Capítulo 4| "Destello de luces"

ELEONOR

Gracias a la educación que mi padre me había dado desde pequeña, solía ser responsable en todo: tareas, presentaciones, universidad... incluso cuando me invitaban a alguna fiesta, solía ser la primera en llegar; en ese punto tal vez no era tan bueno ser puntual, pues por lo general, los demás me veían con un destello de diversión en su mirada, pues incluso llegaba a verme como una niña con pocos amigos que vivía desesperada para que fuese tomada en cuenta en sus reuniones sociales.

Lo cual no era así, pues simplemente tenía la manía de que si me daban una hora, llegaba a esa hora, a veces unos minutos antes, pero nunca tarde.

Situación que no estaba ocurriendo el día de hoy al llegar a la universidad, puesto que, a unos pocos kilómetros de haber salido de casa, el auto de mi padre había decidido dejar de funcionar, retrasándome casi 10 minutos. No podía dejar de mirar el reloj, mientras esperaba a que mi padre hiciera algo para encender el vehículo. Exhalo una y otra vez, comenzando a darme por vencida, pues todo apuntaba a que no llegaría a la universidad ese día.

Y la verdad, es que realmente estaba ansiosa por llegar, puesto que, la tarde del día de ayer no había pasado investigando sobre el tal Colin Sámaras y había descubierto que era el vocalista de una famosa banda de rock, ese era el motivo por el cual deseaba llegar a la universidad, puesto que si el chico se presentaba hoy, no quería perderme el ver a las chicas babear por él.

—¿Nada, papá? —indago comenzando a darme por vencida.

—Es un problema interno del motor, Eli —contesta, dejando salir un largo suspiro—, no puedo repararlo aquí, me temo que no podrás ir hoy a clases.

Inflo mis mejillas y dejo salir el aire con pesadez.

—Debo de ir al pueblo en busca de una grúa, pero me demoraré mucho en ir caminando —anuncia, a la vez que se separa del vehículo para después dejar caer el capó—. Cariño, no me gusta que camines sola, pero tendrás que regresar sola ésta vez a la casa.

—No te preocupes —arguyo, dedicándole una sonrisa a boca cerrada—, sé cuidarme sola.

Él se acerca a mí y coloca sus manos sobre mis hombros, besa mi frente y después retrocede.

—Llámame cuando ya hayas llegado a la casa, así estaré tranquilo.

—Lo haré.

—Trataré de no demorarme tanto.

—Voy a estar bien. Deja de preocuparte tanto.

Le dedico una sonrisa tratando inútilmente de tranquilizarlo. Pero tampoco podía culpar su sobreprotección, era su única hija por lo que no era malo que siempre quisiera protegerme.

—Solo ten cuidado, Eli.

Y así ambos comenzamos a caminar en direcciones opuestas.

Mientras camino, saco mi cámara fotográfica y aprovecho para ir sacando algunas imágenes del paisaje que me rodea. La calle era solitaria, no teníamos tantos vecinos, por lo que no era transitado por tantos vehículos. Así que aproveché ir cruzando la calle para fotografiar flores que apenas estaban abriendo su capullo, pequeños insectos sacando el néctar de las mismas, ardillas que saltan de rama en rama en busca de bellotas...

Amaba la carrera que había elegido, casi tanto a cómo amaba el baile, pues para un fotógrafo, la pasión estaba desde sacar imágenes de lo más común de la naturaleza, hasta fotografiar atardeceres bañados en varios tonos de naranja, famosos modelos, e incluso estrellas de rock.

Cada vez que enfocaba el lente de mi cámara en algo nuevo, una sonrisa se expandía por mi rostro. Después de todo, el caminar sola no resultaba ser tan malo. Así podía tomarme todo el tiempo que quisiera en llegar, sin tener la presión de papá para que me dé prisa.

Una ráfaga de viento sacudió las hojas de los árboles, se sentía tan fresco, que incluso llegué a cerrar los ojos para disfrutarlo completamente. No sé qué clase de criatura extraña era en la que me había convertido en ese instante, puesto que me encontraba disfrutando tanto de lo que me rodeaba, que nunca me percaté de la bocina de un auto que venía a toda velocidad, el cual a su vez intentaba frenar para no arrollarme. Me encontraba cerca de una vuelta en el camino, por lo que el conductor no fue capaz de verme a tiempo, ni yo a él.

En cuanto mis cinco sentidos regresaron a mí, sabía que era muy tarde, pues me encontraba sosteniendo la cámara de pie en medio de la calle, y ya el auto estaba a tan sólo unos metros. Así que, simplemente cerré los ojos y llevé mis brazos hasta mi cabeza en un pobre intento de protegerme, esperando el golpe que muy posiblemente acabaría con mi vida.

Todo sucedió tan rápido que ni siquiera pude darme cuenta de su presencia, pues nunca sentí el golpe del auto, alejé las manos de mi rostro y abrí los ojos. El chico vestido de blanco estaba de pie frente a mí, de sus manos salían círculos de luces, al igual a como lo hacía de todo su cuerpo.  El auto el cual estaba prácticamente arrollándolo a él, en ese instante estaba congelado, al igual a cómo estaba el conductor.

No me moví, simplemente me quedé anonadada incapaz de alejar la mirada de él, su belleza en ese instante era tan exquisita, que lo único que se me ocurrió hacer fue fotografiarlo. Su cuerpo estaba rodeado de luces de diversos colores, su cabello castaño, se había oscurecido tanto, que no parecía al chico que había visto en otras ocasiones. Sus ojos brillaban tanto, que incluso parecían dos perlas preciosas.

Mis manos estaban temblorosas al tratar de enfocar eso, me sentía como si estaba presenciando la transformación de un ángel.

¿Qué esperas? —una suave voz resonó en mi cabeza. No puedo aguantar tanto tiempo, ¡Aléjate!

Parpadee en varias ocasiones y obedecí enseguida. Corrí hacia la orilla de la calle, y en ese instante las luces se desvanecieron, él volvió a ser el mismo de antes, y el auto siguió su recorrido como si nada hubiese pasado.

No sabía si en este momento debía de seguir con el teatro de no saber nada de él, o si era el momento de hablar. Él continuaba de pie en media calle, su respiración estaba entrecortada, lo que me llevó a pensar que se había esforzado mucho en salvarme la vida. Justo en ese instante, todas las dudas de si era o no mi ángel de la guarda se habían desvanecido. Sonreí sintiéndome inmensamente agradecida, en ese instante comencé a agradecer el hecho de tener un ángel de la guarda.

Él se giro con lentitud hacia mí, no pude ocultarlo más, simplemente lo miré a los ojos. Un celeste profundo cubría su mirada, un celeste que sólo había visto en la mirada de mi padre.

Él se enderezó y miró a ambos lados antes de regresar su atención a mí. La duda cruzó su mirada, sus labios se separaron en repetidas ocasiones pero no dijo nada. Pasó una mano por su cabello y luego por los costados de su chaqueta blanca, pasó saliva con fuerza y después habló.

—¿Tú....? ¿Acaso puedes verme?

—¿Vas a matarme si digo que sí?

Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, sacudió su cabeza en varias ocasiones y después suspiró.

—¿Cómo es que puedes verme?

Levanto los hombros a la vez que me dedico a guardar la cámara.

—Es un don, supongo

—¿Desde cuándo?

—Desde siempre.

—¿Cómo? —su voz sonaba preocupada, él no dejaba de ver hacia todos lados, quizás esperando a ver a alguien más, o tal vez temiendo a que alguien como él, lo viese hablando con una humana.

—No soy normal. Desde niña puedo verlos a todos ustedes. No sé si será un don, o una maldición.

Él continuaba pasando las manos por su cabello en repetidas ocasiones, quizás simplemente no se esperaba a que le ocurriera eso alguna vez. Yo me encontraba jugando con mis manos bajo mi vientre, no sabía qué más decir, ni cómo actuar. Me maldije en mi interior, puesto que justo ahora me había dado cuenta de que lo había echado todo a perder. Había perfeccionado tanto la técnica de ignorarlos, que incluso había logrado llegar a tener un lugar normal en este mundo. Pero ahora, el estar hablando con un ángel, no iba a ayudarme mucho.

—No se supone que tú puedas hacer eso. Incluso debías de haberte congelado junto al auto.

—¿Cómo hiciste eso? —pregunto con curiosidad, sin tratar de moverme de mi sitio—. Digo... casi eras una bola de luz.

Él volvió a sonreír y negó con la cabeza.

—No lo sé. Ni siquiera sabía que podía hacerlo, sólo miré el auto y te miré a ti y pensé en que no podía dejarte morir. Incluso me sorprendí, nunca había hecho algo igual.

—Sé qué eres.

Él volvió a mirarme con un destello de curiosidad en su mirada.

—¿Ah sí? ¿Qué soy?

—Mi ángel de la guarda.

Una nueva sonrisa apareció en su rostro, dio dos pasos hacia mí y luego asintió.

—Así es, Eli. Soy tu ángel de la guarda.

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