7

Después de recorrer pasillos y más pasillos encuentro la clase correcta. Parece ser que soy la primera en llegar; ni siquiera ha llegado el profesor. Me siento al fondo y me pongo los auriculares hasta que comience la clase. Escojo algo de Katy Perry para intentar animarme, así que elijo Firework.

Según va pasando el tiempo el aula comienza a llenarse. Una chica se sienta a mi lado y me mira de refilón, con curiosidad. En cuanto levanto la vista del móvil, aparta la mirada rápidamente.

Es guapa, tiene la piel color tostado y unos ojos verdes oscuro que contrastan con su cabello castaño hasta los hombros junto sus mechas rosas fuerte.

Finalmente, llega el profesor y empieza la clase. Me quito los auriculares y saco el iBook para al menos fingir que apunto lo que dice mientras hago como si lo escuchara. Lo cierto es que no dice demasiado; sólo lo que haremos durante este curso y cómo nos calificará.

Hay un momento en el que intento prestarle atención, pero no puedo dejar de pensar en lo que me dijo el tío de antes. Me resulta familiar, aunque es imposible, no he tenido tiempo de conocer gente aún. Además, parece ser de esos tíos que no se olvidan.

Más que nada por su prepotencia.

—Hola, me llamo Amanda —susurra la chica de las mechas rosas—. Nunca te había visto por aquí —añade. Salgo de mi ensimismamiento y la miro mientras sonrío levemente.

—Soy nueva. Me llamo Becca —le contesto.

Se gira para poder verme bien y continúa hablando. Por un instante siento como si me psicoanalizara, buscando alguna señal de reconocimiento. Pero no la encuentra.

Frunce los labios y enarca una ceja inquisitiva.

—¿En serio que nunca nos hemos visto antes? —insiste.

—Lo dudo. Acabo de llegar desde Londres —reconozco.

La tal Amanda abre los ojos con sorpresa y se ríe bajito.

—Mi hermano mayor, bueno, hermanastro, también llegó de Londres hace justo dos semanas—comenta mientras sonríe con entusiasmo—. Nunca he estado en Londres, pero me han dicho que es muy bonito —comenta.

—Y muy frío —añado con una media sonrisa. Amanda se ríe entre dientes y frunce los labios hacia la derecha. Parece agradable—. La verdad es que está bien, pero tampoco es tan fantástico como os parece a los americanos. Los ingleses son... estirados y formales. Algunos ni siquiera se detienen a ayudarte si lo necesitas —comento con una risita.

No sé cómo empezamos a hablar, pero Amanda me envuelve con facilidad en una conversación trivial en la que no hacemos más que compartir nuestros gustos y aficiones, en los que coincidimos demasiado, como por ejemplo que ambas amamos a Nirvana, o las películas clásicas. También hablamos sobre la familia, ella mucho más que yo, pero no tiene problema en rellenar el tiempo.

En menos de una hora me he enterado de media vida de esta chica, como que este es su segundo año de Derecho; sus padres se divorciaron y su padre se casó con otra hace menos de un año; su hermanastro está en último año, y que estudia en esta universidad también.

La cafetería es grande, pero aun así está repleta de estudiantes que buscan su chute de cafeína matutino. Amanda me mira y sonríe con comprensión, así que doy por hecho que debo de tener la cara de horror más graciosa de la historia. Es todo demasiado claustrofóbico y empiezo a agobiarme.

Me agarro a su brazo y dejo que me guíe.

—¿Esto es siempre así? —le pregunto mientras saco la cartera de la mochila.

Amanda me escruta como si fuera un bicho raro y se ríe a carcajadas. Es de esas risas a las cuales no puedes evitar unirte.

—Creo que no te gusta mucho la gente —corrobora por encima del murmullo—: Tranquila, te acostumbrarás —añade.

Tanto se nota que me agobia...

Antes que le dé una respuesta, me coge de la mano y camina por delante de la cola que hay frente a nosotras. Al principio no entiendo nada, pero veo que nadie se queja. Debe ser habitual que haga esto. Se coloca prácticamente la primera mientras un grupo la saluda y comienza a charlar con ellos.

Amanda hace las presentaciones y al final sólo me quedo con un par de nombres: el de una chica alta y esbelta de pelo rubio y piel aceitunada, pero con unos ojos azules como el cielo que se llama Alyssa. Un tío repleto de tatuajes que se llama Dave y otro tío rubio y de ojos azules que se llama Aiden.

No puedo evitar fijarme en sus ojos y los que me recuerdan a los de Tyler. Pensar en sus ojos me hace recordar que no he vuelto a hablar con él desde la última vez que me dejó en mi casa hace dos días, borracha y desorientada. No obstante, hay algo más que reconozco en su rostro de belleza embaucadora...

Tengo que buscar en el fondo de mi mente, hasta que lo recuerdo como aquel chico mal educado que me encontré en el ascensor. Ese que ni siquiera me miró y que el muy descortés no me saludó.

Mi futuro vecino.

Debo estar mirándolo fijamente, porque deja de hablar con el tipo tatuado para dirigirme una seca mirada. Entrecierro los ojos con escepticismo y casi en un acto reflejo lo cojo del brazo y lo aparto de su grupo de amigos, que parecen muy ocupados haciendo planes para el fin de semana.

El tal Aiden me fulmina con la mirada y se frota la zona del brazo por donde lo he cogido.

—¿Pero tú quien coño eres? Ósea, ¿nos conocemos? —farfulla—. Si nos conocemos, no te recuerdo y su follamos y vienes a reclamarme algo, entonces sí que no me acuerdo de ti —me espeta de manera cortante a la vez que se mete los puños en los bolsillos en una actitud arrogante.

No puedo evitar mirarlo medio flipada por la prepotencia que expresa su voz, a pesar de su expresión imperturbable. Definitivamente, no me equivocaba al pensar que es el típico borde de mierda.

Aprieto el asa de mi mochila y lo escruto con decisión. Ladeo la cabeza ligeramente y sonrío entre dientes, del mismo modo arrogante en el que él me mira a mí. Si quiere ir por ahí de chico borde, yo voy a enseñarle que siempre puede encontrarse a alguien más duro que él.

Hincho los pulmones de aire y alzo ambas cejas con dramatismo.

—Oh, no lo recuerdas. Sí, creo que follamos la semana pasada en esa fiesta que coincidimos. —Él no dice una palabra, sino que me escruta, incluso podría decir que aburrido. Yo le voy a quitar el aburrimiento. Me acerco más, hasta que mis labios casi acarician su oreja y me apoyo en su pecho para sostenerme—. El problema es que se te olvidó enfundártela y creo que estoy embarazada —susurro en su oído.

Tengo que morderme el labio inferior para evitar reírme cuando su nuez se mueve con fuerza al tragar saliva por la impresión de la noticia. Me aparto de él con una sonrisa cínica a la vez que Amanda me tiende mi café, mirándome con una ceja inquisitiva al verme tan cerca de su amigo.

Sacudo la cabeza con indiferencia y le sonrío mientras alzo el café en su dirección. Aiden no abre la boca, pero su rostro parece haber perdido color y su ceño se frunce por la confusión. Gira la cabeza en mi dirección y me escruta con duda, haciendo memoria.

Nos señala a uno y a otro con el índice y enarca una ceja.

—¿Tú y yo de verdad tuvimos sexo? —inquiere.

Nop, pero a que se te han puesto de corbata —contesto con una sonrisa sarcástica. Sin apartar la mirada del frente le doy un sorbo al café.

No lo miro, pero puedo sentir su mirada fulminante sobre mí, asesinándome en su imaginación por habérsela jugado.

Lo miro de reojo cuando una pequeña sonrisa de lado se abre paso en sus pétreas facciones.

—Eso ha sido...

Su comentario se ve interrumpido cuando Amanda se sube a una de las mesas y usa sus manos como amplificador para comunicar algo:

—Ya que Becca acaba de llegar y no es de por aquí. Doy una fiesta esta noche en mi casa para darle la bienvenida —proclama casi a grito pelado.

Todo el mundo empieza a vitorearla, lo que encuentro como la oportunidad perfecta para escabullirme del bullicio. Cuando me dispongo a irme, no puedo evitar darle una amistosa palmada en el pecho a Aiden a la vez que le guiño el ojo.

—Para otra vez aprenderás a ser amable cuando una chica guapa te mira en el ascensor —comento con fingida solemnidad.

Abre los ojos como focos luminosos al caer en la cuenta de porque empezó todo este juego de niños. Se muerde el labio inferior, y yo decido marcharme sin dirigirle ni siquiera una mísera mirada; cobrándole así con su propia moneda. No dice nada, pero me parece escucharlo reírse disimuladamente entre dientes.

Salgo fuera de la cafetería, disfrutando de mis pequeñas vendetta personales y camino por los alrededores de la universidad. Posiblemente, me estoy perdiendo mi próxima clase, pero la verdad es que necesito aire fresco. El problema; que no sé cómo volver a la entrada, así que sigo caminando hasta que doy con un pequeño jardín, bastante resguardado y acogedor. Aunque estoy distraída y llevo los auriculares puestos, el sitio es lo suficientemente pequeño como para que todo quede a la vista.

Y para mí desgracia, el único sitio que encuentro para relajarme tiene que estar él.

El chico moreno de antes.

Tiene un cigarrillo en la mano y parece distraído. Me apoyo en el marco de la puerta acristalada para poder observarlo. Estoy lo suficientemente cerca como para verlo de lado y que él no me vea a mí al menos que gire la cabeza.

No sé qué tiene que me resulta familiar.

Sujeto con fuerza mi café mientras lo analizo con detenimiento: Es alto, pero no hasta el punto de resultar desgarbado, puede que un metro noventa casi, ancho de hombros, se percibe a simple vista que se cuida bastante. Piel aceitunada, como las de los italianos y pelo castaño oscuro, —perfectamente despeinado, como no—. Tiene los rasgos delicados, pero masculinos y definidos a la perfección, como si hubiera sido esculpido a medida. Además de esos ojos peculiares que tanto me atraen y me llaman la atención.

Tiene un aire a James Dean.

Me muerdo el labio inferior para evitar no llamar su atención, así que doy un sorbo al café y subo la música.

Parezco una acosadora o una novia desquiciada que vigila a su novio por si le pone los cuernos. Ciertamente, me resulta extraño que a estas alturas no se haya dado cuenta que alguien lo vigila.

Me río, y creo que lo hago demasiado alto, porque se gira levemente y me escruta con la mirada. Parece un poco sorprendido al verme, pero de todos modos parece conforme con el hecho de que esté aquí. Sonríe con malicia y enarca una ceja inquisitiva, a lo que respondo abriendo mucho los ojos mientras agarro tan fuerte el café que la tapa salta y el líquido marrón me salpica la cara.

Estoy totalmente paralizada, ni siquiera sé que puedo decir para romper el hielo. Mis pies tampoco responden a mis órdenes.

Sigue ahí, parado mientras se ríe de mí, mientras que yo sólo quiero que la tierra me trague.

Por suerte, se me ocurre una idea para no parecer aún más patética. Saco el móvil del bolsillo y se lo enseño mientras le doy golpecitos a la pantalla con la uña y sonrío con falsedad. Al instante, deja reírse, pero no parece molesto porque le insista con el tema del móvil.

Empieza a caminar en mi dirección y aunque quiero quedarme y no parecer una cobarde, sencillamente me doy la vuelta con toda la dignidad que me queda y rezo para que no me alcance.

—Ey, rubia, espera —me ordena.

Y una vez más lo ignoro y aprieto el paso para pasar la esquina y perderlo de vista.

Agh, lo odio, es más, me gustaría pegarle un puñetazo en esa hermosa cara de imbécil que tiene. Pero paso de problemas.

Camino a grandes zancadas hacía la biblioteca.

Después de seis horas eternas y mi espectáculo anterior con el café, se acaba mi primer día de universidad. Y no podría haber sido mejor; siendo irónicos.

Recibo un mensaje de Elizabeth para decirme que me espera fuera.

Cruzo la acera cuando visualizo el Mustang negro y a Elizabeth apoyada en el capote con los brazos cruzados. Mientras, los estudiantes que pasa admiran el coche y otros a mi madre.

«Es sólo fachada» pienso para mí misma.

Me sonríe como si su día hubiera sido perfecto y maravilloso a diferencia del mío, que en general ha sido un asco; la mayor pérdida de tiempo de mi vida.

Paso por su lado y sonrío con falsedad mientras abro la puerta del coche y me meto dentro sin ni siquiera mirarla. Me dejo caer en el respaldo con dejadez y cierro los ojos.

 Arranca el motor y el coche se mueve.

—Agradable olor a café —comenta con cierto tono sarcástico.

—Cállate —farfullo.

Hoy no estoy para que me toquen las narices en absoluto, pero el mínimo hecho de que me hable me saca de quicio.

—¿Qué tal tu primer día como universitaria? —me pregunta. Me río con dejadez y la fulmino con la mirada.

—Mi día ha ido de puta madre. He estado seis horas escuchando gilipolleces que me dan igual y me he levantado a las seis de la mañana para nada, porque si no te has dado cuenta, esto no es para mí. No encajo. —Tiro de los hilos sueltos de mis vaqueros—. Ah, y cómo has podido deducir, se me ha caído un café encima —le espeto, sarcástica.

Se ríe con fuerza, como si estuviera sacando las cosas de quicio. Parece que se está riendo de mí y eso no lo soporto; es superior a mis fuerzas.

—¡No sé dónde le ves la gracia! —ladro, levantando las manos con exasperación.

—En que te gusta sacarlo todo de contexto. Me recuerdas a tu padre, era igual de histérico que tú.

Por qué siempre que hablamos tiene que sacar algo sobre papá y lo mucho que me parezco a él. Es qué a estas alturas no sabe lo que eso desencadena, pues yo sí: una reacción desmedida por mí parte.

Su cara cambia al darse cuenta de lo que acaba de decir y mis puños apretados y mis mejillas rojas de la rabia, deben de darle la señal de que ha dicho algo que no debería. Se aclara la garganta y antes de que vuelva a hablar de nuevo, levanto la mano como señal de que se calle.

Ni siquiera me molesto en contestarle inmediatamente, sino que decido ponerla nerviosa, mirándola fijamente.

Ahora me toca a mí.

—¿Sabes qué? Estoy muy orgullosa de parecerme a papá y no a ti. Aunque te pareciera un histérico y todo lo que no te gusta en él, era mucho mejor persona que tú en todos los aspectos posibles. —Pongo cara de póquer, pero se me escapa una sonrisita de satisfacción—. Nunca serás como él. Y el fondo, eso es lo que te jode: que nunca te voy a querer como lo quiero a él —finalizo.

Para en un semáforo con demasiada brusquedad y me escruta con la mirada cargada de hastío y dolor.

—¡Estoy harta! —estalla mientras aprieta el volante con fuerza—. Harta de que me trates como si no valiera nada y ante todo soy tu madre, y me merezco respeto. Sé que no lo hice bien, pero estoy intentado reparar lo que sucedió, pero te empeñas en alejarme de ti una y otra vez y no puedo más. Yo sola no puedo y tú no contribuyes en absoluto.

» Sólo porque seas una chica con problemas de actitud y una caprichosa inmadura, no significa que puedas arrasar con todo lo que está a tu alrededor porque estás enfadada con el puto mundo.

Se toma un segundo para recuperar el aliento después de semejante discurso y continúa.

—Eso te traerá problemas, a ti misma y los que estén a tu alrededor.

No sé dónde quiere llegar con esto, pero ese discurso lo tengo demasiado escuchado como para que remueva algo, que es lo que pretende. No me está contando nada que ya no sepa. Sé que soy caprichosa e inmadura y sé que tengo grandes problemas de actitud, pero lo mejor es que me dan absolutamente igual.

Me río como una auténtica histeria, como si lo que acaba de decirme fuera la cosa más divertida del mundo.

—¿De verdad crees que el discurso que acabas de darme no lo han hecho por lo menos...? —cuento con los dedos cada psicólogo al que he ido—diez psicólogos. —Le enseño las manos con teatralidad—. Eso no va a cambiar nada —añado.

Si cree que porque me hayan obligado a vivir con ella se piensa que va a recuperar una especie de vínculo que ella cree que existe, pero que se rompió desde el mismo momento que decidió abandonarme, y que a partir de esos escombros he construido un muro impenetrable y que ni ella ni nadie ha conseguido romper ni lo hará jamás, está muy equivocada.

Suspira y me mira una última vez antes de volver a fijar la vista en la carretera.

—Tú sabrás lo que haces —murmura.

—Exacto. Sé lo que hago.

Ni siquiera me molesto en contestarle. Además, tiene razón: sé lo que tengo que hacer y me gustan mis decisiones. 

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