9

Alyssa llega quince minutos después.

Me sonríe a la par que me pasa un brazo por los hombros mientras me guía hacia el coche como si fuera una niña desorientada. Con cuidado, me ayuda a meterme en el asiento trasero. Mis ojos consiguen enfocar al tío que está sentando en el puesto del copiloto, que me saluda con un gesto de cabeza, yo le devuelvo una sonrisa antes de tumbarme en plancha sobre los asientos.

Apoyo la cabeza en la ventanilla e intento pensar dónde podría haber dejado el bolso. Sin embargo, no soy capaz de juntar ni siquiera dos pensamientos y que hagan, como lo diría, algo así como clic.

Me paso ambas manos por el pelo y bufo exasperada.

—Era mi bolso favorito —digo en tono lastimero, sin mucho control sobre mis palabras.

—Lo encontraremos, no te preocupes —me contesta Alyssa en tono conciliador.

No creo que vaya a volver a verlo, pero al menos tengo lo importante: las llaves y el móvil.

Cuando llegamos a mi casa no he parado de reírme sola y decir más que tonterías durante todo el camino. El alcohol me hace decir muchas tonterías, aún más que cuando estoy sobria. Alyssa me abre la puerta y se ofrece a ayudarme a bajar, a lo que me niego. Mi equilibrio no es bueno, pero aún puedo hacerlo sola.

El suelo se mueve un poco y me cuesta fijar la vista en un punto concreto. Consigo bajarme, pero en cuanto doy el primer paso, me caigo de bruces contra el suelo.

Me río como una loca hasta que me duele la barriga y me tiembla la mandíbula.

—Shh, vas a despertar a los vecinos —me regaña.

—¡Que les den a los putos vecinos! —grito entre carcajadas.

Alyssa me levanta del suelo y consigue que llegue hasta la puerta sin ninguna caída más. Me deja apoyada en la pared como si fuera un paquete que le ha tocado entregar: un paquete muy pesado.

Trastabillo hasta la puerta y empiezo aporrearla con los puños y a pegarle patadas.

—¡Elizabeth! ¡Abre la puerta! —grito.

Al ver que no hay respuesta, miro a Alyssa, que está de brazos cruzados y me mira con cara de póquer. Es que no va a ayudarme o va a seguir mirándome como si estuviera loca.

—Por si no te acuerdas, tienes llaves —me espeta.

Coge las llaves de mi bolsillo trasero y me las tiende de mala manera. Creo que está muy enfadada conmigo por el ridículo que la estoy haciendo pasar; lo cierto es que me da bastante igual.

Como no, siempre pensando en mí.

Intento meter la llave en la ranura, pero está muy oscuro y soy incapaz de enfocar la abertura. Me agacho hasta ponerme a la altura de la cerradura. Lo intento de nuevo, pero acabo cayéndome de culo contra el suelo.

Miro a Alyssa desde abajo y empiezo a reírme. Aunque intenta mantener la postura de adulto responsable, no puede evitar reírse también. Coge las llaves del suelo y abre la puerta en cuestión de segundos. La miro con la boca abierta y la aplaudo como si acabara de hacer un truco de magia.

Hace una reverencia exagerada y vuelve a reírse.

—Gracias, gracias —dice a un público inexistente—. Ves, no era tan difícil.

—Es complicado cuando ves doble — me defiendo.

Me coge del brazo y me mete dentro de casa. Los tacones resuenan en toda la estancia y el ruido me hace gracia. Alyssa intenta que no haga ruido, pero ya es tarde cuando ambas vemos que se enciende la luz de las escaleras. Y con ello quiere decir que los señores de la casa acaban de despertarse.

Lo que me da paso para la última jugada y rematar la noche mientras Richard y mi progenitora bajan las escaleras.

Creo que ya habían escuchado mis gritos antes, pero no quisieron abrirme de todos modos; muy bonito por su parte. Ambos me miran impasibles. Parecen muy despiertos, lo que no hace más que confirmar mis sospechas, aumentando más mi cabreo.

Sonrío con malicia y me muevo para despejarme y pensar mi próximo movimiento.

Y Alyssa va a ser de gran ayuda.

La cojo del brazo y la coloco a mi lado con demasiada brusquedad. Parece un poco abrumada, como si acabaran de pillarla haciendo algo muy malo, y eso no hace más que facilitarme las cosas. Me mira con auténtica cara de terror, suponiendo que no voy a decir nada bueno.

Y tiene razón: no voy a decir nada bueno.

—Mira, Alyssa, te presento a mi madre, bueno si así se la puede llamar —le comento con toda la tranquilidad que me queda.

Elizabeth empieza a ponerse tensa y se cruza de brazos a Richard, pidiéndole ayuda, pero este no dice nada, sino que sigue atento a mis palabras, igual que Alyssa.

Tengo toda su atención y sé que lo que tenga que decir les va a interesar a ambos.

Camino hacia delante, hasta que estoy cara a cara con Elizabeth. Clava la mirada en mis ojos, como si intentara buscar algo, tal vez el por qué me ensaño tanto con ella o porque disfruto haciéndole pasar malos momentos.

La respuesta es simple y sencilla: Sólo le doy un poco de su propia medicina, de esa que me dio a mí y a papá prácticamente desde que tengo uso de razón, y tal vez, incluso antes de eso.

Elizabeth entrecierra los ojos y aprieta los labios.

—¿Estás borracha? —inquiere, despectiva.

Doy un par de pasos hacia atrás y comienzo a reírme con ganas. Que irónico que sea quien me diga eso a mí. Si no recuerdo mal, siempre fue ella la que entraba trastabillando por la puerta cada noche y no paraba hasta perder el conocimiento.

Me llevo la mano a la mejilla instintivamente, como si volviera a tener cuatro años.

—Supongo que aprendí de la mejor. —Comienzo a andar de un lado a otro para darle más énfasis—. No creo que estés tú para darme clases de moralidad o algo parecido. La que llegaba todas las noches borracha por la puerta y no parabas de beber hasta que te desmayabas en el suelo del salón. —Percibo como un par de lágrimas descienden por sus mejillas y yo ya llevo llorando desde hace un rato—. Todos los días durante cinco años, esa fue mi realidad. — Me limpio las lágrimas con violencia y tomo una bocanada de aire para recuperarme.

Miro a Alyssa por detrás del hombro, para comprobar que está totalmente horrorizada, como si nunca hubiera oído nada semejante; aún peor es vivirlo en propias carnes.

—Becca, creo que ya está bien —murmura Richard mientras alza las manos en tono conciliador.

Ni siquiera he empezado, aún no estoy del todo satisfecha. Todavía queda el tema de papá y otros muchos que me gustaría echarle en cara, como por ejemplo, que por su culpa nunca he tenido una vida normal, nunca fui normal. Jamás pude disfrutar de la vida como una chica corriente de dieciocho años. Que por su culpa soy una persona totalmente rabiosa y enfurecida con todo lo que me rodea.

Y odio sentirme así.

Soy como ella lo fue antes de encontrar esta familia y esta comodidad que ni papá ni yo podíamos permitirnos en España, o que por su culpa me abandonó también.

—No, aún no he acabado. Ni siquiera he empezado de verdad—digo con frialdad —. Hay muchas cosas que me quedan por decirle, demasiadas, y esta vez no pienso callarme. Así que por qué no se lo cuentas tú misma... ¡¿Por qué no admites que eras una maldita borracha que maltratabas a tu hija?! —le chillo, perdiendo el control.

Elizabeth empieza a llorar aún más fuerte y Richard se acerca a ella para reconfortarla, a lo que niega con un simple movimiento de la mano. Me mira a través de las lágrimas y puedo ver en sus ojos el mismo tormento que yo vivo después de cada pesadilla o recuerdo desagradable.

—Admítelo, quiero que lo admitas —aprieto los puños contra los costados y la fulmino con la mirada—, si tienes los cojones de hacerlo, claro —ladro.

La tensión podría cortarse con un cuchillo en este momento. Siento como la sangre bombea en mis oídos o como contengo la respiración a la espera de su respuesta; una respuesta que tarda más de lo que estoy dispuesta a esperar. Podría escucharse caer un alfiler en este instante; como podría desmoronarme aquí mismo.

Y no creo estar preparada para ello.

Me echo el pelo hacia atrás y comienzo a dar golpecitos en el suelo con el pie.

—Veis como es una cobarde —escupo con rabia—. No sabes cómo me avergüenzo de tener una madre como tú.

—¡Becca, ya basta! —ordena Richard—. Alyssa, puedes irte y gracias por traerla.

Achino los ojos y me cruzo de brazos con fastidio. Aún no he acabado, hasta que lo admita no voy a parar. Ahora tengo un objetivo y soy lo suficientemente cabezota y estoy lo bastante borracha como para llevarlo hasta la última consecuencia.

—No te muevas de ahí —le ordeno.

Elizabeth vuelve a tomar acto de presencia, como si hubiera estado en otro lugar todo este tiempo. Supongo, que haciéndole recordar el pasado.

Nunca debería olvidarlo.

Levanta la cabeza y se seca la cara con el dorso de la mano mientras me escruta con la mirada, aunque está totalmente hueca.

—Es cierto, todo lo que dice es verdad —admite con un hilo de voz.

Ahora sí estoy totalmente satisfecha. Sonrío y me muerdo el labio inferior con fuerza para evitar una carcajada. Estoy segura de que no debe ser bueno que disfrute tanto con el dolor ajeno, pero no puedo evitarlo; lo disfruto más que nunca.

Ya no queda ni una gota de la borrachera que tenía hace menos de una hora y el éxtasis de la victoria empieza a desaparecer.

—¿Estás satisfecha? —me espeta Richard.

—No te imaginas cuánto. —Me doy la vuelta y miro a Alyssa con una enorme sonrisa—. Gracias por traerme, ya puedes irte.

Alyssa parece algo estupefacta, como si aún estuviera asimilando lo que acaba de ocurrir.

No es muy difícil de pillar.

Sólo quería darle de su propia medicina a mi madre y ella estaba en el lugar perfecto en el momento justo. Ha tenido la mala suerte de ser espectadora de lo mala persona que puedo llegar a ser cuando me lo propongo.

Finalmente, sale de su trance y vuelve a mirarme como si no me conociera de nada.

Suele pasar, en ocasiones las personas no son como uno realmente piensa. Y aunque siempre intento ser sincera con lo respecta a cómo soy, hoy he sido una persona totalmente distinta a lo que normalmente suelo ser.

—Sí, será mejor que me vaya —susurra.

La veo irse y la despido con un gesto exagerado de la mano. En cuanto cierra la puerta, vuelvo a girarme hacia mi madre y Richard, que siguen igual de aturdidos y ausentes. Elizabeth ya parece más calmada y ha dejado de llorar, aunque tiene los ojos enrojecidos y le tiembla un poco el labio superior.

Levanta la vista del suelo, pero es incapaz de mirarme a la cara, lo que no hace más que aumentar mí ya de por sí alto ego.

—Quiero que te vayas —murmura Elizabeth.

«Qué.»

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