó la piel, y hasta yo me tensé al ver su rostro estricto.

La señora Furléz se retiró y me dejó ahí anonadada por la disciplina que emitía por cada poro de su piel.

Las nueve muchachas me miraron como si fuera la nueva atracción del circo, aunque tal vez así era. Estaba nerviosa, pero no quería dar la impresión de no saber qué hacer aunque no sabía qué hacer.

— ¿Qué tal si comenzamos a presentarnos?, verán, cada una dirá como se llama, que edad tiene y por qué decidieron unirse al circo —dije—, desde mi derecha y finalizo yo.

Comenzó una chica llamada Clara Acedo, y luego otra tres más que se llamaban con el mismo nombre y no solo eso, eran gemelas, supongo que su madre no era muy creativa, las diferenciaban con: "Clara 1, Clara 2..." hasta la cuatro, que hilarante.

—Bien —comenzó a decir la quinta chica al ver mi rostro anonadado—. Soy Isabella Monteverde, tengo 17, y estoy aquí porque hui de mi casa.

—¿Por qué? —me arriesgué a preguntar.

La muchacha sonrió un poco, tal vez le gustaba ser el centro de atención, era morena aunque su tono era realmente pálido, casi como grisáceo y su cabello estaba lleno de trenzas. Definitivamente una imagen ruda para una nombre tan dulce como Isabella.

—Mi padre era un alcohólico bastardo, mi madre había muerto por la peste, y solamente me fui, me encontré con Dama y ella me acogió aquí.

—¿Por la peste? —repetí sin comprender.

—Cáncer en el esófago, solo digo peste para que no suene tan grave.

Ah, bueno, a mi parecer peste sonaba más grave.

—Yo soy Ana Cruz —dijo una rubia de ojos negros, su rostro parecía de una mujer mayor, aunque su cuerpo era todavía pequeño—, Tengo 19, ella: es Maria Gil tiene 18 y ella: Paola Ferht tiene 16, me presento por ellas porque Maria y Paola son mudas, pero escuchan muy bien, nos criamos juntas, en nuestro pueblo hubo un incendio y tuvimos que huir por eso llegamos aquí.

¿Todas eran pueblerinas acaso?

—¿Antes Vivian con sus padres?, ¿han intentado comunicarse con ellos? —pregunté sorprendida. Ella suspiró como si hubiera escuchado eso muchas veces, Maria y Paola sonrieron con tristeza.

—No quedaron restos en ese pueblo... —parecía que quería decir otra cosa, pero se quedó callada.

—Bien yo soy Delia Murphy, tengo 19, y estoy aquí porque mis padres querían que me casara con un anciano de 50 años —dijo con tono enojado—, ahora ¿podemos terminar con esto?

Uh, alguien era temperamental.

—Cálmate —dijo Isabella.

—Es que estas son estupideces —respondió encogiéndose de hombros, tenía un corto cabello castaño, sus ojos eran azules y de verdad lucía como una niña mimada, aunque rebelde.

—Bien... —murmuré, y me di cuenta que debía de ser sincera, así como ellas lo fueron conmigo— soy Francia Miles, tengo 19 años, y estoy aquí porque...

Soy muy aburrida. No he vivido nada interesante. Necesito una aventura. Buscarle otro punto de vista a la vida. 

Había muchas razones.

—Necesito encontrarme —dije simplemente.

—¿Pero te perdiste a ti misma? —murmuró Isabella y todos se rieron, incluso yo estiré la comisura de mis labios.

—Deberías ponerte un rastreador —agregó Delia entre risas.

Que gracioso, me muero de la risa.

—Si —dije forzando una sonrisa aunque no me daba risa—, eso planeo.

Antes de que las muchachas dijeran algo, Rodolfo con su singular bigote de Hitler estaba gritando: "Abordando tripulación Furléz, abordando..."

Tomamos asiento y tan pronto como estábamos las diez juntas, comenzaron a hablar de música, películas y series, yo me limitaba a escucharlas y de vez en cuando intervenía, pero no me sentía cómoda debido a que mi estómago estaba revuelto, jamás en mi vida había viajado en avión, el despegue me mareó y ver solo nubes por la ventanilla hacía que sintiera el ácido subir por mi garganta.

—Hey Francia —dijo Ana—. ¿Te encuentras bien?

Negué con la cabeza, me quité el cinturón y me levanté caminando por los pasillos siguiendo los carteles que decían <<baños>>, la mayoría me observan disimuladamente, además de ser la nueva de seguro veían mi rostro de color verde, así lo sentía.

Llegué a una cortina azul que cubría un pasillo donde se encontraban los baños, arrime la cortina y cuando entré al pasillo sin salida, habían dos puertas frente a frente, la izquierda de los chicos y la derecha de las chica, corrí a la puerta de mi destino cuando la puerta del baño de los chicos se abrió, dándome justo en la frente y en la nariz, maldije en voz baja por ser un pasillo tan estrecho.

—Hey —se quejó el muchacho, yo no lo miré, sentí que el vómito no lo podía controlar y si no me daba prisa le vomitaría encima, tan rápido como pude, lo empujé hacia la pared del fondo y cerré su puerta del baño para poder abrir sin dificultad la puerta del baño de mujeres, pero el muchacho me agarro el brazo antes de que lograra entrar—. ¿Qué estás…?

Yo solo lo miré a sus ojos grises enojados, no lo culpaba lo había empujado, intenté transmitirle mis disculpas, cuando el vomito salió de mi boca y lo bañó por completo.

El chico parecía debatirse entre limpiarse, ofenderme o golpearme, había manchado su playera negra, sus jeans y sus zapatos deportivos con el desayuno de esta mañana. Antes de que yo murmurara mis disculpas, sentí otra arcada, tapé mi boca con mi mano, me giré y entré al baño, cerrando la puerta a mis espaldas, me arrodillé en el retrete y boté todo el alcohol que había ingerido anoche, también la carísima cena del restaurante que pagó el doctor Chester y hasta el Doritos que me comí el sábado. Sentía mi estómago plano y vacío, sin embargo vomité hasta lo último que guardaba.

Bajé el váter y traté de normalizar mi respiración, me eché agua en mi rostro y me miré en el espejo, el verde oliva de mis ojos se había tornado a un amarillo verdoso, mis cejas seguían perfectamente depiladas lo cual no me daba el aspecto tétrico que sentía por dentro, enjuagué mi boca muchas veces, sin embargo no podía sacar el sabor ácido de mi garganta.

Recordé al muchacho que bañé de vomito...

Mierda.

Trágame tierra.

Es decir en este circo había mínimo 300 personas, puede que nuestros caminos no se cruzaran nuevamente, aunque yo era la nueva, de seguro por eso me retuvo y me dijo que no me conocía, ¿Qué acaso él conocía a todos allí?

Cuando me sentí mejor, abrí la puerta del baño, para mi sorpresa el piso estaba impecable, cerré la puerta para poder salir, llevándome un gran sobresalto al ver al muchacho que había empapado de vómito anteriormente, o eso creía, tenía su mismo rostro, pero ahora tenía una franela gris, un blue jean y otros zapatos deportivos.

—¿Eres el chico que empapé de vomito? —indagué tratando de demostrar con mi rostro lo apenada que me encontraba, él asintió con la cabeza, tenía sus manos detrás de su espalda y todo su cuerpo era como un muro que me evitaba el paso a la salida. Su cabello castaño estaba mojado; rozando sus hombros, de seguro se había bañado.

—Lo lamento, no lo podía controlar, venía rápido entonces me agarraste el brazo y simplemente te vomité, en serio lo siento, yo te pagaré por una nueva camisa, jeans y zapatos...

El muchacho simplemente me observó, poniéndome los nervios de punta, sus ojos grises me intimidaban, su rostro era severo, parecía que estaba acostumbrado a acosar a la gente de esa forma.

—Oye, por favor, solo di algo —insistí—, si me vas a matar dame la oportunidad de correr...

Estrechó sus ojos e inclinó su cabeza a la izquierda, me hizo recordar a un cuervo: misterioso, siempre acechando, impredecible.

—¿Quién eres? —Preguntó—, y no se atreva a vomitarme nuevamente, por favor.

Hice una mueca y fijé mi mirada en sus ojos grises, de seguro como él era más alto que yo, podía utilizar mi mirada de perrito inocente para que no se molestara.

—Soy Francia Miles, la nueva profesora de baile —dije, no sabía si extenderle la mano para presentarme, porque tenía el presentimiento de que no me la estrecharía, así que la dejé dentro del bolsillo de mi blue jean.

Él siguió con esa mirada amenazadora haciendo que mi respiración se volviera acelerada, era intenso, y no sabría decir por qué pero sentí el calor llenar todo mi cuerpo como me sentí cuando estaba con Estefan solo... que ya no estaba borracha.

—¿Dama la contrató? —siguió indagando pero parecía burlarse de mí.

—¿A qué vienen las preguntas? —pregunté alzando ambas cejas, él inclinó la cabeza esta vez hacia el lado derecho, parecía que me estaba evaluando y estaba muy segura de que mis mejillas estaban completamente rojas.

—Debo saber si es del equipo, no aceptamos que los fans se cuelen con nosotros.

No sé por qué, pero me imaginaba que eso ya les había pasado muchas veces.

—No me contrató exactamente, tenemos un acuerdo, solo estaré estos cuatro meses y luego me iré.

—Cuatro meses —susurró como si se hablara así mismo—. Debe firmar para ser parte de esto...

—Sí, ya me lo han dicho –comenté.

¿Por qué todos parecían insistir en que me quedara? Me sentía importante.

Él enderezó su cabeza y dejó de mirarme de una forma amenazadora.

—Dale, chica vómito, puedes irte —sonrió, no pude evitar notar que se le formaban unos hoyuelos en las mejillas.

—¿Disculpa? —fruncí el ceño sintiéndome ofendida.

—Perdonada —dijo, y dejó ver que los brazos que mantenía a sus espaldas tenía un suero de fresa y un acetaminofén.

—Tenga —dijo, yo le obedecí quedándome algo sorprendida por su gentileza—, esto te ayudará a sentirse mejor.

—Vaya, gracias, uhm... —lo miré en espera de que me dijera su nombre. Él me miró mientras retrocedía, sus labios se ladearon en una sonrisa pícara dejando ver un hoyuelo en su mejilla, me guiñó el ojo cuando desapareció detrás de la cortina.

Me quedé quieta sin saber qué hacer durante un largo momento, cuando reaccioné abrí el suero y lo ingerí hasta que estuve nuevamente sentada en mi puesto.

—¿Dónde andabas picarona? —dijo Isabella reposando sus codos en la mesa que nos separaba.

—Vomitando todo lo que comí —dije—, pero ocurrió la peor vergüenza de mi vida.

—¿Qué pasó? —dijeron las cuatro Claras a la vez, solté una carcajada y por primera vez no me importó qué pensaran de mí porque no me sentía juzgada aquí.

Todos eran tan raros como yo y solo así pude sentirme normal.

—Cuando me dirigía al baño no aguanté las ganas de vomitar —expliqué— y le vomité encima a un muchacho.

—¡Que asco! –Gritó Isabelle—, ¿a quién?, ¿quién fue?

—No me dijo su nombre, pero lo empapé por completo, y cuando salí estaba ahí esperándome, ya se había cambiado, me dio el suero, y un acetaminofén, hizo que le dijera mi nombre pero no me dijo el suyo.

—¿Cómo era? –preguntó la más pecosa de las Claras, debía de ser Clara dos.

—Alto, musculoso, su cabello le llegaba a los hombros —obvie el hecho de que me parecía atractivo—. Tenía ojos grises.

—No recuerdo a nadie así —murmuró Ana.

Maria, comenzó a hacer señas con sus manos a Ana, casi me había olvidado que ella solo era muda pero que escuchaba perfectamente al igual que Paola.

—¿Está segura? —Le preguntó Ana a Maria, parecía sorprendida—, ¡Oh por Dios!, tiene razón, él es el único con ojos grises en este equipo.

—¿Quién? —curioseó Isabella algo desesperada por saber.

—¿Qué está diciendo? —preguntó Delia a Ana.

—Letwin —respondió Ana y todas hicieron una exclamación.

—¿Quién es Edwin? —pregunté.

—Letwin —corrigió Delia—, Letwin Deluca.

—¿Acaso no tenía más nombres? —Bromeé—, ¿por qué todas están tan sorprendidas?

—Porque... —dijo Isabell— llenaste de vomito al chico más peligroso del equipo Furléz.

—Él se mete en problemas y no le importa —dijo Ana—, es una persona sin morales ni ética... tiene suerte de que no la haya asesinado, bien, tampoco para tanto, pero aun así...

—¿Y por qué sigue aquí? —Pregunté interrumpiéndola—, ¿si es tan peligroso, por qué no lo despiden?

—Es equilibrista —dijo Clara uno—, el mejor equilibrista del mundo.

Rápidamente recordé la noche del viernes, el muchacho haciendo equilibrio con objetos inestables a altas alturas, casi se me sale el corazón por la boca, era realmente sorprendente y estoy segura que nadie nunca se atrevería a imitarlo, no le reconocí porque en su acto usaba una máscara realmente aterradora.

—Además, es sexy —dijo Clara tres—, se dice que tuvo un amorío con Kiara.

Al ver mi rostro confuso por no saber quien era Kiara, Clara explicó:

—Es asistente del mago Maximus.

Recordé los actos increibles de Maximus, donde a su asistente (que ahora sabía que se llamaba Kiara) le quitaron la cabeza y su cuerpo caminó solo, o cuando la metieron en una pequeña caja, sin duda era muy flexible y ridículamente bonita, no me extrañaba que a Letwin le gustara.

—La tonta asistente —dijo Isabell—. Yo escuché que ella lo dejó porque su carácter era muy incontrolable. Solo imagínense esa mente criminal con una chica tan hueca como Kiara.

—Pues yo escuché que Letwin la botó porque ella era muy aburrida en la cama —replicó Clara uno—. Él es un aventurero arriesgado, necesita a alguien con su misma mente lunática.

En un momento cuando todos los temas de conversaciones murieron porque todas estábamos muy cansadas como para hablar, me quedé profundamente dormida…

Pero de repente me encontré a mí misma de pie, yendo por el pasillo, todos los tripulantes estaban durmiendo, no sabía a donde exactamente me dirigía pero mis pies parecían que sí, ¿estaba siendo sonámbula?, no me podía controlar, llegué a una pequeña sala del avión, donde habían muchas máquinas de video juegos, mesas de tenis, y de fútbol de mesa.

—Hola —dijo una voz que hizo eco en la oscuridad tenue, voltee mi rostro y visualicé la silueta de Letwin salir de entre las sombras, misterioso y sombrío.

— ¿Qué hago aquí? —pregunté sintiendo mi piel temblar débilmente, creo que nunca me sentí tan atemorizada y empeoró a medida que él se acercaba, su media sonrisa parecía macabra y sus ojos grises resaltaban como luces, todo de él era jodidamente hermoso y atrayente.

—No lo sé, tu dime —respondió deteniéndose frente a mí, llevándose las manos atrás de su espalda—, me gusta tu franela, el búho le da cierto encanto.

Mi camisa con el dibujo del búho también era mi favorita.

—Me la regaló mi mamá —respondí tratando de controlar mis nervios—, es mi favorita.

Dio unos pasos más invadiendo mi espacio personal, me quedé congelada, no podía moverme, mi respiración era un caos al igual que mi ritmo cardiaco completamente acelerado, su perfume intenso y embriagante atosigó mis fosas nasales.

Cálmate Francia, solo cálmate.

—Me gustaría más, verte sin ropa —susurró.

¿Que caraj...?

Él se me abalanzó encima, atrapando mis labios con una intensidad que jamás había conocido, su lengua se abrió paso obligándome a abrir mi boca, me agarró de la cadera y sentí una electricidad recorrer mi cuerpo cuandl me montó sobre la mesa de tenis, colocándose entre mis piernas, sus manos acariciaron mi cintura descendiendo hasta la orilla de mi camisa, y me la arrebató sin esfuerzo, tirándola a un lado de la habitación.

Debería sentirme avergonzada, pero no lo estaba, era extraño, sentía miedo de él pero a la vez me sentía protegida en sus brazos y dispuesta a hacer lo que le diera la gana conmigo.

Hormonas acumuladas.

Yo tenía muchas hormonas acumuladas.

 Abrí un poco mis ojos perdida en el deseo cuando distinguí el brillo del cuchillo brillar cuando lo sacó rápidamente del bolsillo trasero de su pantalón, quise apartarme reemplazando la pasión que sentía por terror, pero su filosa punta penetró mi pecho.

Solté un quejido bajando la mirada a la herida, sin poder creer lo que había hecho, tosí sintiendo el dolor expandirse, él me había acuchillado, iba a morir.

Cuando alcé la vista a sus ojos, noté que eran totalmente negros como los de un cuervo, su sonrisa se ensanchó cuando empujó el cuchillo y lo enterró más profundo, hasta dar con mi corazón.

En un último suspiro, mi mirada se nubló y perdí el conocimiento

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