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Chicago, conocida coloquialmente como «la Segunda Ciudad» o «la Ciudad de los Vientos», es la segunda ciudad más poblada de Estados Unidos. Se encuentra en el estado de Illinois, a lo largo de la costa suroeste del lago Michigan, y es la sede del condado de Cook. Forma parte del área metropolitana de Chicago, una conurbación integrada además por los condados periféricos... O eso fue lo que leí en la Wikipedia cuando estaba informándome un poco sobre la ciudad y las zonas que mejor debía conocer para moverme; vengo con los deberes hechos desde hace un par de semanas.

Camino por los pasillos del aeropuerto O' Hare distraída..., hasta que un sudor frío me recorre la espalda cuando mis ojos la encuentran a través de la multitud.

Aunque no la he visto en años, sé que la reconocería en cualquier lugar.

Ni siquiera parece ser la misma mujer que albergo en mis recuerdos, en aspecto físico continua siendo joven y hermosa, desde luego, no parece que la edad le haya hecho mella, a pesar de que han pasado casi trece años desde la última vez que nos vimos las caras. Parece más sofisticada y elegante, con los rasgos igual de suaves que siempre ha tenido, —nadie diría que es la misma mujer que me abandonó hace tanto tiempo—. Su cabello cobrizo ha desaparecido y ahora es de un color castaño achocolatado. Sin embargo, lo que más me impresiona son los mismos ojos verdes que caracterizan a la familia Lodge y que yo heredé.

Elizabeth mantiene los brazos cruzados y la expresión pensativa. ¿Estarará tan acojonada como yo o solo es su expresión natural?

Su mirada se encuentra con la mía y levanta el brazo, indicándome su posición. Me acerco con el corazón en la garganta mientras me muerdo el interior de la mejilla. Una sonrisa aparece en sus labios, aunque continúa pareciendo nerviosa: a su lado parezco estar hecha una mierda; agotada y con la cara hecha un cuadro. No obstante, me siento realmente asqueada cuando me doy cuenta lo mucho que me parezco a ella.

Sus ojos ocultan cientos de oscuros secretos y millones de mentiras, en cambio, yo ni siquiera me esfuerzo por ocultarlos.

Cuando me rodea con los brazos me quedo muy rígida, sintiendo que me cuesta respirar. Lo único que pasa por mi mente es el sencillo hecho de que no tengo ningún derecho a abrazarme, aun así, le devuelvo un rápido abrazo.

Apenas puedo respirar hasta que consigo zafarme de su agarre y con ello recobrar el sentido.

Le dirijo una débil sonrisa y una mirada de soslayo.

—Hola —saludo con un murmullo.

—Hola, Becca —sonríe.

Se coloca el pelo detrás de las orejas y exhala un suspiro; una vez más me veo reflejada en ella, porque yo tengo la misma estúpida manía; suelo hacerlo para recaudar tiempo y pensar cuando no se me ocurre nada que decir.

—Espero que hayas tenido un buen viaje —comenta, intentando amenizar la tensión.

Sonrío con los labios apretados y asiento levemente. Una pequeña parte de mí se alegra de no tener que compartir el mismo techo que ella y su nueva e influyente familia, a la que seguro nunca le ha hablado de la persona que fue antes y como abandonó a su anterior familia.

Agarri con fuerza el asa de mi mochila y sonrío con falsedad.

—Sí, ¿podemos irnos ya? Estoy un poco cansada —mascullo.

No hablamos durante el camino hasta el coche. Cuando llegamos al aparcamiento un bonito BMW blanco metalizado se encontraba aparcado frente a nosotras. Me quedo parada, mirándolo con mala cara; su opulencia me hace recordar que papá trabajaba de sol a sombra para poder darme lo mejor mientras que ella tenía una vida fácil y con dinero que no se merecía.

Elizabeth se da cuenta que lo miro con recelo. 

—Deberías meterte en el coche. Yo guardaré las maletas —ofrece.

No digo nada y me meto en el coche. Me pongo los auriculares y permito que la música inunde mis sentidos. Elizabeth se sienta a mí lado y se pone en marcha.

Intento dormir, pero se me hace imposible; tener tan cerca a esta mujer que alguna vez fue mi madre consigue que los pelos se me pongan de punta.

No recuerdo haber utilizado esa palabra ni cuando todavía viviamos juntas: desapareció de mi vocabulario.

Hace tanto tiempo que ni siquiera me acuerdo de cómo se pronuncia.

—Mamá —digo para probar como suena en mis labios.

—¿Sí? —pregunta sin apartar los ojos de la carretera.

No contesto, sino que la ignoro durante el resto del viaje.

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