Susurros en la noche

Dejo que las burbujas con olor a flores me reconforten. No voy a pensar en ese engreído.

Cierro los ojos e intento dejar la mente en blanco, pero la sonrisa de Andrew se apodera de mi cabeza, justo la de después de que los guardias empezarán a acercarse. La media sonrisa que me dedica da miedo, no me gusta.

Suelto todo el aire de los pulmones y me hundo en la bañera. Bajo el agua abro los ojos pero las pompas que danzan en la superficie no me dejan ver nada.

Salgo de la bañera y me pongo el albornoz. Suave y esponjoso. Podría estar todo el día con él puesto en lugar de los incómodos vestidos.

—Nosotras podríamos haberla bañado, Alteza.

La más joven de las nuevas doncellas corre hacia mí con el secador en la mano.

— Llámame Katherine.

—No podría...

Antes de que pueda coger el cepillo para el pelo, se ha adelantado y comienza a cepillarlo ella con un cuidado extremo. Ni que mi pelo fuera de cristal.

Noah tiende sobre la cama un vestido más sobrio, para la cena. Es verde con escote en pico. Las mangas cubren hasta los codos y una cinta rodea la cintura. En lugar de atarlo formando un lazo, dejo que cuelgue por la parte trasera hasta casi tocar el suelo.

—Noah ¿Dónde sirven la cena?

Me preocupa pasearme por palacio como pollo sin cabeza. No sé donde está nada y nadie ha venido para guiarme o hacerme el cambio algo más fácil.

— Yo la llevaré hasta allí, no se preocupe.

¿Por qué ella si sabe dónde está y yo no? No puedo evitar lanzarle una mirada de reproche que no se merece.

Cuándo terminan de prepararme, Noah me guía a través de los pasillos. Este palacio es mucho más grande que el mío... O el que era el mío. Las paredes están adornadas con enormes cuadros que representan distintas escenas. Personas disfrutando de un pic nic en el campo, un grupo de hombres montando a caballo con escopetas en la mano, un niño pequeño balanceándose en un columpio. El resto son todos retratos.

Solo saco en claro que el rey Maximilian tiene que mostrar su poder siendo ostentoso. Mi madre no era así. Ella amaba la belleza de la sencillez. Nunca tuvo doncellas que se encargarán de vestirla o bañarla, ni dio grandes fiestas, ni llenó el palacio de oro y diamantes.

A veces me gustaría ser más como ella. Tener ese carácter dulce e indulgente que la caracterizaba. No se creía mejor que nadie, pero cuando tenía que demostrar que tampoco era peor, lo hacía.

Noah se para delante de una enorme puerta de roble. Sin que tenga que decir nada, hace un leve movimiento con la cabeza y vuelve sobre sus pasos.

Levanto la barbilla tal y como me enseño mi madre cuando tenía que parecer segura de mi misma, pero a mí me daba miedo que todo el mundo me mirara.

Entro en un comedor en el que solo hay una mesa en el centro adornada con flores y candelabros con las velas encendidas. Las luces que recorren todas las paredes están a media intensidad ¿Es aquí costumbre cenar en penumbra?

Todavía no ha llegado nadie y como no quiero ser descortés o que por equivocación me siente en el sitio del rey, espero de pie junto a la mesa.

Por la puerta entra un guardia que camina a paso ligero.

— Buenas noches Alteza. Esto es para usted.

Me tiende un sobre y se va.

Es una carta de la reina. Se disculpa porque ella y su marido no cenarán con nosotros. Cree que es mejor dejarnos algo de intimidad a Andrew y a mí para que podamos charlar un poco más. También insinúa que nuestra cita ha sido algo corta.

No debo olvidar nunca que las paredes tienen ojos y que todo lo que haga o diga, terminará en los oídos de los Reyes.

Si solo vamos a cenar nosotros dos me da igual elegir un asiento cualquiera.

Diez minutos después sigo esperando a Andrew. No nos caemos bien, es evidente, pero hacerme esperarlo es una falta de respeto. Si no me he ido todavía es porque temo que la reina se entere.

—Bu... buenas noches, Alteza — tartamudea nerviosa un chica con un delantal blanco.

Lleva una bandeja de plata con una fuente en la que imagino que hay algún tipo de sopa.

— El príncipe Andrew aún no ha llegado. Lo esperare — digo con la poca dignidad que me queda.

Deja la bandeja sobre la mesa. Saca del bolsillo un pañuelo que pasa por la frente. Esta nerviosa.

— Es por eso, alteza. No va a venir. Le traigo su cena.

Me ha dado plantón. Sabía que íbamos a cenar solos y ha decidido no aparecer, ridiculizarme y que sea la comidilla.

Contengo las ganas de llorar. Trago saliva un par de veces para poder contestar sin que se me quiebre la voz.

— No tengo hambre. Puedes llevártelo.

Me pongo en pie para irme lo antes posible a mi habitación.

—Lo siento mucho — susurra — el príncipe... Bueno... Las normas no van con él.

Se la ve agobiada. Debería saber que entrometerse en los temas de los demás es una falta de respeto, aunque como el comentario la posiciona a mi favor, le contesto con una pequeña sonrisa.

— Gracias por avisarme. Buenas noches.

No hay nadie en los pasillos, tan solo los guardias que hacen sus rondas, pero que actúan como si no se cruzaran conmigo, excepto por el leve cabeceo que hacen.

Al llegar a mi habitación no están mis doncellas. Seguramente Noah ha puesto al corriente a las demás de que no me gusta tenerlas todo el día dando vueltas a mi alrededor.

¿Por qué tengo que continuar aquí? ¿Por qué tengo que quedarme en un sitio donde no se me quiere? ¿Por qué tengo que tener una relación con alguien que no tiene ningún interés en conocerme siquiera? Voy hasta el escritorio y saco el papel de carta y un bolígrafo. Le escribiré una carta a mi padre. Le voy a contar lo que está pasando y como se está comportando el príncipe Andrew. Él puede hablar con su padre, el rey. Puede obligarle a recapacitar y que deje de humillarme.

Cuando termino de escribirla, la reviso por encima. El toque justo de hija que lo está pasando mal, perfecto. La doblo con cuidado y la meto en el sobre, mañana a primera hora pediré a alguien que se la haga llegar.

Me siento sobre la cama. Miro la carta perfectamente colocada sobre el escritorio. Y si... ¿me estoy equivocando? ¿Y si provocó una guerra? 

Es cierto que mi país tiene las arcas llenas, por eso le intereso al rey Maximilian, porque en comparación somos muy pequeños. Mi padre jamás considero tener una economía militar, es decir, destinar todos los fondos al ejército y al armamento militar, como hizo Maximilian. Por eso los civiles pasan hambres, por eso casi están en la banca rota.

Pero si entráramos en conflicto no tendríamos nada que hacer, gracias a esa economía de guerra un ataque suyo sería definitivo.

Cojo la carta y la rompo en pequeños trozos hasta que no queda ninguna prueba de lo que he estado a punto de hacer.

Necesito salir y tomar el aire. Tal vez pueda pensar con claridad y arreglar un poco la situación.

Delante de las puertas que dan al jardín dos guardias me impiden el paso.

— Necesito salir, solo serán unos minutos — explico.

—Lo siento Alteza, pero cuando anochece hay menos guardias y está prohibido.

Que mi padre me diga lo que tengo que hacer lo acepto, pero que dos guardias también lo hagan y más después de todo lo que está pasando con Andrew, termina por enfadarme.

— No me encuentro bien. Necesito respirar aire fresco — coloco la mano sobre mi frente simulando un pequeño mareo — no creo que quieran prohibirle a la futura reina un poco de aire ¿verdad? — termino mirándolos fijamente mientras inclino levemente la cabeza.

Estoy totalmente segura de que han captado la amenaza implícita y solo espero que accedan. Se miran entre ellos y se apartan unos centímetros de la puerta.

— Gracias. No tardaré.

Camino por el jardín alejándome de los muros. Casi todas las luces están apagadas. No creo que nadie se asome a ningún balcón y me vea, pero por si acaso, camino a paso ligero hasta la linde de los árboles que daban paso a la zona de caza.

Unos murmullos llaman mi atención. Me pego al tronco de un árbol mientras contengo la respiración. Ya sería mala suerte amenazar a dos guardias para salir cuando está prohibido y que alguien se haya colado para mostrar su descontento.

Por este motivo existen las normas Katherine y por eso deberías cumplirlas aunque no te guste.

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