6

Viernes por la mañana y el puto despertador no ha dejado de sonar. Me revuelvo en la cama mientras intento abrir los ojos y desperezarme.

No puedo creerme que ya hayan pasado dos semanas. Nunca había tenido tantas ganas de empezar a ir a clase. Estas semanas han sido las más complicadas de mi vida; parece que me llevo bien con todos, excepto con la que debería ser la persona correcta. La convivencia con Elizabeth cada día es peor, discutimos por cualquier cosa y ni siquiera podemos estar en la misma sala por más de diez minutos.

Richard es un buen tío y tal, pero siempre se pone del lado de Elizabeth cada vez que discutimos. Y los críos, bueno, los críos no están tan mal para ser niños.

Me meto en la ducha y dejo correr el agua para despejarme. Intento mentalizarme sobre la idea de la universidad; está claro que no pinto nada en un sitio de esos, ni siquiera quiero ir.

Cuando termino, Elizabeth ya me ha llamado cuatro veces y esta es la quinta que la ignoro mientras sigo mi ritmo. Saco del vestidor unos jeans negros rasgados, un top negro de tirantes y mi chaqueta vaquera XL, es una de mis favoritas. Una capa de maquillaje para tapar las pesadillas de esta noche y estoy lista.

«Sólo un mes, Becca, un mes y podrás largarte» me recuerdo constantemente para no perder los nervios.

Bajo las escaleras y espero en la puerta a que Elizabeth aparezca. Todavía tengo tiempo de mandar un par de mensajes. Pocos segundos después aparece y me sonríe.

—¿No desayunas? —me pregunta en tono conciliador. Al menos ya sabe que no es buena idea molestarme por las mañanas. Lo cierto es que aprende rápido.

—No, Elizabeth. No me gusta desayunar —le respondo con una mueca de fastidio—, y ahora podemos irnos. Por favor —arguyo.

Asiente con la cabeza y sale detrás de mí. A la entrada ya nos espera Prescott, uno de los guardaespaldas de Elizabeth. Al principio me resultaba intimidante con esa expresión tensa, la cabeza rapada y casi cincuenta kilos de puro musculo embutido en un traje negro.

Ahora creo que casi somos amigos, aunque casi no me habla.  

El gigante me abre la puerta del SUV negro y yo me deslizo en el asiento, esperando a que ella suba mientras miro mis mensajes y redes sociales.

Es increíble lo que puede pasar en tan sólo dos semanas. Justo cuando me voy, me entero de que Natalie y Logan han empezado a salir después de casi un año tonteando, que Holland se la ha pegado con otro al hermano de Mark y que anoche fue una de las mejores fiestas del año; esas que nunca solía perderme.

—Becca, ¿me estás escuchando? —inquiere Elizabeth.

Levanto la vista del móvil y la miro.

—Ahora, sí —respondo.

—Primero tenemos que pasar por dirección para recoger un plano de la universidad y tus clases del curso.

—Aja, vale.

Prescott carraspea y nos mira por el retrovisor.

—¿Adónde desea ir, señora Davis? —le pregunta.

—A la Northwestern y después al centro —le responde.

Asiente con la cabeza y se pone en marcha. Para no tener que escucharla más, busco en mi lista de canciones algo que poner. Tras revisarla un par de veces, me decanto por Team de Lorde. La pongo en alto para que Elizabeth también pueda escucharla. En el corto tiempo que he pasado con ella, he descubierto que le saca de quicio mi música y eso me encanta. Es un punto a mí favor, porque escucho música continuamente.

Es lo mejor para evitar el silencio.

Canturreo cada canción que pasa mientras miro por la ventana lo que me rodea, pero todo me parece lo mismo. Primero casas unifamiliares y luego rascacielos, bloques de edificios, cadenas de comida rápida.

Nada que me ayude a guiarme por esta enorme ciudad.

La universidad Northwestern School of Law es un edificio enorme y parece bastante moderno. Cuenta con unas vistas significativas del mar, así que para ser una universidad, donde todo debería ser soso e indecoroso, no está tan mal.

Los estudiantes, que supongo serán de primer año, corren de un lado a otro para no llegar tarde a sus primeras clases del año.

«Idiotas.»

Una vez más me pregunto qué narices hago aquí. No sé si se ha dado cuenta, pero no encajo en este sitio. La universidad no es para mí, pero para lo que voy a estar por aquí, prefiero no decir nada y así no buscarme más problemas.

Nada más entrar, suspiro con exasperación al divisar una fila de escaleras en el centro del pasillo, así que me dejo guiar entre los estudiantes. Me sorprende que Elizabeth conozca tan bien este lugar.

Por un segundo, me ataca que haya la mínima posibilidad de que ella trabaje aquí.

Lo dudo, no me la jugaría así.

Me lleva por unos pasillos largos y oscuros —seguro que el pasillo de los profesores—, o al menos de eso tiene pinta, hasta llegar a la recepción, que no podría haber estado más lejos, por cierto.

Después de que Elizabeth hable largo y tendido con una secretaria, me dan el plano de la universidad y las clases del curso. Ni siquiera las he elegido yo, pero eso no importa, como de costumbre.

En cuanto lo tengo, salgo de la dirección a la menor oportunidad.

Miro ambos papales y frunzo el ceño. Mi primera clase está en el otro extremo de la universidad según el folletín que acaban de darme. Perfecto. Primer día y ya voy a hacer el ridículo.

Caminar por aquí es como caminar por un puto laberinto y no soy buena orientándome con sólo un plano. Voy distraída por los transcurridos pasillos con los auriculares puestos mientras intento descifrar esta cosa que no tiene ningún sentido.

De repente, alguien choca conmigo y mis cosas acaban por el suelo. Inmediatamente, me agacho a por ellas mientras maldigo entre dientes.

Cuando levanto el móvil una larga franja cruza la pantalla.

—Joder, podrías mirar por donde andas —farfullo con sequedad.

Se agacha y me ayuda a recogerlo. Empiezo a maldecirlo mentalmente, pero dejo de pensar cuando nuestras manos se rozan sin querer y siento como me recorre una pequeña corriente eléctrica. Levanto la vista para dar de lleno con unos preciosos ojos avellana moteados que me resultan familiares. Me sostiene la mirada hasta que yo la aparto, levantándome con demasiada brusquedad.

Es alto, muy alto, y guapo, muy guapo, pero en cuanto abre la boca lo estropea todo.

—Has sido tú la que no miraba por donde iba —repone con suficiencia. Tiene un marcado acento inglés, no tanto como el mío, pero destaca con facilidad entre los americanos.

Me clavo las uñas en la palma de la mano de tanto apretar el puño.

—Sí, pues tú te podrías haber apartado —contraataco—. Además, me has partido la pantalla de mi iPhone y me lo compré la semana pasada.

Ignora mis palabras por completo mientras me recorre con la mirada, haciendo que vuelva a su cara esa estúpida sonrisa. Aunque, no puedo negar que es muy bonita.

—¿A qué contesto primero? —pregunta con sarcasmo.

—A qué vas a pagarme el arreglo de la pantalla —bufo.

—Claro... —sonríe con ironía.

—Claro que me lo vas a pagar.

Dios, como una persona puede llegar a ser amable y al mismo tiempo un auténtico capullo pedante.

Sin previo aviso, le saco el dedo medio e intento irme antes de acabar haciendo algo de lo que pueda arrepentirme después. Pero me lo impide, lo que sólo aumenta el calor en mis mejillas y que me apetezca cruzarle la cara de un bofetón.

Me coge por el codo y se acerca, se acerca demasiado para mi gusto, haciendo que pueda ver algo nuevo y enigmático en sus ojos que no había percibido antes. Su aliento contra mi cuello provoca que se me erice todo el vello del cuerpo y me muerda el labio inferior para reprimir un suspiro.

«Joder.»

Ni siquiera puedo controlar las reacciones de mi cuerpo. Seguro que se ha dado cuenta que consigue ponerme nerviosa, lo que hace que me enfurezca aún más cuando escucho una risita por su parte.

—Si me hubiera apartado, no te hubiera vuelto a encontrar —me susurra al oído. Lo dice de tal manera que es como si se me escapara algo muy obvio, haciéndome sentir como una idiota, como si no fuera capaz de entenderlo.

Sin previo aviso me suelta y al pasar por mi lado, choca su hombro contra el mío a propósito.

«Capullo.»

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