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Toda la sala ha comenzado a llenarse de manera rápida y sin pausa. Me obligo a mantener la mirada clavada en el frente y no mirar a nadie en concreto; ni siquiera al juez que va a condenarme. Mantengo una actitud desafiante, como si todo esto me importara una mierda, y de cierto modo así es.

Escucho pacientemente toda la mierda en la que dicen el número del caso, recitan todo ese rollo de normas básicas en la sala y presentan a los abogados, a la demandante y la demandada.

Intento concentrarme en lo que debo decir y hacer, pero todo a mi alrededor se escucha con eco y no puedo concentrarme.

Rachel tiene que cogerme del brazo y levantarme cuando el juez me llama en varias ocasiones.

—¿Cómo se declara la acusada? —pregunta.

—Inocente —respondo mucho más firme de lo que realmente me siento.

Desde aquí juraría que soy capaz de escuchar las teclas del ordenador

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