Socialnacionalista

No se habló más del tema.

Los hijos partieron a la escuela mientras Agnes levantaba de la mesa la vajilla.

Gustav  se dirigió al ingreso de la finca para abrir el negocio farmacéutico que se encontraba en una de las principales avenidas  de Múnich. 

La apertura se realizaba dentro del local, ya que pertenecía a la vivienda. 

Para trasladarse a la puerta principal del negocio, Gustav tenía que cruzar la vivienda, tenía que cruzar también un pequeño espacio en donde realizaba la composición de fórmulas que entregaba como remedio a los enfermos que le visitaban. 

La puerta de ingreso del comercio estaba en forma de arco a dos alas, de madera, ambas con cristales que permitían ver el interior del negocio.

El piso del comercio era de un impecable laminado de madera de roble perfectamente barnizado.

El mostrador era un trabajo excepcional de caoba tallada con color al natural que vestía de elegancia el lugar. 

Tras el tablado, también elegantemente colocadas, se encontraban los aparadores que exhibían los productos a la venta. Prótesis, medicamentos, equipos de laboratorio y diversos  compuestos de fórmulas preparadas por el doctor Goldemberg para diversas afecciones y malestares.

Exactamente a las ocho en punto, casi religiosamente, las puertas del lugar se abrían a los requerientes.

En la parte alta, externa del lugar  se podía observar la leyenda que daba nombre al negocio de la familia. “Botica y venta de prótesis corporales Dr. Goldemberg nuestra satisfacción es lograr la suya” terminaba la publicidad instalada en todo lo alto del negocio.

Como todos los días, la afluencia de clientes desde las primeras horas fue  intensa, era sin duda alguna, un negocio con muchos ingresos, esto a pesar de la gran crisis económica que se vivía en Múnich desde hacía ya varios años.

Los precios que ofrecía  el comercio eran totalmente accesibles a los que requerían del servicio. 

La atención del doctor Goldemberg hacia sus clientes la realizaba de una manera excepcional. Lo visitaban, en su gran mayoría, judíos alemanes que conocían o habían escuchado hablar de  la gran capacidad médica de Gustav Goldemberg.

Cena en casa del Doctor Alfred Kunze

Al llegar la noche, cerca de las veinte horas, Gustav cerró al público el local comercial. 

La familia ya estaba esperando el momento para dirigirse a la casa de la familia del doctor Alfred Kunze a la cena que ofrecían para despedirse de sus amigos y colegas médicos.  

Al llegar a la reunión, el doctor Gustav notó una gran cantidad de vehículos estacionados  a pocos metros de la entrada principal de la residencia de su amigo y colega.

Gustav no esperaba que la reunión fuera de tal magnitud. “Es en serio entonces, es verdad que se va a ir a radicar a Polonia.” Pensó. 

En la puerta principal, se encontraba Patrizia, quien recibía a todos y cada uno de los invitados de su marido.

Hola Patrizia –saludó Agnes.

Bienvenidos, es un gusto que estén acompañándonos en este momento –Respondió Patrizia.

La noche transcurrió de una manera alegre y totalmente llena de camaradería.  

Una excelente cena servida al punto de las once de la noche acompañada de exquisito coñac, vino tinto y vino blanco.

Treinta minutos después, Alfred se levantó de su lugar y solicitó, con voz fuerte y clara, silencio a los presentes.

Todos los invitados acataron la instrucción.

Alfred, al observar que todas las miradas estaban puestas en su persona, inició el mensaje.

–Estimados colegas y amigos.

Sean todos ustedes bienvenidos a esta su humilde casa. Esta noche es muy importante para un servidor y para mi familia que nos acompañen.

El objetivo de esta reunión –siguió diciendo– es informarles que hemos decidido dejar  nuestra querida patria para buscar nuevos horizontes en un país diferente.

La situación política que actualmente se está viviendo en Alemania no nos deja opción alguna. 

He sido partícipe de los discursos de odio irracional y de políticas equivocadas de nuestro nuevo canciller, Adolf Hitler. 

Como ustedes saben –continuó– yo participé en el frente alemán como médico en la gran guerra y veo, de manera preocupante, que Alemania está a las puertas de una nueva guerra, no sé si será interna o externa, lo que sí sé, es que no estoy dispuesto a participar en ella.

Los invitados escuchaban atentos el mensaje de Alfred.

Mañana a primera hora, –prosiguió– estaremos emprendiendo el camino hacia una nueva nación. Quiero agradecerles a todos ustedes su invaluable amistad y su gran cariño.

En cuanto tengamos la información, les haremos llegar nuestra nueva dirección en Varsovia –terminó el discurso el doctor Kunze.

Siguieron después horas de convivio. Entre brindis y parabienes, la gran mayoría de los invitados a la reunión empezaron a retirarse. 

La mayor parte de los invitados a la reunión sí estaban de acuerdo con las políticas del nuevo canciller alemán, pero no se lo hicieron saber al doctor Alfred.

La gran crisis económica que azotaba la nación había hecho creer a los ciudadanos germanos el valor de un nuevo liderazgo  que los llevaría a la recuperación económica y política inmediata,  un líder que tenía el valor de desconocer el tratado de Versalles que tanto daño estaba causando a Alemania.

Al final, sólo quedaron pocas familias, entre ellas, la del doctor Goldemberg.

Uno de los invitados, de manera traicionera, había informado a las S.A. el discurso realizado por el doctor Kunze. 

Cuando estaba a punto de finalizar la reunión, arribaron al lugar dos vehículos con ocho miembros de la policía de Hitler a resguardar el lugar.

Miembros de la SA se encontraban a las afueras de la residencia del doctor Alfred mientras despedía a los últimos invitados. 

Sólo quedaron en su casa el doctor Goldemberg y su familia.

Después de varios minutos, Patrizia se asomó por una de las ventanas de la sala para cerciorase que aún seguían los policías del movimiento nazi.

Ve a tu habitación mujer –pidió Alfred a Patrizia.

La mujer asintió con la cabeza en señal de aprobación mientras veía como su marido, también con la mirada pedía llevar con ella a la esposa del doctor Gustav para poder platicar con él.

Los hijos de ambas familias se encontraban reunidos en el patio de la casa alimentando una fogata y entonando algunos cánticos juveniles populares.

Solamente Edmund se encontraba en su habitación, no había salido de ella en ningún momento, le causaba miedo estar ante tanta gente.

Al quedar solos, el doctor Kunze invitó a su colega Goldemberg  a sentarse en una de las sillas del comedor.

¿Qué gustas tomar? –preguntó Alfred al invitado

Un poco de coñac por favor colega –respondió  Gustav.

Mientras Alfred servía las dos copas con el licor francés, preguntó a Gustav:

–¿Colega, usted no ha pensado en ir a buscar mejores opciones de vida en otra parte fuera de Alemania, no lo sé, posiblemente en Polonia?

–La verdad no lo he pensado amigo, me imagino que sería muy difícil para mí y para mi familia hacer un cambio tan radical.

¿Más que el de una guerra de odio sin cuartel de parte del canciller Hitler? –preguntó Alfred mientras le extendía una copa con licor a Gustav.

Veo colega que usted está muy preocupado con lo que está pasando en Alemania, pero para serle honesto no creo que sea para magnificar la situación –comentó el visitante mientras se levantó de la silla del comedor y se dirigió con paso lento al pie de un reloj de piso que estaba en el cuarto de comedor donde se encontraban para admirarlo.

Yo creo estimado colega –seguía  hablando Gustav, que está usted siendo muy pesimista respecto a las nuevas políticas adoptadas en la nación.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo