Policía Judío
Policía Judío
Por: Fernando Guadalajara
Marcus Snaider

POLICÍA JUDÍO... INFIERNO EN EL GUETO DE VARSOVIA 

Autor: Fernando Osave

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Septiembre de 193

“Desde ese día, primero de septiembre, las bombas  lanzadas desde el aire por los soldados  alemanes,  caían de manera brutal sobre Polonia. 

La sorpresa de los ataques tardó muy poco, quizá segundos, en crear pánico entre todos los polacos que no sabían que era lo que estaba sucediendo.

El poderoso armamento nazi estaba causando estragos en la pequeña ciudad de Varsovia. 

En pocos minutos estaban siendo destruidos la gran mayoría de los edificios, casas y negocios de aquella ciudad polaca.

Las muertes, por los ataques, ya se contaban por cientos.

El caos era inenarrable, miles de polacos que minutos antes se encontraban en total calma, corrían despavoridos tratando de encontrar refugio. No sabían que era lo que estaba aconteciendo…. ”

   

Invierno  2009   

Nuevamente cae la noche.

Nunca más mis noches fueron iguales desde ese día.

Hoy es una noche más, una noche  que me lacera como maldito látigo fulminante.

Odio esta y todas las noches. ¿Pero cómo no he de odiarlas? si sé que siempre, como cada noche, regresaré a ese lugar infernal del que trato de escapar pero no puedo.

Sé, que de manera inconsciente, una vez más volveré a ese sitio que me hace temblar de miedo, que me acobarda, que me atormenta.

Aunque logré escapar del infernal gueto de Varsovia, aún, setenta años después, no he podido salir de él, sigo ahí, le pertenezco.

Desde ese día maldito primero de septiembre, cada noche, al cerrar mis ojos, el olor putrefacto de cadáveres vuelve a inundar mi olfato, vuelvo a ver desfilar a esos bastardos soldados alemanes asesinando sin piedad ni misericordia alguna a miles de judíos. Cada noche, vuelvo a sentir el mismo dolor penetrante en mi vientre por falta de alimento. 

Recuerdo, como si no hubiera pasado el tiempo, mis ropas sucias, mis zapatos rotos y mugrosos, mi cansancio, mi hastió, mi penosa cobardía. 

Durante mis terribles sueños trato de quitar con desesperación, sin conseguirlo,  las malditas moscas que se posan sobre mi rostro después de haber estado entre los miles de cuerpos sin vida que se encontraban tirados en las banquetas y calles del gueto infernal. 

Recuerdo con mucho dolor y angustia a mis amigos de la clase, tirados en el patio del colegio, muertos o famélicos, estos últimos, esperando una muerte segura. 

Sentí en carne propia el infierno mismo dentro del mismísimo infierno.  

¿Cómo olvidar el averno dentro del  gueto?

¿Y cómo he de olvidarlo si  fui  actor protagónico dentro de este pasaje de tiempo denigrante?

Trato de dormir lo más tarde posible y despertar lo más temprano que mi cansancio me lo permite. 

Intento dormir sólo lo que mi cuerpo requiere para seguir vivo, que no viviendo, que no existiendo. Nadie podía seguir existiendo dentro de aquellas calles.

Todas las  noches despierto envuelto en un baño de sudor que moja totalmente mi almohada.

Por las madrugadas despierto con un grito ahogado y únicamente para darme cuenta que ya no estoy ahí, pero si estoy, sigo estando ahí.

He olvidado presentarme, soy Marcus F. Schneider, soy polaco y soy judío.

Tengo ochenta años, vivo junto a mi esposa en la ciudad de  Savona, una pequeña provincia en la región de Liguria, Italia. 

Tengo tres hijos y nueve nietos. 

Por ellos, por mis nietos, es que me he decidido a escribir este libro. Quiero que algún día conozcan  realmente qué es lo que le sucedió al abuelo en aquellos años infernales dentro del gueto.

Setenta años atrás, también era polaco, también era judío, pero tenía diez años y no sabía por qué nos encontrábamos, junto a casi 400,000 judíos más, encerrados en un pequeño espacio de calles de Varsovia, dentro de una chica habitación, con hambre, con frío, y además conviviendo con grandes enfermedades que también nos atacaban sin misericordia.

Hoy, a pesar de lo vivido, pude escribir este libro, y lo pude escribir  gracias a dos familias alemanas, una de ellas judía como la mía. 

Esas dos familias salvaron de morir en los campos de exterminio a 1,272 niños y jóvenes,  la gran mayoría huérfanos que nos encontrábamos deambulando por el gueto, con hambre, con frio y al borde de una muerte segura, ayudándonos a escapar. 

Nunca, hasta hoy, he contado esto. 

Esta es una historia que la Gestapo (Geheime Staatspolizei ) intentó desaparecer para siempre de los registros históricos.

Esta es mi historia y la de cientos de judíos que sobrevivimos al exterminio  gracias a la valentía de seres excepcionales que arriesgaron su propia vida para salvar la de otros.

Esta es la historia de las familias Kunze y Goldemberg y también la  de 1,272 judíos que fueron rescatados del odio y de la maldad humana.

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