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Cuando Luz llegó a nuestras vidas, nos convertimos en espectadores de sus pasos. Nuestras ganas de ser padres rayaban en la locura. Éramos más que dos sujetos enamorados de su hija. ¿El resultado? Una niña consentida y un matrimonio que de a poco se extinguía.

Recuerdo con cierta nostalgia aquél verano del noventa y siete. Nuestra chiquita estaba en etapa de vacunas, y nosotros sufríamos tanto como ella cada que se desgarraba la garganta tras ver al médico con esa aguja gigantesca.

Eras tú quien la sostenía mientras yo volteaba para otro lado. No me alcanzaba el valor para ir en contra de su voluntad, aunque supiera que era por su bienestar.

Si en mí estuviera la decisión, mandaba al diablo las vacunas y los jarabes apestosos. La llevaría por helado para así camb

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