Capítulo 3| "Efecto Colin Sámaras"

—¡No vas a creer la noticia que tengo que darte! —retiro el móvil de mi oído y escondo mi cabeza bajo la almohada al escuchar los chillidos de mi mejor amiga.

Muy posiblemente, algo extraordinario había sucedido, para que fuese capaz de llamarme a las 5: 30 de la mañana un día domingo.

—¡Eleonor! ¿Estás ahí? ¡Contesta maldita sea! ¡Sé que estás con la cabeza bajo la almohada! ¡Sal de ahí, cobarde!

Pongo los ojos en blanco y quito la almohada de mi rostro, pues sabía que si terminaba la llamada, ella vol

vería a llamar una y otra y otra vez hasta que yo le contestara, y si simplemente la seguía ignorando, iba a tener que soportar sus gritos durante al menos dos horas. Esa chica no se rendía con facilidad; la amo, claro está. Pero eso no le quita lo pesada que solía ser muchas veces. Así que tomo el móvil y lo acerco a mi oído, dejo salir un largo suspiro y decido contestarle.

—Hola, Milú, ¿Has visto por tu ventana que el sol no ha terminado por salir?

—¡No me importa, Eleonor! Sólo sabía que tenía que compartir la noticia contigo.

—Bueno, dime rápido para ver si puedo volver a dormir.

—¡Colin Sámaras se matriculó en nuestra universidad!

Pongo los ojos en blanco y coloco el teléfono sobre mi pecho, levanto las cejas y me dedico a escuchar un montón de cosas sobre ese tal Colin. Milú hablaba sobre lo guapo que es, sobre la suerte que ahora teníamos todos de que ese gran hombre fuese a ser nuestro compañero. Dejo salir un largo suspiro, miro el reloj en mi mesilla de noche y veo que ya llevo desperdiciado 20 minutos de un agradable sueño; Milú no dejaba de hablar, tal vez se escuchaba más emocionada que una chica de 15 años cuándo va a conocer a Justin Bieber.

—¡Eleonor! ¿Sigues ahí?

—Sí, sí, Milú. Aquí estoy. Sólo tengo una consulta, ¿Quién demonios es Colin Sámaras?

La línea se quedó en silencio, mi amiga había dejado de gritar y de balbucear palabras llenas de felicidad, para darle paso a un sombrío silencio.

—¿Milú?

Eso se llama traición, Eleonor.

—¿De qué estás hablando?

—¡Simplemente no puedes decirme que no conoces a Colin!

—Que seamos mejores amigas desde niñas, no significa que debamos de conocer las mismas personas.

—¡Pero es de Colin Sámaras de quién te hablo!

—¡Wuju! ¡Colin estará en la universidad! —festejo falsamente para que me deje en paz.

Milú se queda en silencio después dice algo que no puedo entender, para así concluir con la llamada. Me hecho a reír, coloco el móvil en la mesa de noche y después vuelvo a envolverme en las cobijas, tendría más tiempo al mediodía para investigar quién era ese tal Colin. Pues a como Milú habló, debía de ser alguien importante, y así tendría un buen tema de conversación con mi amiga.

Cierro  los ojos y dejo salir con lentitud mi respiración, dejándome envolver nuevamente por el sueño.

Despierto cerca de las 10 de la mañana, me siento en la cama y estiro mis brazos dejando salir un largo bostezo. Froto mis ojos con las palmas de mis manos, parpadeo en varias ocasiones y es ahí cuando noto una luz blanca desvanecerse a un lado de mi cama. En ese instante me siento cohibida, a tal punto que acerco la cobija a mi pecho para sentirme protegida, no sabía por qué, pero desde niña, cuando sentía miedo solía esconderme bajo las cobijas, eso era como un escudo para mí.

Miro a mi alrededor, pero ya no hay nada. Aún así estaba segura de algo, él estuvo aquí.

Salgo de mi cama tomo una toalla y luego me dirijo hacia el baño preguntándome cuánto tiempo estuvo ese sujeto aquí, ¿Acaso me había visto roncar? ¿O sacar las piernas y manos de la cama? Quizás incluso me vio babear la almohada.

Tomo el dobladillo de mi camiseta, pero me detengo antes de quitármela. Otra vez, el miedo me invadió, ¿Y si me miraba sin ropa? ¿Acaso era un ángel pervertido? Me abrazo a mí misma y me siento sobre la tapa del inodoro, dándome cuenta que mi vida anormal, había aumentado el doble de la anormalidad a la que estaba acostumbrada.

Así que hice lo más sensato que se me ocurrió en ese instante: me duché con la ropa puesta.

(...)

—Voy a volverme loca —hablo con voz ronca al dejarme caer sobre uno de los taburetes frente a la isla de la cocina.

—Buenos días, cielo. Yo dormí bien, gracias. ¿Y tú? —papá me mira sobre su hombro, dejando de fregar los platos. Sonríe de medio lado y me observa fijamente.

Me dedica esa mirada que no me gusta, sus profundos ojos celestes escrutan en los míos de tal forma que siento que es capaz de meterse en mi cabeza. Sé que es una completa estupidez, pero a veces pensaba que quizás mi viejo por ese motivo continuaba soltero, pues cualquier chica entraría en pánico con solo que se dedicara a mirarla de esa forma.

Mis ojos eran celestes, pero era un celeste bastante apagado a la par del celeste que mi papá tenía en sus ojos. Nunca había visto una mirada como la de él, casi podía asegurar que sus ojos eran únicos en el mundo.

Sacudo mi cabeza y sonrío sintiéndome apenada, pues sabía que es un sarcástico saludo era por el simple hecho de que no lo había saludado yo, al entrar a la cocina a como lo hacía por costumbre.

—Lo lamento, papá —hablo, poniéndome de pie para dirigirme hacia él—, Buenos días, ¿Qué tal estuvo tu noche? —beso su mejilla y después voy hacia la nevera en busca del jugo de naranja.

—Estuvo bien, dormí como un ángel.

Pongo los ojos en blanco ante su última expresión, a lo que él simplemente se echa a reír, para después girarse a secar sus manos y así acompañarme en la isla de la cocina.

—¿Qué pasó con tu sentido del humor?

—Se terminó esta mañana, cuando lo miré desvanecerse en mi habitación. Papá, te juro que pienso que es un ángel acosador. De lo contrario, ¿Por qué  iba a estar en mi habitación?

Su escandalosa risa es reemplazada por una expresión fría y llena de dudas.

—No lo sé —responde seriamente—. Sólo trata de ignorarlo, Eleonor.

(...)

ADMES

Me encontraba mirando el mar cuando lo sentí venir, un fuerte golpe en la cabeza que me hizo trastabillar; seguido después de una escandalosa risa que reconocía a kilómetros de distancia.

Un juego de luces comienza a materializarse a mi lado, para después dejar a la vista a Altaír.

Desvío la mirada y me concentro nuevamente en el movimiento de las olas, el sol comenzaba a descender por el horizonte, y ver el atardecer en el mar, se había convertido en mi mayor pasatiempo. Casi nunca tenía la oportunidad de presenciar algo tan bello como eso.

—¡Admes! Vengo a saludar y ni siquiera me escuchas —reclama Altair ante la falta de interés de mi parte por su presencia.

—¿Qué haces aquí, Altair? —indago, sin dejar de ver el horizonte.

—Comienzo aburrirme, esta vez fue muy fácil el trabajo. Y no quiero volver a la agencia tan pronto. Así que me preguntaba si necesitas algo de ayuda.

Niego con la cabeza, dirigiendo la mirada hacia él.

—Lo tengo todo bajo control —respondo—. Te lo agradezco.

Sonrío al pensar en lo fácil que fue entrar a la mente del rockero para "motivarlo" a que se mudara a Kárpatos, simplemente tuve que mover unos pequeños hilos, para que así el deseo de estudiar fotografía lo poseyera. Así que, en un abrir y cerrar de ojos, el rockerito había decidido alistar maletas y comprar un tiquete aéreo para venir hasta aquí.

Ahora, solo tenía un problema el cual no sabía cómo solucionar; un problema, que no sería capaz de confesarle ni al mismo Cupido.

La chica no me estaba dejando entrar a su mente.

Nunca antes me había sucedido algo así, era como si tuviera un tipo de escudo el cual me hacía rebotar cuando intentaba hacerlo; así que ahora, el estar frente al mar, me hacía poder pensar en la manera de cómo debería jugar.

Con tan solo dos días de permanecer cerca de Eleonor Mitre, tenía la certeza de que ésta vez iba hacer un juego difícil... un juego que estaba dispuesto a ganar.

—¡Bah! Eres tan aburrido, que permanecer en la agencia se torna una opción más divertida justo ahora —murmura Altair antes de comenzar a desvanecerse otra vez.

Me echo a reír al ver sus luces subir, levanto mi mano y la muevo en despedida.

Ser uno de los agentes más "aburridos" tenía ahora sus ventajas, pues si había algo que me hacía más feliz que el ver a dos nuevas almas unidas, era el permanecer solo.

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